EXPOSICIÓN
Irving Penn, el genio de la fotografía que encerró todo un mundo en su estudio, muestra sus mejores galas en A Coruña
La nueva exposición de la fundación MOP presenta una amplia panorámica de la obra de uno de los grandes nombres de la fotografía de moda, que retrató a personajes y objetos con una curiosidad insaciable

La célebre serie de las colillas en la que Penn trabajó a principios de los 70, quizá su obra más polémica, en una de las salas de la Fundación MOP de A Coruña.. / Fundación MOP

El universo de Irving Penn estaba enclaustrado entre cuarto paredes, las de sus estudios en Nueva York y las de otros espacios, siempre cerrados, a veces portátiles, en los que trabajó en diferentes rincones del planeta. No es fácil encontrar una foto suya en exteriores. Sin embargo, el mundo entero podía entrar por la puerta de esos estudios: una top model, Salvador Dalí, una humilde familia peruana, una exótica flor de rasgos casi animales o un motero de Los Ángeles del Infierno. Allí dentro, a veces emparedados en una estrecha esquina en la que convergían dos muros blancos pero imperfectos, colocaba el fotógrafo a los sujetos de sus imágenes para tratar de diseccionar una condición humana sobre la que no dejó de indagar hasta el fin de sus días. También para entender el funcionamiento de un mundo que, durante el tiempo que vivió, alumbró la figura de la celebridad global, convirtió la moda en fenómeno de masas y vio cómo la fotografía crecía como herramienta comercial pero también como una disciplina artística más, con su habitación propia en los museos. De todo ello Penn fue protagonista.
La Fundación Marta Ortega Pérez (MOP) de A Coruña dedica su nueva exposición a uno de los nombres clave de la historia de la imagen. Es la cuarta de las muestras anuales de fotografía que organiza, después de las de Peter Lindberg, Steven Meisel y Helmut Newton. Irving Penn fue el gran fotógrafo de moda de las portadas de Vogue, pero también el retratista de artistas e intelectuales, de Marlene Dietrich a Tom Wolfe, o el tipo que inmortalizó detritos -sus célebres colillas de tabaco, un chicle aplastado en el asfalto- como si fueran piezas monumentales. El artista que de joven se entrega a los bodegones como si fuera uno de los grandes maestros de la pintura, el que fotografía como nadie los diseños de Dior y Balenciaga en los 40 y 50 y el que a finales de los 90 se hace amigo de Issey Miyake y, al fotografiar sus diseños, acaba influyendo en las que serán las siguientes colecciones del modisto japonés.

'Picture of Self, Cuzco, 1948', un autorretrato de Irving Penn. / The Irving Penn Foundation
Todas esas vetas de su trabajo se pueden ver en una muestra, titulada Centennial, con la que el Metropolitan Museum de Nueva York celebró el centenario del nacimiento de su protagonista en 2017, ocho años después de su muerte. Uno de los comisarios de aquella, Jeff L. Rosenheim, jefe del departamento de fotografía del museo neoyorquino, es también el responsable de la que se puede ver en el espectacular espacio del Muelle de la Batería coruñés. Es la última vez que se podrá disfrutar esta exposición que ha recorrido medio mundo en los últimos años, aunque escuchando a Rosenheim se diría que es a la que más cariño ha cogido.
"Esta exposición es muy especial porque la entrada es gratuita. Es una muestra que ha viajado mucho, y en todos partes ha sido muy cara, porque para eso se organizan las exposiciones de alto nivel, en busca de ingresos. Pero aquí va poder venir a verla gente que trabaja en el puerto, o que hace vino aquí cerca, chefs... Todo la gente que ha participado, desde los del montaje a los del catering. Es una exposición para ellos. Y eso a Penn le habría encantado", se empeñaba en subrayar Rosenheim este viernes charlando con un reducido grupo de periodistas. En el recinto coruñés se exponen 160 de sus fotografías, la primera de 1939 y la última de 2007, además de numerosas páginas y portadas de revistas, un video sobre su trayectoria y dos de los escenarios más icónicos de un artista que no retrató escenarios: una reproducción de la célebre esquina antes mencionada de su estudio y una larguísima tela que es la que él arrastró durante décadas por medio mundo para utilizarla como fondo en sus imágenes.
Rosenheim trató al fotógrafo en su día, y le describe como un hombre muy tranquilo, silencioso incluso, que siempre hacía sentir bien a aquellos con los que estaba. Destaca, como rasgo distintivo del creador, que Penn solamente disparaba cuando encontraba en la escena, en la figura que tenía en su estudio, la compostura y el orden necesarios para que todo estuviera en su sitio. "En eso era lo contrario de [Richard] Avedon: este hacía la foto cuando todo era inestable, cuando no había compostura: desafiaba a la gravedad", dice hablando de dos nombres que han quedado para la historia, además de como los dos grandes revolucionarios de la fotografía de moda, también como los epítomes, respectivamente, de la estaticidad y el dinamismo de la imagen congelada, uno con un carácter reservado, el otro un animal social. Ellos, dice, era "rivales amistosos", una rivalidad alimentada por sus revistas rivales, Vogue y Harper's Bazaar, aunque empeoró cuando Avedon se acabó incorporando también a la primera. "Pero ambos encontraron fuerza en la obra del otro", concluye.

Irving Penn, 'Hell’s Angel (Doug), San Francisco, 1967' / The Irving Penn Foundation
Un director de arte convertido en fotógrafo
Nacido en Nueva Jersey en el seno de una familia judía emigrada de Rusia, el arte estuvo presente en la vida de Irving Penn desde que era niño. Su padre era relojero, la condición a la que siempre se ha atribuido el gusto del fotógrafo por la precisión, pero también pintor aficionado, y desde muy pronto el pequeño Irving brilló en el dibujo. No eran los únicos en casa con vocación artística: su hermano pequeño Arthur estudiará interpretación y acabará siendo director de cine, uno de los grandes: suyas son obras maestras como Bonnie & Clyde o La noche se mueve. Irving se inicia en el diseño gráfico ya en el instituto, y en la universidad en Filadelfia amplía ese campo al dibujo y la pintura.
Su maestro allí será Alexey Brodovitch, director de arte por entonces de la revista Harper’s Bazaar y su maestro, como también el de Avedon. Él será su puerta de entrada a las publicaciones y al arte comercial, que conocerá primero como director de diseño publicitario para los grandes almacenes Sacks Fifth Avenue. A Brodovitch le seguirá otro mentor, Alexander Liberman, que ocupaba el mismo puesto en Vogue: antes de entregarse a la fotografía, Penn aprenderá los rudimentos de cómo hacer una portada o cómo maquetar un editorial de moda. La comisaria Merry A. Foresta dirá años más tarde que en el trabajo de Penn se puede apreciar “el control de un director de arte combinado con el proceso de un artista”. "El motivo por el que las fotos de las portadas de Vogue son tan buenas es porque él entendió perfectamente la silueta, el espacio positivo y negativo, y que ese rectángulo que es una portada tiene que funcionar con las letras de la cabecera, que también son siluetas", sostiene Rosenheim en una soleada mañana coruñesa. A lo largo de su vida firmará nada menos que 165 portadas de la revista, "justo el área en la que él estaba formado: sabía lo que tenía que hacer".
Después de estrenarse en el diseño de revistas y con su primera cámara, una Rolliflex, comprada un par de años antes, Penn se va a México en 1941 persiguiendo la que cree que es su vocación, la pintura. Acabará tirando todo lo que pinta o convirtiéndolo en manteles: detesta todo eso que ha hecho. A la vuelta, en cambio, descubre que las fotos que ha disparado allí sí le gustan, y ahí comienza verdaderamente su carrera. Hace sus primeras sesiones para Vogue. La portada con la que debuta, curiosamente, es un bodegón. Pero son tiempos de guerra y se alista. Acabará conduciendo una ambulancia del ejército en Italia, pero estando estacionado allí descubre dos cosas que serán clave en su carrera. Al pintor Giorgio de Chirico se lo cruza por las calles de Roma y le persigue hasta que le deja fotografiarle: con él que arranca su fascinación por los grandes creadores e intelectuales. En Nápoles, en cambio, se dispara la curiosidad que le despiertan las clases populares y sus oficios en una ciudad que es puro ruido y movimiento.
A su vuelta a EE.UU., Liberman le encarga retratos y bodegones para Vogue. A Le Corbusier o a Hitchcock los sienta encima de una tela maltrecha, a Stravinski, a Spencer Tracy, a Dalí o al boxeador Joe Louis los aprisiona en la célebre esquina con sus paredes sucias, como si estuvieran encerrados en las páginas de la revista. "Él quería que la foto fuese perfecta e imperfecta a la vez", explica Rosenheim, algo que se ve en fotos de modelos perfectas con papeles por el suelo, o de bodegones con una mosca posada. "Los pone en un vacío y observa cómo se desenvuelven en él. Es gente a la que todo el mundo trata demasiado bien, y ese estudio en cambio es duro. Les trata con una cierta falta de respeto a lo que son, pero en cambio con respeto a cómo son", dice subrayando esa diferencia que el fotógrafo hacía entre persona y personaje.

'Marlene Dietrich, New York, 1948'. / The Irving Penn Foundation
Cuando Vogue le encarga que haga un reportaje en Perú, donde acababa de establecerse una conexión aérea con Nueva York, Penn fotografía a la modelo como corresponde -la imagen más célebre es la de sus pies doloridos-, pero aprovecha unas vacaciones para visitar Cuzco y allí se queda una temporada disparando fotos en un estudio local. Acuden familias humildes de las zonas rurales cercanas a las que fotografía con la misma dignidad que a las celebridades de la cultura y de la moda que frecuenta en casa. Aquella serie, Cusco, 1948, será una de las suyas más célebres. Otra es la de los 'pequeños oficios' que realizará poco más tarde en Londres, París y Nueva York, y en la que celebra el orgullo profesional, casi sindical, de carboneros, pescaderos, camareros o carteros, entre muchos otros, que posan vestidos con sus ropas y sus instrumentos de trabajo: la sierra del carnicero, la barra de amasar los pasteleros.
Moda y personajes
La alta costura entra en su vida cuando se cruza con la modelo sueca Lisa Fonssagrives, una ex bailarina que ya por entonces es la mejor pagada del mundo gracias no solo a su belleza, sino a su capacidad para posar. En una imagen de la muestra la vemos con la tela mencionada de fondo, justo al lado de esa misma tela real. Penn se enamora de esta mujer con la que trabaja a menudo pero que está casada. Antes de conseguir que se divorcie y se case con él -lo harán en 1950 y será una estrecha colaboradora- emprenderá uno de sus proyectos más personales: una serie de desnudos en los que solo se ven los torsos de las modelos. Es la época en la que la moda empezará a buscarle sin descanso. Todas las grandes marcas y modelos quieren pasar por sus manos.

'Rochas Mermaid Dress (Lisa Fonssagrives Penn), Paris, 1950'. / Condé Nast
Penn concentró su uso del color en su trabajo para Vogue, ya fuese de moda o de otras temáticas. Sin embargo, casi todas las fotos que vemos en la exposición pertenecientes a esos trabajos son en blanco y negro. La razón es que los derechos de las imágenes en color pertenecen a la revista, mientras que las de blanco y negro fueron suyas. De hecho, en muchas cartelas aparecen dos fechas: la de cuando la foto se disparó, con carrete en color, y la de cuando se reveló en blanco y negro después de un proceso de doble positivado, a veces décadas después. Porque si en algo destacó también fue en su dominio de la impresión, que a lo largo de su carrera realizó en diferentes técnicas. Cuando en los 70 lleva a cabo su famosa serie de las colillas -las recogía por la calle y las clasificaba en botes de carretes de fotos, anotando características del fumador, porque lo que buscaba era reflejar su personalidad- las imprime con platino en lugar de con gel de plata, para conseguir que tengan esa textura y esos tonos, más cálidos a pesar del blanco y negro, tan característicos. Era ahí, en el laboratorio, donde regresaban sus anhelos de pintor.
Pero si hay un rasgo que realmente defina su fotografía en el apartado técnico, este fue el uso de la luz natural. No hay flashes ni focos en las fotos de Irving Penn. Todos sus estudios, incluso los portátiles como la tienda hecha de tubos de aluminio y tela de velas de barco que se llevó a sus viajes por lugares como Benín o Nueva Guinea, tenían partes abiertas por los que tenía que entrar la luz del norte, la que consideraba la mejor. Los fondos siempre eran neutros. A lo largo de toda la exposición, de milagro conseguimos ver un elemento extraño en el retrato de Francis Bacon, que tiene detrás el de su referente, Rembrandt.

'Pablo Picasso at La Californie, Cannes, 1957', uno de los retratos más célebres del malagueño. / The Irving Penn Foundation
Hay mucho más que ver: quien busque personajes icónicos encontrará dos retratos de Truman Capote, a un Cecil Beaton regio, Audrey Hepburn con la sonrisa con la que todos la recordamos, Carson McCullers con su cigarro, la Joan Didion de antes del duelo pero ya con mirada triste, Gianni Versace en una postura un tanto barroca o John Galliano, el que decía que estar con Penn era como estar con una presencia divina, cuando arrancaba su momento de gloria en 1995. Para fotografiar a Picasso en los años 50 se dice que su asistente se coló en la casa del artista en la Costa Azul y que este se dejó hacer a regañadientes en su porche el que es uno de sus retratos más icónicos. Para conseguir la imagen deseada de Ingmar Bergman tuvo que esperar dos horas y a que este, cansado, se frotase los ojos, como aparece en la imagen.

'Mouth (for L’Oréal), New York, 1986'. / The Irving Penn Foundation
Hay fotografía publicitaria, como un prodigioso anuncio de pintalabios en el que se ven unos labios llenos de manchurrones de diferentes colores, casi la paleta de un pintor. Hay también fotos donde reconocemos las prendas pero no a las modelos, aunque también hay numerosas tops y celebridades captadas en shootings de moda, de Marisa Berenson y Verushka a Gisele y Nicole Kidman. Luego están las flores. Esa pasión que apareció ya maduro y en las que colores y formas se desbocan convirtiéndose, foto y flor, en preciadas piezas artísticas.
La muestra se cierra con la imagen, impresa con gelatina de plata, de una jarra de tres pisos que disparó en 2007, pero que podría haber ejecutado en los años 30. Es la prueba de la eternidad de Penn, quizá el más clásico de los innovadores, o el más innovador de los clásicos.