BALONCESTO

Gabriel Deck, el 'Tortuga' regresa al Real Madrid tras su paso por la NBA

El argentino firma por el club blanco y regresa a las órdenes de Pablo Laso hasta 2024

Su primera canasta se la hizo su padre con el palo de una portería de fútbol, unos tablones y el volante de un tractor como aro

Gabriel Deck en un partido con el Real Madrid frente al Barça

Gabriel Deck en un partido con el Real Madrid frente al Barça / Europa Press

Juanjo Talavante

Juanjo Talavante

Como si hubiese un caparazón que lo recubre de éxito, el argentino Gabriel Deck (Añatuya, 1995) se sitúa debajo de un buen contrato de cifras millonarias con un equipo de la NBA, de un subcampeonato del mundo con la selección Argentina y de varios títulos tanto en la liga de su país natal como del baloncesto español en las filas del Real Madrid. Pero no por eso lo llaman ‘el Tortuga’. No, el apelativo le viene por la costumbre que tenía de crío de asomar la cabeza por encima de la manta cuando estaba en la cama. Probablemente entonces no pensara que llegaría a asomarse, ya como adulto, al baloncesto de élite, al de los mejores. Porque, las cosas como son, él vino al mundo en un lugar lejos de las canchas y de los tableros de metacrilato, en el que las dificultades y las cuestas arriba estaban no solo en la calles sino en el interior de su propio hogar.

El ‘Tortu’ fue creando su propio caparazón, consciente desde pequeño de que la economía doméstica se basaba en equilibrios y escasas oportunidades. Veía a diario, junto a su hermano mayor Joaquín, los apuros de Nora Luna y Carlos Deck, sus padres, para llegar a fin de mes. El pequeño Gaby asomaba su rostro desde debajo de la ropa de la cama y contemplaba el panorama. Pero eso duró poco, porque no tardó en ponerse manos a la obra y ayudar a su padre en el campo y a su madre en las tareas de limpieza.

Sus primeros encestes los realizó en una canasta creada por su padre con el palo de una portería de fútbol, unos tablones y un volante de tractor como aro.

Gabriel Deck se crió en Colonia Dora, una localidad del Departamento Avellaneda, en la provincia de Santiago del Estero, de poco más de 2.500 habitantes por entonces. Allí, su padre trabajaba en campos de alfalfa y su madre limpiaba casas. El propio jugador recordaba en una entrevista en La Sexta: "No debía trabajar de pequeño, pero mis padres necesitaban ayuda. Mi madre limpiaba, y nosotros (su hermano y él) lavábamos y barríamos".

El pequeño Deck comenzó a jugar al fútbol, pero su padre le fabricó aquella canasta casera, y Gabriel se arrancó a jugar al básquetbol junto a Joaquín, su hermano mayor, que lo convenció para que cambiase el balón de cuero por el de color naranja. El padre encontró trabajo como chófer en una empresa, pero las carestías del domicilio persistían. Los hermanos Deck siguieron jugando al baloncesto y demostrando unas habilidades que les sirvieron para entrar en el Club Central Argentino, en la ciudad de Ceres (Santa Fe). A lo largo de varios meses, acudían allí a jugar cada fin de semana.

Gracias a la intermediación de una antigua profesora de educación física, Deck hizo las pruebas para jugar en la Asociación Atlética Quimsa, en Santiago del Estero. Allí acudió junto a su hermano y les ofrecieron una plaza en el equipo juvenil del club. En 2015, ya en el primer equipo, conquistó una liga argentina. Después fichó por el San Lorenzo de Almagro y ganó otras dos ligas (2016 y 2017), y la Liga de las Américas (2018), siendo el MVP de las finales.

Llegó entonces el premio a tantos sacrificios, a aquellos partidillos jugados a la luz de la luna en el patio de su casa, a los largos desplazamientos en autobús de línea para volver a casa y ver a los suyos. Deck se convirtió en un fijo en la selección argentina y en 2018 firmó con el Real Madrid, con el que lograría una liga, una Copa del Rey y tres Supercopas de España. Y, entonces, la NBA sacó su chequera: 14,5 millones por 4 temporadas. Y Deck dijo adiós al equipo blanco en plena temporada.

Allí la cosa no ha cuajado y tras 17 partidos el argentino regresa al Real Madrid, ante la sonrisa complaciente de Pablo Laso y una afición que sabe que hay pocos jugadores como él en Europa en la posición de tres, y con capacidad para jugar como 4. Algunos hablan de fracaso, pero eso es porque no conocen los mimbres, las raíces y los cruces de camino por los que pasó este argentino de 26 años.

Más allá del mote cariñoso, este jugador hoy de casi dos metros de altura tiene muy poco de tortuga. No es precisamente lento; él es veloz, cuenta con un poderoso salto y en la cancha es polivalente, impetuoso y bregador.

De vuelta a Madrid, lejos de su hogar, Gaby no ha olvidado nunca sus raíces y su pasado. Con la ‘plata’ ganada como profesional ayudó a su familia a abrir un negocio local y ha apoyado un proyecto para la creación de un comedor social en Colonia Dora, el lugar donde un día tomó la decisión de jugar al baloncesto para que en casa hubiera menos platos que llenar.