MÚSICA

El día que Freddie Mercury reinó en Vallecas

Una calurosa noche del verano de 1986, la banda Queen, con su carismático cantante al frente, dio en el estadio del Rayo Vallecano el que sería, aunque entonces sus miembros no lo sabían, su antepenúltimo concierto

Freddie Mercury, durante el concierto en Barcelona inmediatamente anterior al de Madrid.

Freddie Mercury, durante el concierto en Barcelona inmediatamente anterior al de Madrid. / Xavier González

Juanjo Talavante

Juanjo Talavante

Imperial, como no podía ser de otra forma, ataviado con los ropajes -es un decir- de su Graciosa Majestad, corona sobre la testa, báculo en mano, y luciendo su característico bigote oscuro, que distraía la atención, siquiera por un instante, de sus prominentes incisivos, el cantante de Queen oteaba desde el escenario del campo del Rayo Vallecano a la multitud de ‘súbditos’ enfervorecidos que abarrotaba el césped y las gradas. Era el final de un derroche ‘mágico’ en forma de luminotecnia, explosiones de luz blanca y una dosis heterogénea de rock. Fue un 3 de agosto de 1986 y aquel concierto acabaría convirtiéndose en el antepenúltimo que ofreció con su carismático líder vocal el grupo británico. Lo que vino después entra en el terreno del drama, del mito y de la historia de la música. Aquella noche en Madrid, Freddie Mercury abandonó el escenario tras lanzar un barrido visual a sus fans a modo de despedida mientras se apagaban los acordes del God Save The Queen, himno, palabras y letras que no pudieron convertirse en presagio cumplido, para desgracia del carismático cantante y de cuantos añoran aún hoy, 32 años después de su muerte, su voz, ademanes, energía, descaro, insolencia y grandeza.

En aquel año, Queen recorría Europa en una gira para promocionar su disco A Kind Of Magic. Muchas de las canciones de este trabajo aparecían en la banda sonora de la película Los Inmortales, protagonizada por Christopher Lambert y Sean Connery. La gira Magic Tour, que había arrancado el 7 de junio en Estocolmo, resultó enormemente exitosa para el cuarteto. Sólo en los cinco directos del Reino Unido fueron capaces de congregar a casi 400.000 personas.

En España, tras tocar en el Mini Estadi de Barcelona ante 25.000 fieles el 1 de agosto, la banda viajó hasta Madrid, escenario del siguiente concierto que se celebraría dos días después. El lugar elegido por los promotores fue el estadio de Vallecas, el campo donde jugaba, y sigue haciéndolo en la actualidad, el Rayo Vallecano. La entrada costaba 2.400 pesetas, un auténtico ‘pastizal’ en aquellos días. Pero se agotaron. El reclamo de Queen era enorme y, además, hacía siete años que el grupo no pisaba suelo madrileño. Así que el precio no fue un freno. De hecho, y aunque la asistencia se cifró oficialmente en 25.000 asistentes, desde la organización se llegó a difundir que se habían vendido 37.000 tickets.

/clip/63c246f0-ca4a-437e-9cf6-cc88649a81c9_source-aspect-ratio_default_0.jpg

Freddie Mercury durante el concierto de Queen en el Mini Estadi barcelonés el 1 de agosto de 1986. / Sergio Lainz


Tras el pertinente estoicismo de rigor soportando largas colas antes de acceder al estadio bajo el sol abrasador del arranque de agosto, los miles de fieles a la ‘Reina’ se apretujaban, bien sobre el césped, bien en el cemento y asientos de la grada, dispuestos a contemplar lo que se había anunciado como un espectáculo único e innovador. Entre los asistentes, gente llegada a la capital desde prácticamente todas las provincias de España.

El grupo alemán Craaft fue el encargado de romper el hielo, lo cual es mucho decir, considerando que aquel día se alcanzaron los 33 grados en Madrid. Aquellos teloneros germanos arrancaron los primeros aplausos de la noche con su rock potente. Tras ello, y con cerca de una hora de retraso, sobre las 23:30 horas, se hizo la oscuridad absoluta en el estadio de Vallecas y, de repente, comenzaron los fogonazos de luces multicolores e intensas explosiones de humo, a la vez que los acordes de un sintetizador iniciaban la ceremonia de la presentación musical. Era la ‘intro’ de One Vision, el tema con el que saldrían a escena Freddie Mercury, Brian May (guitarra), John Deacon (bajo), Roger Taylor (batería) con el extra de Spike Edney a los teclados. Miles de brazos se elevaron entonces al cielo de Madrid y las palmas y los gritos comenzaron a secundar el ritmo de la batería.

Un animal escénico

En el centro del escenario, Freddie, entre descarado y desafiante, mirando y sonriendo a la audiencia. Vestido de blanco inmaculado comenzaba su exhibición vocal y su repertorio de gestos, animando a los concurrentes, haciéndolos partícipes del espectáculo. Esa era una de las indiscutibles habilidades del músico nacido en Zanzíbar con el nombre de Farrokh Bulsara.

En la mente de todos, aquellos dos minutos mágicos en Wembley, un año antes, durante el concierto del Live Aid, en los que el cantante de Queen había asombrado no sólo a los fans presentes en el ya desaparecido estadio inglés con su inolvidable desafío a sus gargantas, sino a millones de telespectadores de todo el mundo que seguían el concierto solidario organizado por Bob Geldof.

Mercury sabía cómo cautivar al público, y el catálogo de gestos y posturas que empleaba era tal que cabían desde lo sublime hasta la obscenidad y la provocación. “Si soy reina deberé reinar”, parecía ser su lema, y no dudaba en aplicarlo cuando se encaramaba al escenario. Allí regía su mandato, su reinado.

El segundo tema interpretado por la banda aquella noche fue Tie Your Mother Down, tras el cual Freddie saludó a los allí congregados: “Hello, Madrid. Is everybody ok? All right, It’s very nice to be here”.

Después llegarían In the Lap of the Gods, Seven Seas of Rhye, Tear It Up, A Kind of Magic, I Want to Break Free...También clásicos como Another One Bites the Dust o Under Pressure, con Freddie Mercury proyectando su arrolladora puesta en escena, y mostrando ese poder casi hipnótico para seducir a la audiencia.

Baladas y canciones más sosegadas como Love of My Life, Who Wants to Live Forever? o Is This the World that We Created? eran acompañadas por miles de mecheros encendidos, instrumentos que hoy nos parecen antediluvianos para lograr un efecto que alcanzan ahora los teléfonos móviles sin el peligro de achicharrarse los dedos.

También hubo versiones rockeras con Tutti Frutti y Hello Mary Lou. Precisamente durante la interpretación de esta última canción se produjo un tira y afloja entre Mercury y Deacon, a cuento de una breve improvisación, que pasaría desapercibido para la inmensa mayoría de asistentes. Las cosas por entonces no parecían ir muy bien para el discreto bajista de la banda. En 2011, Roger Taylor contaría en el documental Days Of Our Live que Deacon atravesaba una mala época por entonces por motivos personales y que en aquella gira solía “tener un bar de cócteles detrás de su amplificador”. Algunas fuentes señalan que aquel día en Madrid se produjo una pelea y que el backstage quedó destrozado, aunque no hay imagen alguna que lo testifique. De lo que sí hay evidencia visual es de que unos días más tarde, durante el concierto de Queen en Knebworth, Deacon arrojó violentamente su bajo en pleno escenario ante el asombro de los asistentes y del resto de miembros de la formación.

Más allá de sus diferencias y tensiones en el transcurso de una gira, el abanico de estilos musicales evidenciaba la flexibilidad musical y discográfica de Queen, discutida y criticada desde algunos sectores que consideraban que la banda se plegaba a los intereses comerciales. De ser así, lo que resulta indiscutible es que lo habrían hecho desde la más absoluta diversidad estilística, evidenciando que en las composiciones cabía la firma y la habilidad de cualquiera de sus cuatro integrantes. Cada disco de Queen es casi un mundo en sí mismo, con un hábitat musical tan diverso y a la vez único que hacen harto complicado encontrar parentesco entre unos y otros.

Entrevistado en el programa de TVE Informe Semanal en Barcelona dos días antes del concierto en Madrid, Freddie Mercury daba a conocer, al ser preguntado por la música española, que él admiraba y escuchaba a Montserrat Caballé y que para él la soprano catalana era la indiscutible número uno. Aquella declaración de admiración fue toda una sorpresa en ese momento, pero evidenciaba el carácter ecléctico del cantante.

Seguidores y detractores

Pero continuemos en aquella noche en Vallecas y en el reinado del cantante sobre el escenario. Myriam S. Servet lo describía así en las páginas de ABC: “Freddie Mercury se convierte en magia viva. Esa clase de magia, de voz poderosa, como cada uno de sus movimientos, esa especie de bella bestia con bigote y pelo en el pecho, desparrama como Rey y Reina del rock más duro de la balada más sublime, de lo hortera y lo provocador”.

La lectura de Santiago Alcanda, en la crónica de El País, era algo más crítica y se refería a los movimientos del cantante de Queen como “ademanes de líder nazi cuyas masas se mueven a la orden de su bastón-micrófono”. “Mercury, que berrea con distintos coros a los oyentes, quienes siempre le contestan apasionados, muy entregados”, sentenciaba Alcanda. Las diversas lecturas e interpretaciones de las maneras y de la voz del carismático cantante evidenciaban que no dejaba indiferente a nadie.

Con Freddie Mercury pareciera que había que jugar al “todo o nada”, a eso de “lo tomas o lo dejas”. Tenía millones de seguidores, pero también una nutrida colonia de detractores a los que no convencía su estilo. La propia voz en off de Informe Semanal delataba el bando en el que se encontraban quienes habían confeccionado el reportaje de la la visita de Queen a España al referirse a la banda como “Freddie Mercury… y los otros tres”.

Despojado de algunas prendas y luciendo ahora una sencilla camiseta blanca de tirantes, Freddie Mercury transportó a los 25.000 fans a uno de los puntos culminantes del concierto en Vallecas con la interpretación de Bohemian Rhapsody, recibida con estruendo por la multitud y con la que añadió más grados a aquella, ya de por sí cálida, noche. El espectáculo era un ir y venir constante de rock suave, melodías pegadizas y canciones más potentes bajo el intermitente dominio de gigantescos juegos de luces que coronaban el escenario.

/clip/63c246f0-ca4a-437e-9cf6-cc88649a81c9_source-aspect-ratio_default_0.jpg

Mercury en Vallecas, en una de las escasas imágenes de aquel concierto. / Archivo


La traca final llegó con el clásico We Will Rock You, cuyo estribillo era coreado por los fans. Freddie se envolvió en la bandera británica, se asomó al borde del escenario y al son que marcaba Roger Taylor en la batería se giró mostrando el otro lado de la tela con los colores rojigualdos de la bandera española. Un truco clásico de exaltación en los conciertos que aún usan hoy muchas bandas. El estadio enloqueció y los gritos se pusieron al nivel de los decibelios que despedían los amplificadores.

Después sonaron el himno buenista Friends Will Be Friends y la emblemática (aunque por entonces no tan asociada al fútbol como ahora) We Are the Champions con la que se ponía fin a la velada. Pero, antes, como establecía el guion que se repetía una y otra vez en los conciertos del cuarteto británico, sonó God Save the Queen, y Freddie Mercury, engalanado como monarca del rock y portando sobre su cabeza una espectacular corona, se despidió del público madrileño para siempre.

Dos días después Queen tocaría en Marbella y, finalmente, la gira se cerraría el 9 de agosto en Knebworth Park (Reino Unido) ante 125.000 personas. Un año más tarde, a Freddie Mercury le diagnosticaron que padecía SIDA. Nunca más volvería a actuar en directo. El 24 de noviembre de 1991, en Kensington, Londres, su voz se apagaría para siempre.