TEATRO

Carme Portaceli lleva a escena ‘La madre de Frankenstein’, de Almudena Grandes, con Blanca Portillo y Pablo Derqui

La obra recupera la historia de Aurora Rodríguez Carballeria, que durante la república asesinó a su hija Hildegart y acabó en un manicomio por ello

La directora del Teatre Nacional de Catalunya cree que “sería maravilloso que hubiera una mujer al frente del Teatre Lliure porque los hombres han estado siempre”

Blanca Portillo y Pablo Derqui, protagonistas de 'La madre de Frankenstein'.

Blanca Portillo y Pablo Derqui, protagonistas de 'La madre de Frankenstein'. / Geraldine Leloutre

Cuenta Carme Portaceli que hace años le confesó a Almudena Grandes que le gustaría llevar a escena una de sus novelas. La actual directora del Teatre Nacional de Catalunya (TNC) dirigía entonces el Teatro Español de Madrid y la escritora moderaba los encuentros con el público que se celebraban después de la función. Portaceli eligió Los besos en el pan. Grandes le contestó que ella prefería Los aires difíciles. Pero lo cierto es que, al poco, la novelista le envió a Portaceli un mail con el texto que aún estaba corrigiendo de su nueva novela, la quinta entrega de sus Episodios de una guerra Interminable, La madre de Frankenstein (Tusquets). “Es 2019, me pasa ese documento de word y me quedo muerta porque ahí hay una historia enorme”, cuenta Portaceli a este diario.

Grandes, que se consideraba una “dramaturga frustrada”, había intentado años antes escribir una obra de teatro sobre Aurora Rodríguez Carballeira, esa mujer que mató a su hija Hildegart el 9 de junio de 1933 disparándole cuatro tiros mientras dormía porque aquella niña superdotada que ella había moldeado para que fuera “la mujer del futuro” y un referente de sus ideas progresistas se salió del carril que había diseñado para ella. Aurora pasó dos años en prisión y después acabó en el manicomio de Ciempozuelos. Grandes supo de aquella historia gracias a la película de Fernando Fernán Gómez Mi hija Hildegart y el libro del psiquiatra Guillermo Rendueles, El manuscrito encontrado en Ciempozuelos, que incluía la historia clínica de Aurora.

La autora escribió entonces aquella obra de teatro, que Portaceli también leyó —“era muy exagerada porque tenía una grandeza enorme, pero la obra no era tan mala como ella pensaba”, dice—, pero Grandes decidió guardarla en un cajón porque no le gustaba el resultado. Cuando comenzó sus Episodios de una guerra interminable, recuperó aquella historia y la convirtió en una novela protagonizada por un joven psiquiatra llamado Germán Velázquez, nacido en España y exiliado en Suiza, que vuelve a Madrid en los años 50 y se encuentra con un país que apenas reconoce, sumido en plena oscuridad franquista. Y Germán comienza a trabajar en ese manicomio de mujeres de Ciempozuelos donde está ingresada Aurora Rodríguez, un lugar que Almudena Grandes convierte en metáfora de la dictadura y de esa moral pública que el nacionalcatolicismo convirtió en una cárcel mental en la que vivía gran parte de la sociedad española, fundamentalmente las mujeres, en “ese tiempo hostil propicio al odio”, como escribió el poeta Ángel González en un poema con el que Grandes abre su novela.

Carme Portaceli, que dirige la obra y está también al mando del Teatre Nacional de Catalunya

Carme Portaceli, que dirige la obra y está también al mando del Teatre Nacional de Catalunya / David Zorrakino - EP

Pablo Derqui es Germán Velázquez y Blanca Portillo, Aurora Rodríguez, en esta puesta en escena de la novela de Grandes, con adaptación de Anna María Ricart, que Carme Portaceli estrena este viernes en el Teatro María Guerrero en la primera coproducción a partes iguales entre el Centro Dramático Nacional que dirige Alfredo Sanzol y el TNC que ella lidera desde 2021 y al que llegará la obra el 23 de noviembre tras su estreno en Madrid. En el reparto, además, José Troncoso, Belén Ponce de León, Ferrán Carvajal, Jordi Collet, David Fernández ‘Fabu’, Gabriela Flores y Macarena Sanz.

Si las cuerdas no importamos

“Si las cuerdas importamos poco, imagínese las locas, ellas son las últimas de todas las filas”, le dice una monja, la hermana Belén, a Germán Velázquez cuando llega a Ciempozuelos, “¿usted sabe cuántas de nuestras internas son esposas de hombres poderosos que consiguieron ingresarlas aquí para quitárselas de en medio, inhabilitarlas y vivir tranquilamente con sus queridas?”. “Eso también pasaba”, explica Portaceli, que admite estar “muy emocionada” con este proyecto porque “cuando hacemos una obra, siempre estamos hablando de nosotros, de nuestra vida, de nuestro país, de nuestras circunstancias personales. Pero es que en este caso hablamos concretamente de eso y, aunque tu generación no haya vivido ciertas cosas, yo reconozco frases, maneras de vivir, de pensar y de sentir miedo… Cuando te decían: eso no lo puedes decir, eso no lo digas en ningún sitio. Y no hablo de los años 30, sino de los años 60, o sea, antes de ayer, y eso es brutal, es un documento histórico y poético de una belleza impresionante, y yo estoy muy emocionada, te lo prometo”.

‘¿Te imaginas que lo que tú sientes o lo que tú piensas nunca cuente para nada? Eso es ser mujer’. Yo me quedé pasmada y pensé que era la mejor definición que había oído nunca”.

Carme Portaceli

No es esta la primera vez que Portaceli lleva a escena una obra literaria. Ya lo hizo con Madame Bovary (Flaubert), Jane Eyre (Charlotte Brontë), Mrs. Dalloway (Virginia Woolf) o La casa de los espíritus (Isabel Allende). Su próximo proyecto será la adaptación de Ana Karenina, de Tolstói, en una coproducción que, dice, implicará a varios teatros europeos. Pero si hay algo que une a esas obras es que todas ellas contienen una mirada femenina sobre el mundo y la sociedad y ellas, sus protagonistas, son personajes complejos. Portaceli cree que “muchas veces se puede definir la crueldad del mundo por cómo se han portado con las mujeres” y recuerda que hace poco vio Women Talking, una película de Sarah Polley sobre los abusos sufridos por una decena de mujeres dentro de una colonia menonita, “y en un momento de la película, una de esas mujeres dice: ‘¿Te imaginas que lo que tú sientes o lo que tú piensas nunca cuente para nada? Eso es ser mujer’. Yo me quedé pasmada y pensé que era la mejor definición que había oído nunca”.

Portaceli, que lleva años aplicando criterios de paridad en sus programaciones, cree que “nunca importa lo que pensamos (las mujeres), lo que sentimos da lo mismo, da igual, y cuando rompemos un poco un molde, tenemos que romper tantas cosas al mismo tiempo… Mira lo que ha pasado con las chicas del fútbol, ha sido una gran revolución en todos los aspectos y por eso creo que todos estos personajes femeninos de la literatura, entendidos y leídos por nosotras, representan algo muy fuerte, una lucha por la dignidad, por la libertad y por sobrevivir”. ¿Existen muchos Rubiales en el mundo del teatro?, le preguntamos. “Existen Rubiales en todos los sitios, claro, y creo que hay muchos hombres que están con nosotras y que luchan por lo mismo, pero también hay muchos otros que aún están enclavados en el siglo XVI y hay veces que dices, ¿en qué mundo vive este señor? La vida no es así, ¿me entiendes?”.

También hay, todavía hoy, instituciones culturales que nunca han estado dirigidas por una mujer, como el Teatre Lliure de Barcelona, que abrió recientemente un proceso de concurso público para elegir a un nuevo director artístico en sustitución de Juan Carlos Martel, que decidió no prorrogar su mandato. El nombre del nuevo director o directora se aprobará el próximo 11 de octubre en la reunión del patronato del Lliure. Sobre este asunto, la directora del Teatre Nacional de Catalunya confiesa: “No sé qué va a pasar, no tengo ni idea. A veces pienso que iremos para adelante porque creo que, culturalmente, Barcelona empieza a estar donde había estado siempre, mirando al futuro, pero siempre está ese temor a que sea lo de siempre y se elijan nombres en vez de proyectos que estén bien. Sería maravilloso que hubiera una mujer en el Lliure porque los hombres han estado siempre y cambiar un poco no está mal, ¿sabes?”.

A pesar de todo, la vida brota

Portaceli, que conversó con este diario el pasado lunes, cuatro días antes del estreno, explica que su puesta en escena propone un espacio más poético que realista, un escenario prácticamente vacío en el que, sí, el espectador verá una cama, una silla de ruedas, un piano y unas baldosas blancas de hospital pero “todo lo que ocurre, que son muchísimas cosas, está escrito en los actores y en las actrices, como grabado en piedra, en el alma”, explica la directora. Sin embargo, a pesar de la oscuridad de esos tiempos que narra Almudena Grandes en su novela y a pesar también de las ropas grises y negras con que ella viste a sus intérpretes, en la obra también hay espacio para la vida, para el color: “Lo que hemos ido descubriendo poco a poco durante el montaje es que la vida brota y brota a pesar de toda la negritud, de toda la oscuridad y de todas las restricciones de vida, y eso es lo más fuerte”.

La madre de Frankenstein, quinta entrega de ese ejercicio literario de memoria histórica que Almudena Grandes desarrolló a lo largo de sus Episodios de una guerra interminable, sube a las tablas del María Guerrero poco después de que PP y VOX hayan acordado derogar la Ley de Memoria Histórica y Democrática de Cantabria y Aragón. También se estrena un par de meses después de que se censuraran obras de teatro por parte de las áreas de cultura gobernadas por VOX. Sobre ese escenario político y su repercusión en la cultura, Portaceli dice estar “preocupada porque siempre pienso que no van a poder, que hemos llegado a sitios y no vamos a retroceder, estamos en Europa, pero de repente veo el documental My Stolen Revolution y veo lo que ocurrió en Irán y flipo en colores ¿sabes? Y me digo ¿entonces, se puede ir atrás? Y no es que se pueda volver atrás, no, sino que se puede volver mucho más que atrás. Y tengo miedo de que eso suceda”.

“Yo creo que no hay que tener miedo a explicar lo que somos y de dónde venimos”, añade Portaceli, “porque es la única manera de hacer las cosas bien, y todos aquellos que no quieren la memoria, a lo mejor lo que quieren es poder hacer cosas que después nadie recuerde ¿no? Como decía Emilio Lledó, la falta de memoria es un crimen moral y un crimen histórico”.