CINE
El Oscar de 'Aún estoy aquí' catapulta el cine brasileño en el mundo
El mercado internacional redirige su atención a Brasil y espera con los brazos abiertos las nuevas películas de Kleber Mendonça Filho, Gabriel Mascaro y del veterano Karim Aïnouz

Fotograma de 'Aún estoy aquí'. / CEDIDA
Después de que la película Ciudad de dios fuera nominada a cuatro categorías de los premios Óscar en 2004, el cine brasileño vivió un verdadero boom. A pesar de que el filme finalmente no ganó ninguna estatuilla, su director Fernando Meirelles dirigió importantes producciones internacionales, como El jardinero fiel (2005, Óscar a la mejor actriz secundaria) o Ensayo sobre la ceguera (2008, basado en la novela de José Saramago). Y la lluvia de premios continuó: en 2005, Diarios de Motocicleta, dirigida por Walter Salles, ganó el Óscar a la mejor canción original (autoría Jorge Drexler) y el BAFTA a mejor película en lengua no inglesa. En los años posteriores, documentales como Estamira (Marcos Prado, 2005) o Santiago (João Moreira Salles, 2007) cosecharon premios en todo el mundo. Tropa de Élite, con el sello del guionista de Ciudad de Dios (Bráulio Mantovani), se alzó con el oso de Oro en Berlín. En 2011, el documental brasileño Waste Land fue nominado en la categoría al Óscar de Mejor Documental.
El director Walter Salles, en su primera entrevista en portugués tras ganar el Óscar atribuyó el mérito de Aún estoy aquí "al talento brasileño delante y detrás de las cámaras". Los medios brasileños no tardaron en augurar una nueva edad de oro para el cine nacional y en apuntar a los sucesores de Walter Salles. Todas las expectativas están puestas en Gabriel Mascaro (Oso de Plata en el Festival de Berlín de 2025 por su película O último azul), Juliana Rojas (premio a la mejor directora en el festival de Berlín de 2024 con Cidade; campo) y Kleber Mendonça Filho (el estreno mundial de O Agente Secreto en el próximo festival de Cannes está casi confirmado).
"El Óscar da mucha visibilidad para la cinematografía de nuestro país. Valora a nuestros técnicos, a nuestros artistas, a nuestros actores, a nuestros directores. Hace que el mercado internacional se interese en saber lo que se está produciendo aquí", asegura a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA Beatriz Seigner, directora del largometraje Los silencios (2019), estrenado en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes.
Futuro inmediato
Público y crítica aguardan con la máxima expectación O último azul, de Gabriel Mascaro, una película con aromas de ciencia ficción que retrata un Brasil distópico en el que un gobierno transfiere a los ancianos a un asilo obligatorio. Mascaro continúa la senda crítica de su largometraje anterior, Divino amor (2019), que presentaba un Brasil futuro tomado por una dictadura religiosa en el que hasta las raves están controladas por las iglesias evangélicas. The Hollywood Reporter describió Divino amor como uno de los mejores filmes del Festival de Cine de Sundance y como "una parábola sobre nuestro tiempo".
La atmósfera distópica también impregnaba Bacurau (2019), que ganó en el premio del jurado del Festival de Cannes en 2019 y el de mejor dirección en el Festival de Cine Sitges. El farwest gore dirigido por Kleber Mendonça Filho recrea cómo una pequeña comunidad del interior de Brasil se defiende de extranjeros que quieren aniquilarla. Tanto Amor divino como Bacurau, elaboradas en medio del caos político y de la oleada reaccionaria que acabó con el golpe parlamentario que tumbó a la presidenta Dilma Rousseff en 2016, fueron interpretados por el mundo como un reflejo del Brasil presidido por Jair Bolsonaro.
La denuncia social, siempre presente en el cine brasileño, se agudizó en los últimos tiempos y atraviesa algunos algunas de las películas actuales más emblemáticas. La joven cineasta Lillah Halla visibilizó en Levante (2024) el dilema de una jugadora de voley que en el auge de su carrera se queda embarazada y decide viajar a Uruguay para abortar. Levante, premiado en el Festival de Cannes, resalta la autonomía de los cuerpos frente a la represión institucional. Por su parte, Caru Alves dirigió Mi nombre es Bagdá (2021), premiado en el festival de Berlín, protagonizado por una joven de la periferia de São Paulo que circula en grupos de skaters de mujeres mientras encuentra un rumbo para su vida. Por otro lado, Cidade; campo, la aclamada película de Juliana Rojas, cuenta dos historias de migración entre el campo y la ciudad marcadas por el dolor. Una de ellas narra cómo una trabajadora rural se ve obligada a irse a la ciudad tras la ruptura de una presa en su tierra natal (algo que remite a las tragedias de Mariana y Brumadinho).
La estela internacional del cine brasileño post Óscar también estará protagonizada por dos nombres consagrados. Karim Aïnouz, director del aclamado Madame Satã (2002), estrenó su película de suspense erótico Motel Destino en el festival de Cannes de 2024. Por su parte, Kleber Mendonça Filho, regresa con O Agente Secreto un thriller ambientado en la ciudad de Recife en los años setenta. Tras el arrollador éxito de El sonido alrededor, Aquarius y Bacurau, crítica y público aguardan con ansiedad la nueva película de un director que disecciona como nadie el capitalismo urbano y el clasismo.
Ciclo largo
La cineasta Beatriz Seigner destaca que parte del vigor del cine brasileño se debe al apoyo recibido durante los dos primeros mandatos del presidente Lula da Silva (2003-2010). Cita expresamente el Fundo Setorial do Audiovisual (FSA), que democratizó el acceso a los recursos económicos para el cine. "El fondo posibilitó que cineastas negros de la periferia y de otras regiones de Brasil, no apenas de Río de Janeiro y São Paulo, y que mujeres y personas de otras clases sociales, tuvieran recursos para contar las historias de sus territorios y sus cuerpos", asegura.
La cineasta Caru Alves también insiste en el ciclo largo de la producción cinematográfica. Su cinta Mi nombre es Bagdá fue elaborada entre 2014 y 2020. "Muchas de las películas que circularon nacional e internacionalmente durante el gobierno de Bolsonaro fueron producidos antes de la era Bolsonaro", afirma a este diario. Rafaella Costa, socia productora de Manjericão Filmes, que trabajó en la internacionalización del filme de Caru, destaca el ciclo largo de bonanza vivido por el cine brasileño. "El cine nacional vivió una época de buenos títulos y premios internacionales gracias a lo que había existido anteriormente. Desde los gobiernos de Lula y de Dilma el cine independiente creció mucho. La política de apoyo al cine producido en diferentes regiones fue importantísima".
El director Gabriel Martins, con veinte producciones a sus espaldas, encarna el perfil de cineasta que cocinando películas desde la periferia del mercado acabó conquistando al público internacional. Su película Marte Um (2022), estrenada en el Festival de Cine de Sundance y representante de Brasil a los Óscar en 2024, cuenta la historia de un niño negro de clase media baja que sueña con incorporarse al proyecto Mars One para colonizar Marte. "Brasil tiene excelentes talentos en todos los rincones, por eso estoy a favor de la democratización al acceso de recursos. Solo es posible que surjan nuevos talentos apoyándolos", afirma a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA Thiago Macêdo Correia, de Filmes de Plástico (productora de Marte Um).
A partir de 2004, Ciudad de dios propició un virtuoso ciclo largo gracias al incentivo público y privado. El interés internacional por el cine brasileño, de la mano de un aumento de la financiación, facilitó el éxito de películas como Casa Grande (2014), Que horas ela volta (2015, una durísima crítica contra el clasismo), el documental La sal de la tierra (2015, dirigido por Wim Wenders y Juliano Salgado, candidato a un premio Óscar) o incluso que el actor Wagner Moura protagonizase la serie Narcos de Netflix.
El legado tóxico del bolsonarismo
A pesar de que la estela del Óscar puede ser alargada para el cine brasileño, el sector alerta sobre el legado tóxico de los cuatro años del gobierno Bolsonaro. La Agência Nacional del Cine (ANCINE) casi fue desmantelada, así como la mayoría de incentivos públicos para la cinematografía. Rafaella Costa recuerda cómo los nubarrones llegaron a partir de 2020: "El número de títulos cayó exageradamente. Durante todo ese periodo, todo se paralizó". Tanto, que Thiago Macêdo considera que los resquicios de las decisiones de aquel gobierno se verán en los próximos años. "Muchas empresas no sobrevivieron, muchos artistas tuvieron que cambiarse de ramo, porque no había trabajo. Quien sobrevivió, ahora intenta reinventarse. Beatriz Seigner confiesa que tiene cuatro películas escritas, pero que aún está captando recursos. "Durante el gobierno Bolsonaro todo se congeló. Colocaron a militares dentro de la ANCINE e hicieron una campaña de odio en las redes sociales contra nuestra industria, como si fuéramos criminales", afirma.
Caru Álves, que acaba de estar en el Festival de Málaga Fund & Co buscando fondos para su largometraje Uma cidade para Christine, cree que hay motivos para el optimismo: "El cine brasileño tiene una capacidad de resiliencia y de resistencia increíble. América Latina está siempre en crisis y oscilamos entre gobiernos de derecha, izquierda y centro. Ahora la ultraderecha llegó fuerte. Incluso así, nunca perdimos nuestra potencia". A pesar del bolsonarismo, los cineastas brasileños parecen recitar a coro: "Aún estamos aquí".
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