LIBROS
‘Ropa tendida’, de Óscar García Sierra: tristeza y cocaína en la España desindustrializada
El autor publica su segunda novela, en la que radiografía la tristeza de la generación de sus padres en el mismo paisaje físico y emocional de ‘Facendera’

El escritor Óscar García Sierra, en Madrid. / ALBA VIGARAY
Se hará tres horas y media de autobús de Madrid a León para llegar a su pueblo el día de la demolición de las torres de la central térmica, que desaparecerán una detrás de otra como si se las tragara el suelo. Escuchará las explosiones con sus amigos y les presentará a Aguedita mientras busca entre la gente a la hija de El de los piensos y acabarán todos en el parque que hay junto al centro médico y luego en la calle de las escuelas, bebiendo latas de cerveza y hablando hasta la mil, con las mandíbulas perfectamente sincronizadas y los ojos como la pantalla apagada del televisor, envueltos en polvo, sin querer irse a casa. Así terminaba Facendera, el debut en la narrativa de Óscar García Sierra (León, 1994) y en ese mismo lugar, que amanecerá cubierto de un polvo color naranja, sitúa el autor su segunda novela, Ropa tendida, también publicada por Anagrama, una historia que comenzará con una mujer encerrada en el baño que llama a la Guardia Civil para quejarse de que “hay unos guajes de fiesta con la música a todo trapo ahí en la calle de las escuelas, a ver si los mandáis pa casa, que no son horas”.
Si en Facendera alguien decía que “todo el mundo está triste pero no lo reconoce”, en Ropa tendida la tristeza será como ese polvo en suspensión que no deja ver el hueco que ha dejado lo que ya no está, ese polvo que quizá ya estaba flotando antes de que volasen las chimeneas de la térmica y que cubre el pueblo mientras Isidorín, que tiene casi 70 años y está jubilado y cada vez más gordo, golpea la puerta de ese baño en el que su mujer habla con la Guardia Civil porque no encuentra sus calzoncillos de la suerte, esos que llevaba puestos cuando casi le subieron al escenario en el concierto de Siniestro Total, esos que necesita porque esa mañana tiene carrera ciclista con los chavales y, si los lleva, a lo mejor ganan. Y Milagros, sentada en el váter con el móvil en una mano y una revista del corazón en la otra, se preguntará cómo es posible que esté teniendo esa mañana la conversación más larga con el señor con el que lleva media vida casada y le entrará una tristeza que lo llenará todo y que, “seguramente, ya estaba allí antes de que ella la sintiese”.
Milagros e Isidorín tendrán dos hijos: Tania Tamara, que se esfuerza por convertirse en escritora y se ha ido a vivir a León porque no soporta ni a su madre, ni a su padre, ni a su hermano Xairu, un tipo de cuarenta, en paro, cocainómano, de ultraderecha y maltratador, un hombre que se pasará media novela buscando a la Juli, un par de años mayor, con la que comparte bares, rayas y algún beso, que trabaja en la misma residencia de ancianos que Milagros y a quien su jefa le hace la misma pregunta que nosotros le haríamos no solo a ella, sino a todos y cada uno de los personajes de Ropa tendida:
—¿Te duele algo?
—Me duele, pero no sé el qué.
De esto va Ropa tendida, de una tristeza que ya no solo contamina a los millennial de Facendera, sino a la generación de sus padres y a toda esa gente de cuarenta y tantos que entró muy joven en la mina y que, cuando la mina dejó de existir, se quedaron vagando sin rumbo, sin saber qué hacer, gente que, como Xairu, se preguntará por el principio del derrumbe: “¿La adolescencia? ¿Su primera ruptura? ¿Algún despido de algún trabajo de mierda? ¿Empezar a beber solo en casa? ¿Empezar a tomar perico entre semana?”. Xairu y la Juli se meterán coca —el autor dirá perico, rayas, polvo blanco o pollos, ni una sola vez escribirá cocaína en las casi trescientas páginas de la novela— para vivir, para irse de bares y para no volver a casa, alargando el after, “porque irse a casa es la muerte y la sensación de alargar la fiesta”, dirá alguien, “es lo más parecido que podemos vivir a alargar la vida”.
Gente tan desmantelada por dentro como las torres de la térmica de La Robla, gente que apenas habla pero tiene la cabeza llena de ruido, gente paralizada por dentro que no para de moverse entre bares y calles, plazas, puentes y rotondas siguiendo un Google Maps hiperactivo, gente que cree que “el secreto de la felicidad es ocupar poco espacio en la oscuridad, consolarse con la infelicidad en habitaciones felices en un mundo infeliz”, gente que quiere “salvar al pueblo de los rojos de mierda” y que sabe que basta con escuchar una canción de María Jiménez para darse cuenta de que la vida es bastante complicada.

Óscar García Sierra acaba de publicar 'Ropa tendida'. / ALBA VIGARAY
Gente, escribe García Sierra, que tal vez crea que la desindustrialización “es un decorado diseñado especialmente para sus problemas personales”, ese paisaje rural y vacío que, a lo largo de la novela, culpará a la ciudad de haberlo convertido en su despensa, su huerta y su calefacción. “La sensación que tengo con el derrumbe es que cuando cierran las fábricas parece que el pueblo se va a acabar, pero realmente la gente sigue ahí, se tiene que quedar porque no es tan fácil vaciar un pueblo de 3.000 personas por mucho que cierren todas las fábricas o la mina, se tienen que buscar la vida y unos se prejubilan, otros se van a León, otros se quedan en los negocios que sobreviven… Y eso te afecta porque, aunque tú estés trabajando, el otro está en paro, es una situación extraña y difícil de expresar, por eso igual es más fácil intentar representarlos un poco en la novela”, dice el autor en una conversación con este diario.
“Cuando vuelvo a mi pueblo —explica— la gente sigue ahí, están como tristes. Marcharte a la ciudad no es una solución porque León tampoco está mucho mejor y construir centrales de hidrógeno o poner placas solares tampoco es útil para el pueblo, así que se vive una situación de pausa, no se sabe si va a ir para adelante o para atrás, si se va a joder del todo o si hay un poco de esperanza y a veces dices, joder, casi preferiría que lo desmantelasen todo ya”.
Estamos todos tristes
Óscar García Sierra escribió Ropa tendida durante un año, cinco días a la semana, por las mañanas, compaginando la escritura con su trabajo como lingüista en una empresa de Inteligencia Artificial. Dice que desde el principio quiso contar esta historia desde distintas perspectivas: en la primera parte, las de Isidorín, Xairu, Milagros y Tania Tamara y, en la segunda, la de la Juli. “Quería ir entrelazándolas en un tiempo muy concreto, el día después de la demolición, e ir avanzando lentamente con cada parte y que una se extendiese un poco más que la anterior. Facendera estaba muy condicionada por la perspectiva del narrador y aquí quería que fuera diferente”, explica.
García Sierra, que irrumpió en 2022 en el panorama literario, a pesar de haber publicado seis años antes el poemario ya descatalogado e inencontrable Houston, yo soy el problema (Espasa), hace eso que casi ningún autor se plantea con su segunda novela, repetir tema y paisaje físico y emocional, como si no le importaran las expectativas del personal o le pasara lo mismo que al personaje de Tania Tamara, a quien le parece impostado e inverosímil todo lo que escribe sobre situaciones ajenas a ella o al pueblo: “Ya te digo que en la siguiente no voy a estirar más ese chicle, pero es que no tenía otro tema ni tampoco ideas para escribir una historia sobre Madrid, y llevo aquí diez años, por eso me parecía muy natural seguir con las historias del pueblo y también de León ciudad, que en la primera novela no aparecía”.
En Ropa tendida, García Sierra nos dice que la tristeza es intergeneracional, que aquí estamos todos igual y que, tal vez, esa tristeza sea heredada. Xairu dirá: “Crecer es como una carrera a ver quién se da cuenta antes: tú de que tus padres nunca han sido felices, o ellos de que tú no vas a serlo nunca”, y García Sierra fijará su mirada en la idea de pareja y de familia, con ese matrimonio de Milagros e Isidorín que está muerto desde hace años y no se comunica con sus hijos o esa relación tóxica y de maltrato entre Xairu y la Juli, madre de un adolescente con el que tampoco sabe cómo hablar. “Ha coincidido que se divorciaron mis padres y los de varios de mis amigos y lo hemos hablado mucho entre nosotros, que ahí hay mucha dificultad para comunicarse, muchos padres no saben expresarse y muchas madres están ya hasta aquí. Hablando con mis amigos vi que era algo muy común”, explica.
Y en ese universo, García Sierra dejará muy poco espacio a la esperanza, no ya en el futuro, sino en el propio presente: “La esperanza está en el padre aprendiendo ruso, en la madre que va a las clases de baile, en la hija intentando escribir los fines de semana, en el otro yendo a la fiesta, en la Juli ligando con un drogadicto… O en ese final abierto de la novela, del que me he arrepentido un poco esta semana porque podría haberlo cerrado y es un poco putada para mi yo del futuro tener que pensar qué pasa con eso”.
P. Dice Isidorín que no sabe qué es la felicidad y que cómo va a saberlo, si no recuerda haber visto nunca a alguien y haber pensado que era feliz. ¿Por qué hay tan pocos destellos de alegría en Ropa tendida?
R. La novela no es un reflejo de mi vida y tampoco ha sido premeditado. No sé por qué me sale así porque yo vivo cosas felices, veo a gente feliz en mi familia, en mi pueblo, en Madrid… Igual es que veo más juego narrativo en esas cosas, más posibilidades de crear tramas. O sea, un tío súper feliz yendo a tomar el café por la mañana no le veo tantas posibilidades como a la historia de un yonki maltratador y facha.
P. ¿Por qué, además de cocainómano y maltratador, quería que Xairu fuera de ultraderecha?
R. Porque parece que la gente de derechas siempre va presumiendo de un estilo de vida súper saludable, súper tradicional, conservador, de ir a misa, y luego, por lo menos en los pueblos, ves que la gente joven de ultraderecha es gente bastante chunguilla.
P. ¿Y por qué la novela se titula Ropa tendida?
R. Por un lado, porque esa expresión tiene que ver con los rumores y los cotilleos en el pueblo, este es un drogadicto o mira esa que está con el drogadicto… Y, por otro lado, esa expresión aparece en un diálogo entre Xairu y la Juli, un poco desfigurado, porque ese concepto de tener ropa tendida también se usa cuando tienes la nariz, por fuera, un poco manchada de blanco. Y es como el juego de los ladrillos (los analgésicos que toman los personajes de Facendera), que no estaba muy claro y no se llegaba a explicitar que eran drogas. Me parecía guay tanto eso como el tema de los cotilleos, y así se quedó.
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