LIBROS
Lealtad, sumisión y explotación: el feudalismo sigue vivo en las casas de los ultrarricos
La socióloga francesa Alizée Delpierre se infiltró en el mundo del lujo extremo para investigar la sumisión disfrazada de privilegio de los empleados de hogar de la élite socioeconómica en su nuevo ensayo ‘Servir a los ricos’

Greg y Kendall (Nicholas Braun y Jeremy Strong), miembros de la saga milmillonaria que retrata 'Succession'. / ARCHIVO
Parece una escena sacada de otra época, pero está ocurriendo en estos mismos momentos. En las casas de los más ricos las leyes laborales apenas existen. Son los amos quienes dictan las normas que rigen el comportamiento y en muchos casos la vida de las personas que trabajan en sus apartamentos, en sus casas, en sus mansiones, imponiendo reglas, en ocasiones abusivas y arbitrarias, que recuerdan bastante más al feudalismo que al siglo XXI.
Allí dentro los contratos y los horarios acordados tienen un valor relativo. Lo que se pide a los empleados es una entrega total que, además, en muchos casos se vende como un privilegio. Para muchos de los trabajadores domésticos de las casas de los ultrarricos, el lugar donde sirven es su mundo entero: viven ahí, dependen de sus patrones para su manutención y, en ocasiones, hasta para la educación de sus hijos. Tienen que estar casi siempre allí, dispuestos a lo que sea, pero a la vez han de ser invisibles. En este microcosmos de poder y devoción absolutas, los derechos laborales se diluyen como un cubito de hielo en un vaso de whisky escocés de edición limitada.
Para Soraya, por ejemplo, que hoy en día trabaja como mayordoma para una familia de milmillonarios estadounidenses en Mónaco, esta compleja situación laboral es una realidad cotidiana. A lo largo de los años, ha trabajado para diferentes personas que pueden permitirse cualquier capricho, sin importar lo descabellado que sea.
Entre los más absurdos que recuerda: despertarse con una nana cantada en canon por dos sirvientas, desayunar un revuelto de dos huevos y medio cocidos durante exactamente doce segundos o cenar con una mesa en la que la distancia entre los cubiertos ha sido medida al milímetro con una regla. La lista de excentricidades podría ser infinita, porque el dinero no solo compra comodidad, sobre todo compra la certeza de que siempre habrá alguien dispuesto a satisfacer cualquiera de nuestros deseos.
Este tipo de relatos y otros todavía más profundos o indignantes, son los que recoge la socióloga Alizée Delpierre en su nuevo libro, Servir a los ricos (Península, 2025). Un ensayo en el que se sumerge en este universo dorado gracias a una larga investigación que la llevó a infiltrarse como niñera en varias de estas casas.
El libro, que muchos leerán con la boca abierta a pesar de sospechar todo lo que se lee en él, desvela cómo los empleados del servicio doméstico sostienen este mundo de lujo extremo y dependencia absoluta, atrapados en una estructura de poder donde las fronteras entre el trabajo y la vida personal no existen.
Una convivencia muy particular
En Servir a los ricos se nos presenta un escenario en el que se produce una curiosa convivencia que no se da en casi ninguna otra parte. Dos clases sociales completamente opuestas conviven y dan forma a una relación simbiótica pero a la vez tremendamente enfermiza.
“Esta coexistencia en el mismo hogar puede parecer sorprendente”, reconoce Delpierre, “ya que la sociología de las élites muestra que estas elaboran constantemente estrategias para vivir apartadas de las demás clases sociales. En este caso, la relación de domesticidad se basa en un juego permanente de proximidad y distancia. Tanto los empleados domésticos como sus empleadores afirman que forman parte de la misma familia, aunque ambos saben muy bien que, en cualquier momento, sus relaciones pueden romperse y que no deben cruzar ciertas líneas de conducta y sentimientos. Por ejemplo, es común que una patrona, tras considerar que se ha confiado demasiado a una empleada doméstica, adopte una actitud fría hacia ella, pase de tutearla a tratarla de usted y le haga algún reproche”.

Alizée Delpierre, autora de 'Servir a los ricos'. / Cedida
“Este enfoque familiarista”, continúa la autora, “fomenta la entrega de los empleados domésticos y el sentimiento de deber hacia los patrones. Lo que estos les ofrecen es percibido como dádivas, que implican una reciprocidad y esta se traduce en un trabajo sin límites por parte de los empleados. Cuanto más trabajan, más ganan; y cuanto más ganan, más trabajan. Esto es lo que en el libro llamo ‘explotación dorada’. Los empleados domésticos son conscientes de ello. Están dispuestos a aceptar este sistema hasta que, a largo plazo, se vuelve insostenible, ya que terminan agotados”.
Otro ejemplo de la gran barrera que existe entre amos y empleados es, según la autora, que la casa de los ultrarricos está marcada por una división en el acceso a los espacios: los empleados domésticos no tienen derecho a usar las piscinas ni a entrar en ciertas habitaciones sin autorización.
Los hijos de los empleados, que en ocasiones también viven con sus padres en la casa, rara vez pueden entrar en los cuartos de los hijos de los patrones. Pueden jugar con ellos, pero en la sala de estar o en el jardín.
Sin embargo, a veces los empleados son invitados a comer con los patrones en eventos festivos. Siempre existe, por lo tanto, un equilibrio entre la cercanía y la distancia que se parece bastante a una relación tóxica en la que se crea una fuerte dependencia mediante refuerzo intermitente.
La illusio del servicio doméstico
Para intentar definir esta compleja relación amo-empleado, Delpierre utiliza el concepto de illusio (en este caso del servicio doméstico), un concepto heredado de Pierre Bourdieu y que señala que las personas, en un contexto determinado, consideran que "el juego vale la pena", es decir, que merece la pena respetar ciertas reglas porque creen que pueden obtener beneficios.
“Los empleados domésticos están atrapados en esta illusio”, afirma la socióloga: “creen que, a pesar de los sacrificios en su vida privada, el agotamiento e incluso, en algunos casos, los insultos de sus patrones o el acoso psicológico, vale la pena quedarse para ganar dinero y acceder a la movilidad social y profesional”.
Y es cierto, estos trabajadores suelen cobrar bastante más que sus homólogos que trabajan para personas menos acaudaladas. Sin embargo, solo una pequeña parte de ellos logra realmente acumular un pequeño capital económico o ascender en la jerarquía. “Los demás se desgastan, renuncian, colapsan o son despedidos”, asegura Delpierre, que habló con decenas de empleados y empleadores a lo largo de su investigación. “Aun así, la ilusión del ‘juego’ es tan poderosa que muchos se aferran a la esperanza de movilidad y continúan participando durante mucho tiempo. De hecho, la alta rotación en el sector lo demuestra: los empleados domésticos se van, pero hacen todo lo posible por encontrar otro trabajo dentro del mismo ámbito, con la esperanza de ascender en la jerarquía o de conseguir mejores condiciones laborales”.
Por si todo lo anterior fuera poco, en sus posibilidades de mejorar, el sexo o la raza importan mucho. Las tareas están distribuidas según estos criterios: un chófer siempre será hombre y una niñera mujer. “Además los amos suelen reproducir toda una serie de ideas preconcebidas sobre lo que el color de piel o un acento determinado podrían significar en términos de competencias o comportamiento”, añade la socióloga. “La asignación de habilidades está estrechamente vinculada con la historia colonial del país. En España, por ejemplo, muchas empleadas domésticas provienen de países de América Latina, y sobre ellas circulan numerosos estereotipos racistas. Sin embargo, los patrones presentan un argumento para protegerse de cualquier crítica: afirman que no discriminan porque contratan a hombres, mujeres, personas negras, blancas, etc. Pero lo cierto es que asociar un origen a una determinada cualidad también es una forma de racismo”.
En busca de la “perla rara”
Esos conceptos de posesión y de cualidades casi mágicas asociadas con los orígenes o la raza de los empleados del hogar, cristalizan en conceptos como el de “perla rara” que suelen usar los ricos con los que se entrevistó Delpierre para designar a una buena empleada doméstica.

Península publica 'Servir a los ricos'. / Cedida
“Según las entrevistas que realicé con mujeres ricas, que suelen ser las encargadas de contratar al personal doméstico, una ‘perla rara’ es una empleada que cumple con sus expectativas en todos los aspectos: alguien eficiente en sus tareas, dócil, amable, capaz de anticipar sus deseos y dispuesta a sacrificarlo todo por ellos”, explica la autora. “Este calificativo se aplica mayoritariamente a las mujeres, ya que los criterios de docilidad, discreción y neutralidad en la apariencia física son especialmente exigentes para ellas. Además, los patrones tienden a desconfiar más de las mujeres en relación con posibles intentos de seducción o robos, dentro de una lógica sexista que las propias empleadoras han interiorizado”.
Qué hacer con el trabajo doméstico
En su última parte, el libro de Delpierre reflexiona sobre cuál es la salida de esta situación, teniendo en cuenta que las personas que contribuyen a perpetuar este sistema son las más ricas y poderosas del mundo y que este lleva siglos en funcionamiento sin apenas cambios.
“El hecho de tener trabajadores domésticos, aunque funciona como un signo de distinción, no es solo una forma de mostrar la riqueza, sino que también contribuye a la reproducción social de las clases dominantes. Al no tener que realizar estas tareas, los ricos pueden enfocarse en otras cosas: trabajar para aumentar aún más su riqueza, fortalecer su red de contactos o simplemente descansar”, explica la autora. “En este sentido, este trabajo es un pilar fundamental que permite a las clases acomodadas mantenerse en su posición privilegiada y, por tanto, seguir ejerciendo poder sobre las demás clases sociales”.
No obstante, la autora no se queda solo en el caso particular de los ultrarricos. Muchas personas tienen servicio doméstico, aunque a menor escala, y se plantea una pregunta aún más amplia: ¿qué hacer con las tareas domésticas en nuestras vidas?
“El trabajo doméstico contribuye hoy en día a ampliar las desigualdades sociales entre quienes son servidos y quienes sirven”, sostiene. “El problema quizá no radique tanto en la delegación de estas tareas, sino en las condiciones en las que se lleva a cabo. Las personas más pobres no pueden delegar sus tareas domésticas en empleados domésticos y estos se encuentran entre los más precarizados y explotados de la sociedad, como lo demuestran los datos de la Organización Internacional del Trabajo. Entonces, ¿sería necesario reducir la jornada laboral de hombres y mujeres para que las tareas domésticas sean asumidas en mayor medida por las propias familias? ¿Deberíamos encontrar formas de solidaridad no mercantilizadas para el trabajo doméstico? ¿O quizás crear un servicio público de apoyo doméstico?”, con esta reflexión y la petición a los poderes públicos de entrar a fondo en este tema, concluye Servir a los ricos.
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