LIBROS
Mary Ann Cotton, la mujer que asesinó a 11 de sus 13 hijos, y otras historias de envenenamientos, el crimen más silencioso
La farmacéutica y criminóloga Marisol Donis publica una edición ampliada de ‘Envenenadoras’, un libro que explora la historia de las asesinas que usaron venenos para sus crímenes y el papel de la prensa en la construcción de su mito

El caso del envenenamiento de Pímlico (Londres), uno de los que aparecen en 'Envenenadoras', reflejado en la prensa de la época. / Cedida
Marisol Donis es farmacéutica y pasó veinte años regentando su propia farmacia. Tras ese período, decidió dar un cambio radical a su vida, se deshizo de su negocio y volvió a la universidad a estudiar criminología, una disciplina que siempre le había atraído. “Un día”, recuerda, “hablando con uno de mis profesores, me comentó que siendo farmacéutica y teniendo conocimientos de venenos, sería una buena idea escribir un libro que uniera ambas disciplinas. ¡Como si cualquiera pudiera escribir un libro solo con querer hacerlo!”, bromea.
Poco después, al leer un artículo periodístico sobre el número de asesinatos cometidos por mujeres que tenían al veneno como protagonista, se animó a investigar un poco más sobre el tema. Ese fue el origen del libro Envenenadoras, publicado originalmente en 2002 y del que ahora la editorial Al Revés publica una versión revisada y aumentada. Entre ambas ediciones, Marisa ha desarrollado una amplia carrera literaria formada por doce libros centrados fundamentalmente en la crónica negra, como por ejemplo Emilia Pardo Bazán y su fascinación con la criminología, publicado el año pasado, y en la crónica rosa, como en Periodismo de confitería: crónica social del siglo XIX.
El mito de la envenenadora
Nunca confirmado realmente por las estadísticas, el mito de la mujer envenenadora tiene raíces muy profundas en la cultura popular occidental. Deriva de la identificación del cuerpo femenino como algo maligno y venenoso y está emparentado con las acusaciones de brujería y la creencia en la naturaleza malvada de las mujeres. La literatura -pensamos en Lady Macbeth-, y posteriormente el cine y la prensa, han hecho mucho para reforzar esas ideas en nuestra sociedad.

Poirtadas de medios españoles con el caso de 'La envenenadora de Valencia'. / Cedida
El hecho de que en el siglo XIX productos de uso común, como las cerillas o algunos medicamentos, contuvieran sustancias muy tóxicas como el arsénico, sumado a la dificultad para identificar el veneno como causa de muerte, desató un gran miedo a los envenenamientos, alimentado por una prensa sensacionalista que avivó aún más la paranoia social.
Aunque el mito tiene algo de verdad, la realidad es más compleja. Las estadísticas criminales muestran que hombres y mujeres utilizan el veneno en una proporción similar. Sin embargo, dado que más del 90% de los asesinatos son cometidos por hombres, el uso del veneno representa un porcentaje mayor entre las mujeres asesinas en comparación con los hombres criminales. Esto ha contribuido a la idea de que el envenenamiento es un método típicamente femenino, cuando en realidad es simplemente una cuestión de proporción dentro de un número menor de casos.
Los venenos más utilizados
A pesar de su llamativo título, Envenenadoras, el libro de Marisol Donis, tiene un fuerte componente divulgativo, convirtiéndolo casi en un libro de consulta. La primera parte del mismo, por ejemplo, está dedicada a hablar sobre los venenos más empleados históricamente para perpetrar asesinatos. “Históricamente los venenos más utilizados han sido los derivados del opio y las solanáceas. Una especie en la que podemos encontrar plantas tan conocidas como la belladona, la mandrágora o el estramonio”, explica Marisa. “En etapas más modernas, se han utilizado otras sustancias como el cianuro, un veneno muy eficaz en muy bajas dosis pero que, según con qué sustancias se mezcle, puede no causar ningún tipo de efecto”.
“También fue muy habitual el arsénico”, continúa, “que era fácil de encontrar en insecticidas, matarratas o incluso en las cabezas de las cerillas, y que no se pudo identificar como causa de la muerte de una persona hasta mediados del siglo XIX”. La experta también nos habla en su libro de otros compuestos que se han usado en diversos crímenes y que nos resultan algo más llamativos. Uno de ellos, por ejemplo, es el polvo de vidrio. “En el libro cito un caso en el que una mujer acabó con su marido moliendo los restos de una copa hasta conseguir un polvo muy fino que se parecía mucho al azúcar”, explica la criminóloga. “Ingerido como azúcar en un café, a pesar de que no se disolvía, producía una hemorragia interna que podía acabar con la persona”.

Portada de un suplemento literario francés con otro caso de envenenadora en portada. / Cedida
Algo parecido ocurrió en otro caso en el que una mujer que cuidaba de su marido en un hospital intentó matarlo cortando con un alicate puntas de alfileres y echándoselas en el pan. Marisa aclara, sin embargo, que muchas de estas formas de matar son hoy en día muy difíciles de llevar a cabo por varios motivos. El primero es que muchas de estas sustancias son mucho más difíciles de conseguir en la actualidad. Actualmente, los medicamentos con capacidades para envenenar están muy controlados y el poder letal de los insecticidas es mucho menor que el de hace un siglo. “Además hoy se sospecha mucho más en un caso de muerte extraña y es posible detectar los venenos mediante aparatos específicos de una forma rápida y sencilla”, comenta la experta.
El caso más sonado
La segunda parte del libro es quizá la más entretenida, especialmente para el lector aficionado al true crime. En ella la autora recoge una serie de crímenes perpetrados por mujeres tanto en nuestro país como en el extranjero, que nos permiten ver la evolución de las leyes y el tratamiento de los casos en los diferentes países.
Uno de los casos más espeluznantes narrados en Envenenadoras es el de Mary Ann Cotton, la mujer que tiene el dudoso título de ser la primera asesina en serie de Gran Bretaña. A simple vista, Cotton parecía una mujer más de la Inglaterra victoriana: esposa, madre y ama de casa. Pero tras su vida aparentemente convencional se escondía una historia macabra. Durante años, Cotton tejió una red de crímenes de la que fueron víctimas maridos, hijos y amantes, todos con el mismo destino fatal.
Mary Ann inició su vida criminal a mediados del siglo XIX, tras casarse con William Mowbray. Juntos tuvieron siete hijos, pero cinco de ellos murieron en la infancia, supuestamente por fiebre intestinal, una enfermedad común en la época. Tiempo después, su esposo sufrió el mismo destino. Desolada pero previsora, Mary Ann cobró la póliza del seguro de vida y, acompañada del único hijo superviviente, se trasladó a otra ciudad. El patrón comenzó a repetirse con una inquietante regularidad. En 1865, contrajo matrimonio con George Ward, quien murió poco después de forma repentina. Luego, se casó con James Robinson y tuvo un hijo con él, pero nuevamente la tragedia golpeó su hogar. Robinson murió, Mary Ann cobró el seguro y siguió adelante.

Mary Ann Cotton, rodeada de algunos de sus hijos. / Cedida
Su cuarto y último esposo fue Frederick Cotton, un viudo con dos hijos. Pero en poco tiempo, tanto Frederick como los pequeños murieron de la misma enfermedad. La racha de muertes se volvió imposible de ignorar cuando también fallecieron sus amantes e incluso su propia madre. Fue un hijastro, que había comenzado a sospechar, quien finalmente encendió las alarmas que la llevarían ante la justicia.
Pero, ¿cómo se las arreglaba Cotton para sus fechorías? Los médicos de la época diagnosticaban las muertes como fiebres gástricas o problemas intestinales. Sin embargo, Mary Ann tenía un secreto mortal: el arsénico que obtenía nada menos que del pigmento de las hojas verdes del papel pintado que, en aquella época, contenía grandes dosis de este metal.
Mary Ann cortaba las piezas de papel verde, las maceraba en aceite y posteriormente lo añadía en las comidas de aquellos con los que quería acabar, que morían en poco tiempo. Lo almacenaba en la cocina como un ingrediente más, a la vista de cualquiera. Finalmente, tras acabar con el hijastro que sospechó de ella, su secreto fue descubierto por las autoridades y acabó en la horca.
El papel de la prensa
Una de las constantes en muchas de las historias que Donis recoge en su libro es el papel de la prensa. Resulta muy llamativo el tratamiento que los medios de comunicación realizaron de muchos de estos casos. “Una de las cosas que más me impresionó al realizar mi investigación sobre estos asesinatos”, cuenta a este diario, “fue el tratamiento que les daba la prensa de la época. Los periodistas parecían estar completamente fascinados por las asesinas, especialmente en Francia e Italia”.
Según la autora, las descripciones de los juicios incluían habitualmente frases como “va maravillosamente vestida y peinada”, como si hablara de una actriz. “Es guapísima, tiene cara de ángel”, puede leerse en algunos casos. “Cuando las metían en prisión”, continua Donis, “en la prensa se registraba el número de cartas que recibían cada día de sus admiradores, las visitas que recibían y que incluso algunos de los visitantes [había mucho menos control que hoy en día en las visitas] les proponían matrimonio. ¡Y eso que habían envenenado a sus maridos!”, concluye la autora.

'Envenenadoras'
Marisol Donis
Al Revés
314 páginas / 20 €
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