Opinión | CASTILLA-LA MANCHA

La España que viene es aquella de la que venimos

En un mundo que cambia continuamente a velocidad creciente, en el que la tecnología convierte en viejo lo que apenas unos años atrás se presentaba como gran novedad, resulta difícil ofrecer una panorámica del futuro a diez años vista. Y si nos centramos en una España que sigue teniendo que resolver constantes situaciones de inestabilidad en la consecución de mayorías de gobierno, el riesgo de errar el tiro resulta mucho mayor.

Aun así, tenemos indicios claros que nos permiten confiar en un país cuya población viene demostrando solidaridad, disciplina y empuje siempre que alguna crisis obstaculiza el presente de manera realmente peligrosa. 

Precisamente por ello, porque he visto a los españoles aferrarse a la solidaridad intrafamiliar e intergeneracional para superar la terrible crisis financiera de la pasada década; porque les he visto apretar los dientes cuando se disfrazaban los datos de creación de empleo con un reparto del trabajo existente acompañado de una tremenda caída en cuanto a calidad e ingresos; porque he visto a una nación respondiendo al unísono en los momentos más duros de la crisis sanitaria, hasta levantar la admiración de países supuestamente más avanzados y organizados, creo que la España de dentro de diez años será un país más fuerte, más europeo, más dinámico.

En 2031, España habrá sido con toda seguridad, una vez más, ejemplo en el aprovechamiento de los fondos europeos, como ya lo fue en la década de los 90 del pasado siglo. Además, el teletrabajo será una realidad muy asentada. Todo ello, debidamente asumido, se traducirá probablemente en una mayor calidad de vida y en un desarrollo más profundo del sector servicios. Por supuesto, también del empleo asociado.

No confío en que la brecha existente entre ciudadanos y clase política se haya cerrado del todo para entonces, aún tardaremos en recuperar la idea de que la política está para resolver los problemas de los ciudadanos y no para crearlos donde no los hay.

Pero el populismo y el extremismo habrán cedido terreno ante la necesidad de hablar, de negociar, de ofrecer la estabilidad que inversores, emprendedores y todo el tejido económico precisan para aprovechar y canalizar el esfuerzo europeo por la reconstrucción, la resiliencia y la recuperación del mundo rural.

Seremos obligatoriamente una sociedad más consciente de la necesidad de hábitos y sistemas basados en la economía circular, en el aprovechamiento de materiales, en la cogeneración de energías renovables. Las viviendas y poblaciones autosuficientes en el acceso a la energía serán numerosas y con ello contribuirán a la independencia energética del país y a la reducción de emisiones de CO2.

La sostenibilidad debe ser -y será- el hilo conductor de nuestro día a día. Confío plenamente en que el esfuerzo de estos años dará sus frutos y habremos avanzado en la igualdad de género, en la defensa de la libertad sexual, en el derecho de cada cual a vivir y sentirse como desee sin sufrir por ello en cuestiones de aceptación social o acceso al mundo laboral. Habremos aprendido a integrar a los inmigrantes, cuya contribución cultural, económica y social servirá para hacer entre todos un país más próspero, tolerante y confiado en sí mismo.

Para ello habremos tenido que librar batallas, que ser inflexibles en la defensa de nuestros valores constitucionales y en la idea de que la Carta Magna fue la mejor herencia recibida de las generaciones anteriores. Habremos recuperado la memoria histórica para reparar el daño moral persistente en tantas familias y también para impedir que idealizaciones del pasado nos lleven a enfrentamientos estériles.

Como pasa hoy con leyes y decisiones que en su día fueron polémicas: aborto, dependencia, educación o matrimonio igualitario, las que actualmente atizan el debate social habrán sido finalmente asimiladas como herramienta de progreso y mejora social.

Los nacionalismos seguirán tensando la cuerda, pero habremos aprendido a integrarlos de nuevo en el proyecto nacional, como cuando supieron ser apoyo necesario para mayorías estables, con responsabilidad sobre el conjunto de la prosperidad común.

Las escuelas ofrecerán una imagen muy diferente, con tablets y materiales didácticos digitales, pero los maestros seguirán ejerciendo su papel esencial. Seguirán siendo espacios de convivencia y relación. La necesaria recuperación del empleo, la estabilidad del sistema de pensiones y una más justa financiación autonómica nos permitirán seguir siendo país puntero en calidad de la sanidad pública, atención a la dependencia y cuidado de nuestros mayores. 

También habremos tomado nota, y actitudes de prevención de enfermedades que hoy nos parecen sobrevenidas por la pandemia serán algo normalizado. Las mascarillas en según qué circunstancias, el gel desinfectante en los lugares cerrados y una forma diferente de saludarnos y contactar serán norma habitual, además de una intensificación de las relaciones virtuales. Y esto permitirá, por otro lado, un reequilibrio entre las ventajas y oportunidades de la vida en el ámbito urbano y en los pequeños pueblos.

Creo, en definitiva, que sería absurdo no prever cambios profundos en las costumbres sociales, en las relaciones con la empresa o con la Administración y en la mentalidad de los españoles con respecto a cuestiones fundamentales referidas al género, a la movilidad social, a la interacción entre individuos...

Pero esa España que viene seguirá siendo, en esencia, la España de la cual venimos, la soñadora del Quijote, la aferrada al pragmatismo de Sancho, la de la Transición y la construcción de una nueva Europa. Una España en la que cabemos todos y todas, y de la que podremos seguir sintiéndonos orgullosos.