LA ENTREVISTA

María González Fajardo, ingeniera de caminos: "La Antártida es el aire acondicionado del Planeta"

"Las mujeres que nos dedicamos a la ciencia sentimos a veces que no nos escuchan mucho"

Maria González Fajardo, ingeniera de caminos de la empresa Acciona y una de las 124 mujeres científicas que acaban de ir a la Antártida en un viaje de empoderamiento femenino y de estudio y lucha contra el cambio climático.

Maria González Fajardo, ingeniera de caminos de la empresa Acciona y una de las 124 mujeres científicas que acaban de ir a la Antártida en un viaje de empoderamiento femenino y de estudio y lucha contra el cambio climático. / Alba Vigaray / EPE

Ingeniera de caminos, trabaja en Acciona desde hace 22 años, y expresa así su fidelidad: "Por ahora, soy de una sola empresa, un solo marido y una sola profesión". Ha trabajado siempre en infraestructuras que mejoren la vida en las ciudades, como la electricidad renovable o el ciclo integral del agua. Ha formado parte de la expedición Homeward Bound a la Antártida, junto a otras 123 científicas de 22 nacionalidades, ocho de ellas españolas. Sus dos pasiones son el trabajo y la familia. Tiene tres hijos. Aficionada a la montaña y a navegar, le gusta la decoración, la pintura y hacer voluntariado. 

"De Albacete a la Antártida", ha escrito un periódico sobre usted. Reconozca que es un titular de hacer mucha patria manchega.

Sí [ríe]. Es un titular sensacionalista. Yo nací en Albacete, toda mi familia es de allí y hasta los 18 años estudié en Albacete. Luego estudié ingeniería de caminos en Madrid, y aquí he desarrollado la vida profesional. Pero en Albacete está mi familia, mi madre, y es una ciudad que une mucho. Cuando sales fuera y ves un albaceteño, enseguida nos unimos. 

Acaba de participar en la expedición Homeward Bound, plataforma de científicas para dar visibilidad a la mujer en la ciencia mirando hacia el cambio climático y sus consecuencias. ¿Cuál fue su primera impresión al llegar a la Antártida?

Iba con mucha ilusión. Para llegar estás 48 horas en el barco, con mucho movimiento y unas olas importantes. Cuando el mar se calma y ves las primeras islas que hay antes de llegar a la península antártica es de mucha emoción, como ¡Tierra a la vista!

Se sintió Rodrigo de Triana.

Un poquito. O Francisco de Hoces, que estuvo en ese estrecho [de Magallanes]. Fue una sensación de decir: Madre mía, cuando venían los descubridores, que no sabían que iban a llegar a ningún sitio, por ese mar abierto, tan bravo y tan salvaje. Nosotras sabíamos que íbamos a llegar y teníamos ilusión, y esa sensación de descubrimiento de algo que está poco explorado.

Eran 124 científicas, biólogas, ingenieras, tecnólogas, matemáticas. ¿Por qué todas mujeres?

El programa es de liderazgo femenino. Homeward Bound es una empresa australiana sin ánimo de lucro que quiere promover el empoderamiento de mujeres que nos dedicamos profesionalmente a la ciencia, pero sentimos a veces que no nos escuchan mucho, o trabajamos en un entorno más masculino, y darnos herramientas de liderazgo. Y como Acciona también promueve estas iniciativas de incorporar a la mujer en el mundo laboral, empezó a patrocinar la parte pública de esa plataforma, para darle visibilidad. La plataforma propuso a nuestra empresa llevar a algunas candidatas que cumpliésemos con las características requeridas. 

Han ido a estudiar los efectos del cambio climático y el calentamiento global en uno de los territorios más vulnerables del planeta. ¿Qué se han encontrado y qué hace allí una ingeniera de caminos?

Como ingeniera, dentro del mundo de las infraestructuras hay formas diferentes de hacer las cosas para que tengan menos impacto y menos huella de carbono. Es verdad que la Antártida es la zona más vulnerable, aunque sea la menos expuesta, pero los efectos del cambio climático que hemos provocado en otras partes del mundo se ven allí, aunque no haya nadie. El equipo científico del barco nos decía que ya estaban llegando microplásticos a las aguas, que los glaciares tienen ya un retroceso importante. Aparte de que la Antártida es el aire acondicionado del Planeta entero, es como la refrigeración. Y por las corrientes del viento, hace que todo el aire caliente del Ecuador se traslade a las zonas polares y al revés, el aire de los polos se traslade al Ecuador, y así se puede vivir en todo el mundo. Si no, no se podría vivir. En el Ecuador habría temperaturas de 80 grados, y a partir de Alemania estaría todo congelado. Si se deshiela la Antártida, la temperatura del resto del Planeta sube. Y si se deshielan los glaciares se eleva el nivel del mar.

Me las imagino desembarcando en masa y revolucionando a las focas.

Es que el Tratado Antártico tiene protocolos muy específicos, y prevé que los desembarcos se hagan en grupos muy reducidos. En nuestro barco podíamos desembarcar en grupos de diez o doce y llegar a treinta. Hacíamos turnos con las zodiac de forma escalonada. Pero debo decir que los pingüinos y las focas no nos hacían ni caso. Creo que tienen tan poca amenaza que no consideraban un peligro nuestra visita. Íbamos que parecíamos astronautas. Te visten y te desinfectan en el barco porque no puedes ni dejar nada ni llevarte nada de allí. No puedes tocar el suelo, solo puedes andar. Y como los pingüinos y las focas estaban en su entorno natural y no podíamos acercarnos mucho ni hacerles ningún aspaviento, el pingüino te miraba sin saber lo que eras, como si viera moverse una piedra.

Pasaban de ustedes. ¿No se sintieron desairadas, tras un viaje tan largo?

Pues la verdad es que te miraban un poquito y seguían tan a gusto.

Habla del Tratado Antártico y sus limitaciones, pero parece que la Antártida puede empezar a estar como Benidorm: llena de cruceros y turistas como Pedro por su casa. ¿Quién puede frenarlo?

Cuando hemos vuelto hemos oído noticias así, pero la verdad es que allí no vimos a nadie. Algún otro barco, pero a distancia. El protocolo del Tratado Antártico, que regula el turismo allí, va dando muy poquitos permisos. Por eso los cruceros estarán completos, porque igual hasta el año que viene no hay más. Es como las Cuevas de Altamira, a las que puede ir un número de personas cada equis meses.

Puede haber un peligro añadido: Que Elon Musk se encapriche del continente o que Trump decida llamarlo América Helada y convertirlo en el 52 estado de la Unión, tras Groenlandia.

Allí hay petróleo y bastantes minerales, y se sabe. Pero el Tratado Antártico, suscrito, entre otros países, por Estados Unidos, protege la zona hasta 2048. Está firmado que es un continente con fines pacíficos y científicos, y todos los científicos que puedan ir allí libremente tienen que compartir toda la ciencia que descubran. En 2048 habrá una revisión con los países que quieran seguir formando parte del Tratado.

Trump se ha salido de la OMS y de varias organizaciones internacionales que no le gustan. Y está retirando fondos, entre otras cosas, a todo lo que huela a ecología.

Todo es posible, Pero sería una pena. Allí hay bases científicas norteamericanas, y ellas mismas abogarán por permanecer. Nosotras fuimos justamente a visitar la Palmer Station, una de ellas muy importante.

¿Qué ha sacado en concreto aplicable a su trabajo?

No por la Antártida, pero sí por el grupo de mujeres que hemos estado, cada una de una empresa diferente. Me han aportado mucho, porque son mujeres bastante potentes profesionalmente. Yo estoy en un proyecto de descarbonización de las infraestructuras. Tenemos ese grupo de trabajo para crear buenas prácticas constructivas y hacer que la industria tenga menos huella de carbono y que en los proyectos se usen los menos recursos posibles. Queremos hacer un protocolo común que se pueda llevar a las instituciones a nivel internacional.

¿Qué es lo más preocupante de la situación de la Antártida? 

Yo creo que, a nivel planetario, el deshielo, el calentamiento global. Aunque allí, estar a menos 70 o menos 65 grados es seguir estando frío. Pero al resto del Planeta le afecta, especialmente el cambio climático. Lo estamos viendo: inundaciones, catástrofes muy agresivas, huracanes. Y luego, muchas de las especies únicas de allí están viéndose afectadas y tienen que emigrar o buscar la comida más lejos. Algunas especies están en riesgo de extinción. O sea que la pérdida de la biodiversidad también es un problema. 

¿Por qué llevaban una psiquiatra en el equipo? No sería por las consecuencias de interactuar con las ballenas.

Es verdad que los dos días de cruzar, del mareo y los dos de volver no lo pasas bien, y estás fuera de tu zona de confort, de tu familia, con un grupo de personas que no conoces. Y si querías podías hablar con ella. También había un médico, y alguna lo visitó por los mareos, cólicos, diarreas. La psiquiatra, Dom Baetens, australiana, nos había preparado ya dentro del curso de liderazgo que seguimos durante un año antes de emprender el viaje sobre salud o meditación. Nos daba las partes más emocionales, de comunicación, de visibilidad, de impacto, de confianza en nosotras mismas. Pero al volver sí que hemos tenido un poquito de impacto, y las de los mismos grupos de trabajo lo hemos notado, porque allí estás en un entorno más tranquilo. Por ejemplo, el primer día no apareció nada. Luego pasó un pájaro y fue la emoción del día. Veías una ballena a lo lejos y estabas media hora a ver si se la oía. Cuando vinimos, otra vez el tráfico, los coches, el avión. Hemos tenido que adaptarnos de nuevo. Algunas estamos sufriendo más que otras. 

Usted ya, con tres hijos, de adoptar un pingüino ni se habla, ¿no?

Pues la verdad es que está prohibido [ríe]. Y están allí tan bien… Hay muchos pingüinos, muchas colonias muy grandes, y parece que están de tertulia, echando la tarde. En uno de los desembarcos vimos unos como si estuvieran hablando: las madres por un lado, los pequeñitos por otros, otros bañándose y tirándose como desde un hielo… Una auténtica familia, la colonia en su estado natural. Se ponían a nuestro alrededor… Son muy graciosos, peculiares y entrañables. Se deslizan, saltan, son como muy juguetones, pero más bien entre ellos. Es verdad que te hace ilusión verlos. Y de repente hay como doscientos o trescientos, una montaña llena.

¿Qué se le ha grabado más de la Antártida: los colores, los olores, el silencio?

Las que más me han impactado han sido las ballenas. Nunca las había visto, y además nos han explicado su funcionamiento y su protección. Las que veíamos, algunas muy de cerca, eran ballenas jorobadas, de 20 a 30 metros. Cada ballena se alimenta del fitoplancton, que ha absorbido mucho dióxido de carbono, y en esta absorción del CO2 es el equivalente a mil árboles. La ballena funciona como mil árboles. Al comerse el krill, pequeños microorganismos y crustáceos que han absorbido CO2, la ballena lo materializa en su cuerpo, igual que el tronco de un árbol lo absorbe al hacer la fotosíntesis, y luego ya se queda como madera. Me impactó que hubieran hecho un protocolo y se hubiera conseguido la prohibición de cazarlas. Proteger las ballenas se está ya haciendo a nivel internacional, y eso te da esperanza.