ENSAYO
Olivia Laing: "El jardín es un reloj anticapitalista"
El jardín como refugio, pero también como promesa de un futuro mejor es una de las ideas que atraviesa 'El jardín contra el tiempo', donde la autora reflexiona sobre estos espacios de privilegio y exclusión, pero también de utopía comunitaria

Inspirándose en la restauración de su propio jardín, Olivia Laing ha escrito el ensayo 'El jardín contra el tiempo'. / SANDRA MICKIEWICZ
En 2020, poco antes del confinamiento, Olivia Laing se mudó a una vieja casa en Suffolk, a dos horas en tren de Londres. Allí se encontró con un descuidado jardín amurallado del siglo XVIII lleno de hierbajos. Aislada del mundo y con el tiempo detenido, empezó una laboriosa tarea de restauración. Activista medioambiental desde los 90 y formada como herborista, Laing estaba acostumbrada a visitar jardines desde niña cuando su padre, divorciado, solía llevarlas a ella y a su hermana de paseo todos los fines de semana por los parques victorianos de la capital inglesa.
Laing no fue la única que en plena pandemia encontró refugio en lo botánico. En Estados Unidos más de 18 millones de personas empezaron a hacer sus pinitos en la horticultura durante aquellos meses en los que el sistema colapsó. En Inglaterra fueron tres millones, la mayoría millenials. Los centros de jardinería se quedaron sin abono, semillas y plantas. El jardín como refugio, pero también como promesa de un futuro mejor, es una de las ideas que atraviesa El jardín contra el tiempo (Capitan Swing), el nuevo ensayo de Laing, donde reflexiona sobre estos espacios de privilegio y exclusión, pero también de utopía comunitaria.
P. El tiempo es una de claves de su nuevo libro. Cultivar un jardín requiere de mucho, además de esfuerzo. Y el tiempo de las plantas y flores es lo opuesto al ritmo hiperacelerado actual. ¿Cultivar un jardín es lo más anticapitalista que se puede hacer hoy?
R. El jardín es como una entrada al presente perpetuo. Es una gran liberación de la avalancha de noticias en la que todos vivimos todo el rato por culpa de las redes sociales. Para mi, el jardín funciona como un reloj anticapitalista realmente interesante, porque en nuestra época todo tiene que ver con el crecimiento y la abundancia perpetua, una ilusión que ha tenido consecuencias ambientales enormemente perjudiciales. Y lo que el jardín nos muestra es que el tiempo avanza en un ciclo de muerte y renacimiento. Las cosas mueren, las cosas florecen. Ese es el reloj de la tierra, el reloj con el que necesitamos vivir más en sintonía.
P. En el ensayo explica que tras el Blitz de Londres, en la Segunda Guerra Mundial, en muchos barrios que quedaron completamente arrasados la naturaleza se abrió paso entre las cenizas y los escombros, creando jardines salvajes. También habla del último jardinero de Aleppo. Aunque para algunos pueda ser naíf o ingenuo, ¿cultivar un jardín en plena guerra es un acto de resistencia?
R. No creo que sea nada ingenuo. De hecho, que no lo es queda ilustrado por el hecho de que el libro fue publicado en Ucrania al principio de la guerra porque allí creen firmemente que el jardín es un antídoto contra la guerra, que es lo opuesto a lo que significan el esfuerzo humano y las vidas. Es algo que también se ve en Palestina y Gaza, donde los israelíes atacan huertos, jardines y cualquier cosa que exprese ese espíritu de creatividad humana. Las plantas significan cosas profundas para las personas. Los palestinos sienten pasión por sus olivos. Los ucranianos por el girasol. Esas son las formas en las que la gente entiende su hogar. No hay nada ingenuo en ello. Son cosas cruciales.

La escritora Olivia Laing. / SOPHIE DAVIDSON
P. En Inglaterra menos del 1% de la población tiene más de la mitad de la tierra, ¿eso hace que un jardín sea algo político?
R. El jardín parece benigno desde fuera, pero no lo es. No es en sí mismo un concepto neutral. Es parte de un ejercicio histórico de poder y privilegios, de la apropiación de la tierra de forma increíblemente desigual. Pero en el libro también quería rastrear los jardines que han existido y existen como ejemplo de otras relaciones de poder más equitativas y compartidas, que siguen siendo muy inspiradores hoy.
P. En España tener un jardín es raro y se asocia más bien al suburbio, al sueño aspiracional de clase media de los PAU, la casita con jardín y plaza de parking.
R. El jardín público me parece mucho más interesante que el jardín suburbano privado. En términos de cambio climático, actúan como lugares que reducen el calor en las ciudades. Crean recursos para la biodiversidad, son ricos en especies. Son un lugar que la gente puede disfrutar y en el que se puede trabajar. Creo que esa es la visión que necesitamos para el siglo XXI, más que defender la fantasía del propietario.
P. Empezó en el activismo medioambiental hace tres décadas, ¿cómo ha evolucionado desde entonces la relación entre el jardín y el cambio climático?
R. Antes la jardinería no tenía una mentalidad ecológica. Dependía de muchos pesticidas y todo estaba centrado en las plantas buenas y en cómo eliminar las malas y deshacerse de las plagas. A medida que avanza el cambio climático, eso ha cambiado. Muchos jardineros y grandes diseñadores de jardines piensan hoy de manera más ecológica. Encontré consuelo en una investigación que se realizó en Great Dixter, un gran jardín al sur de Inglaterra, que demostró que el hábitat con mayor biodiversidad no era el salvaje, un estanque o un prado, sino el jardín ornamental. Así que existe un modelo en el que un jardín puede ser estéticamente muy bello para las personas, pero también puede ser un hogar para otras especies. Y está demostrado que para bajar las temperaturas lo mejor es un jardín, más que llenar de árboles una avenida.

Laing es autora de siete libros, entre ellos 'To The River' (2011) y 'Todos los cuerpos' (2021). / SOPHIE DAVIDSON
P. Escribiendo el libro descubrió que el origen etimológico de paraíso no tiene que ver con el cielo, sino con el jardín.
R. Oh sí, es encantador pensar que todas nuestras ideas del cielo son, en el fondo, una metáfora basada en la realidad del jardín amurallado y la importancia que éste ha tenido culturalmente para los humanos a lo largo de milenios, a través de múltiples culturas. Sigue siendo una especie de sueño. Y es interesante porque no es un lugar salvaje, es un lugar cultivado. Es un lugar de reclusión o un lugar de encuentro. Es un lugar de privacidad y es un lugar de paz. Es, de nuevo, el antídoto contra una guerra.
P. Acabemos con El paraíso perdido de Milton, del que habla en el libro. Milton escribió el poema tras perder una revolución, en un momento en el que se sentía en peligro y se preguntaba qué podemos hacer cuando los sueños fracasan. ¿Se imaginaba que sería tan vigente hoy?
R. Lo es, en este momento preciso, cinco días antes de las elecciones estadounidenses. Si sentí eso en la última presidencia de Donald Trump, ¿cuánto más aterrador es ahora? Que estemos enfrentando no sólo los fracasos de nuestro planeta, sino también los fracasos de la democracia liberal en todo el mundo es absolutamente aterrador. Lo que encuentro alentador sobre Milton es que en ese momento de pérdida, lo que decidió hacer fue imaginar una utopía que todavía nos inspira. Y creo que es una llamada a la acción para que todos pensemos no sólo en resistir el fascismo que se nos viene encima, sino en soñar y crear alternativas e inspirar a la gente a creer en esas alternativas. No llegaremos a ninguna parte hasta que lo hagamos.
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