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¿Es realmente admirable lo que hace (ahora) Rafa Nadal?

El mejor deportista español de la historia es libre de someter su cuerpo a los niveles de dolor y castigo que considere, pero los demás deberíamos reflexionar sobre el límite entre alabar su indudable tesón y jalear su sobreexigencia física, más después de su retirada de Wimbledon

Rafa Nadal, este miércoles, durante su partido de cuartos de final de Wimbledon contra Taylor Fritz.

Rafa Nadal, este miércoles, durante su partido de cuartos de final de Wimbledon contra Taylor Fritz. / Reuters

Recuerdo perfectamente el día que Aritz Aduriz, cerca ya de los 40 años, anunció que dejaba el fútbol, porque fue uno de los primeros actos mediáticos presenciales después del confinamiento general por el Covid de la primavera de 2020. En San Mamés, con la presencia de todos sus compañeros y de un puñado de periodistas, separados todos por una amplia distancia de seguridad, el mítico delantero del Athletic anunciaba que dejaba el fútbol con efecto inmediato.

Yo era de los que pensaba que, total, para lo que quedaba hasta final de temporada (si es que quedaba algo, que en esos momentos de incertidumbre sanitaria estaba por ver), podría haber aguantado. Pero entonces Aduriz dijo algo que a todos los presentes nos convenció y nos hizo reflexionar, a partes iguales: "Los médicos me han dicho que tengo que pasar cuanto antes por el quirófano para colocarme una prótesis en mi cadera. Tengo que hacerlo para poder tener una vida normal el día de mañana".

¿Qué se le podía decir? Aduriz había exprimido su físico hasta el límite máximo posible, hasta que el propio cuerpo le forzó a parar para poder tener "una vida normal", ya no como deportista, sino como persona, como marido, como padre de dos hijas. Lo único que se le podía decir era que, visto a toro pasado, debería haber parado antes y no poner en riesgo su integridad y su futuro. Pero en pleno 2022 todos debemos aceptar que cada persona hace con su cuerpo lo que quiere. A todos los niveles, diga lo que diga un tribunal de EEUU.

"Épico, titánico, el más grande..."

Regresó a mí esta reflexión la noche del miércoles, cuando Rafa Nadal logró el pase a las semifinales de Wimbledon. Consulté las portadas de los principales medios españoles y me topé con titulares como "¡Nadal, eres el más grande!", "Otro milagro de Rafa", "Un titánico Nadal remonta a Fritz", "Otro recital para la historia del deporte" o "Épico Nadal". Y a mí, la verdad, me hicieron sentir un poco incómodo.

Me hicieron sentir incómodo porque apenas un par de horas antes, quizá menos, había visto por la televisión como el padre y la hermana de Nadal le suplicaban desde la grada que abandonara el partido, con gestos muy elocuentes y visibles. Nadal arrastraba una lesión abdominal que, mediado el segundo set, le obligó a detener momentáneamente el encuentro para recibir tratamiento de fisioterapia en el vestuario. Y que, finalmente, le ha obligado a abandonar el torneo sin disputar las semifinales.

La decisión de seguir fue suya y solo suya. Y así debe ser, especialistas médicos al margen. Eso no se discute en estas líneas y de hecho habrá muchos, me atrevo a decir que la mayoría, que piensen que; pese a la posterior retirada, fue acertada, pues Nadal remontó el encuentro hasta acabar logrando el pase a semifinales en cinco sets. A nivel deportivo, sombrerazo para él, el mejor deportista español de siempre sin discusión. Un éxito más y van...

"No sé cómo lo he hecho. Ha sido una tarde dura contra un rival duro. No ha sido un partido fácil y estoy feliz de estar en semifinales. Eso es todo. Hay algo que en el abdominal no está bien, he tenido que buscar soluciones de otra manera porque he tenido momentos en los que pensaba que no podría continuar", confesaba el tenista con más Grand Slam de la historia después de ganar a Taylor Fritz.

Un día después, confirmado ya que sufría una rotura fibrilar de siete milímetros en su abdomen, Nadal se plegó a la evidencia: "No tiene sentido de que juegue. No es fácil dejar Wimbledon, pero debo respetarme a mí mismo y no jugar si no estoy a mi nivel. No puedo arriesgar más y exponerme a quedarme tres o cuatro meses fuera de la competición".

Cojo en Roland Garros

Una actitud, la de persistir hasta más allá del límite, que no es aislada en su historial. Solo hay que recordar que hace apenas un mes ganó Roland Garros siendo una persona literalmente coja. Todos los días tenía que tomar antiinflamatorios y analgésicos cada seis horas para poder salir a la cancha... con un pie dormido. "Hace un mes y medio no sabía si volvería a jugar al tenis a nivel profesional. Estaba en la cama destrozado", llegó a confesar tras levantar su 14º trofeo en París, tras semanas machacando sin clemencia su físico y engañando con medicinas a su cuerpo para que su sistema nervioso ignorara el dolor que le producía tan severa lesión.

Hay que comprender en este punto que todos los grandes deportistas construyen su legado a partir de la imagen que ellos proyectan y que los medios moldean de ellos. El de Rafa Nadal tiene que ver, talento al margen, con el tesón, con la fortaleza mental, con la ambición, con la capacidad para sobreponerse a las dificultades, con sus mil vidas tras otras tantas lesiones, también con la templanza, responsabilidad y serenidad de su discurso. Si Nadal fuera solo un tenista, nadie le haría mucho caso. Atrae a millones de seguidores por ese corolario de virtudes que ha cultivado y que le definen como deportista, como campeón y como figura pública.

¿Es lo correcto?

Todo ello acaba provocando que los que estamos al otro lado de la pantalla no interpretemos el destrozo físico al que se somete a sí mismo como un defecto, como un peligroso exceso, sino que, muy al contrario, respondamos a él con admiración. Como si Nadal fuera menos Nadal si no le vemos sufrir como un perro para después reponerse y acabar ganando en agonía física. Pero, ¿es esa la postura correcta? ¿Debemos alabar y hasta jalear semejante castigo físico de un tercero, incrementado sin freno durante ya casi dos décadas de carrera?

Creo que merece la pena hacerse esa reflexión y hacerla sin dramatismo y tampoco sin caer en el buenismo. No se trata de que sea un buen o un mal ejemplo para los niños, pues soy de los que piensa que un deportista profesional solo debe ser ejemplo (como mucho) para quienes le rodean, pero no para desconocidos. Tampoco se trata de banalizar el debate con el argumento, totalmente cierto, de que el deporte profesional de máximo nivel es una actividad perjudicial para la salud de todos los que la practican.

Se trata de reflexionar sobre si es admirable o no quien arriesga su físico hasta límites objetivamente excesivos por la consecución de un logro deportivo. Una reflexión aplicable a más deportistas, como pueda ser el caso (por citar a uno) de Marc Márquez. Nadal es sin duda un deportista admirable, como ha demostrado durante todos estos años de títulos. ¿Pero lo es ahora? ¿Debemos alabar esos niveles de sobreexigencia física, por mucho que él sea completamente libre de decidir sobre ellos como le venga en gana? ¿Podemos justificarlo con el argumento de que ha ganado más que nadie y que lleva cerca de dos décadas haciéndolo sin apenas descanso? Yo, la verdad, no lo tengo nada claro, pero sí tengo la convicción que es mucho más admirable el Nadal que este jueves se retiró apelando a su salud que el que la arriesgó un día antes