PREMIO

Con el Nobel de Han Kang, la literatura se suma a la 'ola coreana' que ya recorre el cine y la música

Una sofisticada estrategia orientada a la exportación de contenidos ha convertido a Corea del Sur en una potencia cultural hegemónica

Blackpink, Han Kang y 'El juego del calamar', tres ejemplos de la imparable ola coreana cultural.

Blackpink, Han Kang y 'El juego del calamar', tres ejemplos de la imparable ola coreana cultural.

La concesión del premio Nobel de Literatura 2024 a Han Kang, anunciada el pasado jueves, puede ser leída como la culminación del proceso que ha llevado a Corea de Sur a convertirse en una de las más importantes potencias culturales del mundo siete décadas después del final de la guerra que devastó al país a mediados del siglo XX. Esa conquista de la hegemonía cultural, primero en el ámbito asiático y después en el resto de los continentes, es el resultado de unas políticas gubernamentales específicas diseñadas para reforzar la posición de Corea del Sur en el concierto internacional a través del denominado poder suave, un concepto que engloba, entre otras acciones, la exportación de tecnología y de contenidos culturales y de entretenimiento.

A finales de los años 90, el éxito alcanzado por las series de televisión y las canciones pop surcoreanas en otros países de Asia oriental hizo que se empezase a hablar de la ola coreana, o hallyu, una expresión que aludía al aumento de la popularidad de la cultura contemporánea del país del kimchi. Con la llegada del nuevo milenio, el fenómeno se extendió al resto del mundo abarcando otros ámbitos como el cine, los videojuegos, la gastronomía y la moda; un ‘blitzkrieg’ cultural en toda regla que, además de generar importantes ingresos por sí mismo, ha servido para dar un empujón a la exportación de otros productos y para multiplicar la llegada de turistas.

Difícilmente podrá presentarse a Han Kang como un peón del Gobierno de turno en esta sofisticada ofensiva: alérgica a la exposición pública (se ha negado a comparecer ante los medios desde el anuncio del galardón), la escritora de Gwangju no solo no se ha adherido nunca a la corriente que se ocupa de vender el ‘milagro surcoreano’, sino que, en novelas como Actos humanos, ha señalado con valentía hacia las zonas más oscuras de la historia reciente de su país. Pero, aun así, es innegable que el premio Nobel, el primero de las letras coreanas, será una herramienta que las autoridades tratarán de utilizar para proyectar la literatura del país fuera de sus fronteras, como ya han hecho, de forma exitosa, con el cine y con la música. R. T.

Las edades de oro del cine coreano

El cine surcoreano vivió su primera edad de oro en los años 50 y 60, con la guerra entre las dos Coreas como telón de fondo. De esta época son títulos clave como ‘La criada’, inusual 'thriller' psicológico que sería versionado en 2010 por Im Sang-soo y cuya trama ha inspirado otras películas surcoreanas, así como la relevante trayectoria de las dos primeras mujeres directoras coreanas, Park Nam-ok y Hong Eun-won.

La segunda edad de oro llegó en los 90 y la capitalizó Kim Ki-duk. Durante años, tanto en festivales como en salas de estreno, fue el director coreano por excelencia. Películas como La isla y Samaritan girl le encumbraron y parecía que no había otro cineasta del país asiático. Su estrella fue declinando. Sus cintas, cada vez más bizarras y precarias, dejaron de suscitar el mismo interés internacional, pero el relevo estaba garantizado con Bong Joon-ho (Memories of murder, Parásitos), Park Chan-wook (Sympathy for Mr. Vengeance, Old boy) y Kim Jee-woon (‘Encontré al diablo’). Ki-duk falleció en la ciudad letona de Riga en 2020, víctima de la Covid-19.

Aunque debutó como todos ellos a mediados de los 90, el prolífico Hong Sang-soo, capaz de presentar cada año un filme en Cannes, otro en Berlín y otro más en Locarno o San Sebastián, es el último en arrasar. Conciso y minimalista, filma a gente bebiendo y hablando sobre temas importantes o más mundanos. ‘En la playa sola de noche’ y ‘El hotel a orillas del río’ son algunas de sus películas más reconocidas. Ha establecido una buena relación con Isabelle Huppert, protagonista de tres de sus películas, entre ellas la penúltima, ‘Necesidades de una viajera’.

Corea del Sur no solo genera cineastas de prestigio. En la televisión tiene otra de sus bazas más comerciales. El éxito de El juego del calamar, serie sobre un violento concurso de supervivencia, llegó en 2021, dos años después del triunfal despliegue de los ‘Parásitos’ de Joon-ho (con Oscar incluido); ahora tendrá experiencia inmersiva en Madrid a partir del 24 de octubre. Chan-wook se ha sumado a la causa televisiva con dos series internacionales: La chica del tambor, según la novela de John le Carré, con Florence Pugh, y ‘El simpatizante’, sobre un espía norcoreano infiltrado, con Robert Downey Jr. en su reparto. Q. C.

K-pop, una pócima pop para dominar el mundo

Una tonada a lo Disney que desemboca en un punzante rap, graves gruesos y un giro r’n’b para poner a bailar a la multitud, por ejemplo, todo ello en una misma canción, acompañado de coreografías para imitar al milímetro en las redes. El k-pop tritura y compacta los recursos del ‘hit’ occidental cruzando estilos musicales y construyendo un canon propio en modo turbo, de alto rendimiento. Con la vista puesta en la conquista planetaria, en contraste con el nipón j-pop (su hermano mayor), que se adelantó en el tiempo pero que no ido más allá del (imponente) consumo local.

Los orígenes del k-pop se sitúan en los 90, con figuras incipientes como Seo Taijo and the Boys, pero ha sido bien entrado este siglo cuando ha dado el salto. Recordemos el pelotazo de Gangnam style, del risueño rapero-cantante PSY, en 2012. En esos años ya campaba la llamada ola coreana (o ‘hallyu’), con estrellas como la cantante conocida como BoA, cuyo temprano éxito en Japón dio la señal de que cruzar las fronteras de Corea del Sur era posible.

Fue la avanzadilla de las especialidades del k-pop. Por un lado, las boy bands, con BTS en cabeza (hitos como ‘DNA’), EXO, BigBang o Seventeen. Y en otro flanco, los ‘girl groups’, como Twice, Girl’s Generation, Ive y el más dominador de todos, Blackpink, cuarteto ya incrustado en el ‘mainstream’ internacional, que ha grabado duetos con divas del calibre de Dua Lipa, Lady Gaga y Cardi B (y una de ellas, Lisa, con Rosalía), y que ya hemos podido ver dos veces actuando en Barcelona, en el Palau Sant Jordi.

El k-pop ha crecido mezclando el coreano y el inglés (y el impuro konglish), y ha generado un fenómeno fan intenso y fetichista, con un culto al objeto físico (discos en múltiples gamas de colores, ‘merchandising’ infinito) y la proliferación de seguidores obsesivos, los sasaengs, conocidos por su inclinación a invadir la esfera privada de sus ídolos. Representa un sector industrial fomentado desde el propio gobierno coreano. Y a sus estrellas no les faltan los patrocinios privados: BTS es embajador de Hyundai y las integrantes de Blackpink se han visto vinculadas, juntas o por separado, a marcas como Chanel, Dior, Yves Saint Laurent, Samsung o Bvlgari. J. B. 

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