Entrevista
Fernando Aramburu, primeras declaraciones tras el bulo de su muerte: "Tenemos unos políticos de poca altura humana"
"Me apresuré a informar a la familia, porque mi madre vive todavía, es muy mayor, y no me apetecía que se llevara un susto" afirma el autor de 'Patria', 'Los vencejos' y 'El niño'

Fernando Aramburu, este pasado miércoles, en Palma. / Manu Mielniezuk
Montse Terrasa
El escritor Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) está en Palma, donde este pasado miércoles por la tarde ha participado en los Encuentros de filosofía, pensamiento crítico y educación Sa Nostra Conversa. Su estancia en la isla se produce poco después de que un bulo le diera por muerto.
Le veo muy bien y muy vivo...
Sí, cuando uno resucita tiene nuevas fuerzas. Ayer [por el martes] me chafaron la tarde...
¿Dónde le pilló la noticia?
En la siesta. Me llamó el editor para comunicarme que yo estaba muerto. Noticia que asumí con la resignación debida... Estaba muy enfadado él, y luego me llamó más gente, y mensajes, y ya no pude levantar cabeza, pero sí me apresuré a informar a la familia, porque mi madre vive todavía, es muy mayor, y no me apetecía que se llevara un susto. Llamé a mi mujer...
No sé si le ha dado por pensar qué le gustaría que se dijera de usted cuando realmente fallezca...
Eso sí, después de que pasara todo el embrollo, fue interesante para mí tener una idea más o menos precisa de lo que los muertos no pueden saber y es qué dicen los demás [risas] y cómo reaccionan. Y yo recibí afecto y aprecio de gente que se asustó, que creyó en el bulo, que se lo tragó y que se quedó muy preocupada.
¿Le molesta o le cansa que se le siga presentando como el autor de 'Patria'?
No, en absoluto. Soy autor de más libros, pero vivo plácidamente resignado a ser el de 'Patria', hasta el punto de que le dije en cierta ocasión al editor que en los próximos libros suprima mi nombre de la cubierta y ponga "el de 'Patria'", para ser más rápidamente reconocido. No me parece mal, es un libro que me ha dado muchas satisfacciones, entre ellas muchos lectores, también fuera de España. Supongo que a Iniesta también lo recordaremos por el gol con el que España ganó el Mundial, ha hecho muchas más cosas, pero no está mal tener esta medalla.
En ‘El niño’ vuelve a escribir sobre el País Vasco. ¿Le queda mucho filón de ‘Gentes vascas’?
Sí, hay muchas historias esperando a que las cuente. El proyecto consiste simplemente en trazar un dibujo literario de la gente humilde de mi tierra natal, en una época que también fue la mía. ¿Por qué de mi tierra natal? No por nacionalismo ni patriotismo, enfermedades que nunca he contraído, sino porque ahí hice mis primeras enseñanzas y probablemente más fundamentales. Allí nací, allí fui a la escuela, allí aprendí las letras, allí hice mi primer conocimiento del alma humana y he sido testigo de muchos episodios, entre ellos de la violencia, y esto pesa mucho en mí.
Ha dicho que los nacionalismos son una enfermedad. ¿Lo son?
No, no es que sea una enfermedad, pero cuando lo digo sé que los provoco y se cabrean y eso me da mucho placer.
De esta cuestión y de neoliberalismo viene a hablar a Palma.
Yo procedo de una tierra donde el nacionalismo es hegemónico y me da gusto resaltar sus contradicciones, criticar su fanatismo, su falta de corazón, a menudo, frente al que no cumple con el esquema.
Supongo que por eso mismo ha recibido muchas críticas...
Sí, todo el tiempo, pero a veces están bien fundadas incluso. Si hay gente con talento, eso lo admiro. Es decir, cuando me contraargumentan, eso sí me gusta, si insultan, no, entonces ya sé que los he derrotado.
Es el recurso fácil.
Desde el punto de vista de la oratoria, el que insulta ya ha muerto, ya está perdido, como la pieza de ajedrez en el momento de salir del tablero. En cambio, el hombre racional, aunque defienda convicciones que yo no comparto, sí que me puede enseñar o me puede aportar algo desde el punto de vista humano, porque en realidad el filtro que yo aplico a todas estas cuestiones es moral.
Los ataques políticos que vemos tras lo sucedido en Valencia ¿es esa decadencia moral a la que se refirió en su última columna en ‘El País’?
Es evidente que hay una decadencia moral, pero no me parece exclusiva de España, sino que está extendida en Europa y es una decadencia que en realidad es la consecuencia de una serie de debilidades estructurales, de tipo económico, militar... Ahora mismo, Europa está rodeada de muchos peligros de tipo geopolítico y a España le toca su parte. Y tenemos unos políticos de poca altura humana, con las debidas excepciones. Son personas que se dedican a discutir todo, a las que no se les ve ponerse de acuerdo en lo esencial cuando la gente está sufriendo, ha habido muertos o tienes el barro hasta el cuello. Déjate de políticas, vete allí y haz todo lo que puedas con tu adversario político para ayudar a toda esa gente. Y eso tiene que ver con el comportamiento de las personas, por eso hablo de moral, no de política.
¿Y el pueblo llano también estamos en esa decadencia moral?
La palabra pueblo no me gusta porque borra los rasgos fisonómicos de las personas, las convierte a todas en el contenido de un saco, todos juntos, es una manera de nombrar con una sola palabra a millones de personas y si yo respondo sí o no a esa pregunta, estoy haciendo lo mismo, es decir, estoy juzgando una masa con un simple adverbio, y eso no puede ser. Un escritor no puede permitírselo, un político, sí. Un escritor, si es honesto, debe articular un discurso propio. Da igual si está equivocado o si no es preciso, pero un escritor, un intelectual, un artista o un cantante tiene que ser alguien en quien las personas tengan una confianza, sabiendo que si asumen lo que esa persona dice no es a cambio de un voto. Es una voz que está ahí y que puede ser útil. Pero no me gusta la figura antigua del intelectual que va dando lecciones y que lo sabe todo.
¿Por eso ha dejado de escribir columnas de opinión?
Sí, porque soy incapaz de llevar a cabo una actividad que me insatisface.
Comentó que se sentía desplazado de su época. ¿En qué sentido?
Me siento ajeno, creo que soy una hormiga roja en un hormiguero negro. Ya tengo mis años también y todo va muy deprisa. Y hay mucho ruido y yo me veo ante dos peligros: uno es de la superficialidad, y eso no lo quiero para mí. Y hay un segundo peligro, que aún me parece peor, desde el punto de vista personal, porque rompe toda mi construcción humana, y es el nihilismo, el cinismo, empezar a decir cosas que uno no siente o en las que no cree.
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