MÚSICA
La Susu más intimista pone calor a una gélida noche madrileña
Tras varios años de parón, la cantante vuelve a encontrarse con el público interpretando las canciones del último álbum que editó, en 2021

Susu, durante su concierto de este viernes en Madrid. / Xavier Amado

Se asomaba Susu a las tablas después de al menos un lustro alejada de ellas. En realidad el primer reencuentro ya había sido hace unos días en Barcelona, donde jugaba en casa, pero aquí se reencontraba con Madrid en una noche gélida de luna llena, una de esas lunas intimidantes que parecen alumbrar en exceso, y tenía la artista algo más que los nervios lógicos del regreso. Hay un tipo de músico, incluso entre los más populares y veteranos, que se siente como pez en el agua trabajando en casa o en el estudio, pero al que le cuesta salir a un escenario y ponerse delante del público. Susu -lo comentaba justo antes de empezar el concierto- es uno de ellos.
Sin embargo, una vez subida a la tarima del Jazzville madrileño, uno de esos garitos pequeños y acogedores en los que todo funciona, desde el sonido y la luz hasta el tintineo de las cervezas de fondo, no hubo rastro de los posibles nervios. Tenía Susu ganas de actuar, dijo, y se le vio disfrutarlo relajada y dicharachera. Había venido a interpretar fundamentalmente su último álbum, Ella me salva, que publicó en 2021, y lo tocó casi entero, con algunas de las canciones sueltas que ha ido sacando después. Si hubo algún pequeño desajuste en el primer tema, el de coger temperatura, a partir de ahí fue todo rodado, su voz clara muy bien acompañada por una guitarra, la de Francisco Guisado Dueñas 'El Rubio', que iba a ser todo buen hacer y elegancia, llenando él solo el espacio que, cuando esas canciones se grabaron, ocupó toda una banda.

Susu y El Rubio, en directo en el Jazzville. / Xavier Amado
Arrancaron con Erizos de arena, la canción que cerraba aquel disco, El Rubio silbando los primeros compases y Susu segura a la guitarra acústica. En su letra se habla de barcos que zozobran en un mar que ruge, y serían ese tipo de imágenes y ese espíritu evocador los que marcarían la noche: mucha ola, mucha luna y muchos pies descalzos en la arena. "Todo esto tiene un trasfondo muy marino; los paseos por la playa, Calella...", dijo la artista en cuanto terminó ese primer tema.
Ella me salva fue un disco sanador con el que Susu quería rendir homenaje al poder terapéutico de la música, y que surgió del duelo desatado por la muerte de una amiga, Britta, con la que compartió casi todo. La canción homónima, que fue otra de las primeras en sonar este viernes, está dedicada a las dos, a la música y a Britta, y para ella escribió también la que interpretó a continuación, Dónde te fuiste, en la que llora a la amiga añorada y se lamenta por no haber pasado más tiempo con ella. Había tristeza en la voz de una cantante que, todavía hoy, la echa de menos. La guitarra de El Rubio, a ratos rycooderiana, se encargaba de poner paisaje a esos momentos de nostalgia.
Pero si la melancolía domina muchos de los pasajes de ese disco, en sentido contrario se da una circunstancia curiosa en la música de Susu que se hace más evidente todavía en directo: sus canciones de desamor, aquellas en las que alguna vez volcó el despecho o el reproche a quien le hizo daño, son a menudo las más animadas y las que tienen un tono más jocoso. Ironía para cicatrizar las heridas. Se nota cuando canta Cuenco de oxidiana, una oda a los desengaños y la desconfianza que casi da ganas de ponerse a bailar. O con Amor platónico, dos palabras que repite una y otra vez en el estribillo con bastante guasa, como riéndose de una misma por no haber afinado mejor el tiro al elegir objeto de deseo. El remate es El fantasma, en la que habla de esas personas que aparecen y desaparecen, te mienten y te manipulan, y se pregunta con cierto cachondeo "si olvidaste nuestro amor o lo metiste en un cajón". Hay que quitarle peso al drama.

Susana Moll Sarasola, concida artísticamente como Susu, durante el concierto. / Xavier Amado
Dice Susu que siempre le han encantado los cuentos, escucharlos y contarlos, y su condición de buena narradora es evidente sobre el escenario, porque para presentar cada canción suelta un pequeño speech o rememora alguna historia. Antes de cantar Mundo vacío se queja del estrecho lugar que le estamos dejando al arte y de lo difícil que lo tienen los creadores (en particular los músicos) como ella. En Hojas al viento, en cambio, se nota la conexión con su otro yo, la maestra de yoga, porque se la dedica "a todos los seres sintientes de este planeta", dice. "Ojalá que un día sean felices".
Luego están las canciones en las que se mira a sí misma, hacia dentro. La más diáfana es Su voz, la última publicada hasta la fecha, en la que habla del bullying que sufrió en el colegio y cómo consiguió superarlo. Pero también Mi habitación, donde se transmuta en Virginia Woolf para subrayar la importancia de tener un espacio propio; es decir, de ser libre. Con esa canción se despedía, habiendo hecho del Jazzville madrileño precisamente eso, su habitación propia. Ahora, la artista espera nuevas fechas para seguir actuando en otras ciudades, reconectando con el público y despistando a un miedo escénico que, al menos en Madrid, nunca se hizo evidente.
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