TEATRO

'Vendrán los alienígenas y tendrán tus ojos': el amor es el nuevo punk (extraterrestre)

La directora y dramaturga María Velasco defiende el amor como una utopía transformadora en una obra confesional en clave de ciencia ficción

Los protagonistas de 'Vendrán los alienígenas y tendrán tus ojos'.

Los protagonistas de 'Vendrán los alienígenas y tendrán tus ojos'. / Jesús Ugalde

Madrid

Ha cumplido los cuarenta, se acaba de separar, es autónoma, su vida es tan precaria que a veces sueña que cuando se muera su entierro lo pagará la SGAE, toma pastillas para la ansiedad y hace tiempo que nota que su cuerpo ha dejado de ser fotogénico. Está tendida en una cama y una voz masculina en off dice que la palabra avistamiento se usa para la contemplación a distancia de aves, pero también de ovnis, y que así es como miramos al otro, como objeto no identificado, como extraterrestre, como extranjero, como eso que no logramos entender. Lo mismo nos pasa con el amor, que será algo parecido a un encuentro en la tercera fase con banda sonora de David Bowie en Vendrán los alienígenas y tendrán tus ojos, la nueva pieza de la directora y dramaturga María Velasco, un poema escénico sobre “la inusitada posibilidad de amar a estas alturas de la historia, del capitalismo y del apocalipsis” interpretado por Maricel Álvarez y Carlos Beluga. La obra se estrena este viernes en Nave 10 Matadero con espacio escénico de José Novoa, coreografía de Josefina Gorostiza, videoescena de Albert Coma, luces de Pilar Valdelvira y música de Tagore González.

El universo en el que germinará la ficción, la autoficción y la ciencia ficción en esta obra será un set con varios espacios: un escenario para las canciones de Massiel y Bambino que interpretará en directo Carlos Beluga, un invernadero que remitirá a un mundo natural confrontado con ese otro hipertecnologizado, y una cama en la que primero estará tendida esa mujer deprimida y en duelo tras una ruptura y después, ese mismo cuerpo que ya es de otra, enamorada como una demente, como alguien que ha vivido el avistamiento de un objeto no identificado. Esa mujer será una contactee, pero antes de eso habitará el páramo sexoafectivo del ghosting, el sexting y el stalkeo, será hija de un padre incapacitado para decirle que la quiere y depositaria de ese “relato heteronormativo del amor en el que hay muchísimas toxicidades heredadas”, dice Velasco, ese ideal de amor romántico que nos hemos zampado tanto tiempo sin rechistar y que “ha colonizado tanto nuestros imaginarios que lo tenemos instalado como un microchip”.

En Vendrán los alienígenas… María Velasco hará suya esa frase de Alain Badiou que decía que el amor no solo hay que reinventarlo, como decía Rimbaud, sino defenderlo, “porque es un tema bastante marginado, como si fuera un tema menor, un tema relegado a la vida íntima que, sin embargo, tiene que ver con lo micropolítico”, explica la directora a este diario. ¿Por qué hablar ahora del amor? “Yo venía de escribir sobre temas ‘serios’ y estaba en una etapa introspectiva y muy introvertida, pero me pareció travieso y friki volver al amor, un asunto del que había estado huyendo porque podía parecer medio banal, medio frívolo y, sin embargo, me di cuenta de que ahora que parece que todos somos presas de esta sociedad del cansancio, con relaciones muy fugaces, escribir sobre esto valía la pena y era una aventura”.

La dramaturga y directora María Velasco, Premio Nacional de Literatura Dramática 2024.

La dramaturga y directora María Velasco, Premio Nacional de Literatura Dramática 2024. / Carlos Luque

La dramaturga, reciente Premio Nacional de Literatura Dramática por su obra Primera sangre, un texto sobre violencia sexual en la infancia, o Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra, una fábula oscura y ecofeminista, sabe que esta nueva obra revela una ruptura en los temas habituales en su escritura: “Yo estaba muy apegada al pasado, a la infancia y a la adolescencia, a resolver deudas con los traumas y con los fantasmas del pasado, y este es un proyecto que mira al futuro”. De ahí que Velasco haya elegido la ciencia ficción como territorio poético, un lugar desde el que construir otros imaginarios: “Quería reinventar el amor generando una utopía e intentar alumbrar desde ahí una búsqueda para reerotizar la existencia y el lenguaje, e incluso para volver a ser un poquito más deseante, más combativa, para tener más ganas de levantarme cada día”.

El amor es el nuevo punk

Esa propuesta utópica que defiende Velasco, con los mismos cuarenta años de su protagonista, abrazará sin pudor lo cursi y se distanciará de forma radical del cinismo. “A mí lo cursi me fascina y creo que estamos en un momento de reivindicar la ternura, pero no en los términos del discurso normativo de Disney o de tantas series testosterónicas de Netflix. Yo intento llevar la cursilería incluso a la propia sala de ensayos, en la que hay cariños y hay cuidados”, dice. Junto a ella, la actriz Maricel Álvarez, miembro del colectivo La Columna Durruti, curadora de arte y a la que hemos visto en películas de Sophie Calle o González Iñárritu, señala que “esta es una obra que escapa a todo cinismo, no estamos acá para opinar, estamos acá para habitar una forma de amor, de emoción, de vida en común: la amorosidad es el nuevo punk”.

La intérprete argentina sostiene que en estos tiempos que corren “no solo la conversación sobre el amor no está agotada, sino que es más necesaria que nunca. Por un lado, porque el amor es un mutante y se puede analizar desde diferentes perspectivas que iluminen una nueva manera de entenderlo y, por otro, porque siento que estos son tiempos aciagos que nos alejan del amor, del sentimiento más atávico que despierta estar habitado por él, y eso nos vuelve no solamente unos cínicos y unos distanciados, sino, en el peor de los casos, crueles, desafectados, desamorados. Y está bueno señalar eso a partir de una historia con un personaje en la edad media de su existencia, una mujer que tiene mucho para llorar, pero también mucho para reír, para compartir y para descubrir porque siempre está todo por hacerse, por aprenderse”.

Massiel, los mandatos y la conciencia de clase

“No hemos acabado aún de hablarnos de amor”, escribirá Jean Genet El condenado a muerte, y esa cita que abre el texto de Velasco convivirá en escena con recuerdos del universo de Thoreau, Haneke, Tarkovsky, Ursula K. Le Guin y con ese amor que te empuja y te puede y te lleva detrás y de pronto te alza, te lanza y te quema que cantaba Massiel. Será, además, un universo atravesado por el género, la edad, la clase y las condiciones materiales que hacen posible esa posibilidad porque ya sabemos que cuando hablamos de amor, no solo hablamos de amor. “Hablamos mucho de la clase porque hay dos grandes personajes ausentes en la obra, y esto está atravesado por lo generacional, que son el padre, del que ella hereda un paradigma del amor, y el sobrino, que simboliza las nuevas generaciones. Hoy, cuando hay una especie de doctrina del repertorio total, me planteo mucho cómo rehacemos y drenamos el discurso amoroso que hemos heredado de los viejos, máxime cuando eres heterosexual, que a veces implica una autoexigencia casi mayor. ¿Qué le dejas como educación no solo sexual, sino más bien afectiva, a los pequeñitos que te rodean?”.

El actor y músico Carlos Beluga, coprotagonista de la obra.

El actor y músico Carlos Beluga, coprotagonista de la obra. / Jesús Ugalde

Maricel Álvarez cree que, contra los mandatos heredados, Vendrán los alienígenas “no plantea una rebelión desbocada sino consciente, amorosa, muy habitada por la idea de los cuidados. Hay una frase bellísima en la pieza donde mi personaje le dice al niño ‘al menos tenemos que intentar amar un poco mejor que nuestros padres’ y ese discurso aprendido y muchas veces impuesto tenemos que deconstruirlo, desmontarlo, desandarlo y, a la vez, tenemos que habitar nuevos espacios. Todo es prueba y error, y esta protagonista lo demuestra constantemente, lo importante es participar, como dice María en el texto”.

Si no amamos, ¿para quién saldremos a las calles?

En tiempos de turbocapitalismo y deconstrucción del patriarcado, ¿qué está diciendo esta obra? “La feminidad ha sido un producto hecho a medida del amor romántico y todas las perversiones que hemos heredado, y ahora que hay un feminismo y hablamos el consentimiento, pero también de tantas sexualidades como individuos, se plantean muchos retos porque las alteridades se vuelven más rugosas que nunca, son más difíciles y, a la vez, también son más apasionantes. Una manera de fugarse de eso es la virtualidad que hay hoy en las relaciones, pero para mí el encuentro íntimo, el encuentro físico, el vis a vis que propone la obra con la figura del contactee, el encuentro con el extraterrestre o el diferente es esa atracción por la alteridad que hoy pasa por nuevos retos, justamente cuando estamos en esa deconstrucción de los discursos heteronormativos y patriarcales”, contesta Velasco.

Ya la última. Cuando la obra identifica el amor con un objeto no identificado, de alguna manera está defendiendo el misterio, eso que escapa a reglas, normas y certidumbres en tiempos en que todo está visible, etiquetado y colocado en su respectiva estantería “Es que estar enamorado es estar encantado, supone reencantar la realidad, y yo aquí lo defiendo como acto de voluntad porque enamorarse es volver a creer y, como decía Anaïs Nin, sin fe no hay milagro. Yo creo que deserotizarse es una forma de volverse más dócil y menos combativo. Si no somos deseantes, ¿qué vamos a defender? Si somos lacónicos, si estamos apagados, si estamos desenamorados, ¿para quién saldremos a las calles? ¿Para qué trabajaremos? ¿Para qué lucharemos? Y vuelvo a la cuestión de la clase: cuando te precarizan y estás muy pendiente del rendimiento o del techo, no te dejan tiempo para lo más importante de esta vida, que es afectar y ser afectado. Y podrán decir que es cursi y ñoño, pero es al revés: hay que abrazar esa energía erótica porque es una energía transformadora”.