LIBROS
El satanismo no es lo que pensabas: "Su historia es muy parecida a la de cualquier otro credo, pero más divertida"
El periodista y escritor Javier Cavanilles ahonda en una de las figuras más fascinantes de la cultura y la religión occidentales, resolviendo malentendidos, despojándola de falsas creencias e incluso negando su existencia, lo que no le resta ni un ápice de interés al personaje

Anton LaVey, oficiando una ceremonia satánica. / CEDIDA
El pasado 13 de octubre, en su homilía semanal, Iker Jiménez arremetió contra un periodista "con cara de no haber roto y plato y medio balbuceante" al que acusó de satanista. El presentador de Cuarto Milenio le acusaba, además, de perseguirle y desprestigiarle, dando a entender que, para lo segundo, precisaba ayuda de terceros. Sea como fuere, de lo que se cuidó mucho Jiménez fue de dar el nombre del periodista en cuestión, temeroso tal vez de que, si lo pronunciaba, aparecería en el plató como Bitelchús.
A pesar de tan críptica referencia, todo apunta a que el empresario del misterio se refería a Javier Cavanilles, periodista valenciano miembro de la asociación Satanistas de España, que acaba de publicar Satanismo. Historia del culto al mal (Almuzara, 2024), un riguroso ensayo en el que aborda la evolución del maligno, desde sus antecedentes en Babilonia hasta el presente y cómo su figura ha evolucionado en paralelo al contexto histórico, la situación política o las particularidades culturales de cada momento, exactamente igual que ha hecho cualquier otra religión a lo largo de la historia.
"Cuando sabes mucho de un tema pero quieres saber más, lo mejor es escribir un libro porque te obliga a documentarte y, además, no sabes dónde te va a llevar. A mí hay dos temas que me apasionan: el satanismo, quizás más como movimiento contracultural que como religión propiamente dicha, y las conspiranoias", confiesa Javier Cavanilles que destaca la estrecha relación entre ambos temas: "La sinagoga de Satán que aparece en el Apocalipsis es el embrión de la teoría de que los amos del mundo dominan el planeta, y que en versión más moderna nace en el siglo XVIII con el mito de los Illuminati".

Javier Cavanilles, autor de 'Satanismo. Historia del culto al mal'. / RAFA GASSO
A diferencia de lo que sucede en otros países del entorno europeo, en los que existen cátedras de estudios paganos que han tratado el tema del Satanismo como una religión más, en España suele abordarse el fenómeno recurriendo a recortes de prensa, crónicas de sucesos, opiniones de expertos en temas que no suelen ser ni la historia ni la teología e informaciones sesgadas que, no solo dan una imagen equivocada del fenómeno, sino que lo decantan hacia el amarillismo.
"Si le quitas las túnicas y las velas negras, la historia del satanismo es muy parecida a la de cualquier otro credo, pero más divertida. Además, otra de las cosas que tiene a su favor es que representa el mal absoluto y el mal nos fascina porque, en el fondo, creo que todos podríamos ser muy malos si supiéramos que no nos van a pillar. Es por eso por lo que todo el mundo recuerda a Fu Manchú, pero del detective que le perseguía, Denis Nayland Smith, no se acuerda ni el Tato. En todo caso, a mí y a los satanistas en general, el Satán que más nos gusta es el rebelde, el que desafía la autoridad. Yo me lo imagino un poco como Durruti", bromea Cavanilles… O no.
Satán a la carta
En términos generales, cuando se habla de Satán se suele hacer desde el presente y desde la imagen que se tiene hoy en día del personaje. Sin embargo, su figura, atributos y personalidad se han ido modelando a lo largo de los siglos y, si bien es cierto que se le menciona en la Biblia, su paso por el libro de libros es breve y un tanto confusa porque no es precisamente uno de sus personajes principales.

'La última cena', por Ugolino da Siena (c.1325-30). / CEDIDA
"Durante siglos, sobre todo en la pintura, no hay una imagen icónica de Satán. Podía ser un monstruo o un querubín, azul o rojo, con alas de murciélago, sin alas… De hecho, mientras que creer en el infierno es un dogma de fe porque aparece en el Credo, no lo es creer en el diablo. En los primeros años del cristianismo era un personaje instrumental, pero no la némesis de Dios, salvo en el Apocalipsis, que es un libro que, aunque forme parte del Nuevo Testamento, juega en su propia liga y no refleja el espíritu del resto del libro", revela Cavanilles, que apunta que uno de los problemas con el personaje de Satán es que "reconocer que la imagen que tenemos hoy de él es fruto de la literatura o el teatro le quita fuerza porque se nota que es un constructo humano, un producto cultural. Esa visión no da tanto miedo y no sirve como amenaza para los que se desvían del buen camino. Cuando lo coges por los cuernos, resulta hasta simpático".
Nacido en Palestina, Satán se hace mayor en Europa y, aunque es hijo de la cultura cristiana, sus representaciones con tan variadas como lo es esa misma religión. Para los católicos, por ejemplo, está muy por debajo de Dios, por lo que el mensaje de Jesús es más importante que el temor al demonio. Sin embargo, para los evangelistas estadounidenses, Satán es una figura casi tan omnipresente como el mismísimo Creador.

Robert de Grimston Moor, oficiando una ceremonia en la sede la Iglesia Procesista del Juicio Final. / CEDIDA
"Los sectores más ultras del protestantismo y múltiples derivados están obsesionados con el fin de los tiempos, el rapto, la lucha contra el bien y el mal… Ellos ven a Satán hasta en un código de barras si hay un 666 en él, o incluso en una marca comercial. Son unos zumbados, pero son millones y votan lo más a la derecha que pueden, por lo que tienen mucho poder. Junto a esa versión, convive otra más más light, más desacralizada, que es ese mito que se populariza con Cathy O’Brien en los 90, que afirma que hay una élite satánica que domina el mundo. Para estas personas importa menos Satán y más el poder de los que le adoran", explica Cavanilles, para el que una de las razones por las que la idea de Satán cambia tanto a lo largo del tiempo es, justamente porque es la representación del mal. "El mal es un concepto que cambia según el momento, el lugar, la situación política… El bien, sin embargo, es más absoluto. De hecho es el mismo desde el principio de los tiempos, por eso creo que la idea de Dios o la figura de Jesús se han modificado tan poco, mientras que, en lo que se refiere a Satán, hay un amplio catálogo de versiones que se adapta a la visión particular de cada consumidor".
De macho cabrío a chivo expiatorio
A pesar de su personalidad desdibujada, sus transformaciones a lo largo de la historia, su mayor o menor maldad, su inteligencia, su soberbia y sus apropiaciones por parte de todo tipo de colectivos, religiosos o no, hay un elemento constante en la figura de Satán y que marca toda su trayectoria: el temible macho cabrío es en realidad un chivo expiatorio que sirve para justificar las debilidades de los hombres, sus veleidades, sus tentaciones y, por supuesto, sus malas decisiones o sus actos criminales.
"Satán no es un chivo expiatorio, es el chivo expiatorio por excelencia. La excusa perfecta para no asumir ninguna responsabilidad sobre nuestros actos. Si yo me identifico con una religión que, por definición, es la verdad y el único camino hacia el bien, ¿cómo justifico todo lo malo que hago? Si ya tienes creado el malo perfecto, luego lo tienes que usar y, además, te sirve para todo. ¿Casos de pederastia? He caído en la tentación. ¿No me gusta Hillary Clinton? Es adoradora de Satán. ¿Me molesta un libro? Es la puerta abierta al maligno. ¿El rock? Oculta mensajes del maligno. Y como Satán no existe, cualquiera que intente contradecir esa tesis es, en realidad, un adorador suyo. Negarlo es casi declararse culpable. Para fabricar enemigos y atribuirles intenciones, como mito de proyección, Satán es mano de santo. Por eso marida tan bien con las conspiraciones modernas", comenta Cavanilles, que documenta en su libro algunos casos de la justicia estadounidense en los que la figura de Satán ha sido utilizada para para procesar a ciudadanos o justificar las acciones de ciertos acusados. Una situación delirante que contraviene cualquier principio legislativo secular.

Lorraine y Ed Warren, el matrimonio de demonólogos más famosos del cine. / CEDIDA
"Un crimen es un crimen independientemente de las creencias y los motivos del que lo lleva a cabo. Ese problema ya aparece en el informe de Ken Lanning para el FBI de principios de los 90, que sigue totalmente vigente. El concepto lo desarrolló luego el exagente de policía Robert D. Hicks, quién acuñó el concepto de cult cop, en referencia a ese agente de la autoridad que estaba obsesionado por el clima del Pánico Satánico y veía a Satán en todos sitios", relata Javier Cavanilles, que a esa persecución del satanismo añade otra paradoja: la tolerancia contra los crímenes que a veces han cometido los exorcistas con la excusa de tener que sacarle el demonio del cuerpo a alguien. "Parece que lo noble de su misión, o eso creen algunos, les exime de rendir cuentas ante la ley cuando, en realidad, un exorcismo es someter a alguien, probablemente con problemas mentales, a un tipo de tortura. Sin embargo, como forma parte de nuestro paisaje religioso se tolera más. Si las terapias de conversión están prohibidas, los exorcismos también deberían estarlo".
Al hilo de esta afirmación, entre las conclusiones que aporta Javier Cavanilles en Satanismo. Historia del culto al mal, hay una que resultará especialmente reveladora para muchos lectores: mientras que las sectas satánicas no existen ni son un problema, hay un amplio abanico de confesiones que sí que provocan graves perjuicios a sus seguidores y a la convivencia social.

Linda Blair, Max von Sydow y Jason Miller en una escena de 'El Exorcista', de William Friedkin. / CEDIDA
"Los satanistas son el cero coma nada de la población mundial, así que les corresponde un porcentaje similar de delitos. Los cristianos cometen infinitamente más delitos, pero no porque sean peores, sino porque son la creencia más extendida del planeta. Es tranquilizador pensar que el mal es patrimonio de una minoría, pero todos llevamos un hijo de puta dentro al que no siempre podemos controlar", sentencia Cavanilles, cuyas investigaciones le permiten afirmar que: "Las famosas sectas satánicas que realizan sacrificios humanos no existen. Se han estudiado en EEUU, Inglaterra, Francia, Italia, Francia, Bélgica, Países Bajos… y nunca ha aparecido ninguna, aunque algunos de esos informes concluyen que podría haber algo. Bueno, como poder también podría haber pitufos invisibles voladores, pero no hay ninguna prueba, así que lo razonable es pensar que no hay. Eso no quiere decir que no haya grupos que se identifican con Satán que hayan cometido crímenes abyectos. El mejor ejemplo es la Organización de los Nueve Ángulos o los seguidores del metal noruego en los 90, pero esos no son satanistas, son adoradores de Satán, que es muy distinto. Ellos sí rinden culto a un dios del mal, pero es el de la Biblia. El de los satanistas es de La rebelión de los ángeles, la novela de Anatole France, ese que se retira del campo de batalla cuando tiene que enfrentarse a Dios porque sabe que, si gana, se convertirá en todo aquello que critica".
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