LA ENTREVISTA

Marina Garcés, filósofa y ensayista: "La soledad no es un fallo, sino una condición gracias a la cual podemos amar"

Lleva toda una vida dedicada a la filosofía no como materia académica sino como forma de estar en el mundo. Publica 'La pasión de los extraños' (Galaxia Gutenberg), un tratado para valorar la amistad, hoy más necesaria que nunca frente a la sociedad del miedo y la sospecha en la que nos adentramos, y las falsas relaciones telemáticas que nunca podrán sustituir la emoción de descubrir los valores del "extraño"

Marina Garcés, filósofa y ensayista.

Marina Garcés, filósofa y ensayista. / Asis Ayerbe

Hay un verbo que en inglés delimita las fronteras ente el pensamiento y la creencia. To think (pensar) no es creer, lo que sería to believe. Mientras que en castellano "yo creo" se utiliza de forma general e indiscriminada aplicada al pensamiento. Es Marina Garcés muy cauta y precisa cuando repite "yo pienso" a cada rato. Lleva pensando desde que era muy niña, hasta que encontró en el Pensamiento su forma de ser. Nació rebelde (Barcelona, 1973) contra el confort y también, el amedrentamiento. Su tesis doctoral (Universidad de Barcelona) y primer libro publicado se titulaba Las prisiones de lo posible, cuestionamientos en torno a la inercia social.

Hoy imparte Filosofía en la Universidad Abierta de Cataluña y es impulsora de diversos espacios de filosofía de lo común: el suyo propio, Espai en Blanc (espacio en blanco), que ahora rota por las bibliotecas públicas, y otros ligados a instituciones como el MACBA, el CCCB o el Instituto de Humanidades de Barcelona. Trae bajo el brazo un tratado sobre la amistad, un concepto desvirtuado hasta ponernos a punto de nieve para la irrupción totalitaria de la tecnocracia. Pasen y lean aquello que la filosofía entiende como ética de la amistad: un salvoconducto para la salvación no individual.

Entiendo que este ensayo parte de aquel grito de Elliot, "He´s my friend!", referido al extraterrestre que nunca podría ser nada suyo, E.T. ¿He ahí el valor de la amistad: amar sin deseo de posesión?

Pienso que la amistad es amar de una manera que desbanca las jerarquías sociales que organizan nuestras vidas, a través de las que poseemos y nos poseen. No pienso que la connotación de la amistad sea su naturaleza desinteresada: hay muchos intereses que se cruzan con la amistad. Pero sí que está dislocada de algún modo de los mecanismos de posesión en nuestra sociedad, aquellos que organizan a quién pertenecemos, familia, matrimonio, Estado y otras identidades, que se articulan a través de sus correspondientes instituciones sociales. La amistad, no. Hay algo en la amistad que es por sí misma y que, como decía, desbarata todo ese orden de la posesión.

¿Por qué le traumatizó tanto la película?

Más que traumatizarme, me emocionó hasta lo insoportable por su incondicionalidad. La vi con 7 u 8 años, cuando las películas se veían al estrenarse en el cine, y siendo tan pequeños asistimos a una historia que nace de una amistad incondicional, un niño que se salta todos los protocolos posibles de vida, madre, casa, policía, Estado. Todo, simplemente por fidelidad a un amigo, y que decide separarse de él y organizar su huida, liberar al amigo en lugar de aferrarse a él, porque la separación forma parte del amor. Esto, dicho así, es una reflexión adulta, pero en la infancia los mundos son más bien cerrados y cercanos, y la película fue un golpe duro para los niños de varias generaciones.

Marina Garcés, filósofa y ensayista.

Marina Garcés, filósofa y ensayista. / Asis Ayerbe

De hecho no pudo volver a ver la película en años y esta es la reflexión que se hizo cuando lo logró, en la aséptica cabina de un avión, un lugar sin escapatoria. ¿Esa incondicionalidad revelada forma parte esencial de esta "pasión de los extraños"?

Sí, pero fue totalmente involuntario volver a verla. En un avión no eres tú, el avión supone un secuestro de todo lo que eres, de tu cuerpo, tu expresividad, tus necesidades fisiológicas: has de ser lo menos tú posible para soportar un viaje de avión de 12 horas, sentada frente a una pantallita con un menú de películas que te salva del agobio y la angustia. Y ahí, en un vuelo a México, estaba E.T. Así me atreví a reencontrarme con ese extraño, ese extraterrestre y amigo. Y reactivé la idea de que esos amores incondicionales nacen muchas veces en la amistad de aquellos que vienen de lejos, que no nos pertenecen ni son de nuestro mundo. Luego, releyendo el Poema de Gilgamesh, el texto más antiguo del que tenemos rastro, una historia de amistad entre un príncipe y un ser no civilizado o un bruto, como diríamos en castellano, pensé: he aquí nuestro Enkidu. De esto elaboré todo un hilo de reflexión que es este libro. 

Marina, nuestra educación comienza con aquella advertencia de "¡no hables con extraños!", y, sin embargo, o ¿la democracia, la sociedad compartida, no sería la interacción entre extraños?

Claro, vivir en sociedad es vivir entre extraños, que seguramente y en su mayor parte no nos van a gustar. No es un espacio de elección, de afinidades selectivas. Vivir en sociedad es convivir con aquellos que nunca conoceremos o no del todo, y que no necesariamente se van a adecuar a nuestro "perfil", como se dice ahora. Y si algo tiene sentido en aquello que podemos llamar democracia, es la idea política de que esto no sólo es inevitable, sino deseable: construir las condiciones políticas que hagan posible una vida justa entre extraños. Una vida basada en la justicia entre los desconocidos y en la posibilidad de tomar decisiones juntos. Esto no es la amistad, por supuesto, que es preferencial y particular. No, la democracia no es necesariamente una sociedad de amigos, pero sí que hay una política que puede hacer más o menos posible las relaciones de amistad.

La amistad nos libera de los miedos que nos hacen ser obedientes al poder. Sin amor al extraño, estamos construyendo una sociedad de enemigos

"El perfil" o esa paranoia identitaria que hoy padece la sociedad hace que lo no catalogable se convierta en sospechoso. Este punto de partida, ¿destruye la posibilidad de democracia al rechazar esa interacción de seres "no catalogables" y por tanto extraños o ajenos?

Por desgracia, vamos hacia una sociedad de la sospecha y del miedo, en la que cualquier extraño es antes una amenaza que un amigo o una posibilidad de amigo. Y eso hace peligrar también las condiciones de la democracia. De hecho, esta paranoia identitaria, este temita del "perfil", que nos hace ver lo no catalogable como una amenaza o peligro, destruye, sí, la posibilidad de la democracia. Este libro versa sobre la amistad, pero inseparablemente es también una reivindicación política de la extrañeza contra la paranoia identitaria, esta idea de que sólo podemos sentirnos y estar seguros con aquellos que reconocemos como idénticos, ya no como iguales porque la igualdad es otra cosa, sino como seres idénticos que piensan, se expresan, odian y sufren como yo, mientras todo lo demás queda en ese afuera peligroso y constituye ese enemigo interior o exterior. Sí, nos estamos convirtiendo en una sociedad de enemigos.

Como consecuencia, la gente crea refugios de amigos/as que lo que buscan es parecerse mucho para sentirse a salvo, señala. ¿No es ésta la misma dinámica de los adolescentes?

Los adolescentes, y con dos me ha tocado convivir hasta hace bien poco [Marina Garcés es madre de un par de mellizos], están ensayando su yo y aquello en lo que se van a ir convirtiendo. La adolescencia es un ensayo de vidas posibles y es un ensayo doble: por un lado, buscan la tribu, esa identidad de ser almas gemelas, y por otro, salir de su registro, descubrir la diferencia de todo tipo, de ahí que les guste conocer gente que seguramente no piensa como sus padres, que no van a ser del gusto de su entorno doméstico y escolar. Esto también lo hacemos los adultos, hay amigos que son para salir, y otros que tienen la puerta de casa abierta. Y a lo mejor ambas amistades son importantes. Yo estoy muy en contra de las jerarquías en la amistad, esa inercia de distinguir el fuera, el cuándo, los ritmos, las cotidianidades o las excepcionalidades.

¿Se ha fijado en lo multitudinarias que son las pandillas hoy? ¿Tendrá que ver con esa ansiedad imperante de buscar tribu?

Por un lado, la necesidad de combatir el aislamiento en el que muchas veces nos sentimos, en el trabajo, en la precariedad, en los cambios de domicilio, en las rupturas familiares, etcétera, nos impele a hacer masa o tribu, sí. Pero también ha influido la facilidad con la que nos comunicamos a través de las tecnologías, y esto está multiplicando el alcance de nuestras citas y convocatorias, y a veces los grupos acaban siendo inverosímiles.

Ya, pero aunque esto un día pueda amargarte el vino, ¿el acercamiento al extraño no le parece interesante?

Es un punto de interés, sí. Son modos distintos de sentirnos convocados por otros, y también de romper esos círculos a veces muy privados y muy propietarios de la amistad. Todos tenemos la experiencia de no ser aceptado, convocado o invitado por un grupo de amigos al que nos gustaría pertenecer. Y también hay todo un régimen de crueldad en la elección de a quién se convoca y a quién no. Esta relativa impersonalidad de las comunicaciones digitales, que puede generar acoso, también puede ser muy democrática, muy abierta, cuando no pasa tanto por la invitación personal o por el contacto personal y único sobre tu individuo.

Marina Garcés, filósofa y ensayista.

Marina Garcés, filósofa y ensayista. / Asis Ayerbe

O peor, por el juicio. Si partimos de dos tipos de amistad, la multitudinaria y la individualizada, ¿no es cierto que el tipo que preferimos nos define?

Hay gente que lo dice de sí misma: yo soy de amistades de dos. Y hay personas que son de grupo e incluso han tenido el mismo grupo toda la vida, del colegio, de los estudios, del trabajo, y se instalan en ese espacio para toda la vida. Pero en realidad, la mayoría combinamos los dos tipos de amistad, dependiendo del momento en el que estamos e incluso los intereses: si algo tiene la amistad es que nos estática en el tiempo y es seguramente una de las relaciones personales que más presentes están a lo largo de toda la vida. Tenemos amistades desde que inventamos amigos imaginarios en la infancia o interactuamos con nuestros juguetes, hasta cuando envejecemos y nos acompañamos de otra manera. Mientras las relaciones familiares e incluso amorosas suelen ser más estáticas, la amistad va mutando con nosotros a través de la vida.  

La amistad es la única relación humana sin papeles ni lazos predeterminados, es en este sentido desinteresado o libre, pero, sin embargo, tiene una utilidad práctica reconocida por el pensamiento e incluso la psiquiatría. ¿Por qué a priori nos hace mejores la amistad?

En la amistad no hay legislación, contratos ni leyes, sí, es un espacio de libertad relativa, pero en ocasiones regulada y vigilada; por ejemplo, la amistad hombre-mujer nunca ha sido bien vista. Y existe hoy todo un lenguaje terapéutico que sitúa la amistad como algo que nos hace bien bajo distintos parámetros, ya sea de salud mental, de longevidad, de desarrollo mental, incluso de capacidad neuronal. Pero constituye una desviación respecto a la ética de la amistad, que desde Aristóteles afirmaba que la amistad nos hacía bien, pero lo afirmaba en términos de virtud, porque es un amor que no tiene ninguna finalidad externa a ella; es decir, somos amigos de aquellos a quienes no instrumentalizamos, a quienes no vamos a usar para otra cosa. Esto es muy distinto a lo que propone la amistad terapéutica, porque se sostiene en otras finalidades: la amistad como un medio para encontrarnos mejor. 

La amistad es la percepción del encanto del otro, su demencia, su idiosincrasia, y sintonizar con ello: es una de las necesidades más fundamentales de nuestras vidas

No sólo la amistad entre distintos géneros sexuales, sino también la amistad femenina ha estado siempre bajo sospecha. Ambas apreciaciones son profundamente patriarcales, ¿cómo es posible que hoy sigan operando?

Porque el patriarcado no muere, aunque lo hayamos machacado. Estamos además en un momento bastante trágico en este sentido: después de toda la ola feminista que se visibilizó sobre todo a partir de la primera manifestación del 8M en 2018, que puso en el centro del debate y de la lucha no sólo una igualdad formal, sino una manera diferente de entender nuestros vínculos, afectos, cuerpos, amistades, porque la amistad está muy en el centro de los feminismos más recientes, todo esto ahora está siendo contestado por un machismo reaccionario, por un patriarcado a la defensiva que acusa al feminismo de poner en crisis una determinada estructura social. Se ha generado una dura batalla y la manera en cómo se entiende la amistad es uno de sus centros nucleares. Esto a su vez ha despertado un enorme interés por la amistad, de hecho hay todo un boom de las historias de amistad en la literatura, el cine, las series, el pensamiento; se le está dando un espacio y se están abriendo nuevas maneras de hablar de ello. La amistad siempre ha estado en el centro de la reflexión filosófica, pero no en la narrativa, por ejemplo, y se ha convertido en una lucha de nuestro tiempo. Ya no se habla sólo de familia y pareja, que han sido siempre los dos focos importantes de la contienda ideológica y política, sino también de la amistad.

Volviendo a la ética de la amistad, para Epicuro era útil porque nos liberaba de los miedos, ¿es así porque nos aproxima a aquello que nos resulta extraño de nosotros mismos?

Exactamente. Epicuro es como un punto ciego dentro de la tradición griega, así lo presento, porque a pesar de que está totalmente de acuerdo con toda la tradición aristotélica según la cual la amistad es algo bueno en sí mismo y que nos hace mejores, algo incuestionable en toda la historia de la filosofía, él sostiene que lo bueno de la amistad no excluye el hecho de que los amigos se necesiten entre sí. Y esa necesidad para Epicuro es que los amigos nos liberamos juntos de los miedos que nos hacen obedecer a los principales poderes de nuestra sociedad, sean de naturaleza religiosa, política, ideológica, etc. Y eso es así, sostiene, porque más que su ayuda, necesitamos contar con su ayuda. Para él la amistad no es libre de necesidad, al revés, es una de las necesidades más fundamentales y más importantes de nuestras vidas, junto a la filosofía, que constituye el otro modo o gran ejercicio de vida a través del cual liberarnos de los miedos.

A lo que usted añade: "Es la relación que hace posible que flote libremente lo demencial de cada uno de nosotros". ¿Lo demencial como sinónimo de libertad personal?

No exactamente. La libertad personal está muy asociada al individualismo, por desgracia. La expresión "demencial" viene de una conversación que Gilles Deleuze plantea en un documental en el que habla de la amistad como "la percepción del encanto de otro", donde encanto no tiene que ver con seducción, sino con la posibilidad de captar la demencia del otro; demencia en sentido francés: lo que es idiosincrático del otro, extraño a nuestra normalidad. No está hablando de la naturaleza de un friki ni un histriónico, sino de ese punto de distorsión que captas en otra persona y te hace sentir tan bien; un punto del que a lo mejor el otro ni siquiera es consciente, y que muchas veces se concreta en una manera de reír, un tipo de humor, una explicación que no hace falta dar, ese ya nos entendemos… Eso es lo que Deleuze refiere como la locura propia de cada cual, incluso de la persona más normal, rutinaria y aparentemente más aburrida, y con la que otro puede sintonizar.

La amistad –sostiene- es la conciencia compartida de la soledad, pero ¿procurarse amigos para no estar solo no es un error o un artificio?

Un error, sí. Semejante planteamiento es tanto como condenarse a la soledad. Y es comparable hoy al simulacro telemático de compañía. La soledad no es un fallo, sino una condición gracias a la cual podemos amar.

Dígame para terminar, ¿qué demonios tienen que ver los conceptos de justicia y amistad?

Es el argumento clásico que está en la Ética a Nicómano de Aristóteles. ¿En qué momento la ética se convierte en política? Ninguna justicia solamente formal, ningún ejercicio de la ley es capaz de resolver el problema de la justicia. Necesitamos hacer experiencia de las relaciones libres y entre iguales, y lo que más se acerca a ello es la amistad. Hay un germen de la justicia en la amistad que la ley formal no puede regular.

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