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¿Quién quiere casarse con un (artista) millonario?, por Laura Fernández

En 'Cartas a Gwen John', la pintora Celia Paul despeja toda incógnita sobre su condición de creadora y a la vez profundiza en ella ante el fantasma de otra pintora, invisibilizada como ella por haberse cruzado en la vida de un artista (masculino) canónico

¿Quién quiere casarse con un (artista) millonario?, por Laura Fernández

¿Quién quiere casarse con un (artista) millonario?, por Laura Fernández / SARA MARTÍNEZ

Laura Fernández

Laura Fernández

"Una imagen es un secreto sobre un secreto". La frase es de la fotógrafa de lo bizarro Diane Arbus. Diane Arbus murió a los 48 años en Nueva York. Se había enamorado a los 14 de un fotógrafo de moda, con quien se casó al cumplir los 18, en 1941. Tuvieron dos hijas, Doon y Amy Arbus. Durante años se dedicó, como él, a la fotografía de moda, hasta que en 1960 decidió que había tenido suficiente. La moda le parecía algo artificial, alejada por completo de aquello que entendía por vida. Cambió entonces la aparente perfección de lo establecido por la maltratada imperfección del outsider, el freak, se divorció, despegó. Se convirtió en un clásico y dejó escrita en algún lugar esa frase que acabaría inspirando una novela de Percival Everett llamada Cuánto azul (De Conatus).

Percival Everett es un escritor satírico extremadamente recomendable. Everett, norteamericano de color nacido en Georgia, es capaz de poner del revés todo aquello que toca, y siempre toca Estados Unidos y su relación con su pasado racista, y su presente también racista. Everett vive en Los Ángeles. Publicó su primera novela en 1983. Con la última, Los árboles, ganó el Bollinger Everyman Wodehouse.

Pero volviendo a Cuánto azul, lo importante en esa novela es esa idea del secreto que esconde, o trata de esconder, toda imagen. De la cantidad de secretos que rodean —o bullen bajo— la vida del artista que no se explica, que sólo muestra. ¿O no está la pintura mostrando aquello que, a la vez, está intentando ocultar?

La novela es una novela divertidísima. Hay en ella un pintor que no se desenvuelve nada bien en la vida, pero tiene una familia. Tiene una mujer de la que nunca ha estado enamorado, Linda, a la que, sin embargo, quiere utilitariamente. Y tiene también dos hijos a los que no entiende y con los que no sabe cómo comportarse. Pero sobre todo tiene un cuadro que no deja ver a nadie y que quizá no acabe nunca. Y ese cuadro resume todo lo que no entiende del mundo. Es de un sólo color, y es enorme. Crece por momentos. Y, aunque recuerda perfectamente cuál fue el secreto que lo puso en marcha, hace demasiado que quedó oculto incluso para sí mismo por el resto. Sí, podría decirse que, para él, ese cuadro se ha convertido en una larga conversación consigo mismo.

Cuando el 14 de febrero de 2019, Celia Paul, la pintora, le escribió su primera carta a Gwen John, Gwen John llevaba 80 años muerta. Gwen John también había sido pintora. Había nacido en Haverfordwest (Reino Unido) en 1876. Durante toda su vida pintó sombríos y profundísimos retratos de mujeres anónimas. Celia Paul tiene una postal de uno de ellos sobre la repisa de su estudio en Bloomsbury. El retrato en cuestión se titula La convaleciente. Contemplarlo, dice Celia Paul, hace que su respiración se afloje enseguida. Lo describe como una sinfonía de gris. Hay en él una chica contemplando algo que sujeta con las manos. La cabeza baja, la mirada triste. "No puedo explicar por qué mi visión tendrá algún valor para el mundo, pero sé que lo tendrá", escribió John una vez.

Lo escribió en una carta que le envió a una amiga, Ursula Tyrwhitt, en su momento. Celia Paul ha leído todas las cartas que Gwen John envió alguna vez. Por eso es capaz de devolverla a la vida de la forma en que lo hace. Porque el apasionante Cartas a Gwen John (Chai Editora) pinta a la vez a ambas artistas. No con un pincel, ni sobre el lienzo esta vez, sino sobre el papel, y a través de las palabras. También escribió en una ocasión John a Tyrwhitt lo siguiente: "Sin duda, estas no son las palabras adecuadas. Para los pintores es difícil expresarse con palabras, lo sé". Y lo mismo le dice la propia Paul a esa John imaginaria, que sin embargo existe, porque es a la vez la que fue, y el lector, o la lectora, que está leyendo esas cartas, porque es a él, o a ella, a quien se dirigen en realidad.

Escribir cartas es crearse, de alguna forma, para el otro. Y aquí el ejercicio es doble, pero el espejo está inevitablemente presente en todo momento, y no sólo porque no hay nada más parecido a un pintor que otro pintor, sino porque son muchas las cosas que comparten Celia Paul y Gwen John, empezando por la forma en que su trabajo está siendo aún invisibilizado por el hecho de haberse cruzado en la vida de otro artista. Celia mantuvo una relación de una década con Lucian Freud, y Gwen fue amante de Auguste Rodin. Se pregunta Paul por qué una y otra siguen atadas a ellos si "nuestro talento es absolutamente independiente de los hombres con los que estuvimos", y ése es sólo uno de los poderosos secretos que ha dejado de serlo porque está siendo escrito y, finalmente, diseccionado.