RUGBY

La odisea de 'Titi': seis meses vagando por las calles de África para ser profesional del rugby

La historia de Thierry Futeu, internacional español de origen camerunés, que cruzó cuatro países, trabajó en la construcción y el campo para llegar hasta Melilla, donde saltó la valla alcanzando su sueño al fichar por el Stade Français

Thierry Futeu, internacional español de rugby de origen camerunés

Thierry Futeu, internacional español de rugby de origen camerunés / Julie Franchet y Hans Lucas/Raffut

Fermín de la Calle

Fermín de la Calle

El reportaje 'La odisea de Titi', escrito por Fermín de la Calle, periodista de El Periódico de España y Prensa Ibérica, ha recibido el premio de la Fundación Varenne de periodismo al "mejor reportaje en prensa regional" publicado en Francia durante el año 2024. Los premios de periodismo de la Fundación Varenne cumplen su edición número 35 y el artículo fue publicado originalmente en la revista especializada en rugby, 'Raffut', que publica la Editorial Sud Ouest.

Nunca fue una buena idea cruzarse con Titi por las calles de Duala. Un chico con afición a meterse en líos y ajustar cuentas con quien le dedicase una mirada afilada. Un chaval condenado a una vida bronca que encontró en el deporte una escapatoria a la que aferrarse. Un deporte que la casualidad eligió que fuese el rugby. “Un día me invitó un compañero de clase a jugar con su equipo. Pensé que era buena oportunidad de probar el fútbol, pero al llegar al campo descubrí una pelota oval y pensé que sería fútbol americano. Descubrí el rugby, un deporte que no conocía, y me fui feliz de aquel primer entrenamiento. Me sorprendió la camaradería y me gustó poder canalizar mi agresividad en un deporte”, recuerda.

100 euros y 5.600 kilómetros por delante

Futeu descubrió el rugby con 12 años y con 17 entrenó con la selección camerunesa Sub-20 de 7, aunque nunca debutó. En su club Titi alternaba con los del primer equipo, que “se fueron a jugar a Marruecos y nos contaron que allí había una liga potente y se pagaba a los jugadores. Así que hablé con otros compañeros y decidimos ir a probar suerte. Éramos cuatro y yo era el más pequeño con 17 años. A mi padre le mentí, le dije que me iba a jugar con la selección Sub-20”. Salió con 100 euros en el bolsillo y cuatro países por cruzar, 3.700 kilómetros por delante (en línea recta porque en ruta fueron más de 5.600). El chico se subió a un autobús a finales de agosto de 2013 en Duala con una mezcla de esperanza y miedo. Quería ser jugador de rugby y de paso huir de una vida sin futuro.

La primera etapa de su odisea le llevó de Duala a Bamenda, ciudad junto a la frontera de Nigeria, “donde pagué 22 euros para cruzar en camión. Tardamos dos o tres días en llegar y esperamos la noche para sortear a la policía fronteriza. Pasamos sin problemas a Nigeria y fuimos enlazando con gente que nos llevaba de un lado a otro camino de Níger. Dormíamos en la calle o en estaciones de autobuses, y comíamos lo que conseguíamos. En Nigeria no paramos mucho y en menos de una semana estábamos en la frontera de Níger. Allí contactamos con una persona que nos llevó a una ciudad llamada Arlit, a 200 kilómetros de la frontera con Argelia. Nos metieron en casas con más gente que cruzaba África camino de Europa. Dormíamos en el suelo y esperábamos turno para conseguir sitio en los viajes que organizaban para cruzar el desierto camino de Argelia. Pero me robaron el dinero que llevaba y me quedé tirado”.

Union de Bilongue de Rugby, el primer equipo de rugby de Futeu, en Camerún

Union de Bilongue de Rugby, el primer equipo de rugby de Futeu, en Camerún / Archivo Thierry Futeu

Sin dinero y sin responder a las llamadas al móvil de su padre, que para entonces ya sabía que Titi no iba a jugar ningún torneo. Contactó con un amigo en Duala, que habló con su padre y le contó el propósito real del viaje de su hijo. “Llamé a mi padre, le dije donde estaba y lo que me había pasado. Me dijo: ‘Te voy a mandar dinero, pero quiero que vuelvas’. Me envió 150 euros, pero sabía lo que me esperaba si volvía porque me pegaba con frecuencia. Así que cogí el dinero y pagué el viaje para cruzar el desierto. Se realizaba en 4x4 y metían casi a 20 personas con un calor sofocante. Si te retrasabas en alguna parada, te dejaban. Se cruzaba la frontera de Níger a Argelia de noche y el tramo final se hacía una parte en el coche y otra andando para sortear los controles policiales”.

Sin dinero en medio del Sáhara

Una vez en Argelia, tardaron casi una semana en recorrer los más de 400 kilómetros del desierto del Sáhara que les separaban de Tamanrasset, cuyo oasis era lo más habitable al suroeste del macizo del Ahaggar. Allí Titi se quedó solo, porque sus compañeros prosiguieron el viaje y él había gastado todo el dinero que le mandó su padre en pagar a los mercenarios con los que cruzó la frontera. Le tocó buscarse un lugar donde dormir y una manera de ganar dinero. “Empecé a trabajar en una obra. Estuve casi un mes en Tamanrasset antes de partir a Maghnia, a 1800 kilómetros de allí. Tenía que cruzar el Sáhara y al llegar a Maghnia contacté con antiguos compañeros de mi club que me confesaron que su propósito era entrar en Europa, no jugar al rugby. Me dijeron cómo llegar a España y que allí podría encontrar equipo”. Pero una vez en Maghnia, junto a la frontera con Marruecos, tuvo que volver a buscarse la vida para encontrar techo (esta vez en una casa abandonada) y otro trabajo, porque aún quedaba viaje y mercenarios a los que pagar. Durante mes y medio trabajó en un campo de olivos junto a gente de Mali, Costa de Marfil y Nigeria. Y siete semanas después inició la antepenúltima etapa de su odisea, la que le debía llevar hasta la localidad marroquí de Uchda, apenas a 26 kilómetros de su anterior localización, “pero con una frontera por medio muy difícil de cruzar”.

“Una vez en Uchda, nos subieron a un tren de mercancías que iba hasta Nador y desde allí cogí un autobús hasta el monte Gurugú, al que llegué en febrero de 2014 -más de seis meses después de salir de Duala-. Me sorprendió que todo estaba muy organizado. La primera vez que intenté saltar la valla nos cogió la policía y me mandaron a Rabat. Viví en las calles y comí del dinero que me daban. La segunda vez, me mandaron a Fez, y fui acogido por una familia que me puso a trabajar en su restaurante. No me pagaban, pero tenía comida y casa. Me dijeron que me iban a ayudar a jugar al rugby, pero la cosa no era fácil. Empecé a buscar equipo y aparqué la idea de cruzar la valla hasta que un día vi por televisión que un grupo grande había conseguido entrar en España. Recuperé la idea y la noche del 28 de mayo de 2014, la que se jugó la final de Champions entre el Real Madrid y el Atlético, crucé la valla por fin casi al amanecer”.

Futeu cuenta que “en el Gurugú los saltos se organizan por comunidades. Un día los de Costa de Marfil, otro los de Mali, otro los de Camerún… Ese día tocaba a Malí, pero los de Camerún decidimos ir aprovechando que la Policía estaría pendiente de otros. Éramos mil y pico. En la segunda me ayudó un señor tirando mantas encima de los pinchos de la valla y luego saltamos los siete metros al suelo. A un lado apareció la policía marroquí apareció intentando atropellarnos para dividir al grupo. Y al otro, la Guardia Civil. Pero los sorteamos y conseguimos llegar a la ciudad, donde estaba la Policía Nacional. Cuando pisas suelo español ya no te pueden devolver, pero los únicos que lo respetaban eran los de la Nacional, porque la Guardia Civil y la local te devolvían en caliente. Así que al verles nos entregamos. Nos mandaron a un campamento de inmigrantes de Melilla donde te cogen las huellas, te mandan al médico y te dan ropa y comida”.

Titi, con los niños de su fundación en Duala, Camerún

Titi, con los niños de su fundación en Duala, Camerún / Archivo Thierry Futeu

Jugando como ilegal en un equipo de policías

“En junio encontré por las calles un equipo de rugby que entrenaba en la playa y estuve tres meses con ellos. Hasta que me dieron salida a la península. Me tocó Madrid, cogiendo un barco a Málaga y un autobús a Miraflores de la Sierra, con la ONG Movimiento por la Paz. Me puse a entrenar con el Grifón, un equipo de Rugby League que se dividió y yo me fui con los Custodians, el equipo de la Policía Nacional. ¡Jugaba como ilegal en un equipo de policías! Les conté mi caso y me dijeron: “Somos tu familia y si tienes algún problema te ayudaremos”. Eran gente de palabra porque el abogado que le ayudó a lograr la nacionalidad lo conoció a través de ellos.

Jugó un año allí y luego se fue con los de Políticas, en la Universidad, probando en rugby XV con Majadahonda, Pozuelo, Hortaleza y Quijote. Al final jugó las series de Madrid de 7 con Majadahonda y un amigo suyo del Grifón que fichó como entrenador en Alcobendas le habló de 'Titi' a 'Tiki' Inchausti, el entrenador del primer equipo. Le llamaron para probar y debutó en un amistoso contra el VRAC el verano de 2015, el año que el equipo subió a División de Honor. Jugaba de tercera línea, pero 'Tiki' le convenció para ser primera. “En 2018 me llamaron de la selección y después del partido de España con Alemania, me contactaron varios agentes para ofrecerme equipos. También me llamó un ex capitán de Camerún al que Mountoban, Agen y Rennes habían preguntado por mí. Pero un agente que trabajaba con un compañero de la selección mandó mi vídeo a Stade Français y el verano de 2019 me ofrecieron una prueba. Me fui a París y me recibieron Peter de Villiers, entrenador de delanteros, y el director deportivo Fabrice Landreau. Pasé las pruebas y me hicieron un contrato de dos años. No me lo creía. Stade Français es un club muy seguido en Camerún. Era un sueño hecho realidad. Regresé a España para la gira por Sudamérica y al llegar a París me dieron vacaciones. Les dije que no porque quería aprender cada día. Fue una mala decisión porque jugué mucho con España y Alcobendas y acabé con pubalgia. Siempre recordaré mi debut ante Clermont”.

De Villiers se fue y el nuevo entrenador le dijo que no contaba con él. Rompió su contrato y fichó por Carcaussone, pero tras dos años no le renovaron por sus viajes con la selección y se marchó a Chartres, donde juega ahora. Sin embargo, hoy, cuando mira atrás, tiene una cosa clara: “Nunca volvería a hacer ese viaje. Nadie se merece eso”.