MÚSICA
Miki Berenyi (Lush): "Me sorprendió que mi comportamiento sexual fuera inaceptable en el pop independiente"
La guitarrista y cantante de Lush publica 'Cruzando los dedos' (Contra), autobiografía en la que recorre una familia única, una niñez en la que sufrió abusos sexuales de su abuela y ayudó a ligar a su padre, una adolescencia desbocada y la asimilación de la burbuja 'indie' por parte de la industria musical
La primera mitad de Cruzando los dedos (Contra) sería una autobiografía igualmente extraordinaria si la firmara una mujer anónima en vez de Miki Berenyi (Londres, 1967), guitarrista y cantante de Lush. El padre de Berenyi era un húngaro de familia semiaristocrática exiliado del comunismo en Londres. Su madre escapó de una eminente familia japonesa dedicada a la medicina para reunirse con él. Se habían enamorado por carta. "Mi pareja, Moose [alias de Kevin McKillop, del grupo Moose], enseña inglés en una escuela de idiomas y ha tenido en los últimos tiempos algún alumno de origen japonés y húngaro. Ya no soy única", dice Berenyi por Zoom.
Ivan era periodista freelance y, sobre todo, un mujeriego empedernido. Yasuko Nagazumi inició de chiripa por su exotismo una carrera como actriz de reparto que pronto le reportó buenos dividendos. Dos más dos, la pareja duró poco. A vivir con el padre de Berenyi fue la abuela Nora, mientras que su madre se emparejó con Ray Austin, antiguo doble de acción al que no le iría mal como director de series (Los Vengadores, Hart y Hart, Magnum) y con el que Nagazumi acabaría mudándose a Hollywood.
Sin reglas
Infancia partida. La vida con papá era la monda, no tenía reglas, hasta se llevaba a la asilvestrada Miki como cebo en sus cacerías nocturnas. A la vez, algún amigo de papá y Nora abusaban sexualmente de la niña. Sí, la abuela, filonazi para más información. "Era una cosa de extremos -dice Berenyi-. Las vacaciones en Hollywood con mi madre y los viajes en coche con mi padre, que era divertidísimo, a Hungría o a Torremolinos, donde tenía un apartamento, eran excitantes. La parte difícil era ser hija única y que mis padres desaparecían cuando les daba la gana. No solo los echaba de menos, sino que tenía como principal cuidadora a Nora, que estaba loca de remate. De una manera extraña, no fue una infancia trágica. Aunque sí complicada".
Berenyi usa en este tramo un tono digno de Mary Kart: sabes que es un drama, pero no puedes evitar reírte. "Creo que es como hablo la mayor parte del tiempo -señala-. Pero claro que me gustan escritores que tienen un sentido del humor seco y burlón, como Kurt Vonnegut. Sabía que iba a tener que escribir sobre temas difíciles, pero no quería escribir un libro deprimente y pesado. Quería que fuera una lectura ágil". Misión cumplida.
Dañada
La artista tuvo una adolescencia de la tira de conciertos al año, fancines y promiscuidad. Tardó en relacionar su comportamiento sexual con los abusos que había sufrido. "Entonces no se hablaba de abusos a menores, era algo que solo pasaba a niños que habían sido secuestrados -apunta-. Para mí el sexo era solo algo que ofrecía cuando quería que alguien fuera amable conmigo. El sexo carecía de la intimidad que un buen desarrollo sexual alenta. Imagino que tambien pesaba el ejemplo de mi padre. Lo que yo no sabía entonces es que mi padre también había sufrido abusos de mi abuela. Bastantes víctimas de abusos entran en la industria del sexo porque han aprendido a despegarse del sexo. Recuerdo haber pensado que sería buena en la prostitución o el estriptís porque ya tenía experiencia. De todo esto no se hablaba, pero en mi interior sabía que los abusos me habían dañado".
Inaceptable en una mujer
Ya estamos en la segunda mitad de Cruzando los dedos, igualmente extraordinaria en tanto que Berenyi ofrece una visión interna y femenina del pop independiente británico de los últimos 80 y los primeros 90. Un entorno supuestamente guay que sin embargo machiruleaba de mala manera. "Me sorprendió hasta qué punto era inaceptable mi comportamiento sexual, y el de otras mujeres, no era yo la única criticada -señala-. Y no solo eran hombres los que te tachaban de putilla, también mujeres. Mientras que con los hombres era en plan 'están en una banda, están de gira, ya sabes, qué van a hacer'. Como si tuvieran un salvoconducto que nosotras no teníamos".
El robustecimiento del pop independiente en esa época comportó sinsabores. El espíritu indie resultó ser bastante fácil de corromper. Si bien Berenyi establece categorías. "A alguien como Ivo [Watts-Russell, cofundador de 4AD, el sello para el que grababa Lush] no es que no le gustara el dinero, pero tenía unos valores que mantuvo. 4AD no cambió ni con Cocteau Twins ni con PIxies, dos grupos que fueron enormes. Hasta que Ivo sufrió una crisis nerviosa y se fue. Pero hubo sellos que se dejaron cegar por la posibilidad de tener éxito. Pienso por ejemplo en Creation. Resultó que mucha gente que estaba en el mundo independiente solo decía que odiaba ciertas cosas porque no podía tenerlas. Puedo entenderlo, pero me fastidió porque yo creía de verdad que había un corazón político en la música independiente".
El absolutista Britpop
Lush se disolvió tras el suicidio de Chris Acland, su batería, en 1996, poco despùés de que el grupo publicara Lovelife. Para entonces el ambiente musical en el que Berenyi se había forjado era historia. Reinaba absolutista el Britpop. "El problema del Britpop fue que ocupó todo el espacio, no dejo sitio para nada más -observa Berenyi-. Fue fabuloso para algunos, ganaron mucho dinero y se lo pasaron bomba, pero también fue una gran bola con efectos negativos en el underground y la creatividad. Fue como si decretara la obligación de ser mainstream".
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