Opinión | ESPEJO DE PAPEL

De Irene Vallejo al infinito

La autora zaragozana es la gran estrella de la Feria del Libro de Buenos Aires

Irene Vallejo, fotografiada estos días en Buenos Aires.

Irene Vallejo, fotografiada estos días en Buenos Aires. / Juan Ignacio Ronconi

Hay un nombre que ya está inscrito en la lista de los récords de la Feria del Libro de Buenos Aires. Irene Vallejo. Irrumpió en el firmamento de los libros en 2019 con El infinito en un junco, que publicó Siruela, y ahora la esperan en todas partes como en otro tiempo buscaban entre el gentío a una mujer menuda como ella que se llamaba, y se llama, J. K. Rowling. Ahora hay 35 lenguas en las que se lee a Irene Vallejo. Buenos Aires es el último escalón de su éxito que seguramente llegará al infinito, como señala la metáfora que impulsó su obra.

Como la autora de Harry Potter, Irene Vallejo llega a los sitios con sigilo, parece que fuera una de las fans que la rebuscan, y por Buenos Aires no ha parado de ser lo que parece: alguien impulsada por la fuerza de un libro, pero sobre todo por el afán de hacer de ese Infinito la piedra de la que arranca su voluntad de ayudar a la gente, y sobre todo a que los niños sean felices, alegres y queridos.

Su hijo Pedro, de nueve años, que acababa de nacer cuando ella se puso a escribir el libro que la ha hecho célebre, padece el síndrome Pierre Robin. Quiere ser periodista, es amistoso y alegre, va a la escuela con su mochila, sabe que sus padres, Irene y Enrique Mora, cineasta, van por esos mundos reclamando atención para los que sufren enfermedades difíciles y necesitan atención, cura y alegría. Ahora ella es un altavoz de la solidaridad, y los libros (sus libros, los libros ajenos) son el punto de apoyo de su discurso benéfico.

Igual que va a todos los sitios, desde museos o restaurantes, librerías o mercados, a la feria vino Irene Vallejo sigilosamente, con su ropa de flores, sus ojos marcados a la vez por el llanto y la alegría. Ha paseado entre las estanterías innumerables, ha ido a las actividades que protagonizan sus colegas, y finalmente, este último viernes, tuvo su gran festival, por así decirlo, el Festival Irene Vallejo, donde se presentó su libro. Ella es una estrella que pasa desapercibida hasta que habla, y entonces la gente se explica de dónde viene la potencia del junco que ahora la simboliza.

La masa que la quería oír de cerca no había dios que terminara de contarla. Fue cuando lectores devotos de El infinito en un junco pudieron verla más de cerca y comprobar que la autora que desde 2021, cuando salió en Argentina su libro más famoso, fascina a tantos es, en efecto, de carne y hueso. No es una diva que lleven en volandas sus editores, sino que mantiene esa figura que confirma, con su discurso, la realidad de su éxito. No para de firmar, de dar entrevistas, y no para de sonreír, hasta que se congela esa energía risueña y empieza a hablar en serio, con la potencia que le da la causa que proclama, de lo que le importa de la vida suya, de la vida de su hijo Pedro, de la vida de los niños que, como él, sufren enfermedades cuya cura es costosa y dolorosamente duradera.

Aquí le dieron un premio por El manifiesto de la lectura, el libro que concentra sus convicciones sobre el valor de leer. Votaron dos millones de lectores de América. Los 3.000 dólares que le corresponden van a una entidad, la Fundación Leer, que se dedica a ayudar a que en los hospitales haya libros, lectura. Iniciativas como esa, apoyadas por Irene Vallejo, se preparan en Argentina, México o Colombia, y tienen como espíritu el que ella mantiene en el hospital Miguel Servet de Zaragoza, cuya división infantil acoge el proyecto Érase una voz. Cuentos para sentirse mejor.

Cuando habla de esas iniciativas, esta mujer que parece a veces flotar sobre la música de las palabras cambia el tono para advertir de las virtudes de la lectura, de la necesidad de que en los parlamentos se lean manifiestos como el que ella ha elaborado, de que haya “un gran pacto” por la lectura que incluya la convicción de que el libro tiene “una dimensión curativa” y, además, que leer purifica de tal manera las relaciones entre los seres humanos que mejora el ánimo con que se rompen las riñas o los desacuerdos que hay después de las guerras…

Irene Vallejo: una mujer de 41 años que ha decidido que ganar la batalla de los libros no es nada comparado con librar la batalla de la vida de los niños

Esa mujer que comienza su discurso como si fuera a dedicarlo a la bondad del alma o de las flores termina subiendo el tono hasta ser la voz de un mitin, una mujer que reclama, el rosto serio, la voz obedeciendo a un discurso que parece salir de la mirada, atención para los niños que sufren, para las personas que son mantenidas en la indefensión o el desvalimiento. Cuando acaba y recupera la sonrisa de la que parte, no es raro que la gente que la aplaude sienta que está ante alguien que parece frágil como el aire pero que es, como el viento de Aragón, una joven autora, una persona, alguien que por dentro está habitada por la fuerza de un junco sobre el que vuela como si no tuviera fin su deseo de dotar al mundo de la alegría que jamás le falta.

Una de esas tardes en que ella, y su marido, el cineasta Enrique Mora, se acercaron a una de las actividades que ella ha marcado con su presencia, fue cuando Irene Vallejo mostró ese rostro que ya la define como quien es ahora: una mujer de 41 años que ha decidido que ganar la batalla de los libros no es nada comparado con librar la batalla de la vida de los niños, y de la vida en general. Es una joven comprometida que cuando habla de lo que le importa mezcla ese rostro que parece de cristal con la pasión que mantiene por lo que ahora es el principal argumento de su lucha: hacer de la lectura un instrumento a favor de la salud y de la vida, de los niños y de los mayores.

Una vez superado el trance de demostrar que con un solo libro, si es como El infinito en un junco, se puede convocar a un mundo entero, habló de su compromiso con la lectura, que es también su dedicación a los niños que sufren, entre ellos su propio hijo Pedro, de nueve años, con dificultades desde el nacimiento.

Esta vez venía a confirmar que el dinero del premio que acaba de darle la institución Alibrate por su libro Manifiesto por la lectura será para seguir estimulando la lectura a través de la Fundación Leer. Son tres mil dólares, una cantidad simbólica que remite a la voluntad de dos millones de lectores que han votado por ese libro a través de una red marcada por la convicción de que leer mejora la vida.

Esta mujer zaragozana, que ha puesto a leer al mundo entero porque dio con la piedra filosofal de la cultura, la esencia de los libros desde la antigüedad hasta esta hora, es también una mujer comprometida. Es la que se ha paseado por la feria pareciendo que era Irene Vallejo y, en definitiva, será siempre aquella muchacha zaragozana que irrumpió en el universo de las letras con una obra de arte y ha terminado convirtiendo ésta en un testimonio rabiosamente humano de la historia de la humanidad y su literatura.