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'El Internacional', el club madrileño de moda que mira a la Nueva York de antes

Las noches recientes más sonadas están siendo en este local vecino al Congreso de los Diputados, mitad discoteca y mitad piano bar, que tiene el espíritu de un clandestino en el que todo puede pasar

La sala principal de El Internacional, con la barra y su muro de vinilos al fondo.

La sala principal de El Internacional, con la barra y su muro de vinilos al fondo. / Cedida

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

A la una de la mañana hay cola en la calle Cedaceros para entrar en El Internacional. El jaleo moderado que provocan los grupos de amigos que ya vienen con algunas copas encima se mezcla con el de los que salen a fumar. No molestan demasiado: si acaso, al policía de la garita del Congreso de los Diputados, situado casi puerta con puerta con este local inaugurado este otoño pero que ya desde su apertura cuenta con una importante parroquia hecha de fijos y fluctuantes. Viviendas apenas hay, porque tanto el edificio brutalista que lo aloja como los que lo rodean son más bien de oficinas. Y en una calle ancha como esta, que conecta el noctámbulo barrio de las Letras con la zona de Alcalá y la Gran Vía, lo que manda es el rumor de los coches, taxis en su mayoría, que desplazan a esa legión de vampiros que a estas horas cambia de club o decide recogerse a regañadientes, porque siempre quedará un rato más de noche que apurar en Madrid.

Al local, que antes era una galería de arte, se accede por una recepción inspirada en las de los hoteles del primer tercio del siglo XX, con relojes analógicos que indican las horas de diferentes ciudades del mundo y libretitas y lápices de aire vintage que se venden como merchandising. Después hay que bajar unas escaleras forradas en terciopelo rojo oscuro, el color que domina todo el ambiente, que nos anuncia que entramos en un lugar que juega fuerte con el concepto de speakeasy y que también tiene algo de lynchiano, ahora que estamos en pleno duelo por uno de los grandes maestros del cine reciente.

Abajo, la zona principal es un espacio rectangular, no muy grande, que tiene un piano de cola encajonado en uno de sus extremos y la barra en el otro, con algunas mesas bajas a los lados. La luz es muy tenue y las paredes están cubiertas por altísimas cortinas en los mismos tonos. Como en aquellos bares de la Ley Seca, parece que se quisiera esconder algo. Aunque no hay pista de baile en sí, suena música house y el DJ se afana en una cabina que está situada, como toda una declaración de intenciones, en medio de la barra. Detrás tiene un muro de estanterías llenas de vinilos que van de suelo a techo. Hay un piso superior que se asoma al principal a modo de mezzanine, con más mesas, una pequeña barra y más vinilos, pero el ambiente ahí es por ahora más tranquilo.

El piso superior de El Internacional.

El piso superior de El Internacional. / Cedida

El Internacional es el penúltimo proyecto de Edgar Kerri y Laura Vandall, la pareja sentimental y profesional de creativos que manda en una buena tajada de la noche madrileña. Con un puñado de socios para cada uno de sus proyectos, iniciativa suya son los actuales Club Malasaña, Lucky Dragon, La Estrella, Chinchín y La Discoteca, que es la sesión que organizan los viernes en la Sala Cocó, la misma que alberga el mítico Mondo Disko. En su momento fueron los creadores de las sesiones Zombie Club y Cha chá the club. Esta última tenía lugar en un local espectacular vecino a este, El Principito, que hace una década fue el sitio en el que todo el mundo quería estar y que supieran que estaba. Allí se dieron la mano por primera vez la música urbana y la noche sofisticada, los traperos de pasado quinqui y las directoras de revistas de moda. Más allá de la industria de la noche, la pareja ha hecho decenas de campañas y eventos para marcas de moda por todo el mundo, en particular con Jean-Paul Gaultier. Su agenda vale su peso en oro: cuando alguna celebridad internacional quiere montar una fiesta en España, lo más probable es que les llame a ellos. Pero no solo trabajan en nuestro país. A la cantante Dua Lipa, por ejemplo, le organizan los after-parties de sus conciertos en medio mundo.

La conexión neoyorquina

Cuenta Kerri desde Brasil, donde la videollamada le pilla trabajando, que con este nuevo proyecto han querido homenajear al local del mismo nombre que fue uno de los epicentros de la movida artística de la Gran Manzana de los años 80. "El Internacional en Nueva York es un auténtico icono desconocido", explica. "Fue un local que antes se llamaba Teddy y que había sido un punto de encuentro de la Mafia italiana al que iba incluso Al Capone. Aquello dejó de funcionar y a principios de los 80 lo cogieron una pareja de catalanes, Montse y Antoni. Él era más bien artista y un gran relaciones públicas, ella era cocinera. Abrieron este local, lo decoraron de una forma muy peculiar, porque era como una especia de icono del kitsch, y allí iba todo el mundo: personajes como Mick Jagger, Liza Minnelli, Carolina de Mónaco y toda la élite cultural neoyorquina. Los mismos que frecuentaban el Studio 54, que era coetáneo. La gente iba a pasarlo bien, y de repente para comer te encontrabas tortilla de patatas, gazpacho...". A ese El Internacional, el del barrio neoyorquino de Tribeca, que tuvo una vida breve, se le considera hoy el primer bar de tapas que hubo en EEUU.

Todo es mucho más sobrio en este local madrileño. No hay aquí asomo de kitsch, la atmósfera es más bien elegante y discreta. Tampoco hay comida. Lo que sí que hay, si se buscan parecidos, es esa apuesta artística, que aquí se concentra fundamentalmente en la música. Kerri, barcelonés trasplantado a Madrid hace ya bastantes años, es músico y DJ, y se ha recorrido el mundo como mitad de los Zombie Kids. Aquí, su apuesta es por que la música se toque o se pinche "como se hacía antes". En un local que quiere funcionar "de seis a seis" (aunque por ahora suele abrir a las 21h), la primera hora es amenizada por un pianista que suena de fondo. Después, el rato corto de transición hacia la madrugada es el único en el que se permiten poner unas playlists con algo de jazz, de salsa o de bossa. Pero en cuanto la cosa gira hacia el ambiente de club, ya solo se pincha vinilo. "Hemos montado un equipo de seis o siete DJs que solo trabajan así. Quien pincha vinilo suele tener una cultura musical superamplia -defiende Kerri-, porque la colección de discos hay que tenerla, y eso es algo que no se construye en dos meses, sino que lleva años".

La zona ambientada como un estudio musical.

La zona ambientada como un estudio musical. / Cedida

Ese empeño en lo musical no se queda ahí. Cuando se atraviesa una puerta camino de los baños se entra en un espacio en el que hay otro piano, este de pared, y varias guitarras, sillones y un sofá. Una cristalera lo separa de la zona principal, como si se tratara de la pecera de un estudio de grabación. Cuenta Kerri que, antes de convertirse en un club con todas las de la ley, el proyecto era montar un piano bar. Ese espíritu es el que permanece en esta estancia donde siempre hay quien se pone al piano (si no lo hace algún cliente, lo más probable es que esté el pianista que tocó antes en la otra zona del local), algún amigo o desconocido que le acompaña cantando y posiblemente alguien que se anime con una guitarra. Fuera se baila, pero aquí tienen lugar las juergas más sonadas.

Cócteles reinventados y tribus diversas

Si en El Internacional se baila y se canta, también, por supuesto, se bebe. Y se bebe fino. Hasta la carta de cócteles, todavía por terminar de asentarse, llegan esas reminiscencias musicales, por ejemplo un 'Sweet Karolyne' a base de ginebra, St. Germain, cordial de fresas, top de prosecco y lima. Pero lo que domina es el juego y el tuneo de los clásicos. En 'El Espresso del Internacional', al vodka, el café y el licor café le añaden whisky y vainilla. El 'Bloody Mary' lo hacen con lo de siempre más una 'salsa internacional' compuesta de soja, sal ahumada, teriyaki y mostaza de Dijon. Hay un 'Blue Negroni' tan amargo como el de toda la vida, pero azul en lugar de rojo, y un 'Mexican Mule' sin rastro de vodka pero con mezcal, tequila, triple seco y jengibre (que no cerveza de jengibre). Está exquisito. El que lleva el nombre de la casa, 'Internacional', se prepara con tres rones distintos -uno picante-, pomelo y lima. Los precios oscilan entre los 14 y los 16€.

El 'Blue Negroni' es una de las sopresas de la carta de cócteles.

El 'Blue Negroni' es una de las sopresas de la carta de cócteles. / Cedida

El público se podría dividir en dos sectores demográficos. Por una parte, esos profesionales creativos que siguen a Kerri y a su pareja en cada uno de sus proyectos, ya casi una tribu urbana en una época en la que apenas quedan tribus urbanas. Y sí: aquí incluimos a esos nombres de la tele y el cine que usted está pensando. Por otra, toda esa legión de turistas y expatriados, con cuentas corrientes saneadas (el Four Seasons está cerca) que se lo pasan bomba en esta ciudad mientras nos encarecen la vida al resto.

Lo dice el propio Kerri: "Madrid está muy viva culturalmente y está atravesando un momento único, y eso evidentemente conlleva asuntos negativos como los precios disparados de la vivienda, la gentrificación...". Es el coste a pagar, continúa, por ser "una de las ciudades más de moda en Europa", en la que ahora "la gente que viene de fuera se queda, no la utiliza solo como escala hacia Ibiza o Barcelona". Pero ya se sabe que estos ciclos no son eternos, y el reto para la capital los próximos años parece claro: el de no morir de éxito.