DISCO

El mundo en llamas de Quentin Gas

En la nueva colección de canciones del músico sevillano conviven el homenaje a sus raíces gitanas, la crítica social, y una exploración conceptual que mezcla lo ancestral con lo moderno

Quentin Gas, músico sevillano de origen gitano, presenta 'El mundo se quema', un disco que encapsula su compleja trayectoria vital y artística.

Quentin Gas, músico sevillano de origen gitano, presenta 'El mundo se quema', un disco que encapsula su compleja trayectoria vital y artística. / Ángel Bernabeu

Quentin Gas (Sevilla, 1982) viene cargado con su maleta. Ha estado por Madrid de paso para hacer algo de promoción por su cuenta. Habla de rock y la semilla, de Pony Bravo hasta Silvio Fernández. “¿Sabes que estoy emparentado con él?”, dice. Su abuelo Quintín Vargas Fernández es primo-hermano de su madre, Eva Fernández. “Silvio estaba relacionado con los hermanos de su madre y era amigo de Rafael Vargas. Supe todo esto a los 18 años. Me lo dijo mi madre cuando yo estaba descubriendo a Silvio. Ahí empecé a entender muchas cosas”.

Este músico sevillano y heredero de una prolífica tradición flamenca familiar, presenta su último álbum con Quentin Gas & Los Zíngaros, El mundo se quema (autoeditado, 2024). Este disco, personal y cargado de significados, encapsula su compleja trayectoria vital y artística. En sus canciones conviven el homenaje a sus raíces gitanas, la crítica social, y una exploración conceptual que mezcla lo ancestral con lo moderno.

La historia familiar moldeó su visión del mundo y su música. Cada acorde y cada verso de este trabajo parecen extraídos de las múltiples vidas que él mismo confiesa haber vivido. Cuenta Quentin Vargas que creció en un entorno impregnado de flamenco puro, con referentes como Manuel Agujetas y Manolo Caracol. “En mi casa solo se escuchaba flamenco jondo. Ni fusión ni rumbas, y mucho menos algo como Los Chichos. Para mi padre, lo importante eran las seguiriyas y los cantes más profundos”, cuenta. Este ambiente de rigurosa tradición no cautivó al joven, que acabó por declararse punk. “Rehuía el flamenco porque era lo que hacía mi familia, y no quería formar parte de eso”.

Esta negación lo llevó a explorar otros estilos musicales que representaban una ruptura con su entorno: “En casa de unos amigos, descubrí bandas como Aerosmith y Bon Jovi. Era música emocionante, con guitarras y baterías que me transportaban”. Este rechazo hacia el flamenco fue, en parte, una forma de afirmarse en un contexto familiar donde las expectativas pesaban demasiado. Su familia está llena de artistas flamencos reconocidos (es hijo de la bailaora Concha Vargas y sobrino de la cantaora Esperanza Fernández). “Yo no quería seguir ese camino. Mi rebeldía era casi una forma de escapar de un destino que parecía ya escrito”, subraya.

El músico Quentin Gas posa desde la orilla de Triana en Sevilla, su ciudad natal, con la Torre del Oro detrás.

El músico Quentin Gas posa desde la orilla de Triana en Sevilla, su ciudad natal, con la Torre del Oro detrás. / Ángel Bernabeu

La voz rescatada

El distanciamiento de Quentin con el flamenco duró años, hasta que un momento de epifanía lo reconectó con su herencia. “Escuché un fandango de Agujetas en un documental de Ritos y geografía del cante, y algo dentro de mí cambió para siempre. Era como si todo lo que había rechazado cobrara sentido de golpe”. Su padre, que siempre confió en que su hijo encontraría su camino hacia el flamenco, se lo había anticipado: “Me decía: 'Cuando te entre el flamenco, te entrará de verdad'. Y así fue”. Esta reconciliación marcó un antes y un después en su vida y en su carrera musical, llevándolo a integrar elementos flamencos en su música de forma auténtica y personal.

El mundo se quema es una obra profundamente conceptual, que combina la crítica social con un homenaje a sus raíces. Según el músico, el título del disco es una afirmación que no deja espacio a la duda: “El mundo se quema. No hay más que ver lo que ocurre: guerras, valores que desaparecen, la pérdida de humanidad. Pero no quiero juzgar, solo señalar lo que está ahí”. Además de su dimensión crítica, el disco también es un tributo a su familia. Su madre y su hermana tienen un papel destacado en las canciones: “Mi madre hace un compás, como un metrónomo, en una pieza. Para ella, el tiempo es lo más importante en el flamenco, y quise reflejar eso en el disco”.

Otra contribución especial es la de su tío Rafael Vargas, un rapsoda fallecido hace más de dos décadas, en El Camborio. “Mi madre me recordó que tenía un CD con mi tío recitando este poema de Federico García Lorca. Después usé la inteligencia artificial para aislar su voz y la integré en la canción. Fue un proceso muy especial porque era como revivirlo, traerlo al presente”, continúa Quentin.

Portada de 'El mundo se quema', nuevo disco de Quentin Gas Los Zingaros.

Portada de 'El mundo se quema', nuevo disco de Quentin Gas Los Zingaros. / EPE

Reencarnaciones

Quentin Vargas siente que ha vivido varias vidas dentro de una misma trayectoria musical. “He tenido tres o cuatro vidas. La persona que era a los 20 años no tiene nada que ver con la que soy ahora. Mis pensamientos, mi manera de componer, todo ha cambiado”. Su evolución musical ha sido un reflejo de esta transformación. Desde sus primeros pasos en el punk y el rock con The News hasta su exploración del flamenco psicodélico y la fusión de géneros en El mundo se quema, Quentin ha buscado romper barreras. “Este disco tiene un toque espiritual y místico, influenciado por el gospel y la psicodelia. Me inspiré mucho en el Sunday Service Choir de Kanye West, pero lo llevé a mi terreno gitano y flamenco”.

Para Quentin, cada disco es más que una colección de canciones; es una narración conceptual. Siempre marca sus discos con una temática. En Caravana, exploró el viaje de los gitanos desde la India a España. En Sinfonía Universal, imaginó una ópera rock sobre la colonización del espacio. Y con la canción Zíngaro errante, de El mundo se quema, quiso capturar algo profundamente suyo, como la espiritualidad flamenca, pero con una perspectiva moderna.

En esta etapa de su carrera, Quentin ha cambiado sus prioridades. Ya no sueña con ser el número uno. Ahora su mayor objetivo es dejar un legado. “Quiero que alguien, dentro de 30 años, escuche este disco y piense: '¿Qué es esto? ¿Cómo se hizo?'. Eso es más importante para mí que cualquier éxito inmediato”. Este deseo de trascendencia está presente en cada detalle del álbum, desde las letras cargadas de simbolismo hasta la producción cuidadosamente elaborada (por parte de Enzo Leep). “Es un disco que habla de condena, pero también de resistencia”. Quiere el músico sevillano que su música inspire, que deje algo significativo para el futuro.

Por las arterias

La herencia gitana de Quentin es una parte fundamental de su identidad artística. Aunque se resistió a ello durante años, ahora sentía la llamada de la sangre. “Los gitanos tenemos algo único en el ADN, una conexión que siempre está ahí”. Aunque el disco contiene referencias religiosas y apocalípticas como en Amén (con un sampler de la Banda del Santísimo Cristo de las Tres Caídas de Triana), Quentin aclara que no es una obra de fe en el sentido tradicional: “No soy creyente, pero me interesa la espiritualidad como concepto cultural. Admiro la liturgia y la estética de lo eclesiástico, pero no desde una perspectiva religiosa”.

Los temas de El mundo se quema abordan temas universales y actuales, desde el drama humano hasta el colapso medioambiental: Sentencia (en inglés), La Virgen de los Dolores, El sermón de la montaña, El volcán, El mundo se quema (con su hermano Curro Vargas en la guitarra). “El fuego es un símbolo recurrente en el disco. Representa tanto destrucción como renovación. Es una metáfora de lo que somos: estamos ardiendo, consumiéndonos, pero también brillamos”.

Mención aparte merece Fatigas, la noventa del repertorio de 16 canciones. Cantaba Manolo Caracol en el fandango Cuando yo te conocí que prefería la muerte a vivir sin esperanza de que volvieran a quererle. Y en Fatigas, el corte más cercano al folclore, Quentin canta que “el amor es más frío que la muerte”. Este sentimiento se puede hallar en Amén (por la gitana del rastro de Madrid), Hechuras (“Tú no me echas cuentas y a mí me vuelven loco tus hechuras...”), La trenza de tu pelo negro o Säkais...

Por su parte, el arte de la portada del álbum (de Rocío Romero) mostrando figuras humanas en llamas, refuerza esta idea de ambigüedad y dualidad. “El fuego puede ser condena, pero también puede ser luz y esperanza. Esa tensión es lo que quise capturar en este trabajo”, continúa Quentin. Con El mundo se quema, el entrevistado no solo reafirma su lugar en el panorama musical, sino que también lanza un mensaje profundo y atemporal. Es un disco que, como su creador, habita en la encrucijada entre tradición y modernidad, entre lo personal y lo universal. Una obra que habla tanto del pasado como del presente y deja abierta la puerta hacia el futuro.