ARQUITECTURA
En Madrid, el hormigón también es arte: cinco edificios para visitar después de ver 'The Brutalist'
El estreno de unas de las películas más esperadas de la temporada llega a una ciudad marcada de manera muy especial por este estilo arquitectónico

La Facultad de Ciencias Biológicas de la Complutense, ejemplo de arquitectura brutalista en Madrid. / Xavier Amado
Si en Francia, Alemania o la Unión Soviética el brutalismo fue la arquitectura de lo público, en Madrid floreció bajo una dictadura que lo adaptó para las élites. Iglesias, viviendas de lujo y edificios culturales impulsados por una visión vertical del poder construyeron un legado tan fascinante como contradictorio. Con el estreno de The Brutalist, la película de Brady Corbet, se abren nuevos ángulos para explorar cinco joyas del brutalismo en la capital, testigos de un tiempo en que el hormigón se convirtió en declaración de principios y privilegios.
Lo que hace único al brutalismo madrileño no son solo sus formas, sino su contexto. Este estilo, que en otras latitudes fue símbolo de igualdad, utilizado en multitud de edificios públicos o centros culturales, aquí se transformó en herramienta de exclusión y ostentación durante el Franquismo. Iglesias como la del Espíritu Santo, pensadas para reforzar el discurso nacional-católico, o viviendas de lujo como Torres Blancas, muestran cómo el hormigón podía ser una piel tan impermeable como simbólica.
Cada uno de estos edificios no solo define un momento arquitectónico, sino también un sistema de valores. Son testigos mudos de un tiempo en el que el cemento albergaba tanto utopías como desigualdades. En Madrid, el brutalismo no es solo un estilo arquitectónico; es una cicatriz cultural.
Con la guía de Alejandro García Alcántara, autor del libro Madrid Brutal (Ediciones La Librería), que se apoya en las fotografías de Luis Carrón, recorremos estas construcciones icónicas que son un viaje a una época en la que el poder y la arquitectura convivían de una manera inquietante. García Alcántara es diseñador en la editorial que publica su libro, fotógrafo y divulgador de arquitectura moderna, y ha elegido para EL PERIÓDICO DE ESPAÑA los cinco imprescindibles del brutalismo en Madrid.
Arquitecto: Francisco Javier Sáenz de Oíza
Más que un edificio, Torres Blancas es un manifiesto de ambición. Situada en la avenida de América, su diseño orgánico y monumental desafió las normas del brutalismo convencional. Francisco Javier Sáenz de Oíza concibió esta obra como un árbol urbano: una estructura viva, con terrazas ajardinadas que conectan al habitante con la naturaleza. La idea era revolucionaria, pero su ejecución no estuvo exenta de contradicciones. Lo que se diseñó para acercar a la naturaleza quedó reservado para unos pocos; Torres Blancas no era accesible para el ciudadano común. Alejandro García Alcántara describe el edificio como “una utopía vertical para las élites de una dictadura, donde el hormigón intentaba ser humano”. Esa tensión entre lo orgánico y lo excluyente hace de esta una de las obras más complejas del brutalismo madrileño.

El edificio Torres Blancas, en Avenida de América. / Luis Carrón (Madrid Brutal)
Arquitecto: Javier Carvajal Ferrer
Enfrentada al parque de El Retiro, esta torre de 94 metros es un contraste agresivo con su entorno. En lugar de integrarse, la Torre de Valencia impone su presencia como un coloso de hormigón que refleja la visión autárquica de una España cerrada en sí misma. "Es un edificio tan polémico como fascinante. En su época rompió las reglas del skyline de Madrid y todavía incomoda", señala García Alcántara. La construcción simboliza la paradoja del brutalismo madrileño: mientras en otras partes del mundo se utilizaba para construir espacios inclusivos, aquí sirvió para consolidar desigualdades. Diseñada para albergar viviendas de lujo, refuerza la peculiaridad de un brutalismo que en España no fue social, sino exclusivo.

La Torre de Valencia, situada frente al Retiro. / Luis Carrón (Madrid Brutal)
Arquitectos: Fernando Higueras y Antonio Miró
Conocido como la 'Corona de Espinas', este edificio circular ubicado en la Ciudad Universitaria es una de las expresiones más singulares del brutalismo en España. Higueras y Miró reinterpretaron esa estética añadiendo un simbolismo religioso que resonaba con la España nacional-católica de la época. La estructura, hecha de hormigón visto y plástico translúcido, tiene un diseño casi sacro que parece estar a medio camino entre una fortaleza y un altar. "Es brutalismo en su versión más barroca y simbólica, una obra que combina el peso del hormigón con la ligereza de la luz", explica García Alcántara. Durante años, el edificio permaneció infrautilizado, reflejando la indiferencia hacia el patrimonio brutalista en España. Su restauración le ha devuelto parte del protagonismo que merece.

Instituto del Patrimonio Cultural de España, también conocido como 'La corona de espinas'. / esmadrid.com
Arquitectos: José María Laguna Martínez y Juan Castañón Fariña.
En pleno corazón del campus de la Universidad Complutense, este edificio es el brutalismo en su expresión más pura. Diseñado para acoger a miles de estudiantes, la facultad combina funcionalidad y monumentalidad. Pero lo más fascinante es el contexto: en una época en la que el brutalismo internacional se asociaba a lo público y lo democrático, esta facultad emerge como un símbolo paradójico de control estatal. "Aquí el hormigón no es solo un material, es una ideología. Es la España de los setenta construyendo su narrativa de modernidad bajo estrictos límites", reflexiona García Alcántara. En un entorno dominado por el autoritarismo, la monumentalidad del edificio refleja tanto ambición como vigilancia.

La Facultad de Ciencias de la Información de la UCM, en Ciudad Universitaria. / Xavier Amado
Arquitectos: Fernando Higueras y Antonio Miró
Este edificio residencial en el centro de Madrid desafía la frialdad típica del brutalismo con una explosión de vegetación que cubre sus terrazas. Higueras y Miró diseñaron una estructura que pretendía humanizar el brutalismo, integrando jardineras que son refugios verdes en medio del hormigón. Sin embargo, la paradoja persiste: este oasis urbano fue concebido como un espacio de lujo, inaccesible para la mayoría. "Es la contradicción del brutalismo madrileño en su máxima expresión: belleza para unos pocos, pero en nombre del progreso", concluye García Alcántara.

Una de las esquinas del Edificio Princesa, que se asoma a San Bernardo y a la Glorieta de Ruiz Jiménez. / Xavier Amado
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