TEATRO
Lluís Pasqual: "Los políticos han entrado mucho en los teatros a hacer no se sabe qué"
El director catalán llega a los Teatros del Canal con 'La gran ilusión', de Eduardo de Filippo, con un reparto argentino y producción del Teatro San Martín de Buenos Aires

El director catalán Lluis Pasqual. / CARLOS FURMAN
La estrenó por primera vez en 2016, en el Teatro Lliure, cuando todavía era su director, con el título A teatro con Eduardo. Tres años después, la volvió a levantar en el Teatro Nazionale di Napoli, con intérpretes italianos. En agosto de 2024, el Teatro San Martín de Buenos Aires le propuso dirigir un texto de Lorca, pero tal como estaban las cosas en Argentina con la llegada de Javier Milei al gobierno, Lluís Pasqual decidió que era un buen momento para recuperar por tercera vez La gran ilusión (La grande magia), de Eduardo de Filippo: "Me piden un Lorca a la primera de cambio, pero pensé que una tragedia seguramente no era lo adecuado, que a esa gente les hacía falta reírse, aunque visto desde fuera sea un poco paternalista. Y ahí es donde me vino a la cabeza Eduardo de Filippo, entre otros motivos porque refugiarse en una ilusión para huir de una realidad agresiva es algo bueno de contar. Y, sobre todo, como lo cuenta Eduardo, con una sonrisa", explica el director.
Pasqual abrirá su montaje, a modo de prólogo, con un fragmento de otro texto del italiano, Señor y gentilhombre, en el que un grupo de actores ensaya una obra en la habitación de un hotel. La acción saltará después a los años 50, a un hotel de lujo en Mar del Plata, en época de vacaciones, donde Pasqual, que también firma la adaptación, sitúa la historia de La gran ilusión, una obra que De Filippo estrenó en 1948, en la Europa de posguerra y con la que quiso rendir homenaje a Pirandello. En ella, un mago llamado Otto Marvugliaun hará desaparecer a una mujer, que aprovechará el truco para borrarse de verdad, abandonar a su marido y marcharse con su amante. El marido se quedará junto a ese mago, reclamándole que ponga fin a la farsa y le devuelva a su esposa, y ambos mantendrán durante varios años una relación en la que se difuminarán los límites que unen y separan la realidad de la ilusión, la negación o el autoengaño. Dice Pasqual que La gran ilusión se parece a esa bebida popular en Italia y Argentina llamada Fernet Branca, que "es dulce, pero tiene un retrogusto amargo", algo que también tiene que ver con aquello que decía De Filippo, que sostenía que "el hombre tiene una existencia trágica que vive como un melodrama pero, si la vemos desde fuera, resulta que es una comedia".

Una escena de 'La gran ilusión', obra dirigida por Luis Pasqual. / CARLOS FURMAN
P. En estos tiempos que vivimos, esa idea de convertir una ilusión en un refugio frente a la realidad no deja de ser un recurso escapista
R. Lo es. Pero yo creo que el tiempo transforma las obras. Esperando a Godot, que es una obra sobre la desesperanza, de repente se convirtió en una obra luminosa, en una obra sobre el hecho de esperar, y esperar ya es tener esperanza, ya es algo. Pero insisto en el entorno agresivo que vive ahora el ser humano. Vivir se ha convertido en una cosa muy complicada. Para hacer cualquier gestión uno tiene que hablar con siete máquinas primero y si llegas a hablar con una persona, te pasas una mañana entera. Yo, por ejemplo, hago un acto de rebeldía en los hoteles. Cuando me piden la tarjeta de crédito les digo que no tengo y me miran como si fuera el último de los sin techo. ¿Lo dice la Constitución? ¿A que no? Pues no tengo. Lo mismo pasa con el teléfono móvil, ¿lo dice la Constitución? Se están aprovechando los de la sanidad, los del gobierno, todos se están aprovechando de que yo tenga un teléfono móvil o de que tenga un ordenador. Si usted tiene que aprovechar eso, démelo, no me lo haga comprar. Es complicado.
P. Dice que esta obra está hablando de un mundo, el actual, en el que impera la resignación
R. Yo creo que hay dos salidas, esquemáticamente. Hay una salida que es el terrorismo….
P. ¿Una salida frente a qué?
R. Una salida frente a la agresión de este mundo, del mundo que nos rodea. Yo creo que una salida es el terrorismo, que es el resultado de la impotencia absoluta de un ser humano, y otra es el escapismo. Yo prefiero la primera, es decir, prefiero pensar que la lucha aún tiene algún sentido. Lo comprendo más. Es tremendo, pero es así, y yo entiendo que eso nace de la sensación de impotencia que tenemos todos. Por eso, a los que no somos capaces de convertirnos en terroristas y tampoco somos capaces de utilizar el escapismo no nos queda otro remedio que la resignación, que es una palabra que yo detesto. En la obra de Federico García Lorca, cuando Juan le dice a Yerma "resígnate", ella le contesta: "Cuando tenga la cabeza bien atada con un pañuelo para que no se me abran la boca y los dedos y las manos bien atadas dentro del ataúd, en ese momento me habré resignado". La resignación es lo peor que nos puede pasar.
Yo creo que una salida es el terrorismo, que es el resultado de la impotencia absoluta de un ser humano, y otra es el escapismo. Yo prefiero la primera, es decir, prefiero pensar que la lucha aún tiene algún sentido"
P. En el teatro que se viene haciendo en España en los últimos años, ¿observa más terrorismo o más escapismo?
R. Ni una cosa ni otra. Yo creo que el trabajo del teatro va por otro lado. Cada vez veo a los actores más preparados y mejores, la diferencia entre una serie española y una serie norteamericana hace 20 años era infinita y ahora cada vez se acorta más. En el teatro uno puede reconciliarse con el ser humano, que es una de sus finalidades, y también ocurre que es el único sitio donde hay silencio, donde nadie se interrumpe. Es decir, en las familias se interrumpen, en las tertulias de televisión y de radio se interrumpen, todo el mundo hace una pregunta y nadie espera la respuesta. En el teatro uno tiene que escuchar a Antígona hasta el final y luego estará de acuerdo con ella o con Creonte, pero no tienes más cojones que escucharlos hasta el final. Y si escuchas, algo se produce y eso es una de las cosas buenas que ha conservado el teatro incluso en este momento.
P. A usted, ¿qué le hace ilusión ahora?
R. El teatro siempre me hace ilusión porque me encuentro bien ahí, pero en realidad lo único que me preocupa en este momento son los niños pequeños y los árboles. ¿Qué futuro y qué planeta les vamos a dejar a esos niños? Me hacen ilusión muchísimas cosas. Ayer, encontrarme con la compañía. Hoy, tener el ensayo. Me sigo encontrando como pez en el agua en una sala de ensayos, es el único ritual en el que me siento útil.
P. Cuando se anunció esta temporada de los Teatros del Canal se le presentó como uno de sus seis codirectores artísticos, pero eso no ha sido así. Explíquemelo, que no lo acabo de entender
R. Es que no se entiende. Eso fue un error. Acepté ser consejero, pero nunca dirigir. Yo ya dejé muy claro que las direcciones colectivas no funcionaban. Y no quería ni quiero tener responsabilidades, ya he dirigido muchos teatros, lo he hecho a la edad en que tenía que hacerlo y dirigir un teatro necesita de mucha energía. Lo que sí les dije es que me llamaran si querían que hiciera un espectáculo, pero no para ocuparme de responsabilidades.

Una escena de 'La gran ilusión', obra dirigida por Lluis Pasqual que llega a los Teatros del Canal. / CARLOS FURMAN
P. Y entonces, ¿por qué le presentaron como codirector?
R. Eso deberías preguntárselo a otros, no a mí.
P. La próxima temporada estrenará una gran producción en este teatro…
R. Yo no hablo nunca del futuro porque trae mala suerte, soy muy supersticioso, mi madre es andaluza y me pegó todas las supersticiones. Y después, porque tampoco es seguro. Aún estoy en la pérdida de Marisa Paredes por amistad y porque llevaba desde septiembre pasando seis horas diarias con ella y seis horas al día es mucho Marisa. Es como si te hubieran cortado un brazo.
P. ¿Autor español o extranjero?
R. Español.
P. ¿Un autor que ya ha llevado a escena antes?
R. Sí.
P. ¿Lorca?
R. No te diré nada más (risas).
P. Tengo la sensación de que en los últimos años ha bajado el ritmo y trabaja menos
R. Sí, he bajado el ritmo de trabajo porque es normal, tengo 73 años. He hecho más de 180 espectáculos. Siempre he tenido la suerte de hacer un poco lo que he querido, siempre he podido escoger, incluso los auto encargos y, de repente, decidí que solo haría lo que de verdad me hiciera muchísima, muchísima ilusión, cosas que no hubiera hecho. Que trabajen los jóvenes, que son los que tienen que luchar y hacer teatro.
Que trabajen los jóvenes, que son los que tienen que luchar y hacer teatro"
P. ¿Cómo es hoy su vínculo emocional con el Teatre Lliure, siete años después de su salida?
R. Yo no hablo nunca de los teatros que dirigí porque ese vínculo sentimental forma parte de alguien que yo era. Si es verdad que cada siete o diez años cambiamos todas las células de nuestro cuerpo, yo era otro cuando fundé el Lliure, era otro en ese momento. El Lliure siempre será mi casa, pero no soy nostálgico. Me fui del María Guerrero, me fui del Odeón de París, de la Bienal de Venecia… Me he ido con la sensación de haber dejado un trabajo hecho y generalmente no mantengo ninguna relación con esos teatros para que no se establezca una relación enferma, una relación de dependencia. Pero tengo una magnífica relación Julio Manrique, que lo dirige ahora y es un actor que ha trabajado conmigo, y me parece que el Lliure con Julio Manrique y Cesc Casadesús está en muy buenas manos.
P. Después del salir del Lliure estuvo dirigiendo el Soho de Antonio Banderas en Málaga, pero dimitió al año. ¿Por qué?
R. Estaba decidido, lo que pasa que no lo contamos a la prensa. Fue un acuerdo entre ambos. Yo le dije, Antonio, vengo un año aquí y te ayudo a abrirlo, y cuando esté abierto, este ya es tu juguete, juega con él, ¿qué hago yo aquí? Eso estaba pactado.
P. ¿Se le han quitado las ganas de dirigir un espacio público?
R. Todas. No tengo ningunas ganas de organizar ni de responsabilizarme en una dirección. A mí la parte administrativa nunca me ha pesado. Lo hacía por la mañana, con la misma alegría con la que me iba a ensayar por la tarde, pero no tengo más ganas de eso. Y, además, se ha vuelto muy complicado. Los políticos han entrado mucho en los teatros a hacer no se sabe qué y entonces…
P. En este mismo teatro, los Teatros del Canal, por ejemplo…
R. …Y entonces ya no es mi mundo. Piensa que yo, cuando llegué aquí, el primer trato que tuve fue con Javier Solana, y Javier Solana no se ha repetido en el ministerio de Cultura. Y luego, en París, con Jack Lang. Es que yo he tenido mucha suerte.
P. Hablando de gestión, ¿qué piensa de la salida de Lluís Homar al frente de la CNTC?
R. Yo creo que Lluís Homar cayó en una trampa ingenua. Él dijo "yo quiero cobrar tanto" y le dijeron "no, no vas cobrar eso, te lo vamos a pagar de otra manera". Esas trampas a las que te obliga la administración porque la administración no lo puede resolver. Y en todo eso hay una incoherencia muy grande. Yo creo que contratar a un actor para prohibirle actuar no se puede ni se debe hacer. Si uno contrata a un actor es para que actúe. A mí me parece que eso no es lícito ni justo.
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