LIMÓN & VINAGRE
Noam Chomsky, un intelectual indignado con barba de musgo blanco
Atesora tanto el rigor de la reflexión como la honestidad de un científico que "no es estrictamente humanista, o que no es solo eso, sino un investigador preocupado por entender y por explicar"
A la hora de colocar un adjetivo junto al nombre del protagonista de este retrato, no he sabido si escribir unos cuantos o dejar el calificativo que, en mi opinión, le define mejor. Porque resulta que, al final, Noam Chomsky, catedrático emérito del MIT y profesor del prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts desde 1955, es ante todo, un lingüista. Podríamos añadir, claro, palabras como filósofo, pensador, activista, anarquista, polemizador y, por supuesto, intelectual, que es una categoría que, en estos momentos, ya no sabríamos exactamente cómo definir.
Lo hizo hace más de 30 años el profesor Josep M. Terricabras, entonces director de la Càtedra Ferrater Mora de la Universitat de Girona. Corría 1992 y Chomsky asistía como invitado de las lecciones de la Càtedra con un repaso de su trayectoria como referente indiscutible de la reflexión sobre el lenguaje y sobre las "revoluciones cognitivas". Habló de filosofía y de conocimiento y expuso las ideas clave de su pensamiento sobre gramática generativa y transformacional, ante un auditorio de lingüistas enfervorizados (¡Chomsky era Dios!) que habían arrinconado la maestría de los clásicos, como Saussure o los estructuralistas, para entregarse a la nueva religión de los árboles gramaticales y a la conciencia de que el lenguaje es una facultad innata, atravesada por unas leyes universales que parten de un conjunto finito de elementos para desarrollar una infinita sucesión de combinaciones.
No me entretendré ahora en hablar de las aportaciones de Chomsky a la lingüística. Por dos razones: porque tengo la memoria de sus 'Estructuras sintácticas' o de sus 'Aspectos de la Teoría de la Sintaxis' algo oxidada (debería rascar en el antiguo entusiasmo de filólogo aficionado y buscar en la cueva de la biblioteca las antiguas ediciones de Siglo XXI y de Gedisa que vete a saber dónde paran), y porque no es fácil resumir lo que ha escrito Chomsky, más allá de la idea nuclear de pensar que hay un "órgano del lenguaje" que nos permite aprenderlo y utilizarlo así, sin más, bajo unos principios generales abstractos comunes a la especie humana.
Volvemos a 1992, pues. Las lecciones se completaron con tres conferencias sobre poder y democracia, el otro campo de acción (¡nunca mejor dicho!) del pensador Chomsky. Él nunca ha distinguido una cosa de la otra, y así lo reflejaba el profesor Terricabras. Decía que existen tres tipos de intelectuales: los satisfechos con lo que hay, los desconcertados, que no saben reaccionar y se instalan en un "relativismo salvaje", y los terceros, entre ellos Chomsky, que se indignan y se avergüenzan ante el mundo. "La decencia moral –decía Terricabras– es ante todo una decencia intelectual, porque la primera proviene de la segunda". Y Chomsky atesora tanto el rigor de la reflexión como la honestidad de un científico que "no es estrictamente humanista, o que no es solo eso, sino un investigador preocupado por entender y por explicar, pero sobre todo por señalar las múltiples posibilidades que la realidad nos esconde".
Ahora se publica un libro –'Sobreviviendo al siglo XXI' (Penguin Random House)– de las conversaciones que mantuvieron Chomsky y Pepe Mujica entre 2017 y 2022 en Uruguay. También será un documental entre dos venerables revolucionarios (ahora, Chomsky tiene el aspecto de un anciano de la tribu) que conservan la indignación y la vergüenza: "Estamos avergonzados frente a los jóvenes: les hemos impuesto la tarea de rescatar a la civilización de nuestro fracaso".
Chomsky, a punto de cumplir 95, es aún ese niño de 11 años que escribió su primer artículo ("¡espero que haya desaparecido!") sobre la caída de Barcelona en manos de los franquistas. Cuando cumplió 12, se instaló en Nueva York en casa de su tío y empezó a frecuentar ambientes y librerías, donde fundamentó su ideología a partir de las experiencias anarcosindicalistas que leía y que escuchaba en un entorno de exiliados en un momento histórico en el que el fascismo no solo se extendía por Europa, sino que también cautivaba a las élites americanas.
Después vino la lingüística, y la lucha contra el poder: desde la guerra de Vietnam ("entonces, trabajar en el MIT era como hacerlo en un laboratorio militar") al 11S y la invasión de Irak; desde Occupy Wall Street a Palestina, pasando por su militancia izquierdista en América Latina. Dicen que Noam Chomsky es el pensador vivo más citado. Todavía está al pie del cañón, con el pelo largo y una barba como de musgo blanco.