BARÇA 5 - SEVILLA 1

El Barça de Gavi se tatúa la felicidad

El equipo azulgrana se permite homenajear a su recuperado ídolo adolescente con un triunfo a la pata coja frente al Sevilla

Francisco Cabezas

Francisco Cabezas

El dolor viene. Pero también se va. Gavi se calzó las botas, pisó la hierba de Montjuïc, se colocó las medias bajo las rodillas, la maya protectora en su rodilla derecha, y se puso por fin a jugar a fútbol. Pedri le dio el brazalete de capitán, y a Gavi sólo le hizo falta echarse a llorar. El dolor de la rodilla se fue. El del alma, el más puñetero, también.

Tuvo así el colofón soñado la hinchada de Montjuïc, que disfruta de un Barça que se va rearmando sin bajar de la atalaya y que, tras ganar al Sevilla a la pata coja, se dispone a afrontar su semana grande.

Prueben, sí, a ponerse a la pata coja. A aguantar unos segundos ahí quieto, con el otro pie colgando. Y tratar así de detener el tiempo. El portero, pese a saber de qué va todo esto, ya se tirará al suelo. Harto. Será entonces cuando toque dar el saltito, cambiar de pierna y golpear el balón para que entre manso donde debe. No parece sencillo tirar así un penalti, pero Lewandowski, con mucho empeño, está convirtiendo un ejercicio que bordea el surrealismo en arte. La escena, aun sin gambas, debería tener cabida en ese rupturista cartel de un pintor tan apasionado como Miquel Barceló con el que el Barça celebra sus 125 años. 

Barceló dijo que las pasó canutas para pintar su cuadro. Pensaba que no saldría. Pero salió. Lewandowski también creía que esa estrambótica manera de chutar penaltis quizá no podía ser buena idea, pero los que valen son los que persisten. Aunque nada sea sencillo a la pata coja, tampoco para ese Barça que defiende en la línea de medios, gran líder de Primera que continúa llevándose por delante a sus rivales, pero siempre después de ganárselo con corazón, instinto y clase. Antes de que el Bayern (el miércoles) y el Real Madrid (el sábado) midan la certeza del sueño, el equipo de Flick se deshizo del orgulloso pero debilitado Sevilla en el primer acto, para después gestionar esfuerzos en el segundo. Resistieron 20 minutos los hispalenses antes de derrumbarse sin remedio.

Había salido García Pimienta solo al césped de Montjuïc algo más de una hora antes del inicio. Con las manos en los bolsillos y paso cachazudo, parecía que quisiera retener ese momento de paz. Los entrenadores, atormentados, siempre vivieron en la fina frontera entre el éxito y la frustración, el sueño y la pesadilla. 'Pimi', antes de que se desmayara la noche y al frente de un Sevilla trianero y apesadumbrado en su intrínseco caos familiar, quería disfrutar de aquel paseo.

Todo aquello lo observaba Gavi desde la distancia, con esa mirada de impaciencia propia de quien ha estado 11 meses tratando de entender por qué le tocó a él romperse la rodilla. Hasta que le hicieron entender lo más sencillo:«¿Y por qué no?».

Los 10 jugadores de campo del Barça encerraron al Sevilla en 30 metros ante los arreones de genio de Lamine Yamal -excelsa la rosca repelida por Nyland-, y no hubo más que esperar a que el destino hiciera su parte. Peque, el rubito que tuvo día de ensueño en Cornellà y que no logró dar el salto desde La Masia, tuvo un duro regreso a Barcelona. Arroyó a Raphinha en el área y Lewandowski castigó a la pata coja desde el punto de penalti. Un suspiro después, Pedri provocaba los saltos de júbilo de Flick con un disparo sublime desde la frontal. Y Lewandowski, con su duodécimo gol en 10 partidos de Liga, ponía el tobillo para desviar un tiro de Raphinha y se apuntaba el 3-0. El Sevilla, pese al orgullo mostrado sólo podía llorar la fea lesión de Ejuke

El renacido Pablo Torre se apuntó dos goles, el segundo tras un centro cerrado que nadie cazó, Idumbo buscó consuelo ante la valentía mal medida de Iñaki Peña, y el Barça, que había tenido que lamentar la lesión de Eric antes de empezar, acabó la noche tan feliz como su añorado ídolo. 

Gavi, y ahora también el Barça, llevan la alegría tatuada en la piel.