TEATRO
Declan Donellan: “Somos 'fucking' temporales y no lo soportamos, pero el catolicismo nos ha hecho creer que todo es para siempre y es horrible”
El director británico llega a los Teatros del Canal con un 'Hamlet' en rumano que conecta con la falta de horizonte y futuro de la juventud actual

Una escena del 'Hamlet' de Donellan. / ALBERT DOBRIN
Un joven a la deriva, solo, deprimido, cansado. Un joven que no sabe quién es, que no encuentra un ancla y que ya no confía en nadie. Un joven sin futuro que lleva siglos haciéndose la misma pregunta, ser o no ser, con la calavera de un bufón en su mano. Un joven ya no tan joven de 30 años, un millennial en 2025 y un príncipe de Dinamarca en 1853, que regresa, una vez más, para vagar por el castillo de Elsinor perseguido por su propia neurosis y los deseos de venganza del fantasma de su padre, para decirnos que sigue siendo un extraño en su propio mundo y que, como ya sabemos, el resto es silencio. Dice el director británico Declan Donellan que Hamlet siempre le ha interesado pero nunca le ha conmovido, entre otras cosas porque su autocompasión es aburridísima y porque él también fue un “joven nervioso con un cerebro excesivamente analítico” y qué necesidad de ver en escena a alguien que se parece tanto a uno mismo. Sin embargo, la vida está para llevarte la contraria y Donellan ha dirigido el texto de Shakespeare en dos ocasiones. La primera, en 1990, en el Theatre Royal de Bury St Edmunds, en Reino Unido. La segunda, una versión de danza para el Ballet Bolshoi, en 2015. En esta tercera repite con la compañía del Teatrul National Marin Sorescu de Craiovia (Rumanía), con la que el año pasado estrenó un Edipo rey que vimos en un espacio desnudo, sin butacas, en el que actores y público convivían, se seguían e incluso se tocaban.
Experto en llevar a escena textos clásicos con una mirada contemporánea, Donellan ha estrenado una docena de títulos del bardo con su compañía Cheek by Jowl, fundada en 1981 junto a su compañero Nick Ormerod, y vuelve este jueves a los Teatros del Canal con esta historia que “trata de la muerte, de la lealtad al padre, de la relación entre el individuo y el Estado, y del individuo y la familia, y lo más importante: la relación del individuo consigo mismo”. Y él, ¿cómo se relaciona por tercera vez con este joven nervioso, neurótico y analítico? “La verdad es que he reforzado algunas cosas que ya sospechaba hace 30 años y que ahora he comprobado y sé que son verdad —explica a este diario en una conversación por Zoom—. Creo que lo que hace que Shakespeare sea distinto de otros escritores es que desde muy joven él entiende que nuestra esencia es que somos actores, que un ser humano actúa. En otras palabras, que la naturaleza de la existencia humana es en sí misma performativa, no hay un yo real y quien pretendo ser, no hay una esencia inmutable. Eso es lo que aprende Shakespeare y con eso juega durante toda su carrera”.

El director Declan Donellan. / ALBERT DOBRIN
Donellan volverá a Madrid el próximo 10 de abril para estrenar Los dos hidalgos de Verona, también de Shakespeare, con la Compañía Nacional de Teatro Clásico, con la que llevó a escena hace dos años La vida es sueño. Dice que su idea del paraíso es “explorar una obra con actores que están muy contentos de trabajar en ella”, que le gustan los intérpretes que no dejan el teatro para hacer series o películas y que en esta vida todos somos “fucking temporales”, pero no acabamos de hacernos a la idea.
P. Usted ha dicho en alguna ocasión que una buena tragedia siempre es un espejo. ¿Qué imagen nos devuelve Hamlet hoy?
R. Nos devuelve una forma totalmente diferente de ver y analizar al ser humano, nuestra propia existencia, nuestro ser, y lo hace de forma sutil porque Hamlet no intenta enseñarnos nada, está a nuestro mismo nivel e insiste en mantener la horizontalidad con nosotros, no tiene nada que demostrar, él describe las cosas que le parecen divertidas, conmovedoras o abrumadoras y las comparte con nosotros. En realidad, Hamlet se siente tan solo como nosotros y lo que quiere es conmovernos y ver si podemos sentir lo mismo que él. Es como tener una conversación con un amigo.
P. Hamlet es la historia de un joven que toma conciencia de su propia existencia y, por ende, de su propia muerte, pero los jóvenes no piensan en la muerte, se creen inmortales
R. Creo que la gente joven está bastante obsesionada con la muerte, incluso más que los viejos, pero no hablan de ello. La serie de televisión Fame (Fama), sobre jóvenes estudiantes de musicales y actuación de Nueva York, tiene una canción muy famosa que dice I'm gonna live forever, voy a vivir para siempre, pero lo que tendría que decir es que no vas a vivir para siempre. Lo cierto es que el hecho de que seamos temporales es tan insultante que nadie se puede enfrentar a ello, es terrible, así que nos inventamos todo tipo de historias sobre la muerte, las tumbas, Drácula, los cementerios… y todo eso es un mecanismo de defensa porque el problema real es que somos fucking temporales y no lo podemos soportar. Las cosas que tenemos, el estatus que conseguimos, la fortuna que amasamos, todo eso lo hacemos porque queremos ser inmortales. Te voy a contar algo muy personal: yo fui a un colegio de monjas, de curas, la misa era muy importante para mis padres, que eran irlandeses, y yo estoy muy orgulloso de haber crecido como un católico porque me ha dado una especie de metodología, aunque ahora ya no lo soy, por supuesto. Sin embargo, el mayor daño que a mí y a mucha gente nos ha hecho el catolicismo es que te hace creer que puedes vivir para siempre, que las cosas no tienen por qué terminar y eso es horrible. Creo que Hamlet habla de todo esto y esa es una de las razones por las que los actores se conmueven tanto con este tipo de obras. Nadie quiere pensar que uno es el resultado de una acción, queremos pensar que hay algo eterno en nosotros y ahí seguimos, cantando I'm gonna live forever.
P. ¿Ha cambiado su conciencia sobre la existencia y su propia muerte después de la operación en el cerebro a la que se sometió hace dos años?
R. No especialmente. Es bastante útil estar cerca de la muerte y le viene bien a todo el mundo pero, aunque ahora estoy bien de salud y me cuidan, hay muchas cosas que me hacen pensar en la muerte. Tengo que apagar la televisión y las noticias porque te obligan a pensar en ella todo el rato y no es muy agradable. Pensamos que la muerte es el problema, pero no lo es, el problema es ser temporales, ese es el problema real. Yo no voy a saber qué va a suceder en 50 años y no lo voy a saber porque ya no voy a estar aquí, es horrible.
P. ¿Cómo se representa en escena algo tan irrepresentable como la muerte? ¿Cómo lo resuelve?
P. Puedes representar un asesinato, pero la muerte no se puede representar porque es una ausencia, no es una cosa, sino algo que no está. Sin embargo, Shakespeare está muy obsesionado con este tema y nos dice que es con esa ausencia con lo que tenemos que trabajar. Lo que pasa es que solo hay palabras para hablar de la temporalidad. Me acuerdo que en el funeral por la muerte de mi padre, en Irlanda, la gente se me acercaba y me decía ‘Declan, no tengo palabras’, y es verdad, no hay palabras, ¿qué palabras hay?, ¿qué puedes decir? Hamlet habla de la falta de dignidad, de que las palabras no sirven, de la inutilidad de las palabras. Shakespeare, como todos los grandes escritores, sabe que las palabras no funcionan. Y esto es un problema para los periodistas, pero yo también soy escritor y sé que las palabras no hacen lo que dicen que hacen, hacen otra cosa, nos llevan a sitios, pero las palabras no hacen el trabajo por nosotros. Creo que, en realidad, el arte nos rescata de la tiranía de las palabras porque vivimos en una cultura cada vez más verbal y a menudo, si sientes algo y no lo puedes expresar, la gente te dice que eso no importa, que si no lo puedes poner en palabras no vale para nada, y es justo lo contrario: si no puedes ponerlo en palabras es cuando realmente es importante.

Una escena del 'Hamlet' de Dollan en la que aparece la calavera del bufón. / ALBERT DOBRIN
P. En el debate político, y más con el auge de la extrema derecha, las palabras parecen haber perdido su función, su utilidad
R. Yo no diría que las palabras sean inútiles, pero creo que no tenemos palabras para las cosas realmente importantes. Por supuesto, todo el mundo está abrumado por el ascenso de la ultraderecha, todos los países tienen este problema y es realmente increíble. Esto es parte de la historia y me gustaría vivir lo suficiente para ver qué sucede al final con esto, pero también hay que tener esperanza.
P. Volviendo a la juventud, Hamlet es un joven que no sabe quién es, que no ve futuro, es un personaje de hace siglos que podría ser un joven de hoy
R. Es cierto. Esto ya ha sucedido en otros periodos, pero creo que las cosas en 2025 son más graves que en épocas anteriores. En Hamlet, Ofelia tiene 14 años y Hamlet, por las fechas que nos da el texto, tiene 30 años. Realmente ya no es tan joven, es un millennial, pero por diversas razones está paralizado y eso también lo veo en los hijos de mis amigos. Es maravilloso que vivan en casa con 20 o 24 años, pero me parece preocupante que sigan allí con 30.
Hamlet es un 'millennial' que por diversas razones está paralizado y eso también lo veo en los hijos de mis amigos"
P. Es arriesgado juzgar los textos clásicos con ojos de hoy, pero lo cierto es que Hamlet es una obra profundamente masculina, con hombres que compiten entre sí y, al contrario que en otras obras de Shakespeare, aquí las mujeres apenas tienen agencia. ¿Cómo se enfrenta a eso?
R. Estoy de acuerdo. Creo que, en general, las mujeres tienen muchísima agencia en la obra de Shakespeare, mujeres como Julieta o Lady Macbeth, pero en este caso no y eso también hace que Hamlet sea muy difícil de dirigir. En Como gustéis hay una joven, Rosalind, que desobedece a sus padres, pero Ofelia obedece a su padre y eso se convierte en una maldición para ella. Tenía que haberle desobedecido, claro, pero para una mujer era muy difícil hacer algo así entonces. No podemos juzgarlas con nuestra visión de hoy porque tenían muy poca capacidad de vivir por sí mismas y ser independientes debido a la propia estructura de la sociedad. Y es verdad que Shakespeare habla mucho de gobierno, pero los actores de su compañía eran casi todos hombres y eso también tiene un efecto en la obra.
P. En el libro de conversaciones Donellan sobre Shakespeare (Bolchiro) confesó que Hamlet nunca le ha conmovido y que no hay nada más aburrido que un neurótico. ¿Lo mantiene?
R. Sí. Nadie se imagina sintiendo lástima de sí mismo, es algo horrible y da mucha pena, pero esa autocompasión es muy muy peligrosa para los actores. Hay muchos que no quieren hacer de Hamlet porque, aunque es una oportunidad para expresar sentimientos, los actores muy inteligentes no quieren aburrir al público con esa neurosis durante tres horas. La autocompasión es una manera de no enfrentarte a lo que sucede y es muy importante enfrentarnos a las cosas, ser responsables de lo que nos pasa.
P. ¿Cómo es el espacio emocional y mental en el que sucede Hamlet?
R. Es muy difícil de explicar, pero te puedo contar una historia, la de dos peces que están nadando en un estaque, son peces muy jóvenes que están jugando y pasa a su lado un pez muy mayor, muy lento, lo miran, se paran, se miran uno al otro y se dicen: "¿qué es el agua?" Esa es la pregunta: ¿qué es el agua? Ese es el tema del espacio. El espacio es tan importante que no lo podemos ver.

Escena de 'Hamlet' en la que puede ver la ausencia de personajes femeninos en la obra de Shakespeare. / ALBERT DOBRIN
P. En Edipo rey, el público y los actores convivían en el mismo espacio, sin escenario ni butacas. En Hamlet coloca una pasarela y sienta a los espectadores a ambos lados. Creo que la importancia que le da al espacio responde a su necesidad de introducir incertidumbre, que el público no sepa qué va a suceder ni cuál será su vínculo con los actores
R. Es cierto, para mí es muy importante tomar al público por sorpresa y que esté muy cerca de esos personajes que están pasando por situaciones muy trágicas. El Globe de Shakespeare era un teatro muy pequeño, se podía escuchar al público respirar y supongo que no estarían muy callados en aquella época. Creo que es muy difícil hacer una obra importante en un espacio muy grande porque acaba siendo artificial y, aunque el teatro necesita espectáculo, lo que yo dirijo es el espacio entre los actores en el escenario y entre los personajes y el público. Es sencillo, pero es muy fácil no entenderlo, es el espacio entre medias lo que importa y es, además, lo que no podemos soportar, el hecho de que la naturaleza de nuestra existencia es relacional. Un actor no puede ser un personaje, lo que tiene que actuar es su relación con el espacio. Y lo sorprendente es que Shakespeare lo sabe perfectamente, pero también los físicos cuánticos están muy obsesionados con la idea de que la naturaleza del universo es, primero, relacional. La narrativa de la relación es lo que hay que contar, no hay que contar la esencia interna. ¿Y por qué no hay que contar la esencia interna? Porque no existe y esto es lo terrible, parece que hay una naturaleza interna, pero no la hay, y está bien.
P. En los últimos años ha trabajado con teatros y compañías de Rumanía, Bulgaria o Rusia. ¿Tiene más libertad en esos países a la hora de crear?
R. Sí, tengo más libertad. Pero, además, tienen tradiciones teatrales que no han sido perturbadas por el capitalismo, son compañías de actores que están durante toda su vida en un mismo teatro. Los actores a veces dicen ‘me gustaría estar en una película de Harry Potter, de James Bond, ser muy famoso, hacer una película’, te dicen esas cosas, pero lo que yo veo es que los actores que están en una compañía estable y no tienen la opción de hacer una gran película son mucho más felices porque tienen mucho más respeto hacia sí mismos. He conocido actores muy famosos que hacen muchas películas en Occidente y para ellos la vida es terrible. Son ricos, pero la verdad es que me dan pena. Una cosa que tenemos en común todos los seres humanos es que no nos gusta que nos escojan y luego nos dejen y nos abandonen. Y el sistema capitalista es así, escogemos cosas que luego abandonamos y eso es un abuso continuo. En esos países trabajamos con intérpretes que no se van a ir a hacer una serie de televisión y es una alegría trabajar con ellos porque no tienen incertidumbre en sus vidas, en su ADN. En Nueva York, en Londres, en París, en Occidente en general, siempre hay nerviosismo en los ensayos porque los actores no saben si ese va a ser su último trabajo y están siempre pensando en el próximo, siempre preocupados. Yo les digo que es importante superar que sea más importante conseguir un trabajo que el hecho en sí de hacerlo.
P. ¿Qué le gustaría hacer que aún no haya hecho?
R. Es una pregunta que me hago muy a menudo y que me hace sentir muy viejo, pero hay algo que sí me gustaría hacer. Me gustaría enseñar a algunos directores, dejar una especie de metodología o de sistema para que supiesen que hay que adentrarse en la obra y trabajar en los espacios entre los actores porque es ahí donde sucede la historia, donde sucede la vida. Más que pensar en plantear ideas brillantes, el director debe dirigir los espacios entre las personas. Eso es lo fundamental para Nick y para mí, pero la verdad es que no sé muy bien cómo podría hacerlo.
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