LIBROS
Gonzalo Torné: "Hay una víctima que no se puede reivindicar a sí misma: el tonto"
'Brujería', la última novela del escritor barcelonés y crítico de 'abril', va sobre los hechizos del dinero, el carisma y el amor

Gonzalo Torné delante del hotel Miramar de Montjuic, donde transcurre parte de 'Brujería', su última novela. / JORDIOTIX
Miquel Otero
Remontamos la última cuesta hasta los jardines de Miramar, donde pinos, olivos y ciruelos cabecean por culpa de un viento algo melodramático que despeina de paso a Gonzalo Torné (Barcelona, 1976), el escritor que acaba de publicar un novelón cuyas conversaciones más elevadas se dan en el hotel que domina esta balconada con vistas de 270 grados a Barcelona. “Hazte así con la mano, que se te ha alborotado el pelo”, le dice el fotógrafo ahora.
Mientras sostengo el abrigo del entrevistado y el flash del fotógrafo, me fijo en un perro algo tonto que salta para pegarle un mordisco a un sol que parece una pelota de tenis. La luz metálica del diciembre de Montjuïc perfila con nitidez los parterres de flores bordeados por arbustos. Pero esto es una entrevista, y no un ascensor, así que dejemos de hablar ya del tiempo que hace y dirijámonos al hotel para empezarla.
Cuando vamos a entrar en el hall, la puerta (eléctrica) se abre como por arte (de magia). Al fin y al cabo, vamos a hablar de Brujería (Anagrama), una novela sobre los hechizos del dinero y el carisma y el amor, sobre los mecanismos de la charleta y los móviles de la memoria, firmada por el mejor estilista de mi generación, que escribe aquí su mejor obra, subido a hombros de sí mismo. Digamos que Henry James, Álvaro Pombo y Javier Marías aplaudirían esta novela, que se va desovillando durante largas y lúcidas conversaciones. Parece lógico transcribir parte de la nuestra.
P. Me encanta la polisemia del título. La brujería como seducción en el presente, durante una conversación. La brujería para convocar el pasado: el recuerdo de lo que no está y el fantasma que vuelve. La brujería visionaria que adivina el futuro.
R. Me gustan esos títulos que cambian el color de su sentido a medida que avanzas. La brujería cubre todas esas fuerzas, no físicas, que logran que te quedes en un sitio o al lado de alguien. Diego, el protagonista, está hechizado. Y el título intenta englobar todas esas coacciones de la seducción, todas esas fuerzas sentimentales o emocionales, que hacen que no te levantes y te vayas.
P. Mientras la escribías la llamabas La Dialogada.
R. Claro, pero la conversación incumple las normas del diálogo literario canónico, ese que se ajusta al tema y hace avanzar la trama. En realidad, en la vida no sabemos qué trama estamos haciendo. Nos acercamos con aproximaciones, nos escondemos, nos conocemos a través de un tiempo dilatado. Improvisamos.

Gonzalo Torné retratado en Montjuic. / JORDIOTIX
P. ¿Tú sientes lo mismo cuando escribes? Yo creo que te dejas llevar por la fuerza disruptiva de la conversación y por tus golpes de ingenio, como tus personajes.
R. Sí, es pura improvisación. Hay libretas y libretas de diálogos. Solo los entiendo si dejo que se expliquen.
P. Yo a los míos los entrevisto: antes de escribir, les pregunto si tenían un apodo en el cole o quién les compra la ropa interior.
R. (Risas) Yo no necesito saber eso, aunque estaría bien. Pero reivindico la imaginación. Todo el mundo sabe cómo funciona el deseo o la memoria, pero la imaginación es un misterio.
P. ¿Siempre la has visto así?
R. Me recuerdo de niño: siempre iba con mis aventurillas en la cabeza y me entristecía mucho cuando algún amigo mío me decía que él no. Por ejemplo, ahora estamos en un escenario de la novela: yo no sé qué hizo mi imaginación para transformarlo. La verdad es que toda la parte del jardín, ahora que la hemos visto… digamos que la saqué muy favorecida.

El escritor Gonzalo Torné. / JORDIOTIX
Los sillones de terciopelo turquesa donde estamos sentados y la mesita de mármol gorgonzola en la que Torné posa su pocillo de café podrían aparecer en su novela. Pero antes, cuando le tiraban fotos, intenté dejar su abrigo en algún banco del jardín: no pude porque todos estaban tapizados de cagadas de palomas. Venga, volvamos al presente.
P. Sin embargo, es una novela que coge por las solapas al presente. Por ejemplo, intentando redefinir qué es el amor hoy. En la novela del XIX el amor prohibido pasaba lejos del piano del salón, a escondidas… En la tuya, un personaje propone al protagonista entrar en su matrimonio como un tercer vértice.
R. Busco los temas contemporáneos, los problemas de nuestro tiempo, los pollos actuales. El amor sin las regulaciones de antes genera un espacio que, como es nuevo, no tiene una moral definida. Se pueden probar otras combinaciones y ahí está el lío. A Flaubert no le interesaba el adulterio, sino la tontería: las fugas que generaba un matrimonio precintado por la ley y la religión, donde cualquier evasión fantasiosa provocaba el castigo social.
P. ¿Y ahora?
R. No hay repudio legal para ninguna estructura amorosa. Eso cambia el significado de dar una promesa. Ahora la miga está en cómo nos resignamos a mantener una vida, siempre la misma, siendo conscientes de las otras que podríamos explorar.
P. También hablas de cómo la idea de amor se derrama en otros tipos de amor, como la relación del protagonista con su grupo de amigos de juventud.
R. Quería que en el presente hubiera una lenta infiltración del pasado, cuando él se sentía más él. Es curioso cómo ya no quedamos con alguien pero lo tenemos presente siempre. En los diarios de Marsé, cuando le pasa algo guay piensa en Gil de Biedma, muerto hace tiempo. Tiene su interlocutor privilegiado ahí, en el pasado. Da mucha pena y a la vez es algo como de brujería, muy emocionante.
P. La nostalgia puede ser una patología (ideológica) pero también es un recuerdo satinado de lo que mola. Y una invitación a rescatarlo.
R. Nos hemos vuelto una sociedad con mucha hipocondría moral. En realidad trabajamos un montón, nos enfermamos, encontrar una pareja no es como irte al Ikea y elegir lo ideal… hacemos lo que podemos. Entonces, ¿por qué no vas a sentir nostalgia de tu abuela, de tu pueblo o de tus amigos? Es chungo porque se lo apropia la derecha. Pero liberar estas emociones, secuestradas por la sociología moral o por la política, también es trabajo del novelista.
P. Atiendes a la cosa material, a la panoja, a la clase. Pero también incides en lo no tasable, en lo poco democrático: el encanto, el carisma, la inteligencia.
R. En esta novela hay una idea muy bestia: el racismo de la inteligencia. En un momento en el que todos reivindicamos a la víctima, hay una víctima que no se puede reivindicar: la que se queda fuera de un grupo porque lo consideran un poco tonto. Una mujer, un extranjero y hasta un calvo pueden y deben quejarse cuando los arrinconan. ¿Pero cómo va el tonto a reivindicar que es tonto?
P. Yo creo que el tonto de verdad, el de remate, es hoy el listillo. Pero es cierto que tus personajes son muy inteligentes.
R. Sí, pero es que en realidad todo el mundo es astuto. Por cafres que sean, tienen sus negocios, sus intrigas, sus planes. Aunque supongo que no me interesa una novela donde hablen los tontos si parar. Al final cada autor tiene su tono. Es como, yo qué sé, en una de Hemingway, que si no sabes desollar una ardilla…
P. Para hacerte un gorro... Necesita uno y captura un mapache. Un día más en la oficina.
R. Exacto, pues en las mías saben hablar o seducir.
P. La novela se mueve en el terreno de las intuiciones y lo subjetivo. Unos sentimientos disfrazados de otros: la cobardía de temeridad o el egoísmo de generosidad.
R. Claro, y así es en la vida. Para deslegitimar a un tío de izquierdas dicen que entró a militar para ligar. ¡Y qué problema hay! Los motivos de las acciones son varios. Los personajes no son representativos de un solo aspecto. Defiendo la novela edificante, de la que sales mejor, más perceptivo, más sensible. Nuestro arma es desbordar lo fijo. Hacer las cosas lo suficientemente complejas para que no se puedan reducir a arquetipos.
P. Y atrapar lo nuevo.
R. Claro, Bellow decía que en sus novelas salían aviones porque Proust no había escrito sobre aviones y en eso él podía ser mejor.
P. Bueno, en Proust aparecen aviones, así, como de sorpresa.
R. Sí, pero solo uno en 3.000 páginas.
P. ¿Y dónde ves tus futuros aviones?
R. Me interesa ahora la mujer que se cuenta a sí misma. También se necesitaría una mirada a los grandes procesos migratorios, quizá porque aquí las personas migradas aún no han publicado mucho. Y, por supuesto, los nuevos multimillonarios. Los MEGA MEGA MEGA ricos que no tienen ningún interés en sostener ningún tipo de estructura social, que ni siquiera maquillan su megalomanía. No estamos hablando de ellos.
Cuando, días después, tecleo esto, Mark Zuckerberg anuncia que levantará los mecanismos de control de sus redes sociales y varios países europeos elevan quejas por cómo Elon Musk, que también planea colonizar Marte con cohetes, intenta manosear su futuro político. Brujería sigue escribiéndose y Gonzalo Torné aún nos lee el mundo.
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