ESCENA

El teatro también celebra la escritura de Carmen Martín Gaite en el centenario de su nacimiento

Las directoras Lucía Miranda, con ‘Caperucita en Manhattan’ y Rakel Camacho, con ‘El cuarto de atrás’, rinden homenaje a la gran maestra de la interlocución con el otro

Carolina Yuste en 'Caperucita en Manhattan', que está en cartel en La Abadía hasta el 23 de febrero.

Carolina Yuste en 'Caperucita en Manhattan', que está en cartel en La Abadía hasta el 23 de febrero. / Dominik Valvo

“Mi primer contacto con la obra de Carmen Martín Gaite es hace muchos años, con Caperucita en Manhattan, cuando vivía en casa de mis padres en Albacete. Luego, en la pandemia, leí El cuento de nunca acabar, que me encantó, y a partir de ahí vinieron otras obras suyas”. Lo cuenta la directora de escena Rakel Camacho, que el pasado noviembre estrenó en el Teatro Municipal de Coslada El cuarto de atrás, con Emma Suárez al frente del reparto y adaptación de María Folguera. En esta obra, publicada en 1978 y galardonada con el Premio Nacional de Narrativa, Martín Gaite construirá un universo entre la vigilia y el sueño que usará para bucear en su memoria sentimental de niña de posguerra y clase media y para dialogar sobre su propio proceso de creación con un hombre de negro, ese interlocutor presente en toda su escritura. Folguera y Camacho eligieron ese texto y no otro entre la extensa producción literaria de Martín Gaite “por su halo de misterio, por esa noche mágica en la que todo es posible, por su teatralidad, por esos fantasmas que son pasado y presente, algo que conectaba con mi universo”, explica la directora.

La obra llegará el próximo 27 de febrero al Teatro de La Abadía y Rakel Camacho cogerá el relevo de Lucía Miranda, que hace unos días estrenó en el mismo teatro su puesta en escena de Caperucita en Manhattan, novela de duelo y cuento de hadas que Martín Gaite publicó cinco años después de la muerte de su hija Marta, protagonizada por Carolina Yuste. Como en el caso de Rakel Camacho, también fue la primera novela de Martín Gaite que leyó la directora: “Yo debía tener 10 u 11 años y vinimos desde Valladolid a una feria del libro de Madrid, mi madre me lo compró y ella me lo firmó. Había muchos libros de Carmen Martín Gaite en mi casa porque mi madre era muy lectora y después vinieron otras novelas en la adolescencia, pero la que más me gustó siempre fue Caperucita en Manhattan. Ya en la universidad, Cuadernos de todo o La búsqueda del interlocutor, pero es verdad que a mí lo que más me gusta de todo el trabajo de Carmen es el ensayo”.

Lucía Miranda (izda.) y Rakel Camacho, el día que conversaron con El Periódico de España.

Lucía Miranda (izda.) y Rakel Camacho, el día que conversaron con El Periódico de España. / David Raw

Ambas adaptaciones teatrales se suman a la celebración este año del centenario del nacimiento de Carmen Martín Gaite, a las que seguirá la publicación, el 12 de marzo, de Carmen Martín Gaite. Una biografía, escrita por el profesor José Teruel y ganadora del XXXVII Premio Comillas de Tusquets. Teruel, que ha prologado sus obras completas en Galaxia Gutenberg y ha sido el editor de los volúmenes de Siruela que recogen sus conferencias (De viva voz), su poesía (A rachas), sus artículos (Tirando del hilo) y sus relatos (Todos los cuentos), ha firmado en el mismo sello la edición del reciente volumen Páginas escogidas, que reúne una selección de su narrativa, y será el comisario de una exposición sobre la autora prevista el próximo otoño en la Biblioteca Nacional. En marzo, Siruela publicará también el volumen De hija a madre, de madre a hija, que reúne por primera vez los ensayos sobre la maternidad De su ventana a la mía y El otoño en Poughkeepsie. Este último se llevará a escena el 11 de febrero, en una lectura dramatizada organizada por La Abadía y el Instituto Cervantes, interpretada por Isabel Orgaz y dirigida por Beatriz Jaén. Además, el 18 marzo, la Casa del Lector, en Matadero, acogerá una muestra de aquellos collages que reunió Martín Gaite en su libro Visión de Nueva York, que se acaba de reeditar, en los que Rakel Camacho encontró la inspiración para crear el universo físico y mental de El cuarto de atrás.

“El espacio es una casa construida con los collages de Visión de Nueva York, que aparecen en las paredes y en elementos que los personajes van ubicando en el espacio —explica Camacho—. Es una casa que gira, con espacios para el recuerdo y la historia de España como si fuera un refugio de guerra. Hay algo de laberinto y hay algo de Alicia porque la novela está dedicada a Lewis Carroll, y hay también una puerta pequeña por la que entran ella y otros personajes, una escalera que la conecta con el lugar de la imaginación, y un suelo del desierto como ese lugar desde el que crear de la nada. Es una casa física, pero también es su identidad, su mundo interior”. Esa idea de laberinto que flota en la propuesta de Camacho también palpitará en Caperucita en Manhattan. Escribe José Teruel en el prólogo a sus obras completas que para Carmen Martín Gaite “la fantasía fue la única venganza contra la muerte y la entendió siempre como la posibilidad de buscar un camino en el laberinto, aunque supiera que no había salida”.

Emma Suárez protagoniza 'El cuarto de atrás'.

Emma Suárez protagoniza 'El cuarto de atrás'. / Cedida

Martín Gaite escribirá Caperucita de camino a Vassar, en la casa de su amigo e ilustrador Juan Carlos Eguillor en Nueva York. Cuando llegue, se irá con él a pasear hasta el East River y contará en El otoño de Poughkeepsie, incluido en sus Cuadernos de todo, que se acodarán en la barandilla mirando el río y se dirá a sí misma: “Descansa un rato al fin, cierra los ojos, anda, suelta el fardo, estás en Nueva York. Alguien te ha recogido. Vive la tregua”. Esos días, Martín Gaite verá a Eguillor dibujar la historia de una niña de Brooklyn con impermeable rojo que le lleva a su abuela una tarta de fresa y una noche, perdida, se encuentra con el rey de las tartas, el lobo. Carmiña ayudará a Eguillor con el texto, pero él le dará los papeles para que ella siga escribiendo por donde quiera. Cinco años después, Martín Gaite publicará esa historia que se convertirá en su primer best seller y, para muchos lectores, la puerta de entrada a la obra de una autora fundamental en la literatura española del siglo XX que firmó, además de novelas, ensayos, cuentos, guiones, traducciones, crítica literaria, obras de teatro o poesía.

El universo físico en el que Lucía Miranda situará su Caperucita en Manhattan será una lavandería neoyorquina con una docena de lavadoras de las que saldrán personas, tartas, mapas o libros, un espacio “con una estética de cuento contemporáneo, con mucho color, como una especie de Amélie teatral”. La directora señala que la obra “transcurre en un no mundo en el que esa hija muerta le narra el cuento a la madre. Y eso tiene que ver con un espacio onírico en el que ambas hablan a través de un morse que, a lo mejor, solo entiendo yo y no el espectador, pero que tiene que ver con el espacio de la creación. Yo he imaginado ese universo que Carmen pudo crear para escribir Caperucita. ¿Cómo sería su cabeza? No lo sé, quizá algo así. Además, he trabajado la idea del cuarto de juegos, ese cuarto de atrás donde ella escribía, pero también donde jugaba su hija”.

Jóvenes y franquismo

En Caperucita en Manhattan, la autora volverá a hablar después de la muerte de su hija, Marta Sánchez Martín, ‘la Torci’, su gran interlocutora durante muchos años, en una novela que defiende la vida, la imaginación y el amor en una conversación intergeneracional que atravesó también Así hablábamos, de La Tristura, un montaje estrenado en el Centro Dramático Nacional la pasada temporada en torno al universo narrativo de Martín Gaite con intérpretes muy jóvenes. A Lucía Miranda le parece que su libro La búsqueda del interlocutor “se tendría que estar leyendo en todas las escuelas de creación porque esa búsqueda de con quién dialogar y cómo generar un diálogo es básica. Creo que en eso Carmen era muy lúcida y lo hacía de igual a igual, se sentaba y hablaba mucho con jóvenes creadores, los leía y les daba feedback, le interesaba estar ahí”.

La 'Caperucita en Manhattan' de Lucía Miranda.

La 'Caperucita en Manhattan' de Lucía Miranda. / Dominik Valvo

En El cuarto de atrás, Martín Gaite establecerá un diálogo con su infancia y su memoria sentimental, con aquella niña de provincias que el 23 de noviembre de 1975 verá en la televisión el entierro de Franco y se fijará en su hija, en Carmencita, para quien aquel hombre era solo su padre, pero “para el resto de los españoles había sido el motor tramposo y secreto de ese bloque de tiempo (…) y el tiempo mismo”. Dice Rakel Camacho que en la obra y en la novela “el hombre de negro le va haciendo preguntas, una y otra, y ella contesta con alegrías, con recuerdos. Pero él quiere llegar al lugar que duele, al lugar oscuro, por eso están en mitad de la noche y la obra acaba cuando amanece. Y entonces, fíjate, pasa algo muy fuerte y muy hermoso en la función, que es que todos los personajes que tienen que ver con su recuerdo son niños: el que se encuentra en el refugio, el que le coge fuerte de la mano o la amiga con la que escribe su primera novela rosa, a la que no le dan miedo las cucarachas y cuyos padres son perseguidos porque eran profesores y rojos. Y llega un momento en el que el hombre de negro le dice: ¿Se acuerda usted de los bombardeos? ¿Iba usted al refugio? Y ahí la escenografía comienza a girar como si se articulara todo el pensamiento, todo el abismo, y ella ya no tiene escapatoria y tiene que contar aquello. Hay una cosa muy surrealista en la obra, que me da igual que no se entienda, un fantasma que sale del refugio, un fantasma de sábana que primero es cualquier persona que muere en la guerra, luego es Franco y después, Carmencita Franco. Yo quería trabajar eso desde lo patético y también con la mirada infantil de una niña de nueve años”.

En ambas obras, la imaginación y la escritura como refugio, como cuarto de juegos en el que poder conversar con el otro, superar la pérdida o protegerse de una guerra. Una escritura que conectará en el patio de butacas con ese público intergeneracional que convoca la obra de Martín Gaite, pero también con un presente en el que cada vez tiene más presencia esa extrema derecha que no condena el franquismo, un hoy en el que ni siquiera existe unidad política en torno a la celebración de los 50 años de la muerte del dictador y el inicio de la democracia. “Franco es el tiempo mismo, el bloqueador del tiempo, dice ella en El cuarto de atrás, y cuando el dictador muere, el tiempo se desbloquea —explica Rakel Camacho—. Sobre lo que está pasando actualmente está presente esa advertencia de no volver a bloquear el tiempo. Pero, ¿cómo conseguir que la ultraderecha venga al teatro a ver esta obra? Al final siempre vamos las convencidas y estábamos en Salamanca haciendo esta obra y, claro, salían las señoras y decían: pues yo prefiero Entre visillos”.

Rakel Camacho y Lucía Miranda, el día de la entrevista.

Rakel Camacho y Lucía Miranda, el día de la entrevista. / David Raw

- ¿Qué les ha enseñado Martín Gaite en su trabajo como creadoras?

Responde primero Lucía Miranda: “Hay una frase suya que tengo tatuada y que leo cada vez que me encallo, que dice: ‘A mí me gusta lo que hago y tengo la suerte de que le gusta a los demás. Organizarme. No perderme’. Ella habla mucho en Cuadernos de todo de la dificultad de escribir, de encontrar la historia, de gustar o no gustar, de cómo te enfrentas a esos miedos… y de la dificultad de ordenarte porque tienes que ser súper ordenada escribiendo. Yo cojo una idea de aquí, otra de allí, me hago unos collages con mis post-it en la pared y me hace sentir menos sola saber que ha habido alguien que ha pasado por ese proceso antes y que le ha salido mejor en una obra y peor en otra, pero que ha sabido vivir de eso. También creo que Carmen fue muy generosa a la hora de compartir incertidumbres, algo que hacemos muy poco y que deberíamos hacer más, compartir que estoy atascada y jodida con esta escena… Ella lo puso encima de la mesa, lo compartió y a mí eso me tranquiliza muchísimo”.

Camacho contesta que El cuarto de atrás plantea justo lo contrario a eso que inspira a Lucía Miranda: “Piérdete. Piérdete, no a las piedrecitas blancas que ordenan el camino. Es el viaje a la intuición y todo el libro está lleno de frases sobre perder el miedo al miedo, mejor perderse que defenderse, no te defiendas, estate perdida, honra el caos y después ya lo ordenarás. A mí me resuena esto todo el rato y muchas veces nos defendemos ante las críticas, ante nosotras mismas, y nada de eso, aquí hay un canto a la libertad, pero no a la palabra pervertida que se usa ahora desde la derecha, sino la libertad de acción, de imaginación y de ejecución del hecho artístico. A mí eso me reafirma en que quiero trabajar libremente y no me refiero solo a la profesión, sino al mundo y a la vida. Quiero honrar eso”.