ANUARIO DEL DEPORTE (JUNIO)

Nadal y la reconquista de París “con el pie dormido”

El balear se hizo con su 14º Roland Garros, el 22º Gran Slam de su carrera, lidiando con los problemas físicos e infiltrándose en los siete partidos que disputó en la Philippe Chatrier

Los Golden State Warriors apuntalaron su dinastía con su cuarto título de la NBA en los últimos ocho años de la mano de un Stephen Curry estelar y el mismo bloque que deslumbró en 2015

Rafa Nadal levanta la Copa de los Mosqueteros tras su 14º triunfo en Roland Garros.

Rafa Nadal levanta la Copa de los Mosqueteros tras su 14º triunfo en Roland Garros. / EFE

Daniel Gómez Alonso

Daniel Gómez Alonso

Como la mayoría de meses de junio del siglo XXI, Rafael Nadal repitió, por 14ª vez, la historia de nunca acabar en París. Tras caer en 2021 ante Novak Djokovic, el balear volvió a hincarle el diente a la Copa de los Mosqueteros sobre la tierra batida de Roland Garros. Ya era el más joven en haberlo logrado y, con 36 años y 2 días, se convirtió en el más veterano, en una gesta incomparable que admitía todo tipo de adjetivos grandilocuentes.

Y sin embargo, su discurso mostraba un cierto tono de resignación lejano a las espectaculares sensaciones que desprendía en la pista, sobre todo en el antológico duelo de cuartos de final ante Nole. Porque el camino, lo que había detrás y no se vio, fue de nuevo una auténtica tortura. El síndrome de Weis Muller, la enfermedad degenerativa que le provoca un dolor crónico en el pie izquierdo desde hace 17 años, le llevó a jugar durante todo el torneo infiltrado, traqueteando el físico y la cabeza de un Nadal que en París empezó a dar muestras de hartazgo.

Antes de cada partido, su equipo médico realizaba un bloqueo a distancia de los nervios sensitivos. Una práctica que “no es matemática”, como explicó el balear, y provocaba que en ocasiones se le durmieran otras partes del pie. “En la final, por ejemplo, no sentía los dedos y era bastante incómodo, pero lo importante era tener el control del tobillo. Era un riesgo que había que asumir porque pasé de estar cojo a jugar sin dolor, pero no se puede alargar en el tiempo”, ahondó.

“Ganar te llena de adrenalina momentánea, pero la vida es mucho más importante que cualquier título. Debo pensar en el mañana. En el futuro me encantaría poder ir a jugar con mis amigos, de forma amateur, y eso hoy día es un poco una incógnita”, reconoció antes de la final al ser preguntado por si preferiría un pie nuevo o ganar un Grand Slam más. “No tengo ningún miedo a la vida fuera del tenis”, incidió ya después de ganar su 22º major, el que más de siempre.

No era la primera vez, pero quizás sí la más cruda, en la que hablaba de la posibilidad de la retirada. Más de 1200 partidos profesionales después, Nadal es consciente que cualquier duelo puede ser el último. Porque, realmente, nunca ha dejado de lado esa sensación desde 2004, cuando se rompió el escafoides y los médicos ya le advirtieron que su carrera profesional como tenista estaba en peligro.

Un destino contra el que se ha revelado una y otra vez, alargando su carrera por encima de sus propias expectativas y entrando de lleno en la pelea por ser el mejor tenista de la historia, pero generándole decenas de problemas derivados como los que ha sufrido en sus también maltrechas rodillas. Y contra el que sigue trabajando, a pesar de sus palabras, para volver a hacerlo otra vez.

Nadal, en la final de Roland Garros ante Casper Ruud.

Nadal, en la final de Roland Garros ante Casper Ruud. / EFE

Porque nada más acabar Roland Garros se sometió a la radiofrecuencia pulsatil, una corriente eléctrica controlada a los nervios involucrados en la lesión para inhibir la sensación de dolor sin perder movilidad. Tras unos días de reposo y una buena respuesta al tratamiento, llegó a Wimbledon, donde sin apenas preparación se plantó en las semifinales, pero otra lesión, en este caso abdominal, le impidió disputarlas. Eso sí, el pie respondió, y Nadal encontró la gasolina para seguir adelante, una vez más.

La dinastía de los Warriors

Cuatro anillos en ocho temporadas. Con el título de la NBA conquistado ante Boston, los Golden State Warriors confirmaron su estatus de dinastía en el deporte estadounidense y consolidaron su lugar en el olimpo del baloncesto junto a los Bulls de Michael Jordan, los Spurs de Greg Popovich o las distintas generaciones ganadoras de los Lakers y los Celtics.

La franquicia de San Francisco formó uno de los mejores equipos de todos los tiempos entre 2015 y 2018, y lo hizo siendo fieles a su identidad, la de encontrar y desarrollar el talento oculto.

“Cuando uno mira la historia, los que (dominaron) durante tanto tiempo se esperaba que lo hicieran por su nivel de talento. Stephen Curry, Klay Thompson y Draymond Green han hecho un gran trabajo maximizando sus carreras. Ninguno estuvo en el Top 5 del Draft y los tres tuvieron que ir a la Universidad por tres o cuatro años... algo que nunca se ve en estos tiempos”, comentaba André Iguodala, uno de los veteranos del equipo.

Un cuento de hadas, con la mejor temporada regular de la historia incluida entre sus récords, que pareció llegar a su fin tras perder en la Final de 2019 ante Toronto. Entonces, con la lesión de gravedad de Thompson y la salida de Kevin Durant, el equipo estuvo ante la tentación de dar por zanjado el exitoso ciclo e iniciar la reconstrucción, pero mantuvo la calma.

Iguodala, Green, Thompson y Curry, con el trofeo de campeón de la NBA.

Iguodala, Green, Thompson y Curry, con el trofeo de campeón de la NBA. / AFP

Tres años después, con la misma columna vertebral que maravilló siete temporadas atrás, reconquistaron el anillo. Steph, ya una leyenda de la NBA y máximo triplista de la historia, sigue teniendo a sus amigos Klay, recuperado tras dos años fuera, y Draymond como escuderos de lujo. En las temporadas en las que estuvieron sanos los tres, firmaron seis finales de seis e implantaron un modelo que cambió la forma de jugar al baloncesto, y que en 2022 sigue plenamente vigente.