ESTUDIO
La España viril en la que no cabía Sorolla
La profesora de la Universidad de Valencia Zira Box analiza en el estudio 'La nación viril' cómo la Falange quiso aplicar sus ideas regeneracionistas en la cultura, el arte o las fiestas, para evitar el "afeminamiento" del país

"Paseo a orillas del mar" (1909), de Joaquín Sorolla. / ARCHIVO

Ya había apuntado Miguel de Unamuno el tiro unos cuantos años antes de la Guerra Civil. Frente a la España "austera y grave" que representaba la pintura de Ignacio Zuloaga (y que él prefería), estaba "la España que podríamos llamar pagana y, tal vez en cierto sentido progresista, la que quiere vivir y no pensar en la muerte", y que el catedrático de Salamanca relacionaba los cuadros de Joaquín Sorolla.
Una vez terminada la contienda, fueron los falangistas henchidos de poder los que calificaron al pintor valenciano de "superficial, suave y poco recio", un artista que representaba con sus niños en la playa y sus vaporosas mujeres vestidas de blanco un estilo contrapuesto al de la "nación profunda, recia, cruda y viril" que los vencedores querían para su nueva España.
Así lo recoge la profesora de Ciencias Sociales de la Universidad de València, Zira Box, en La nación viril, un estudio sobre "género, fascismo y regeneración nacional en la victoria franquista" que acaba de publicar Alianza Editorial.
Más un deseo que una realidad
"La España viril fue más un deseo que una realidad -explica Box a Levante-EMV-. Fue una manera de concebir a la nación que estaba naciendo durante la guerra y la posguerra desde una convicción (la falangista) profundamente regeneracionista: la verdadera España respondía a atributos de virilidad frente a la antiEspaña liberal y decadente que se pensaba a partir de cualidades afeminadas".
Así, en La nación viril Box explora cómo la convicción de la "inherente virilidad de España" impregnó el discurso y las reivindicaciones falangistas durante los meses posteriores a la victoria de Franco. Y también cómo entre los intelectuales del nuevo régimen latía en el fondo el miedo a que su nueva España "sobria, exacta y rigurosa" se pudiera distorsionar para trocarse en la nación "decadente y afeminada" que siempre acecha.
Uno de los aspectos más interesantes que trata Box en su investigación tiene que ver con cómo el primer franquismo aplicó su idea de la España viril en el campo artístico, cuando en conexión directa con las ideas del 98, entronizó a artistas como Zuloaga y Gutiérrez Solana frente al "azucarado y empalagoso" Rusiñol o al "engañoso" Sorolla.
Castilla sí, Mediterráneo no
La luz del Mediterráneo no servía para iluminar la nueva España. Tal como recuerda la socióloga, aquel partido minoritario antes de la Guerra Civil que fue usado por Franco para otorgar una aparente ideología a su dictadura, se caracterizó por su castellanismo ya que Castilla, tierra de "misticismo y religión», representaba simbólicamente «muchas de las cualidades viriles que defendían (austeridad, dureza, linealidad…) y funcionaba como representación del Siglo de Oro áureo".
A pesar de ser vasco, Zuloaga fue considerado, primero por la generación del 98 y después por los falangistas, como el gran pintor castellano del siglo XX, tanto por sus temas como por su manera de pintar. Y frente a los ocres de Zuloaga estaba esa luminosidad de Sorolla que implica tonos pasteles y motivos que Falange interpreta, según la investigadora, como "fáciles" y "superficiales", muy alejados de esa seriedad y hondura de la Castilla austera.
La excepción valenciana
Según señala Box en La nación viril, el primer franquismo heredó del 98 las críticas a Sorolla a través de un «desinterés generalizado» hacia su legado, tal como demostraría, por ejemplo, el escaso valor y eco en la prensa que recibió la reapertura de su Casa Museo en Madrid en 1941.
Solo Valencia "constituyó una excepción" a este desinterés, apunta La nación viril, no solo por los discípulos que seguía manteniendo Sorolla en la Escuela de Bellas Artes, sino por haber acogido en 1944 una de las "escasísimas exposiciones" dedicadas a su obra (y organizada por su yerno Francisco Pons Arnau) durante aquella década. "Habría que esperar hasta 1963, año del centenario de su nacimiento, para que la dictadura organizase una exposición fuera de su ciudad natal, esta vez en el madrileño Casón del Buen Retiro, profusamente publicitada e inaugurada por el propio Franco", escribe Boix.
La Falange contra los petardos y excesos falleros
En otro capítulo de La nación viril, Zira Box analiza el discurso "anticasticista» del fascismo español y los primeros (e infructuosos) intentos de virilizar tradiciones y fiestas como las fallas. "La virilización de las Fallas supuso resignificar algunos de sus elementos potencialmente interpretables como rasgos de afeminamiento (el exceso de la fiesta, su chabacanería y plebeyez, su histrionismo populachero…) que son elementos que Falange rechaza desde la consideración de que desvían a la nación y la afeminan», explica la investigadora. Por ejemplo, ante las propias figuras de Fallas, se remarca el duro trabajo que se necesita para hacerlas (el trabajo es un elemento clave de la idea de virilidad) obviando que algunas de ellas bordean el mal gusto. Y ahí juega un papel importantísimo la Guerra Civil Junta Central Fallera recién creada tras la Guerra Civil. "Se legisla explícitamente para evitar que se representen motivos que interpretan como chabacanos -señala Box-. Se regula el uso de petardos para cuidar el ruido, que interpretan como plebeyo y nuevamente de mal gusto. Se insiste en la importancia del elemento simbólico del fuego y de la regeneración (al fin y al cabo, las fallas son fiestas en las que se tira lo viejo para que renazca lo nuevo) vinculando la celebración con el regeneracionismo falangista". En definitiva, la virilización de las Fallas supuso intentar convertir una celebración «excesiva, bullanguera y popular» en una fiesta controlada, ejemplo del duro trabajo y de una nueva España. "No se consiguió -concluye Box-. Fue otro deseo de un falangismo intelectual y revolucionario imposible de llevar a cabo".
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