TEATRO
La Katarsis del Tomatazo: tres décadas de escuela, encuentro y explosión colectiva en la Sala Mirador
El montaje decano de Madrid, que estrena temporada este fin de semana, es un encuentro entre los estudiantes de la escuela de Cristina Rota y un Madrid que siempre estuvo ahí. Eso sí, ya sin tomates reales

Actores y actrices en una de las escenas de 'La Katarsis del Tomatazo'. / MARCOSGPUNTO
Tres décadas. La misma edad que los sueños aplazados, las utopías arrasadas y las resistencias necesarias. Tres décadas que han convertido a La Katarsis del Tomatazo en mucho más que el espectáculo más longevo de la cartelera madrileña: un ritual, una escuela de vida, una grieta por donde asoma la luz en una sociedad que, a menudo, parece preferir la penumbra. Se trata de una colección de sketches, momentos y actuaciones que los alumnos de la escuela de Cristina Rota sirven en directo a un público que ejerce de juez y de verdugo. Una prueba de fuego para quienes quieren vivir de la interpretación y pasan, por primera vez, de la teoría a la práctica. Un rito de paso que lleva vivo treinta años y por el que han pasado actores y actrices como Marta Etura, Roberto Álamo, Alberto San Juan, Raúl Arévalo, Ernesto y Malena Alterio, Secun de la Rosa, Marta Hazas, Fernando Tejero o Pilar Castro, entre otros.
Desde su primera función en la Sala Mirador (Doctor Fourquet, 31), La Katarsis ha sido el corazón latente de la Escuela de Interpretación Cristina Rota, un espacio donde la pedagogía y el arte se entrelazan con una intensidad que desafía cualquier clasificación. Rota, la fundadora, no creó una escuela de interpretación: levantó un refugio, un laboratorio, un santuario donde actores y actrices en formación se lanzan al vacío confiando en que el público esté ahí para sostenerlos… o para dejarlos estrellarse con el simbólico tomatazo.

Los intérpretes de 'La Katarsis del Tomatazo' recibiendo el simbólico tomatazo. / MARCOSGPUNTO
"Cada año La Katarsis renace porque no puede permitirse morir", señala María Botto, directora del montaje durante años y ahora coordinadora del proyecto. Recuerda cómo incluso en los momentos más duros, como la pandemia, el espectáculo se mantuvo: "Ver a los actores trabajando con mascarillas, encontrando maneras de seguir siendo fieles al espectáculo… fue extraño y emocionante a la vez. La Katarsis nunca se detiene, ni siquiera cuando el mundo parece hacerlo."
Ese impulso de reinvención constante es lo que lo define. Números musicales, danza, teatro y un cabaret chispeante que inunda cada rincón de la Sala Mirador. Aquí no hay espectadores pasivos: el espectáculo comienza desde el momento en que cruzas la puerta y eres invitado a formar parte del juego. La fuerza de esta propuesta está en su capacidad para desafiar convenciones teatrales. Los actores no esperan detrás del telón: están en las gradas, en las escaleras, en el acceso al teatro. Se acercan al público, lo confrontan, lo invitan a formar parte de una experiencia colectiva que no termina en la butaca.
Un teatro, una escuela
Para Nur Levy, directora de programación de la Sala Mirador y antigua participante en La Katarsis, este espectáculo es, además de una pieza central de la programación, el reflejo del alma pedagógica de la escuela fundada por Cristina Rota, su madre y también la de María y Juan Diego Botto. "Siempre nos enseñó que la teoría no sirve si no se vive. La Katarsis es eso: los alumnos enfrentándose a sus miedos, a sus inquietudes, a sus ideas, y poniéndolas en escena. Es un espacio de exploración único donde el arte y la vida se mezclan de manera irrepetible." Levy subraya que la conexión entre la escuela y la sala es esencial. "Los alumnos no solo actúan, investigan. Les pedimos que lean las noticias, que reflexionen sobre su realidad. Algunos llegan desconectados de lo que les rodea, y en La Katarsis encuentran un espacio para traducir sus preocupaciones en creación. Es un proceso terapéutico y artístico a la vez."

El elenco actuando en la última función de 'La Katarsis'. / MARCOSGPUNTO
Los tomatazos reales, retirados hace años para dar paso a versiones simbólicas, marcaron un hito en la evolución del espectáculo, pero el cambio no ha alterado su esencia. "Era necesario adaptarse. No se trata solo de sostenibilidad, sino de mantener el espíritu vivo sin perder el respeto por los tiempos actuales", apunta Botto. Aunque ya no se lanzan esos tomates reales, la dinámica sigue intacta. El público, convertido en juez, puede decidir la suerte de cada número con sus aplausos o con su desaprobación simbólica. Esa interacción es lo que mantiene el espectáculo fresco y conectado a su audiencia, desafiando cada noche las reglas del teatro tradicional.
La Katarsis no es solo entretenimiento; es también una declaración de intenciones. Desde la precariedad laboral de los jóvenes hasta las tensiones políticas globales, pasando por las pequeñas luchas cotidianas que atraviesan a los intérpretes y espectadores, el espectáculo funciona como un espejo. "Hay temas que no han cambiado en décadas", reflexiona Botto. "Lo económico, lo político, las guerras… Parece que vivimos en un bucle histórico donde lo único que se renueva son las formas de contarlo."
Por su parte, Levy defiende la importancia de la Sala Mirador como un bastión cultural en un entorno cada vez más hostil hacia las salas independientes. "Desde los años 90 hemos luchado para mantener un espacio donde los creadores puedan expresarse con libertad. Es un esfuerzo diario, pero cada temporada que logramos abrir nuestras puertas es un triunfo colectivo", afirma.
Tres décadas después, La Katarsis del Tomatazo sigue siendo un grito de libertad, una invitación a participar, a decidir, a sentir. Una experiencia compartida que desafía, conmueve y transforma. Porque, al final, como en la vida misma, no se trata solo de mirar. ¿Aplauso o tomatazo? La respuesta, siempre, está en tus manos.
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