MUNDIAL QATAR 2022

Dos años sin Maradona, el D10s pagano de la pelota

Argentina sigue llorando la muerte de Maradona dos años después, mientras Messi lucha por liberar a la albiceleste volviendo a conquistar un Mundial

Imagen de un mural de Maradona en Buenos Aires.

Imagen de un mural de Maradona en Buenos Aires. / Matías Campaya

Fermín de la Calle

Fermín de la Calle

En el Estadio Azteca, el día que Maradona murió, alguien colgó una solemne pancarta en la que se leía: «Te vas de la mano de Dios». Porque Diego le cambió la vida al fútbol el 22 de junio de 1986 en aquel coliseo. Primero al perseguir una pelota perdida que manoteó con el descaro de alguien criado en el potrero ante la indignación de un Peter Shilton que le negó el saludo el resto de su vida. 

Sin embargo lo que le hizo trascender al deporte e instalarse en la posteridad futbolera fue lo que pasó tras recibir una pelota del ‘Negro’ Enrique rodeado de ingleses. Lo que ocurrió inspiró una letanía que recitaba así su profeta, Victor Hugo Morales: «Ahí la tiene Maradona... lo marcan dos... pisa la pelota Maradona... arranca por la derecha el genio del fútbol mundial…». Ni él mismo sabía lo que venía por delante. 10,6 segundos de carrera intermitente y seis ingleses más allá, Maradona había dejado de ser un futbolista para convertirse en un barrilete cósmico. 

Los Mundiales, su potrero

«El más humano de los dioses», como le calificó Eduardo Galeano, se convirtió en el dios pagano de la pelota y la argentinidad. Desde entonces la historia de los Mundiales no se puede contar sin él. Sin sus goles a los ingleses en el 86, sin sus insultos a los italianos en el 90, sin su celebración desencajado frente a la cámara en el 94 tras marcar a los griegos... Días más tarde le dijo a Adrián Paenza aquello de «me cortaron las piernas». Había consumido Ripped Fuel, un suplemento energético que contenía efedrina suministrado por un fisioculturista de apellido Cerrini.  

Reapareció en 2010 en una Copa del Mundo, «mi particular Disneylandia», como seleccionador de una Argentina taciturna en la que compartió con el vestuario con Leo Messi. «Dejen de pedirle que sea Maradona porque no merece arrastrar esa condena», advirtió el Pelusa entonces a la prensa. El 2 de diciembre de ese año Diego pisó por última vez Villa Fiorito, el barrio en el que nació. «Yo crecí en un barrio privado de Buenos Aires. Privado de agua, de luz y teléfono», advertía con sorna. «Nuestro Alí de Villa Fiorito», le bautizó Ezequiel Fernández Moores. 

A la fervorosa Nápoles, donde Diego instaló el júbilo como estado de ánimo permanente, llegó Joan Manuel Serrat para visitarle. Comieron, bebieron y conversaron antes de terminar cantando juntos ‘Aquellas pequeñas cosas’, una de las canciones fetiche de Maradona. Allí aún se puede pasear por una ruta maradoniana que arranca en el Mural de Diego en el Quartieri Spagnoli y cruza toda la ciudad entre murales, esculturas y graffitis sobre su persona y sus hazañas calcisticas.  

El Pelusa llegó a ser proclamado ‘Maestro inspirador de sueños’ en la Universidad de Oxford, templo del conocimiento en el corazón de Inglaterra, feroz enemiga. La pelota lo rescató de una vida tumultuosa salpicada de escándalos poco edificantes. «No soy ejemplo de nada, pero sí referente», repetía a quien le pedía ejemplaridad.

Maradona, un tango de Gardel y un cuento de Borges al tiempo, terminó confesando durante su etapa más crepuscular que lo que más le gustaba del fútbol «es la pelota. Lo demás me cansa». Hace ya dos años que falleció, aunque en realidad nunca se ha ido. Todavía muchos argentinos al encarar el último verso de su himno sortean la letra original para concluir: «O juremos por Diego morir». De ahí que ser argentino y maradoniano sea una redundancia.  

TEMAS