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Sergio Scariolo: "No me gustan quienes opinan sin un conocimiento profundo"

Acaba de publicar Mi amor por el baloncesto (La esfera de los libros), tras conseguir el cuarto trono continental para la Selección de baloncesto española, con la que ya ganó el Mundial en 2019. Entre sus defectos confesables, a Sergio Scariolo no le gusta el vino. Da la impresión de ser serio y formal. ¿Demasiado sensato? Contesta: “Los desequilibrados no sirven para liderar grupos”. -¿En la vida tiene tiempos muertos? "Todos muy vivos. Soy de los que intenta avivarlos". -¿Qué le hace perder el equilibrio? "Cada vez menos cosas. He aprendido a morderme la lengua"

Sergio Scariolo, seleccionador nacional de baloncesto

Sergio Scariolo, seleccionador nacional de baloncesto / EFE

-P: Ha logrado el cuarto Campeonato de Europa armando un equipo con un grupo de chavales de nueva hornada. Y han escrito: “Exhibición para la eternidad”. Nada menos.

-R: Es que las expectativas estaban muy alejadas de lo que fue el resultado final. Nos veían como octavos al inicio del campeonato y fuimos primeros. En el Mundial éramos quintos en pronóstico y ganamos. Ahora, la mayoría de los jugadores eran poco conocidos por el gran público, no como el anterior equipo, donde había que ajustar personalidades, caracteres y roles. Pero a nivel de entrañas no me ha quitado el sueño.

-P: ¿Está acostumbrado a encestarlo todo?

-R: No, todo no. He cometido muchos errores. Por suerte, creo que ninguno que no haya podido arreglar o del que no haya podido aprender. Y hay muchas cosas que, si pudiese volver atrás, posiblemente no haría igual. Por ejemplo, a pesar de que mi trabajo es extremadamente exigente, encontrar un poco más de tiempo para mi familia.

-P: ¿Cuál ha sido la canasta de su vida?

-R: Conocer a mi mujer, decidir formar una familia. De eso estoy muy orgulloso. No creo que haya ninguna victoria que pueda compararse con lo que al final pasa en la esfera personal.

-P: ¿Cree que el baloncesto perdió un crack cuando Pedro Sánchez dejó las canchas?

-R: No lo sé. No le he visto jugar nunca. Por lo que me dicen, tenía un nivel bastante bueno, aunque obviamente no de un profesional de selección.

-P: ¿Igual la que perdió fue la Presidencia del Gobierno?

-R: Pues tampoco lo sé. A los políticos les pasa como a los entrenadores: todo el mundo es capaz de emitir juicios sobre ellos. Mi trabajo es juzgado por un 99 por ciento de personas que no tienen conocimiento profundo para hacerlo. Al final son resultados simpatía-antipatía. Y eso pasa igual en política. No me gustan quienes opinan sin un conocimiento profundo. Yo lo sufro.

-P: Dice tener adiestrado su ego. ¿Pero cuando voceaban Sei belliiiisssimooo!! en el Fortitudo de Bolonia se daba por aludido?

-R: Jajaja, es que me lo gritaban a mí, aunque sinceramente lo veía más como una cosa graciosa que real, porque no lo soy. Pero era divertido. No era una manifestación de aprecio estético. Era un ritual.

-P: En su libro habla de las presiones y del ambiente extradeportivo que vivió en el Real Madrid, ¿El palco es la cueva de Alí Babá o el cuerno de la abundancia?

-R: Bueno, como en cualquier sitio donde hay una concentración de personas con responsabilidad directiva, de empresa, política. Se generan contactos, oportunidades de encuentro en un clima más distendido. No creo que sea diferente a un estreno de una película importante o una obra de teatro. Es una ocasión muy apetecible para cualquiera.

-P: ¿A usted le cundió?

-R: El recuerdo más grande que tengo es que me lo pasaba de maravilla con Alfredo Di Stefano. Yo era entrenador de baloncesto y él, presidente de honor, pero no estábamos en el meollo del palco. Había otra gente más importante que nosotros. Y era superdivertido lo que me decía de cómo apodaba a los jugadores, cómo comentaba las jugadas. Allí hay personas que hablan. Y me parece mucho mejor que se hable de cosas importantes en el palco de un espectáculo deportivo que en los tribunales o en el reservado de un restaurante.

-P: Esto de que en la Selección de baloncesto se llamen “La Familia”, siendo usted de origen siciliano, ¿no queda un punto corleonés?

-R: Bueno [ríe], sí. Pero es una forma de definirlo que ha salido naturalmente desde el grupo y define cómo se siente la convivencia en nuestra selección. No viene de Corleone. No hemos tenido que dar ninguna “recomendación” a nadie. En la cancha, alguna vez; fuera de ella, no.

-P: ¿Que un italiano dedique su libro a la Mamma no es una especie de tautología?

-R: Sí. Pero uno de mis remordimientos es no haber podido pasar con mi padre el tiempo que yo hubiese deseado y él se hubiese merecido en sus últimos años de vida, por estar yo ya en España. Y de alguna manera intento que no me pase lo mismo con mi madre. Como mi padre, ella me ha enseñado mucho, y es justo reconocérselo.

-P: ¿Qué le hace perder el equilibrio?

-R: Cada vez menos cosas. He aprendido a morderme la lengua. Y a conectar el cerebro, que me ha venido muy bien para cuando tienes que tomar decisiones en un segundo bajo presión.

-P: ¿En la vida tiene tiempos muertos?

-R: Todos muy vivos. Soy de los que intenta avivarlos, aunque teóricamente debieran estar muertos. Me gusta jugar al pádel, al golf, competir. Pero de vez en cuando sí te apetece frenar, aunque tampoco durante muchos días.

-P: ¿Qué le queda por encestar?

-R: Para mí no es cuestión de meter una canasta, sino de dar ese bote, luego un pase, luego un tiro, luego un bloqueo. Es el recorrido lo que te gratifica, ir sumando cosas buenas.

-P: ¿Nunca saca los pies del plato?

-R: Con muy poca gente, desde luego. Con mis amigos, sí, sobre todo con los de la adolescencia, con los que estoy todavía en contacto diario. Yo no tomo una gota de alcohol y aun así estoy a la altura de los que les gusta ayudarse con algún buen vinito o cervecita. Por suerte, yo no lo necesito. Pero, sobre todo en el trabajo, puede que tienda más hacia el control y el equilibrio que a ser el payaso de la fiesta.