Rachel Eliza Griffiths, autora de 'Promesa': "Puedes cancelar un cheque pero, ¿cancelar a un ser humano?"

La escritora estadounidense, esposa de Salman Rushdie, debuta en la novela con una reflexión sobre el alcance del racismo

Rachel Eliza Griffiths, en una imagen facilitada por su editorial.

Rachel Eliza Griffiths, en una imagen facilitada por su editorial. / Beowulf Sheehan

Minutos antes del encuentro virtual con Rachel Eliza Griffiths (Washington D. C., 1978), un correo electrónico de su editorial recuerda que, por petición expresa de la escritora, mejor evitar las cuestiones “sobre el momento actual político de Trump”. Minutos después, la advertencia queda en nada, ya que es la propia autora la que entra al trapo sociopolítico. “Lo que yo llamo sueño no es lo que el nuevo gobierno entiende como sueño. Para mí, ser quién soy hace que sea difícil abrazar el sueño americano”, suelta de pronto, casi sin que nadie le pregunte. 

Al rato, con la toma de posesión aún caliente y el discurso de Trump coleando en los titulares, una nueva embestida. “¿Ese ‘Make America Great Again’ es volver a Jim Crow? ¿Al control del cuerpo de las mujeres? ¿Es volver a la ‘grandeza’ de los años 50? Hay cosas que están pasando ahora que tienen un eco de esa presunta época de grandeza ¿El gran momento es la esclavitud? ¿Cuando teníamos que beber de fuentes distintas? ¿Esa es la 'Gran América' que queremos ahora? Esa disonancia me sigue fascinando”, añade. 

El detonante, en este caso, es Promesa (Random House), su primera novela y el doloroso retrato de una familia atenazada por los tentáculos del racismo en la Nueva Inglaterra de 1957, en los albores del movimiento por los derechos civiles y con la segregación racial causando estragos. “La década de los 50 fue una época extraña y contradictoria en la que había gente que pensaba que todo era posible. Una época dorada, con el ferrocarril, Nueva York y todo eso”, explica Griffiths. En paralelo, añade, “había muchas otras cosas, como un silencio impuesto a las mujeres y sus derechos”.

No hay ningún aspecto de Estados Unidos que se pueda abordar sin tener en cuenta la raza o la clase"

También, o sobre todo, una violencia racial que le hacía volver una y otra vez a aquellos años. “Por algún motivo, esa época se repetía en mi mente”, explica Griffiths, presentada también, aunque luego no se mente en la charla, como la quinta esposa del escritor Salman Rushdie. Ella fue, de hecho, la encargada de mantener al escritor a flote después del atentado que sufrió en agosto de 2022 y que relató en Cuchillo. “Se hizo cargo de todo, además de soportar la carga emocional de que yo casi me matara. Trató con médicos, policías, investigadores. ¿De dónde sacó la fuerza?”, explicó el propio autor de Los versos satánicos en una entrevista con The New Yorker.

Prejuicios raciales

El nombre de Rushdie asoma en la conversación de modo casual cuando Griffiths, artista y poeta antes que novelista, menciona de pasada las cenas “con su marido” y lo reconfortante que era encontrárselo cara a cara tras agotadoras jornadas promocionales a través de Zoom, pero ahora, nunca mejor dicho, ha venido a hablar de su libro. De una novela que se abrió camino tras la muerte de su madre en 2014 y surgió como respuesta a su fijación con todo lo que rodeaba a las promesas. “Me obsesionaba la palabra”, asegura. Porque, añade acto seguido, “¿qué es una promesa? ¿Qué puede prometer un país a sus ciudadanos?”. 

Las respuestas, de haberlas, están en las páginas de Promesa, novela protagonizada por las hermanas Junkett (y su madre moribunda) y los prejuicios raciales cada vez más pronunciados que las rodean. “No quería una historia negra más en la que todo el mundo sufre y muere”, matiza. 

Siempre que se habla de cancelar hay un tema subyacente, que es lo que debería preocuparnos y en el que nadie profundiza"

El libro, recuerda Griffiths, está ambientado a finales de los años 50, pero su sombra llega, por desgracia, hasta nuestros días. “No hay ningún aspecto de Estados Unidos que se pueda abordar sin tener en cuenta la raza o la clase -explica-. A James Baldwin, el hecho de amar el país le permitía criticarlo, y yo me siento un poco así. Luego hay que ver cómo conectamos el racismo con el capitalismo, el fascismo y la opresión; con utilizar la raza para obtener poder y recursos”. 

A la hora de buscar soluciones, la estadounidense aboga por el orgullo y la confrontación y rehúye la socorrida fórmula de la cancelación, mecanismo que, asegura, esconde una profunda pereza. “Cancelar a alguien es una manera de no querer hacer un trabajo de comunicación. Puedes cancelar un cheque pero, ¿cancelar a un ser humano? ¿Qué significa esta especie de guillotina moral?", reflexiona la también artista visual.

Además, añade, aún está por ver que tenga algún tipo de utilidad real. “Siempre que se habla de cancelar hay un tema subyacente, que es lo que debería preocuparnos y en el que nadie profundiza. Así que tenemos que ir más allá de la cancelación”, sostiene.