REPORTAJE

Historias de matrimonio: todas diferentes, todas la misma

De 'La reina Carlota' o 'Fleishman en apuros' a lo último de Maggie O'Farrell, varias de las series y libros del momento lidian con esta tradicional institución en torno a la pareja, que no sale precisamente bien parada

El rey Jorge III (Corey Mylchreest) y su esposa (India Amarteifio) en la serie 'La reina Carlota'.

El rey Jorge III (Corey Mylchreest) y su esposa (India Amarteifio) en la serie 'La reina Carlota'. / Netflix

Ya ha pasado más de un año desde que Netflix estrenó la segunda temporada de The Bridgertons, uno de sus productos de consumo rápido más exitosos. La tercera temporada está más que confirmada y el público espera con ansia un nuevo chute de relaciones tóxicas revestidas de amor romántico y trajes de época. Así que para calmar el mono y, de paso, cortar el goteo de bajas de suscriptores, llamaron de nuevo a Shonda Rhimes, monarca de la ficción audiovisual para producir, precisamente, una serie protagonizada por una soberana. La reina Carlota es un spin-off de la saga de Los Bridgerton que se basa –esta vez sí– en una historia real (con licencias): la del rey Jorge III, monarca de Gran Bretaña e Irlanda de 1760 hasta 1801, y su consorte. Un festín de enredos amorosos, pasiones desatadas y luchas de poder salpicado de pequeñitas dosis de conciencia social –alegatos por la igualdad de raza y género– que se devora de una sentada.

Si en la saga de Los Bridgerton la emoción se concentraba en el cortejo previo al “sí quiero", este derivado se desarrolla tras la boda. Una unión que fue feliz hasta que los problemas de salud mental del monarca se dispararon y tanto la convivencia como su reinado se hicieron imposibles. Los cónyuges, que tuvieron quince hijos, se mantuvieron fieles hasta la muerte y se supone que muy enamorados. Rhimes ha explotado –cómo no– ese aspecto durante seis capítulos en los que se ensalza la bendición que supone un matrimonio con amor y la maldición de lo contrario. Las mujeres –también cómo no– son las que cargan con las responsabilidades y las consecuencias del buen o mal desarrollo de esa unión legal y pública.

El matrimonio heterosexual es un tema recurrente en las obras que se han estrenado o publicado a lo largo de este año en España. Otra de ellas es El retrato de casada, la última y ya exitosa novela de Maggie O’Farrell, editada por Libros del Asteroide con traducción de Concha Cardeñoso. En ella se cuenta la historia de Lucrezia, hija del gran duque Cosimo de’ Medici, a la que desposaron con solo quince años con Alfonso d’Este, primogénito del duque de Ferrara, doce años mayor que ella. A mediados del siglo XVI, en la Italia renacentista, la protagonista intenta retrasar la unión hasta que no le queda más remedio que cumplir con su obligación de convertirse en esposa y progenitora.

La escritora irlandesa reinterpreta desde la ficción –con más respeto a los hechos históricos que Shonda Rhimes– este matrimonio aterrador. El temor de Lucrezia no es que su marido muera o la abandone, sino que la mate. “La certeza de que él pretende acabar con su vida es como una presencia a su lado, como si un ave rapaz de negro ropaje se hubiera posado en el brazo de su silla”, narra O’Farrell en el primer capítulo. El miedo de la joven a que su esposo sea un asesino es real, pero hay otro homicida que está acabando con ella de manera más sutil pero efectiva: el matrimonio en sí. Esa transacción comercial gestionada por su padre la ha alejado de su familia –en la que tampoco había encajado nunca demasiado, hay que decir– y ha cercenado del todo sus escasas posibilidades de desarrollarse como persona. Hay más de una forma de morir.

Ya fuera de la ficción, la académica Phyllis Rose también se ha adentrado en los misterios de las relaciones conyugales del pasado en su ensayo Vidas paralelas. Cinco matrimonios victorianos, publicado recientemente por Gatopardo con traducción de María Antonia de Miquel. Entre otras cosas, la autora descubre en su investigación que, en muchos aspectos, los problemas de las parejas casadas eran los mismos antes que ahora y estaban propiciados por los mismos factores. “En ambos casos, determinados problemas de ajuste, normalmente debidos al sexo o a los parientes, parecen ser típicos de los primeros estadios del matrimonio, mientras que otros, por ejemplo la falta de atracción, son típicos de estadios más tardíos. Y, hoy como ayer, el amor suele esfumarse cuando aparece la pobreza”, escribe Rose.

Según la editorial, Nora Ephron –que tuvo tres maridos y escribió la famosa frase “No te cases nunca con un hombre del que no querrías divorciarte”– consultaba este libro cada cuatro años. Los cinco matrimonios que analiza la autora fueron muy diferentes entre sí: el de Dickens fue fatal, la mujer de Thomas Carlyle fue muy desgraciada (aunque el avispado de su marido no lo descubrió hasta que leyó sus diarios después de muerta), Ruskin no lo consumó en la noche de bodas, John Stuart Mill estaba obsesionado con la igualdad de género y, los únicos felices, George Eliot (o sea, Mary Ann Evans) y George Henry Lewes nunca llegaron a casarse. “Como Mill, creo que el matrimonio es la principal experiencia política que la mayoría de nosotros emprendemos como adultos, y por eso me interesa cómo se gestiona el poder entre hombres y mujeres en esa relación microcósmica”, explica la escritora en el prólogo.

Tras su investigación, la académica estadounidense llegó a varias conclusiones, pero quizá la más rotunda sea la siguiente: “el modelo patriarcal sigue vigente. Es más, a medida que la moral y la religión fundamentalista renacen en el vacío ético de los Estados Unidos de hoy, es posible que tengamos que librar una vez más las batallas del siglo XIX por la moral personal”.

Sí, quiero (hoy)


La afirmación de Rose acerca de la institución del matrimonio en la actualidad puede detectarse en Mi marido, el libro de relatos de Rumena Bužarovska que acaba de publicar la editorial Impedimenta traducido al castellano por Krasimir Tasev. Entre los once esposos de las historias hay un ejecutivo infiel, un obsesionado con la genética y un poeta mediocre pero pagado de sí mismo, entre otros. Y todos están descritos por sus respectivas esposas que, de manera divertida e incisiva, les observan cada día y sopesan por qué aceptaron casarse y por qué siguen en esa relación. No todas las uniones son necesariamente malas o, por lo menos, no son terroríficas, pero todas tienen algo en común: pertenecen a la institución del matrimonio, con lo que ello conlleva.

En el plano audiovisual, hace unas semanas, la plataforma de streaming Disney+ estrenó en España la miniserie Fleishman está en apuros. Basada en la novela homónima de Taffy Brodesser-Akner cuenta la historia de Toby Fleishman, un médico que se acaba de divorciar después de 15 años casado. El protagonista vuelve a ver a sus amigos de la universidad y disfruta de su nueva libertad hasta que su exmujer, Rachel, desaparece y comienza el thriller que se supone que es esta producción.

Las opiniones sobre la serie han sido diversas salvo en dos puntos: el reconocimiento a la tremenda actuación de Claire Danes (Rachel en la ficción) y que las quejas de un grupo de cuarentones blancos con dinero en Nueva York son lágrimas de privilegiados. Después, ya entran en juego las diferentes percepciones de cuál es el asunto central de la serie –la depresión posparto del personaje de Danes, la crisis de la mediana edad, la ambición o la autoindulgencia– pero todos se desarrollan, de nuevo, bajo el concepto del matrimonio.

Rufus Sewell y Keri Russell en la serie 'La diplomática', que se puede ver en Netflix.

Rufus Sewell y Keri Russell en la serie 'La diplomática', que se puede ver en Netflix. / Netflix

Lo mismo ocurre con La diplomática, la reciente serie de Netflix protagonizada por Keri Russell (sí, Felicity con el pelo alisado, un detalle muy comentado). La trama orbita en torno a los problemas laborales de Kate Wyler, una diplomática estadounidense a la que nombran nueva embajadora de su país en Londres. Se la ha comparado con El ala oeste de la Casa Blanca de Aaron Sorkin (su directora fue guionista de aquella y también de Homeland) aunque quizá tenga más en común con la también ‘sorkiniana’ The Newsroom por el peso de la vida privada en la historia. La diplomática está al borde del divorcio con Hal Wyler, exembajador con un ego desproporcionado al que se le da mal ser consorte pero que no se quiere separar. El estado de su relación es un asunto que se cuela de forma constante en su frenética actividad diaria aunque esta sea salvar al mundo de una crisis internacional, algo que hace literal la afirmación de Phyllis Rose: “el matrimonio es la principal experiencia política”. O, al menos, una muy importante según la producción cultural de este año.