EL REVÉS Y EL DERECHO

Messi no responde plegarias

Nadie daba por derrotado al equipo que figura el primero en LaLiga y que, en esta ocasión sin brío ni cabeza, le regaló la Copa del Rey a un adversario que parecía venido de las tinieblas exteriores para reírse del que tenía enfrente

Joan Laporta, en el palco durante el Barcelona - Real Madrid de semifinales de la Copa del Rey.

Joan Laporta, en el palco durante el Barcelona - Real Madrid de semifinales de la Copa del Rey. / Siu Wu

Juan Cruz

Juan Cruz

He asistido en Barcelona este último miércoles de Dolores, cuando todo el mundo se preparaba para celebrar las vacaciones religiosas más laicas del universo, a una derrota impresionante del Club de Fútbol Barcelona, mi equipo de toda la vida. A mi lado, cumpliendo doce años en ese momento, madridista porque se hizo del lado de allá al saber que los del Bernabéu tenían más copas que las estanterías, y este aficionado desolado que, desde el principio, sabía que la venganza (la venganza del nieto) iba a ser terrible. Lo fue, pero no porque el nieto, naturalmente, hubiera bajado a la cancha a buscarla, sino porque el Barça jugó el peor partido en muchas temporadas y animó, con su estupidez de ánimo sin fútbol, a que no llegara a ser otra cosa que un amago de estética privada sin remedio práctico.

Fue una curiosa ocasión, porque nadie daba por derrotado al equipo que figura el primero en LaLiga y que, en esta ocasión sin brío ni cabeza, le regaló la Copa del Rey a un adversario que parecía venido de las tinieblas exteriores para reírse del que tenía enfrente desde que, al término exacto de la primera parte, replicó un buen impulso barcelonista, se puso a correr hacia atrás y le dio un gol a Benzema, el francés que se hizo el partido como si los rivales hubieran ingresado, desde el portero al entrenador, en un asilo de ancianos. Yo, como espectador, era un anciano en ese asilo, así que decidí tratarme tal cual y me puse, vista la rodada tal como iba, a recontar lo que a mi alrededor formaba parte de un drama mayor del fútbol contemporáneo versión barcelonista.

A mi lado había gente de todas las nacionalidades, europeas, internacionales, pues el Barça es, en España, quizá el más cosmopolita de los héroes conocidos. Pero la vida local tiene tal raigambre, por eso y no por otra cosa el Barça es mès que un club, los que llevan la pauta de lo que se dice o se grita, o se susurra, en los tiempos en que se desarrolla el encuentro, el que sea, recitan diversos mejunjes casi religiosos que no son de dominio del que viene de fuera. Distrayéndome con esas cosas vi pasar la pelota, y colarse, como si no estuvieran pasando esas circunstancias. O como si esas circunstancias fueran puramente vaselina en la garganta de unos insomnes.

La primero que advertí, en el minuto diez del partido, en la primera parte que todavía parecía promisoria, o al menos de digestión posible, fue que la gente se desentendía por completo de la pelota y de otras circunstancias digamos que orteguianas para prestarle atención a un rito que no tenía que ver, de veras, con el fútbol preciso de ese momento.

El minuto 10 de Messi en el Camp Nou

Lo noté a mi lado como un susurro celestial, pero venido del fondo de la tierra, más bien desde Rosario, donde nació el santo al que invocaban. Resultaba que, como Messi llevaba el diez en la época que Barcelona, el Barcelona, su santidad el Barça, el equipo, por fin, de mis amores, de amores de tanta gente, los aficionados han agarrado la costumbre de invocarlo precisamente en ese instante. El minuto diez de la primera parte. Para que vuelva. A mi lado una joven que lleva yendo al campo desde que la parió su madre empezó el susurro y yo tuve la estúpida ocurrencia, ajeno como estoy a los usos y costumbres del estadio, de preguntarle qué pasaba exactamente con esa jaculatoria, por qué Messi precisamente en ese momento…

Hice la pregunta como si estuviera tratando de hallarle, en esas circunstancias, una explicación de lo que dios dice de las Escrituras que mandó a hacer, o eso dicen, y de pronto ella me miró con la cara que, en efecto, debió guardar cuando sus padres ya le dieron permiso para ir al campo sola. La jaculatoria, como si le rezaran a Messi, duró esos sesenta segundos que, como dice el If de RudyardKipling, te llevan al cielo. Y, esto va también de poesía, fuese y no hubo nada.

En realidad, fuese Messi hace rato ya, después de enfadarse con la directiva y con la vida que dejaba en Barcelona, para hacerse milagroso en otros lares, en París concretamente, pero circula por Barcelona, es decir, por el cogollito en que se desarrolla este auto de fe, que Messi está por volver. Y por eso le cantan alabanzas que es imposible que él escuche, pues en su estela hasta llegar al propio cielo en el que interpreta el futbol del fútbol está a otras cosas.

Me sorprendió aquel rezo, el rosarino siendo implorado como si su pasión pudiera bajar al campo a detener, por ejemplo, la imperiosa necesidad que tenía Benzema de ser, esta vez, mejor que él o que cualquiera que se le pusiera por delante. Esos cuatro goles del francés destrozaron la esperanza barcelonista y dejaron en muy mal lugar esa funesta manía de creer que Messi, por sesenta segundos, iba a hacerse presente en el campo para curar al presidente Joan Laporta de sus recientes, y muy duras, caídas en el túnel del tiempo, habitado ahora por escándalos arbitrales que parecen dibujados por Robert de Niro en una película de mafia.

Aquellos segundos de nada, es decir, de rezo circunspectos a los que, naturalmente, no iba a atender el Dios de Rosario, siguieron, sobre la cancha, algunas desiguales internadas a las que este espectador atendió como si la vida se fuera a jugar, por fin, en el estadio mismo y no en esas alturas en las que habitan los transparentes.

Pero llegó otro susurro catalán, del que yo mismo me había olvidado, y no por porque no hiciera ruido y furia hace algo más de 2017, cuando Cataluña se levantó en armas (en almas) exigiéndole a la nación que la rodea, España, que dejara de poner sus sucias manos sobre el país al que quieren libre.

Aquello, si recuerdan, ya no es casi cada, porque tanto España, esta matriz, como la propia Cataluña que protagonizó aquella revuelta, han optado por sentarse a barajar. Pero aquella muchacha que estaba a mi lado viendo el fútbol como si una religión la inspirara, no sólo desde el sonido de Messi sino desde donde manda la santa iglesia política de la localidad, se dedicó a hacerme saber, sin querer, seguramente, que en el minuto diecisiete del partido tenía que producirse otra llamada del más allá cercano.

El Barça saldrá de esta rezos o no por medio

El fútbol, que todavía parecía ser materia de la trama de un partido que a Xavi, y al Barça, se le habían ido de las manos, agarró una nueva manera de producirse, otra vez en forma de credo. Lo que la chica recordaba, en baja voz, bien que poco auxiliada por el alma que lo rodeara, era que hace años, un 2017 que fue aquí trueno y sereno, los catalanes reclamaron la independencia, ésta seguía sin producirse y ya era hora, en el partido, por lo menos, de regalar al oído de tanto extranjero de la antigua (no por vieja) jaculatoria. Así que ella, ante mi respeto, naturalmente, empezó a gritar con la voz chica de estos tiempos:

In de pen den cia… In de pen den cia… In de pen den cia

No sé, esta vez, a preguntar nada que no fuera adecuado a esas circunstancias en las que ella, y otros que la acompañaban en el mismo ritual, tuvieran que regalarle al tiempo pasado, y quizá al futuro soñado, pero lo cierto fue que me quedé escuchando como si oyera, por ejemplo, a Lluis Llach, aquel cantante que firmó el derecho a la independencia sobre una mesa de mucho ropaje para que su presidente, que luego se exilió y ahí sigue, se fuera con el papel a Bélgica, donde vive en un chalet desde el que jamás se le ha escucha hablar de fútbol, ni de Messi ni de otra cosa que de un hecho que todo el mundo conoce: que se fue, y que un día volverá, como aquel soldado sin fortuna de la mejor novela de Juan Marsé.

¿El resultado? Ya saben. El Barça saldrá de esta, no hay otra, porque es un gran equipo, lo seguirá siendo, rezos o no por medio, pero esta vez tuve la impresión de que se rezaba mucho en los alrededores y, ay, se daba poco trigo en el campo. Y así no se puede más (¿o fue Cabrera Infante?), como decía James Joyce para terminar el mejor libro de su historia.