LIBROS

Miguel Santamarina, periodista especializado en historia: "A lo mejor, la paz en Europa no es tan duradera como queremos creer"

El periodista y escritor publica 'La guerra que cambió el mundo: Efemérides de la Segunda Guerra Mundial', un libro que podría ser un cronología de la gran contienda bélica

El periodista Miguel Santamarina acaba de publicar 'La guerra que cambió el mundo: Efemérides de la Segunda Guerra Mundial'.

El periodista Miguel Santamarina acaba de publicar 'La guerra que cambió el mundo: Efemérides de la Segunda Guerra Mundial'. / Cedida

Madrid

En buscar la anécdota interesante se ha centrado el periodista y escritor Miguel Ángel Santamarina (Burgos, 1972) para darle una visión un poco diferente –dentro de lo divulgativo– a su libro de no ficción La guerra que cambió el mundo: Efemérides de la Segunda Guerra Mundial (Ediciones B, 2025). Cuenta el autor que incluso un toque de ficción hace que su obra se pueda leer mejor, sin que sea una colección de efemérides históricas con datos historicistas, sino también que aparezca carne, piel “y toda esa gente que estuvo allí de una forma involuntaria o voluntaria, grandes y también pequeños personajes”. El día que se hace la siguiente entrevista, Santamarina celebra la segunda edición del libro en estos tiempos de guerra.

P. ¿A qué le suena a usted el concepto “paz duradera”?

R. La paz duradera es el ritmo que buscamos todos y lo que muchas veces dicen y no se consigue. Aunque es cierto que ha habido conflictos en otros sitios del mundo, si nos ceñimos a Europa, a la excepción de los Balcanes en los 90 y lo que ha ocurrido en Ucrania y otros episodios con repúblicas secesionistas, podemos decir que ha habido una paz duradera después de la Segunda Guerra Mundial. Sobre todo porque las democracias que surgieron y la formación de la Unión Europea más tarde consiguieron una estabilidad y un concepto de paz muy metido en la población.

P. Ahora se habla de paz, pero parece que la dirección es la contraria.

R. Y lo estamos viendo como algo necesario para que Europa siga creciendo y que nos echemos en las manos de las fábricas internacionales, muchas de ellas norteamericanas, de fabricación de armas. Parece que la solución a los problemas es conseguir una paz comprando más armas. Un dato curioso: la obsolescencia que tiene el armamento. Los drones militares de hace tres o cuatro años son hoy chatarra. Incluso los de hace dos. Esto nos puede llevar a que esa paz duradera se esté cimentando a partir de ahora en comprar más y más armas. Desde luego, a lo mejor no es tan duradera como queremos creer.

P. ¿No le resulta irónico que para mantener la paz haya que utilizar las armas?

R. Sí. Independientemente de que seamos personas que detesten cualquier conflicto bélico, una intervención militar, cosas como las que hemos visto en Gaza, en Ucrania, en los Balcanes... los ejércitos son necesarios. Es una opinión personal. Siempre va a haber conflictos, no podemos pensar en una paz idílica y utópica, porque el ser humano quiere conquistar, quedarse con las materias primas de otros, reclamar territorios... Lo que no es necesario es esta escalada de compra de armamento bélico en la que un país, en vez de destinar sus recursos a educación y sanidad para mejorar las condiciones de sus ciudadanos, tiene que ir a comprar más y más armamento. Incluso otros asuntos peliagudos, como que en función de cómo se vaya desarrollando lo que está ocurriendo en estas últimas semanas y cómo se cristalice, puede que llegue a haber un reclutamiento. Es como ponerte la venda antes de tener la herida. También creo que estamos en una nueva fase en la cual el armamento es muy diferente y China puede invadir Estados Unidos desde Pekín con un ejército de drones.

P. Stalin y Hitler firmaron el 23 de agosto de 1939 el pacto de Ribbentrop-Mólotov, un acuerdo de no agresión, pero con una cláusula secreta que estipulaba la división de Europa Oriental entre las dos potencias. Stalin quería el territorio ocupado por Finlandia. ¿Se repite la historia?

R. Siempre utilizamos ese tópico de que la historia se repite, un poco para intentar explicar algo que nos puede parecer inexplicable, pero realmente la explicación es mucho más sencilla: estamos hablando de que lo que ocurre en la Primera Guerra Mundial, en la Segunda Guerra Mundial y ahora mismo, haciendo una comparativa con lo que nos ocurre en la actualidad, es que todo se mueve por la socialización de las materias primas. Ese proceso es el que lleva a que haya unos conflictos en la Primera y Segunda Guerra Mundial y que ahora mismo Rusia y Estados Unidos estén interesados en que haya una paz en la cual ellos se vean beneficiados. Siempre que hay un final de una guerra y se firma un tratado, hay países que se benefician más que otros, y en este caso las materias primas en esa negociación son fundamentales. También hay que tener en cuenta que Ucrania, por ejemplo, es uno de los graneros mundiales. Es muy interesante ese pacto del que hablas porque, muchas veces, tienes el nombre de pacto de no agresión, y en efecto es una agresión que no se produce hasta junio de 1941, cuando Hitler decide romperlo de forma unilateral e invadir la Unión Soviética. Pero hasta entonces, lo que hay es un previo a ese comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en el cual las dos potencias estaban ideológicamente enfrentadas, aunque tenían unos intereses. Siempre hubo un anticomunismo en Hitler que se va a ver exacerbado durante los primeros años del conflicto, y luego mucho más, hasta el final. De hecho, en su último discurso, Hitler viene a llamar desagradecidos a todos los europeos, porque él ha sido el único que ha querido luchar contra los bolcheviques. Pero, como en todo, en cuanto hay dinero de por medio, la ideología se deja a un lado. Los intereses nacionales riman en lo económico más que en lo político.

Viacheslav Mólotov, ministro de Relaciones Exteriores de la URSS, firma en 1939 el pacto de no agresión nazi-soviético con su homólogo alemán Joachim Ribentropp (detrás de él y a la dcha. de Stalin).

Viacheslav Mólotov, ministro de Relaciones Exteriores de la URSS, firma en 1939 el pacto de no agresión nazi-soviético con su homólogo alemán Joachim Ribentropp (detrás de él y a la dcha. de Stalin). / ARCHIVO

P. En su libro, usted abarca también los años previos y posteriores al conflicto.

R. Sí. Intento meter cosas previas que son importantes, como la Conferencia de Evian o el comienzo de la guerra sino-japonesa. El antisemitismo es uno de los conceptos básicos para entender la Segunda Guerra Mundial, no solo el conflicto bélico. Es tan importante que el Holocausto es un hecho que permanece un poco escondido en el relato de la guerra. Aunque sí que se conoce, es un hecho muy popular en Estados Unidos, en ciertos sectores, partidos políticos y en ciertos estratos de la sociedad, igual que lo es en Gran Bretaña e incluso en Francia; el antisemitismo no es exclusivo de Hitler, existe en los pogromos que se hacen en Bielorrusia, en Polonia, en Rusia, en Ucrania, pero también existe en la sociedad norteamericana, en la británica y en la francesa. Por ejemplo, el famoso caso de Alfred Dreyfus entre 1894 y 1906. Ese antisemitismo que le da voz a Hitler ya en 1924, cuando Alfred Rosenberg empieza a difundir Los protocolos de los sabios de Sion, un panfleto totalmente antisemita y falso. Y, por cierto, el propio Henry Ford, el empresario norteamericano, en sus medios de comunicación le dio voz en Estados Unidos. Ese antisemitismo es la primera fase de lo que luego lleva a la muerte de seis millones de personas por el simple hecho de profesar la religión judía. Incluso muchas de las sociedades de acogida también están divididas, porque ellas mismas muchas veces sufren de ese antisemitismo.

P. Paradójicamente, Rafael Leónidas Trujillo ofreció asilo a los judíos. ¿Por qué cree que lo hizo?

R. No lo sé, a lo mejor ese día había comido bien. Trujillo es un personaje totalmente terrorífico. Lo conocemos muy bien a través de la magnífica novela de Manuel Vázquez Montalbán, Galíndez, y también a través de la de Mario Vargas Llosa, La fiesta del Chivo. Es cierto que no fueron tantos como dijo, pero sí que llegaron unos cuantos, y es interesante porque muestra un poco cómo se posiciona el resto del mundo en esa conferencia y cómo todos tienen sus recelos. Siempre hay personajes que te sorprenden, y ese dato me pareció interesante porque articula muchos de los otros episodios del libro.

P. El oficial de las SS Klaus Barbie es otra de estas contradicciones, porque después fue informante de la inteligencia estadounidense, la cual le ayudó a escapar más tarde a Sudamérica.

R. Es contradictorio en el sentido de que hay que entender lo que es la política. En la política hay intereses. Nos puede chocar que un gobierno norteamericano tenga como confidente a Klaus Barbie, pero realmente mucha de la gente que salió beneficiada en los juicios de Núremberg fue porque tenía algo que ofrecer. Hay otra gente que no, por supuesto. Era imposible que, después de la Segunda Guerra Mundial, Hitler —aunque se suicidara—, Goebbels y toda la cúpula del régimen nazi hubieran tenido una salida. Rudolf Höss, por ejemplo, tampoco podía acogerse a ninguna solución, porque era el comandante de Auschwitz. Pero hay otros intermedios que en ese momento no eran tan conocidos pero que luego sí lo fueron. Klaus Barbie es muy conocido a través de su procesamiento posterior. Quizás en el 45-46 era uno más de tantos carniceros que hubo. Pero esta gente tenía información valiosa. Igual que los físicos nazis, que de repente interesaba llevarse a Estados Unidos para que trabajaran en la industria militar y espacial. Lo mismo ocurrió con algunos criminales de guerra japoneses como Shirō Ishii, que estaba al mando de la Unidad 731 y fue perdonado porque los estadounidenses querían su conocimiento en armas biológicas. Se perdonaron muchas cosas porque había intereses.

Klaus Barbie, antiguo jefe de la Gestapo en Lyon, abandona esposado un juzgado de la ciudad francesa cuando fue procesado en 1987. LYON, FRANCIA 4/7/87 EL NAZI KLAUS BARBIE ABANDONA EL JUZGADO. REUTER/ROBERT PRATTA.

Klaus Barbie, antiguo jefe de la Gestapo en Lyon, abandona esposado un juzgado de la ciudad francesa cuando fue procesado en 1987. LYON, FRANCIA 4/7/87 EL NAZI KLAUS BARBIE ABANDONA EL JUZGADO. REUTER/ROBERT PRATTA. / ROBERT PRATTA - REUTERS

P. Dice que "desde el principio de la historia, los seres humanos hemos puesto un gran empeño en aniquilarnos". ¿Estamos condenados a entendernos?

R. La guerra implica avaricia, ambición, querer lo que no tienes y apropiártelo. Implica nacionalismo, la creencia de que "mi pueblo es superior y merece más que los demás". Cuando tú crees que eres superior a alguien, automáticamente creas un enemigo. Y cuando hay un enemigo, muchas veces la única forma de resolver ese conflicto no es con una negociación, sino con una guerra. Acabo de leer el libro de Slavenka Drakulić sobre los Balcanes (Café Europa) y es impresionante cómo en algunos casos la guerra es la única respuesta que los seres humanos encuentran para resolver sus diferencias. Afortunadamente, en las últimas décadas ha cambiado nuestra forma de ver la guerra. Si volvemos al concepto de paz duradera del que hablábamos antes, la Segunda Guerra Mundial marcó un punto de inflexión en la historia. Se establecieron nuevas democracias, nació la Unión Europea, se crearon organismos internacionales para evitar más conflictos. Para nosotros, los europeos, la guerra ha quedado en un pasado remoto. Hemos vivido un periodo de estabilidad sin precedentes. Lo que hemos vivido en las últimas décadas es algo casi único: generaciones que han crecido sin conocer la guerra en su propio territorio. Por eso ahora tenemos una visión diferente del mundo. Nos cuesta imaginar un conflicto bélico en Europa. Aunque como estamos viendo con la guerra en Ucrania, la amenaza siempre está ahí. Aun así, creo que hemos avanzado. Hoy en día, la mayoría de los países buscan resolver sus diferencias sin recurrir a la guerra, pero siempre estamos a merced de los grandes poderes, de los intereses de ciertos líderes, de los caprichos de un Elon Musk o de un oligarca ruso. Pero, en general, creo que hay muchos políticos y líderes que trabajan cada día para evitar conflictos y tender puentes. Lo que pasa es que, como siempre, las noticias negativas tienen más impacto. Y hace más ruido una bomba en Ucrania que todo el esfuerzo diplomático que se hace para evitar que haya más bombas.