QUÉ VER EN MADRID
El Palacio de Liria enseña al Colón más íntimo con una exposición de sus cartas y otras joyas de su colección americana
La muestra reúne valiosos documentos y objetos relacionados con el descubrimiento y conquista de América que han estado vinculados a la Casa de Alba desde hace siglos

Las cartas de Colón, y otros documentos relacionados, se exponen en el Palacio de Liria. A la izda., un retrato de Colón pintado en el siglo XVIII. / Cedida

Cuando Cristóbal Colón se despedía de su hijo en una carta, el texto no se cerraba con un “besos” o “un abrazo”. Eran otros tiempos y otro uso del castellano, pero Colón, un hombre de antes, con una reputación no precisamente buena y al que imaginamos recio, endurecido por sus aventuras y responsabilidades de gobierno, dejaba traslucir una cierta expresión de afecto al final de una misiva dirigida a su primogénito, Diego: “tu padre que te ama como así”, se puede leer. Más allá de esa despedida aparentemente sensible, aquella carta sorprende por su contenido, que tenía un objetivo claro: decirle al hijo, por entonces paje de la reina Isabel la Católica, que le hiciera entrega de otra carta para ella y también de una pepita de oro célebre en las colonias por su tamaño. Colón necesitaba congraciarse con la corona, porque sus relaciones con los monarcas no pasaban por su mejor momento. “Dáselo cuando acabe de comer, que creo que estará más dispuesta a oírte, y dile que es por agradecimiento a lo bien que se ha portado conmigo”, se puede leer en la carta.
Ese lado más íntimo del conquistador es uno de los aspectos en los que se ha querido enfocar la exposición Cartas de Colón. América en la Casa de Alba, que acaba de inaugurarse en el Palacio de Liria, la residencia estable de los duques a la cabeza de esta dinastía desde hace tres siglos. Allí se podrá visitar hasta el 16 de febrero. La muestra reúne por primera vez una gran parte del riquísimo patrimonio americano que está en manos de la familia, y que no solamente incluye 24 de las alrededor de 40 cartas autografiadas por Colón que se conservan, y que son las grandes estrellas de la exposición (cartas que el navegante escribió con su mano, que firmó o sobre las que hizo anotaciones), sino también muchos otros tesoros documentales y artísticos relacionados con su figura y con el proceso de conquista y gobierno de las colonias españolas en América a lo largo de varios siglos. Como las cartas, la mayor parte forman parte de la 'colección americana' de los fondos de la Casa de Alba, pero para completar la panorámica que se ofrece también los hay prestados por instituciones como el Museo del Prado, el Museo de América, el Archivo General de Indias o la Biblioteca Nacional.

La carta de Colón a su hijo Diego, de 1498. / Fundación Casa de Alba. Palacio de Liria
Las cartas se han dispuesto en un display esférico que ocupa una de las salas del ala lateral del palacio donde se ubica la exposición, a la que se accede desde los jardines. Se han organizado en diferentes secciones y están acompañadas de otros documentos que tienen que ver con ellas y que nos sirven para ponerlas en contexto. Una de las secciones es el primer viaje colombino, cuando su expedición descubre La Española, la isla que hoy en día comparten República Dominicana y Haití. Podemos ver documentos en los que Colón apunta minuciosamente el salario de sus marineros, y también un dibujo del perfil de su costa. En ese momento todavía no sabía que aquella porción de tierra, en lugar de continente, era una isla. Otro bloque agrupa las cartas de Colón a los reyes y de los reyes a Colón mientras sus relaciones todavía iban bien. En el siguiente, en cambio, se reúnen documentos de la caída en desgracia del navegante, cuando siendo gobernador del Virreinato de las Indidas, los Reyes inician un proceso para destituirle por la mala administración de aquel territorio. Hay documentos del ‘juez pesquisador’ que hace la investigación y también están tres memoriales, de los cuatro que se conservan, que Colón redactó para defenderse.
Ofreciendo de nuevo esa versión más íntima están las "siete cartas de Colón al padre Gorricio, fraile de la Cartuja de Sevilla, que era donde Colón tenía depositados su dinero y también sus documentos”, apuntaba Consuelo Varela Bueno, investigadora de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos del CSIC especializada en la figura de Cristóbal Colón. Varela es la comisaria de la exposición y hablaba con entusiasmo, durante su presentación, del material reunido para la muestra. “Esas son unas cartas muy bonitas, casi todas escritas desde Sanlúcar. Le dice, por ejemplo, que no ha podido zarpar porque hace mal tiempo en el estrecho. Y le pregunta qué pasa con el libro de las profecías, un libro que escriben juntos y en el que van recogiendo todas las profecías en las que se podía anunciar que había unas tierras más allá. En otra, Colón le cuenta que le duelen las manos y no puede escribir”. Con un carácter difícil al que no ayudaba una salud complicada (con 40 años ya era un enfermo crónico con artritis y y fuertes dolores de espalda), fray Gaspar de Gorricio será de sus pocos amigos y confidentes.
Una herencia histórica
Las célebres cartas de Colón llegaron a la actual casa de Alba cuando uno de sus antepasados, Jacobo Fitz-James Stuart y Burgh, precisamente el duque (de Berwick, todavía no de Alba) que pondría en marcha la construcción del palacio de la actual calle Princesa, se casó en 1716 con Catalina Ventura Colón de Portugal y Ayala, duquesa de Veragua. La familia de ésta era descendiente y heredera del conquistador, y la duquesa aportó al matrimonio, entre muchas cosas, un gran archivo de documentos y objetos americanos, cartas incluidas. Entonces eran más de 40, pero hubo una parte que acabaron en el Archivo de Indias cuando, tras la resolución del pleito de Veragua en 1790, después de tres siglos de litigio, la casa tuvo que devolver buena parte de aquellos bienes y algunos se vendieron. Pero 24 de las cartas habían quedado 'traspapeladas' y, por la tanto, en manos de la familia.
Otro tema que recuerda la muestra es la falta de consenso sobre qué apariencia tenía el navegante, al que se define aquí como ‘el hombre sin rostro’. De los cientos de retratos suyos que se conocen, ninguno puede considerarse auténtico. Su imagen, además, va mutando a lo largo de los siglos: a veces es rubio y otras castaño, con nariz aguileña o más bien chato... En la exposición de Liria se recogen varios: en el más grande y espectacular, del siglo XVIII, el supuesto Colón aparece con lechuguilla (el collar de tela en torno al cuello tan típico del siglo de oro) y unos ropajes que no se corresponderían con la época en que vivió.

Fotografía de Rosario Falcó y Osorio, duquesa de Alba, trabajando en la Sala de Vitrinas del palacio de Liria. / Fundación Casa de Alba
Más allá de Cristóbal Colón, la otra gran protagonista de la exposición organizada en Liria es Rosario Falcó y Osorio (1854-1904), bisabuela del actual duque y que, como explica Álvaro Romero Sánchez-Arjona, director cultural de la Fundación Casa de Alba, “es una noble que se va a salir de los estándares de la época, porque es una gran documentalista, va a organizar los archivos y además los va a publicar. Le llega a decir a un académico que se avergonzaba de cómo España había organizado el cuarto centenario de América, pero sin duda las publicaciones que ella llevó a cabo en aquel momento [en 1892 edita en tomos facsímil muchos de los documentos que estaban en el archivo familiar] aportaron luz a ese periodo”. Rosario trató de ingresar en la Real Academia de la Historia, con méritos de sobra, pero un gremio casi totalmente masculino se lo acabó impidiendo.
El archivo en torno a la figura de Colón y sus descendientes, así como las obras de arte repartidas por todo el recorrido, desde los retratos del navegante o de diferentes miembros de las casas de Berwick y Alba a lo largo de los siglos hasta escenas de la América de la conquista, no son los únicos tesoros que los visitantes podrán encontrar en la exposición. Una sala está dedicada a otro importante fondo documental, el Nobiliario de Indias, que lo conforman más de doscientos escudos de armas de la época y que eran concesiones que, por méritos diversos, concedían los reyes “a ciudades americanas, a españoles conquistadores pero también a la nobleza indígena: una serie de nobles que van a ser premiados e igualados por la corona”, cuenta Álvaro Romero. Un ejemplo es el hijo de Moctezuma, al que se le concede la cédula real "por sus servicios y los de su padre que ayudó y favoreció a D. Hernán Cortés a conquistar y pacificar las provincias de la Nueva España", se indica junto al documento. Hasta ahora, solo los especialistas habían tenido acceso a estos fondos, que se exponen por primera vez.

Escudo de Moctezuma con el que se le concedía lo condición de noble al hijo del emperador mexica. / Fundación Casa de Alba. Palacio de Liria
También hay arcas, baúles y diferentes objetos relacionados con la conquista y producidos a lo largo de los siglos en aquel continente, pero siguiendo los esquemas españoles. Romero destaca un arca del virreinato de Nueva España, el territorio que tenía su capital en la actual Ciudad de México. “A los españoles les llama la atención muy pronto la calidad de las maderas americanas por su resistencia a los insectos xilófagos, y también les gusta que huelen muy bien. Y ahí van a incorporar elementos como el carey, que es del Pacífico, o la plata de México”. Lo más curioso de todo, sin embargo, son unas pequeñas bandejas que tienen encima un cilindro. En él se introducía la jícara, la vasija en la que los españoles tomaban el chocolate muy caliente cuando este se puso de moda en el siglo XVII. El cilindro servía para sujetarlo sin quemarse. A ese objeto se le llama Mancerilla, y desde el otro lado de la sala lo mira el Marqués de Mancera. Tal era su pasión que buatizaron el cacharro con su nombre.
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