QUEMAR DESPUÉS DE LEER
'La ciudad pequeña, la gran ciudad', la primera novela de Jack Kerouac antes de ser un 'beatnik'
El año 1950, Jack Kerouac publicó su primera novela, que nada tenía de 'beatnik'. Era casi una fábula social, puro realismo romántico. En la recién recuperada, 'La ciudad pequeña, la gran ciudad', el escritor seguía los pasos de su admirado Thomas Wolfe. Luego, la vida en la carretera cambió lo que podría haber sido para siempre

Lo que hace Kerouac en 'La ciudad pequeña, la gran ciudad' es tratar de atrapar la vida en Estados Unidos en las primeras décadas del siglo XX. / SARA MARTÍNEZ
Por aquella época, mediados de los años 40 del siglo pasado, sus amigos le llamaban El Mago de Ozone Park. El mote era a la vez un cruce entre el apodo de Thomas Edison, el tipo que inventó la bombilla —y las cámaras, y los micrófonos—, y el clásico de Frank L. Baum, El mago de Oz. Por aquella época, sus amigos ya eran los futuros ilustres escritores John Clellon Holmes, William S. Burroughs, y Allen Ginsberg. Acababa de regresar, él, El Mago de Ozone Park, de la Marina Mercante, donde apenas había pasado un puñado de días, en los que había conseguido completar una novela, The Sea is My Brother, algo así como El mar es mi hermano, que no se publicaría hasta 2011, es decir, 70 años después de ser escrita, y 42 después de que él muriera. Él era Jack Kerouac.
Por entonces, por la época, mediados de los años 40, en que ya había escrito esa primera novela —en paradero desconocido hasta hace una década, el propio Kerouac se había asegurado de que así fuera, siempre la consideró un auténtico horror—, había vuelto a vivir con sus padres, en Queens —nunca se separó de su madre, era a su casa a donde volvía después de todos aquellos viajes en autobús de un extremo a otro de Estados Unidos, donde escribió En el camino, donde seguía siendo, de alguna forma, un niño—, y fue allí donde compuso la arquitectónicamente clásica y sin embargo, ya innovadora, La ciudad pequeña, la gran ciudad (Anagrama), la historia de la pobladísima familia Martin —padre, madre, y ocho hermanos—, casi una fábula social.
También podría considerarse La ciudad pequeña, la gran ciudad, un clásico del realismo romántico, una pieza clave no a la vista de lo que media entre Las vírgenes suicidas de Jeffrey Eugenides y Las uvas de la ira, de John Steinbeck. Por poner un ejemplo. Porque en ella, Jack Kerouac aún no es él mismo. Es sólo alguien que está intentando imitar a su entonces escritor favorito: Thomas Wolfe. El libro de Thomas Wolfe con el que más tiene en común La ciudad pequeña, la gran ciudad es la también recientemente recuperada por Piel de Zapa No puede volver a casa. Lo que hace Kerouac en La ciudad pequeña, la gran ciudad es tratar de atrapar la vida en Estados Unidos en las primeras décadas del siglo XX, a través de una familia modelo.
No hay conflicto de identidad en esta novela, como sí lo hay en las novelas de John Fante, o cualquier hijo de inmigrante llegado del otro lado del charco, por más que la madre Martin, Marguerite, sea hija de un "maderero francocanadiense", como lo era la madre de Kerouac. Sólo hay cierto desplazamiento, o un aire exótico —el que acompañó a Jean-Louis Lebris, tal era el nombre real de Jack Kerouac— durante toda su vida. Lo que sí hay es un derrumbe de un modo de vida aparentemente idílico que no tenía nada de idílico en realidad. Es curioso cómo el resto de la obra —y la vida— de Kerouac lucha fervientemente contra todo eso que en La ciudad pequeña, la gran ciudad es pura nostalgia, y destruye —para bien— rol preconcebido, el destino, de género.
Pensar que, de no haberse cruzado en su camino lo que él llamó "la vida en la carretera", esa fascinación por aquello que hacía Neal Cassady, que era no vivir en ninguna parte, dejarse llevar, como un hobo —aquella suerte de vagabundo, en realidad, trabajador nómada que surgió a finales del siglo XIX en Estados Unidos— más que místico, hedonista y por eso, revolucionario —la vida había dejado de consistir en casarse, tener hijos, y trabajar hasta caer muerto—, Jack Kerouac podría haber sido otra clase completamente distinta de escritor da vértigo. Y a la vez, permite preguntarse: ¿cuántos escritores lleva un escritor dentro? Pensemos en el representante de actores Bram Stoker, o en Jules Verne, que quiso ser poeta, y dramaturgo, y lo fue, pero, por fortuna, por poco tiempo.
Paul Auster estuvo obsesionado con el azar durante toda su vida. Y lo estuvo porque, de niño, durante un campamento de verano, el chico que iba tras él mientras regresaban a la cabaña en plena tormenta cayó fulminado por un rayo. Podría haber sido yo, pensó el pequeño Paul. El azar es un elemento, mal que pese, esencial, y algo temible, en la vida. En lo que a la obra de un autor, o una autora, respecta, el azar también juega un papel hasta cierto punto, clave. Porque toda obra está hecha de una colección de momentos, y crece, o se desvía, en función de aquello que se vive, y he aquí quizá el más claro ejemplo. Aunque he de confesarles algo. Si leen con atención, verán que hay algo a punto de estallar ahí dentro. Porque toda novela es también un mapa de lo que vendrá.
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