TEATRO

‘Natacha’: el viaje de una mujer obrera de la intemperie a la emancipación

Laila Ripoll adapta y dirige la primera novela de Luisa Carnés, con Natalia Huarte al frente del reparto

Andrea Real, Natalia Huarte y Fernando Soto, en 'Natacha'.

Andrea Real, Natalia Huarte y Fernando Soto, en 'Natacha'. / Javier Naval

Madrid

Qué asco de vida. Qué asco de tíos. Qué asco todo, dirá una mujer joven mientras habla con sus compañeras de la fábrica de sombreros en la que trabaja. Se llama Natalia Valle, como su madre, que de niña la recuerda seria y huraña, una cría pálida que lloraba poco a la que compró un delantal de dril, unas tijeras y un estuche de agujas cuando dejaron de ser una familia acomodada para ingresar en la miseria, a la que recogió en dos trenzas los tirabuzones negros y enseñó “el camino del trabajo, que es tan largo y penoso como el de la vida”.

A lo largo de ese camino, esa cría que ya no es aprendiz sino oficiala, se dará cuenta de que ha aprendido antes a llorar que a reír y que “los hijos de los pobres aprenden antes a pedir el pan que los besos, y los padres, acuciados por la necesidad de buscarlo, olvidan aquello por esto”. Natalia es la protagonista de Natacha, el debut en la novela de Luisa Carnés con tan solo 23 años, una historia publicada en 1930 en la que volcará gran parte de su biografía como mujer obrera en un taller de confección de sombreros, en la que latirá su fascinación por los folletines y la obra de Gógol, Dostoievski o la Ana Karenina de Tolstoi, y en la que colocará en primer plano la desigualdad, la violencia y la opresión sufrida por las mujeres trabajadoras de clase humilde. Una novela que sube a escena este martes, en el Teatro Español de Madrid, adaptada y dirigida por Laila Ripoll y protagonizada por Natalia Huarte.

Con iluminación de Paco Ariza, música de Mariano Marín, escenografía de Arturo Martín Burgos, vestuario de Almudena Rodríguez y un reparto que completan Pepa Pedroche, Fernando Soto, Jon Olivares, Isabel Ayúcar y Andrea Real, Natacha llega al teatro de la Plaza de Santa Ana tres años después de que Ripoll estrenara en el Teatro Fernán Gómez su adaptación de Tea Rooms, también de Carnés, obra que se convirtió en uno de los hitos de su trabajo como directora artística de aquel teatro entre 2019 y 2023, tanto que después de su adaptación teatral la novela de Carnés inspiró una serie diaria en RTVE con el título de La moderna. “Yo no conocía su obra —explica la directora a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA—, pero hace unos años me regalan por mi cumpleaños un ejemplar de Tea Rooms, que se había convertido en un fenómeno editorial tras su publicación por Hoja de Lata, y ahí descubro que la obra de Luisa Carnés entronca con la novela social, pero con un punto de vista al que no estamos acostumbrados, el de una mujer, y eso hace que su obra sea particularmente atractiva y original”.

La mujer hosca y antipática

En su casa, una madre triste, un padre alcohólico postrado en la cama y un joven inquilino que idealiza su futuro matrimonio con su novia de toda la vida; en el taller, jornadas de trabajo interminables, polvo en los pulmones y un jefe acosador, y en el horizonte, ese destino casi inmutable de matrimonio y crianza —“son ganas de hacer mujeres y hombres tan desgraciados como nosotras”, dirá Natalia— conforman ese universo de miseria, desamparo y ausencia de futuro que impregna la novela de Carnés y que transcurre en el Madrid obrero de los años 20, una ciudad antes burguesa y ahora venida a menos habitada por serenos, buhoneros, traperas y chatarreros. “Esa realidad social es la que hace que Natalia sea como es y toda la función está contada a través de sus ojos, de su sensibilidad, de su manera de ver la vida y de sus sentimientos. Todo lo que suena y se ve en la función es fruto de la percepción de la propia Natalia”, dice Ripoll. Una percepción que se traducirá en escena en un espacio despojado, oscuro y triste, con un suelo de azulejos desgastados, paredes ahumadas por el carbón y los cielos al óleo de la ciudad proyectados en pantalla.

Un momento de 'Natacha'.

Isabel Ayúcar, Andrea Real y Natalia Huarte en un momento de 'Natacha'.. / Javier Naval

Natalia/Natacha será una mujer arisca y de pocas palabras, una joven sin capacidad para la alegría que sostiene la precaria economía familiar mientras va por la vida encogida, aterida de frío, un personaje a la intemperie con el corazón convertido en piedra cuyo viaje, explica Natalia Huarte, parte de “un lugar de muchísima precariedad en todos los sentidos, también emocional. Natacha no tiene herramientas suficientes para saber relacionarse bien con el mundo y el mundo, a su vez, tampoco la deja a ella desarrollarse y crecer. Se la juzga desde el minuto uno como hosca y antipática y eso es muy curioso porque ella es consciente todo el tiempo de las circunstancias que vive, pero las rechaza porque querría vivir el mundo de otra manera y tener la oportunidad de salir de esa fábrica de sombreros sin tomar las decisiones que acaba tomando. Creo que hay que reivindicar el carácter de las mujeres un poco fuertes, que parece que no podemos interpretar porque caen mal, pero anda que no hay personajes masculinos duros y difíciles o jefazos horribles y no decimos eso de ellos”.

Huarte, con una brillante trayectoria teatral (Psicosis 4.48, por la que ganó el Max a la mejor actriz el año pasado;Safo, Supernormales, Los pálidos, La fortaleza), explica que es la primera vez que se enfrenta a un personaje protagonista con “tanto recorrido”, una mujer que a lo largo de la obra “avanza con muchas contradicciones y aristas, y desde su sensibilidad, el sentido que tiene de la injusticia y su incapacidad para resignarse, asume lo que le va pasando y va tomando decisiones, no sé si siempre las más adecuadas, pero va madurando hasta el momento final en que decide ser dueña de su propia vida”.

Hasta llegar a ese momento, la protagonista de Carnés convivirá con las imposiciones de la moral de la época y el machismo imperante. De todo eso, como explica la veterana Isabel Ayúcar, no hace tanto: “Lo que me encanta de Natacha es que no hay ni una sola mujer en la función que no tenga algún problema con un hombre. Me retrotraigo a cuando era joven y teníamos que pedir permiso al marido para firmar algo o hacer cualquier cosa y recuerdo que yo, igual que ella, he tenido que pelear contra un montón de historias que me han querido inculcar en la cabeza”.

Jon Olivares y Natalia Huarte en 'Natacha'.

Jon Olivares y Natalia Huarte en 'Natacha'. / Javier Naval

La mujer nueva

Carnés situará el foco de la opresión en el cuerpo de las mujeres, un cuerpo sometido a la explotación laboral, el hambre, la enfermedad, la prostitución, el matrimonio o la violencia sexual, una opresión que se empieza a resquebrajar cuando la protagonista se apropia de su deseo. Carnés coloca en primer plano los movimientos de emancipación femenina nacidos antes de la Guerra Civil a través de un personaje que ella misma definirá como “la transición de la mujer de ayer a la de hoy, un doble tipo de mujer moderna y antañona” en una novela, dirá, que “marca la natividad de la mujer nueva (…) Basándose en sí misma, acabará por encontrarse”.

“La de Luisa Carnés es una mentalidad propia de esa época —explica Laila Ripoll— porque tendemos a pensar que este país siempre ha sido igual que en los años 40, pero no es cierto. Antes de 1936, en España existían las Juntas para Ampliación de Estudios que mandaban a la gente a estudiar fuera, estaba la Institución Libre de Enseñanza y la Residencia de Estudiantes, había un florecimiento intelectual y se colocaba a la mujer en un sitio completamente diferente, pero eso se vio absolutamente truncado con el golpe de estado y lo que vino después. Yo he convivido mucho con mis abuelas y ninguna venía de una familia burguesa, pero a pesar de que una de ellas era analfabeta, tenía una mentalidad mucho más avanzada que la generación siguiente. Son mujeres que vivieron lo que vivió la propia Luisa Carnés, ese momento de enorme ebullición política y social en el que las mujeres empezaban a conducir automóviles, a ser tenistas de importancia, a escribir, a dirigir cine y ella, además de ser fruto de esa ebullición, es una mujer muy inteligente, muy tenaz y muy especial, y no fue un ser extraño como tampoco lo fueron en su momento Clara Campoamor, Victoria Kent, Rosa Chacel o las mujeres a las que (la cineasta) Tania Ballò bautizó como Las Sinsombrero”.

“Ser leño, ser piedra, morir… ¿por qué no?”, se dirá Natacha en un momento de desamparo absoluto para después levantarse y echar a andar, quizá empujada por el recuerdo de aquella tarde en la que dando un paseo se acercó al barrio de la Kabila (quizá Cuatro Caminos en la época), “un barrio muy sucio y muy peligroso, con gentes de la peor calaña”, le dirá la mujer que la acompaña: “Cuando la huelga de agosto, hace unos cuantos años, ¿se acuerda?, hubo muchos saqueos y muchas desgracias y los hombres y las mujeres de la Kabila fueron de los primeritos en echarse a la calle. Ellas, las mujeres, eran las primeras en dar mueras y en arramblar con todo lo que podían. Rompían los alambres del teléfono y hacían detener los tranvías. Son una gente muy bárbara”. Hacían bien, responderá Natalia, “¿iban a dejar que sus hijos se muriesen de hambre mientras dentro de las tiendas se almacenaba la comida? ¡Yo habría hecho más!”. Dice Laila Ripoll que en el equipo de la obra tienen la teoría de que “si la novela de Carnés continuara, Natalia se hubiera afiliado a la CNT o algo parecido y Salud, la mujer que va con ella le dice ‘anda, nos ha salido revolucionaria la señorita’, pero es que ella tiene esa cosa heredada de los tiempos mejores y se rebela contra la miseria porque sabe que se puede vivir de otra manera”.