10 AÑOS EN EL MADRID

Luka Modric, la década prodigiosa del niño que escapó de la guerra

Este sábado se cumplen 10 años de la llegada del centrocampista croata al Real Madrid por 30 millones de euros, procedente del Tottenham

En este tiempo, ha levantado 21 títulos de blanco, ganó el Balón de Oro de 2018 y se convirtió en el mejor jugador de la historia de su país

Luka Modric levanta la Champions que ganó con el Real Madrid hace unos meses.

Luka Modric levanta la Champions que ganó con el Real Madrid hace unos meses. / Archivo

Juanjo Talavante

Juanjo Talavante

Todos los veranos tienen su canción, y muchos el culebrón de un fichaje sonado en el mundo del fútbol. El de 2012 lo protagonizó el croata Luka Modric, que se declaró en rebeldía en el Tottenham Hotspur de la Premier League para fichar por el Real Madrid. Aunque volvió a los entrenamientos a regañadientes, acabó convirtiéndose en jugador blanco y el equipo londinense se embolsó unos 30 millones de euros a cambio. Ahora, con la perspectiva de lo que ha logrado, la cantidad resulta irrisoria.

Este 27 de agosto se cumplen diez años de su presentación con el equipo blanco. Su historia, la acumulación incesante de títulos, incluidas cinco Champions Leagues, su liderazgo en la selección croata y su distinción como Balón de Oro en 2018, son bien conocidos, pero la vida no se lo puso nada fácil cuando era solo un niño.

Modric nació en Zadar (Croacia) el 9 de septiembre de 1985. Siempre ha sido pequeño. Delgado. Fibroso. Aunque vivía con sus padres -Stipe y Radojka- en Modrici, un lugar que formaba parte de Zaton Obrovacki, pueblo situado en la ladera sur de la cordillera Velebit, la más grande de Croacia, a Luka le gustaba acudir a la casa de piedra de su abuelo, del que heredó su nombre. Se cuenta que junto a él, a los cinco años de edad, ya pastoreaba cabras.

La guerra

En un ambiente rural y humilde el pequeño Luka era feliz. Pero en 1991 estalló la guerra de los Balcanes y todo fue a peor. Su abuelo fue ejecutado por milicias serbias. Modric aún recuerda cómo fueron a buscarle. Al caer la noche y comprobar que el abuelo no llegaba se temieron lo peor. Al día siguiente encontraron su cuerpo junto al de otros cinco hombres. Los serbios lo habían asesinado. También quemaron su casa. Aquello marcó la infancia de Luka, pero, a la vez, colocó los cimientos de su posterior fortaleza.

La guerra alteró, así, la vida de los Modric, como la de tantas otras familias en la antigua Yugoslavia. El futbolista no ha podido olvidar aquellos episodios en los que cuando estaba jugando al fútbol con otros niños de la aldea veía caer bombas a poca distancia y debía acudir corriendo al búnker para ponerse a salvo. No conocía lujos por entonces, se tenía que conformar con vivir junto a sus padres y a su hermana pequeña en una casa de pocos metros cuadrados. Pero pronto deberían huir de la zona.

Luka Modric celebra un gol con el Real Madrid en 2013.

Luka Modric celebra un gol con el Real Madrid en 2013. / Archivo

Ante la insistencia de los bombardeos, los Modric decidieron trasladarse a Zadar y allí vivieron en diferentes hoteles destinados a refugiados de guerra, los lugares donde la maltrecha economía familiar se lo permitía. Su padre acudió al ejército y se convirtió en técnico de aviones.

En aquellos años, Modric creció vinculado siempre a cualquier objeto redondo que se pudiese patear, lo mismo le daba hacer malabares con un humilde balón, que con una piedra o una lata oxidada. Le gustaba correr y se afanaba a menudo en encontrar chiquillería con la que organizar un partidillo de fútbol.

El tío Zeljko

Luka se mostró pronto como un chico veloz y habilidoso con la pelota. Aquellas cualidades no pasaron desapercibidas para su tío Zeljko. El hermano de su padre había sido futbolista en sus años de juventud y vio claro que aquel enclenque muchacho tenía cualidades para convertirse en futbolista. Los virajes y crueldades de la guerra habían convertido Zadar en un lugar desolador.

En aquel macabro ambiente Modric acudía, pese a todo, a entrenar a una escuela de fútbol. La familia decidió quedarse en la ciudad. La madre encontró trabajo como costurera y el padre como técnico de aviones en el aeropuerto de Zemunik, a las afueras de Zadar.

Modric con el Balón de Oro que ganó en 2018.

Modric con el Balón de Oro que ganó en 2018. / Archivo

Un buen día a Luka su padre le hizo unas espinilleras de madera. Madera de roble. No constituían un lujo, pero refrendaban el apoyo paterno a una ilusión incipiente para el ya adolescente: convertirse en futbolista profesional. Y a los 16 años le llegó la oportunidad. Modric se convirtió en jugador de los juveniles del Dinamo de Zagreb, el club en el que había jugado Davor Suker antes de fichar por el Sevilla, un auténtico ídolo nacional. Tres años después salió cedido al Zrinjski Mostar, de Bosnia-Herzegovina, donde logró ser nombrado mejor jugador de la liga de aquel país.

Después, otro pequeño sinsabor al ser nuevamente cedido, esta vez al Inter Zapresic, un modesto equipo de la liga croata, donde Modric ya ofreció indiscutibles destellos de su calidad y suficientes argumentos para acabar incorporándose más tarde al Dinamo, con el que alcanzaría seis títulos en dos temporadas. Y de ahí, a la Premier, a enrolarse en las filas del Tottenham Hotspur, club en el que jugó cuatro temporadas.

Pero a Luka aún le quedaban por vivir los paseos vertiginosos por el éxito. Después de un verano de tiras y aflojas entre los Spurs y el Real Madrid, Modric acabó fichando por el club blanco y fue presentado el 27 de agosto de 2012. Muchos contemplaron aquella adquisición con desconfianza y pusieron en duda la inversión merengue. La década del futbolista croata habla por sí sola: 21 títulos, la obtención del Balón de Oro en 2018 y su consagración como líder de la selección croata.

Casemiro-Kroos-Modric

En el Real Madrid ha formado un triunvirato casi tiránico junto a Casemiro, ahora emigrado al Manchester United, y Kroos. Esa línea medular ha dominado el fútbol europeo con suficiencia y en ella el papel de Modric ha tenido un valor fundamental. Su velocidad, sus infatigables carreras, la destreza en el pase, su arranque fulgurante en los contraataques y su capacidad para dirigir el juego constituyen las características del que ya es considerado el mejor futbolista croata de todos los tiempos.

Modric, Casemiro y Kroos, con el trofeo de la Supercopa.

Modric, Casemiro y Kroos con el trofeo de la Supercopa de 2022. / Archivo

Su particular y personal forma de proteger el esférico con escorzos imprevisibles, y esos cambios de ritmo en cualquier dirección recuerdan a aquellos jugadores de los primitivos videojuegos de fútbol a los que era imposible arrancar el balón de sus pies. Pero Luka Modric no es virtual, sino una realidad consolidada.

Una década después de llegar al Real Madrid, aquel niño que escuchaba caer bombas mientras jugaba al fútbol es hoy un futbolista que sigue haciendo historia. Y probablemente la seguirá escribiendo hasta que él quiera. Desde ese aspecto aparentemente débil, sí, desde esos apenas 171 centímetros de altura, para demostrar que su fortaleza, quizá, se cimentó en aquellos duros años de lucha fratricida en los Balcanes. Con rotunda sencillez, Luka, a punto de cumplir los 37, resume la incomprensión y la estupidez de cualquier conflicto armado: “La guerra no sirve para nada”.