HISTORIA DE SUPERACIÓN

De cenar whisky con leche y sufrir una angina de pecho a correr 13 maratones con 74 años

Nicolás Otiñar, que regenta un restaurante en Getafe, dio un cambio radical a su vida tras sufrir un severo problema de salud cuando estaba a punto de cumplir los 64: "Tal vez fue excesivo mi ritmo de vida durante muchos años, pero si te das cuenta ahora estoy vivo y puedo contarlo"

Nicolás Otiñar con las medallas que ha ganado en maratones por todo el mundo.

Nicolás Otiñar con las medallas que ha ganado en maratones por todo el mundo. / Alba Vigaray

“Me tienen que matar para que me retire de una maratón”, dice a sus 74 años Nicolás Otiñar. Su vida podría servir de base para hacer el guion de una película de esas en las que al principio aparece un rótulo con la leyenda “basada en hechos reales”; lo que en muchas ocasiones viene a ser sinónimo de una historia de superación personal. Previo paso por el seminario, y más de medio siglo dedicado al mundo de la hostelería, con “excesos” de alcohol incluidos, su vida cambió de forma radical tras sufrir una angina de pecho a los 61 años.

Fue entonces cuando le dio por calzarse unas zapatillas de deporte que le han llevado a disputar más de 13 maratones, incluidos los seis grandes: Londres, Nueva York, Boston, Chicago, Berlín y Tokio. Hace tres meses participó en la de Roma donde logró una marca inferior a las cuatro horas, en concreto 3:52. Este verano se da un respiro. Mientan tanto, ya busca alguna que otra ciudad donde este otoño pueda volver a ponerse un dorsal.

Aunque se rompa un poco el relato cronológico de la historia, merece una mención aparte la maratón que disputó en Atenas en 2019. Nicolás había decidido hacer los 42 kilómetros y 195 metros junto a su amigo Jesús Montoya, Chuso. Por delante iban otros compañeros a los que cariñosamente llaman “los galgos” porque tenían pensado ir a un ritmo más fuerte. El terreno era “muy duro” porque los primeros 30 kilómetros son prácticamente de subida “y yo había ido sin la suficiente preparación ni motivación”.

Nicolás Otiñar sirve una cerveza en su bar El Cardenal de Getafe.

Nicolás Otiñar sirve una cerveza en su bar El Cardenal de Getafe. / Alba Vigaray

A mitad de carrera los augurios catastrofistas aparecieron como de repente. Empezó a tener un dolor en los 'isquios' que conseguía mitigar a duras penas con réflex. Fue cuando se acabó el spray que alivia los dolores musculares “el momento en que mi amigo me hizo sentir de cerca el compañerismo que hay en este deporte”.

Y es que Chuso le pidió que siguiera adelante mientras él se salía de la carrera por unos instantes. “Ahora te cojo”, le prometió. Su compañero, que siempre lleva algo de dinero en los bolsillos de su pantalón de deporte por si ocurren este tipo de cosas, encontró al poco tiempo un establecimiento con la palabra φαρμακείο, o sea, farmacia. Compró réflex, y acto seguido se dispuso a cumplir su promesa de incorporarse a la carrera junto a Nicolás que estaba a escasos meses de cumplir 71 años.

Durante cinco o seis kilómetros Chuso se dedicó a echarle réflex entre zancada y zancada. “Fue un detalle del chaval que es como para emocionase”, indica. A falta de diez kilómetros para la meta le pidió que le dejara solo. El dolor persistía: “Tardé en acabar la carrera más de cinco horas porque tuve que hacer el último tramo andando o trotando pero, como te he dicho antes, me tienen que matar para que me retire de una maratón”.

Huérfano con 5 años

Nicolás Otiñar, natural de Mancha Real (Jaén), solo tenía cinco años cuando perdió a sus padres, así que se vio obligado a trasladarse a Madrid, a una especie de colegio de huérfanos situado enfrente de la antigua plaza de toros de Vista Alegre, en el que el director era de su mismo pueblo. “Era como hacer la mili, solo que con cinco o seis años”. Allí estuvo hasta los 12 años porque, como él mismo dice, “me puse a estudiar para cura”. Después de aprobar un examen ingresó en el seminario de Alcalá de Henares. “Los curas no querían gente torpe”, afirma entre risas. Otros tres años en el seminario vistiendo sotana con un fajín rojo a la cintura “que no te lo quitas hasta que puedes celebrar misa” no le sirvieron para dar el último paso.

Durante unas vacaciones se puso a ayudar a uno de sus tres hermanos en un bar que tenía en Madrid. Aquello de la hostelería le gustó. Ya no hubo manera de que volviera a dar marcha atrás. “No te puedo dar un motivo especial para que dejara el seminario, simplemente decidí no volver”. Cuando a los 18 años se independizó, Nicolás comenzó a abrir locales a los que bautizaba siempre con cierta sorna con nombres vinculados a la Iglesia: “La sotana andaluza”, en el madrileño barrio de Carabanchel; “El rincón del cura”, en Villaviciosa de Odón; “La venta del cura”, un local “muy grande” situado muy cerca de Boadilla del Monte o una arrocería llamada “El obispo”, también en Villaviciosa de Odón.

En la actualidad regenta en Getafe un bar llamado “El cardenal”, donde tiene colgadas una gran cantidad de trofeos y fotografías de todas sus carreras. Por allí se deja ver con bastante frecuencia el presidente del equipo de fútbol de la localidad, Ángel Torres.

Nicolás Otiñar en la puerta de su restaurante El Cardenal, en el centro de Getafe.

Nicolás Otiñar en la puerta de su restaurante El Cardenal, en el centro de Getafe. / Alba Vigaray

Los excesos de esos años en los que nunca se le pasó por la cabeza hacer deporte, porque “eso no iba conmigo”, le pudieron pasar factura. “Según lo veo ahora, tal vez fue excesivo mi ritmo de vida durante muchos años, pero si te das cuenta ahora estoy vivo y puedo contarlo”.

Esa época de empresario primerizo fue “complicada”. A nivel económico las cosas le iban bien. Lo que ocurre es que llevaba una vida “como si estuviera soltero”. Comía todos los días con sus amigos, luego venían las copas de la tarde y no era extraño el día en que la juerga seguía en el Drugstore, “un garito que abrieron en la calle Fuencarral y que no cerraba en toda la noche”. Como todo iba viento en popa, a menudo acudía también al bingo del Canoe “hasta que echaban la persiana”. Vivía al límite. Siempre con un vaso de whisky en la mano después de comer: “Durante varios meses llegué a tomar whisky hasta con leche porque como muchas veces no cenaba me servía de alimento”.

Le gustaba el Passport de cinco años, el Jack Daniels de ocho y el Chivas de 12. Pese a su desenfrenado ritmo de vida los negocios funcionaban sin aparentes problemas. Tenía locales con más de 20 empleados en los Veranos de la Villa y hasta se codeaba con el famoseo: “Pero sin dar nombres porque ahí no me quiero meter”. Una cosa que tenía clara era lo de las drogas. “Yo no comulgo con esas cosas”, asevera con rotundidad. Su salud no se resentía. “Si te digo la verdad yo no había visitado a un médico nunca hasta los 60 años”. Eso ocurrió a raíz de que un buen día empezó con unos dolores en el pecho en verano cuando realizaba algún movimiento poco habitual relacionado con el ejercicio físico como nadar. “Esa presión que sentía me puso en alerta y, pese a todo, como soy muy dejado, no hice nada al respecto”.

"A vida o muerte"

En 2006, mientras subía por una calle de Boadilla del Monte, el dolor se volvió a reproducir “así que cogí el coche y me fui al hospital”. Enseguida los médicos detectaron que sufría una angina de pecho. “Cuando me lo dijeron me puse muy nervioso y les pedí un Valium”, recuerda. Y es que, para una vez que va al hospital, “me veo que tengo que enfrentarme a una situación de vida o muerte”. Le pusieron un 'stent' para facilitar el riego sanguíneo y le ordenaron seguir una dieta estricta, por supuesto, sin alcohol. “Estuve tres meses acobardado porque te metes en internet donde ves cosas que acojonan y viviendo como un monje a base de agua mineral y de comidas sin grasas”.

Los médicos le recomendaron que caminara y que se comprara una cinta para hacer ejercicio en casa. Obedeció como el mejor de los pacientes, si bien transcurridos tres años del susto, durante unas vacaciones en Oropesa, en vez de caminar comenzó a trotar: “Veía que aguantaba bien media hora y ahí empezó todo”.

A su regreso a Madrid contactó con un grupo de corredores llamado “Forofos del Running” con el nick de “obispo”, y ya fue un no parar. Se apuntó a la carrera de 10 kilómetros “Ponle freno” que todos los años organiza Atresmedia y terminó por debajo de los 55 minutos pese a que aquel día llovió y granizó “de lo lindo” en Madrid: “Mira que podía haber dicho que ya no me apunto a más carreras porque son un martirio y total que hice justamente todo lo contario porque saqué un dorsal para correr la media maratón de Madrid”.

Hace justo ahora diez años, cuando Nicolás estaba a punto de cumplir los 64, debutó con la maratón. Lo hizo en Madrid y por debajo de las cuatro horas, “gracias a lo bien que se portaron conmigo un par de amigos que me hicieron un plan de entrenamiento”. Aquel día, nada más cruzar la meta, comenzó a recordar todos los sacrificios que tuvo que hacer para lograr su objetivo. “Me costó mucho trabajo empezar a correr esas distancias tan largas porque siempre había tenido mucho respeto hacia esas personas a quienes veía casi como seres de otros planetas”, admite. Lo cierto es que hasta que le detectaron la angina de pecho nunca se le había imaginado que pudiera correr una maratón, “y mucho menos a mis años”.

Nicolás Otiñar con su medalla más importante.

Nicolás Otiñar con su medalla más importante. / Alba Vigaray

A su edad, como es lógico, no le importa ya mucho el crono. “Si es que ya es un mérito enorme terminarla y hacerlo diez minutos arriba o abajo es algo secundario”. Lo importante es tener la sensación del deber cumplido. Cruzar la meta supone la culminación de tres meses de “duros” entrenamientos y las sensaciones son difíciles de explicar porque “lo que experimentas al terminar es algo tan emocionante que solo lo puede entender uno mismo”. Su cardiólogo no le impone normas más allá de que mantenga una dieta equilibrada y saludable. No obstante, dos o tres semanas antes de cada carrera larga se somete a unas pruebas de esfuerzo para ver cómo está su estado físico “y siempre las paso de maravilla”.

Hasta esta última vez, cuando le advirtieron de que tenía la tensión un poco más alta de lo normal. Nicolás ya sabía que iba a pasar eso porque no se había cuidado lo suficiente. “Igual está un poco feo que lo diga, pero como entreno duro y quemo muchas grasas, pensé que eso no me iba afectar en la carrera”. El aviso le sirvió para pisar otra vez el freno. Se tomó las cosas con más calma. “Si vas bien entrenado y a un ritmo que no sea duro puedes someter tu cuerpo a ese esfuerzo sin problemas”. Su marca, por debajo de las cuatro horas, ya le gustaría conseguirla a gente con menos años que él. Ahora mismo su ánimo es exultante. Aun así, dice que “de momento” la de Roma es su última. Y se verá porque le llegan cantos de sirena que provienen de Florencia y Canadá a los que no hace ningún asco.