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Jules Howard, zoólogo: “Nuestro vínculo con los perros se debe a que ambos somos mamíferos sociales que han evolucionado para resolver los mismos problemas”

El divulgador británico publica ‘Un ser maravilloso’, una mirada científica al vínculo entre humanos y perros.

A pesar de la extendida presencia de los perros como animales domésticos, el autor calcula que el 90% de los que hay en el mundo viven en estado salvaje.

A pesar de la extendida presencia de los perros como animales domésticos, el autor calcula que el 90% de los que hay en el mundo viven en estado salvaje. / Pexels

Allí donde hay humanos, hay perros, pero esto no siempre fue así. En un cierto momento de la historia, algo ocurrió. “Hace unos 10.000 años, en Europa o Asia, un lobo particularmente intrépido conoció a una persona también muy valiente y se creó entre ellos una relación especial, inédita, basada en algo más que la comida. Me hubiera encantado estar allí. Pienso mucho en ello”, explica Jules Howard, divulgador de zoología y colaborador habitual de The Guardian y Science Focus, que acaba de publicar en nuestro país Un ser maravilloso (GeoPlaneta), un libro que trata sobre la relación entre perros y humanos desde un punto de vista científico, pero también cultural.

“Es muy poco probable que algún día tengamos una evidencia científica, arqueológica, de cómo fue o cuándo se produjo exactamente este encuentro único entre nuestras dos especies”, explica Howard. “Lo que sí sabemos es que, unos pocos miles de años después, los perros nos ayudaban a los humanos con la caza y con la protección del ganado y que tener a esos animales salvajes como ‘mascotas’ se convirtió rápidamente en algo muy común en todas las culturas humanas. La adaptación sucedió muy rápido. Quizá la clave fue que los perros de alguna forma 'desbloquearon' un ecosistema alrededor de los humanos: se sintieron atraídos por nuestros desechos y nuestra basura, y la asociación resultó ser una suerte para ambas especies”. Un tipo de relación que todavía se puede ver en la mayoría de los perros callejeros de hoy en día.

Sigue sorprendiendo, sin embargo, el nivel de compatibilidad que surgió entre las dos especies. Los humanos tuvimos desde épocas remotas un contacto muy estrecho con muchos animales, pero con ninguno se produjo un match tan perfecto como con los cánidos.

Existen restos de cabras junto a asentamientos humanos que anuncian los inicios de la ganadería hace unos 7000 años. Se supone que domesticamos a los caballos hace unos 5000. Pero la relación que tenemos con estos animales nunca fue tan estrecha como la que tenemos con los perros. “Mi sensación es que la cercanía de nuestro vínculo con los perros se debe a que tanto ellos como nosotros somos mamíferos sociales que han evolucionado para resolver el mismo tipo de problemas ecológicamente: cómo vivir en grupo, cómo coordinarse, cómo mantener la paz social en tiempos turbulentos, cómo resolver problemas complejos relacionados con encontrar comida, cómo amar, etc. Creo que nos llevamos bien porque nos vemos de alguna forma reflejados los unos en los otros”, explica Howard.

El papel de los perros a lo largo de la historia


Tenemos la mala costumbre de pensar que todos los perros de la Tierra son como los que tenemos en nuestras casas: mimados, durmiendo en el sofá, con cierta tendencia al sobrepeso, revisiones periódicas en el veterinario, cuentas propias de Instagram… Pero el perro estándar de nuestro planeta tiene bien poco que ver con esto y su vida no ha cambiado tanto respecto a siglos anteriores.

“Calculo que el 90% de los perros viven una vida salvaje en la calle o en el campo y se alimenta de la basura y de los desechos de los humanos”, nos cuenta Howard. “Esto es especialmente así en países no occidentales, pero hasta no hace tanto tiempo también era así en nuestros países. En la mayoría de las ciudades europeas, la relación con los perros cambió mucho a mediados del siglo XIX: los perros domésticos se generalizaron, en parte a medida que florecieron las clases medias y cambiaron las infraestructuras de las ciudades, pero también conforme aprendimos más sobre cómo entrenarlos. Las razas de perros también explotaron en ese momento. Se calcula que a principios del siglo XIX solo había en el mundo unas 15 razas, algo bastante alejado de las más de 400 reconocidas en la actualidad”.

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Jules Howard, autor del libro, con su perro. / Cedida


Sin duda, uno de los epicentros de esta domesticación del perro fue Reino Unido, donde la expansión del perro doméstico, que vivía en casa con la familia, estuvo relacionada, según Howard, con las luchas por los derechos civiles de las mujeres y con la literatura. “En el siglo XIX, en muchas de las principales ciudades occidentales, la rabia obligaba a los poderes públicos a eliminar a los perros callejeros. A los perros se les cazaba a tiros o se les capturaba para después matarlos mediante asfixia”, explica el autor. “En Nueva York, por ejemplo, se llegó a recompensar a los ciudadanos por cada perro liquidado. Pero en Londres sucedió algo realmente interesante. Esta forma de acabar con los perros callejeros chocó con una nueva clase política. Se trataba de mujeres de clase media, que ya tenían experiencia en hacer campaña por la justicia social (en este caso por luchar a favor del voto femenino), y que desarrollaron una nueva sensibilidad por la causa del bienestar animal. Estas mujeres emprendieron una de las primeras guerras culturales contra los poderes políticos y, en especial, contra el tratamiento que se daba a los perros en los estudios científicos”.

La escena literaria, además, se convirtió tanto en el catalizador de esta nueva tormenta cultural como en su cronista. Las investigaciones secretas sobre la vida de los perros en los laboratorios se convirtieron en best-sellers en el Londres de la época y figuras literarias como Charles Dickens se convirtieron en firmes defensores de los refugios para perros, al mismo tiempo que salpicaban sus historias con personajes perrunos como Bullseye, el perro del protagonista de su novela Oliver Twist. Todo este movimiento impulsó aún más la idea de que los perros eran animales que tenían que vivir en casa y no en las calles.

Howard confiesa que descubrir cómo se produjo este cambio cultural ha cambiado la concepción que hasta ahora tenía de los libros científicos. “En el pasado, siempre pensé que los libros de ciencia tenían que tratar sobre hechos y verdades absolutas, científicas, pero ahora me he dado cuenta de que lo que consideramos ‘hechos’ existe en un entorno cultural concreto y que este puede cambiar lentamente. Hace 200 años, era un hecho que los perros eran animales inferiores. Ahora, por supuesto, sabemos que son inteligentes, emocionalmente complejos, que se parecen mucho a nosotros y que no existe ningún límite insalvable que separe a los humanos de todos los demás animales”.

El papel de los perros en los avances científicos


“Cuando estaba en la universidad estudiando zoología”, relata Howard, “propuse redactar mi tesis sobre la inteligencia canina y recuerdo que a mis tutores les hizo mucha gracia. Consideraron mi idea como algo ridículo. Para ellos, los perros eran ‘lobos tontos’ cuyas mentes habían sido reducidas a través de la cría selectiva. No eran ‘naturales’ y, por lo tanto, no se consideraban útiles para la ciencia. ¡Eso fue hace solo 25 años!”.

Aquellos profesores no eran una excepción. Durante años, los científicos se interesaron muy poco por los perros a pesar de que habían contribuido a muchos avances científicos que han tenido una gran influencia posterior. “Hubo multitud de casos más allá del perro de Pavlov”, bromea el autor. “Por ejemplo la investigación realizada por Scott y Fuller en la década de 1960 sobre cómo las experiencias de los primeros años del perro influían en su comportamiento de adulto, que allanó el camino para nuestra comprensión del trastorno de estrés postraumático. O los estudios sobre la ‘indefensión aprendida’ de los perros realizados en la década de 1950 en los Estados Unidos, que fueron el germen de la Terapia cognitivo-conductual. Incluso los perros de Charles Darwin, que lo ayudaron a dar forma a sus ideas sobre la mente de los mamíferos, incluido cómo podrían sufrir durante los períodos de angustia emocional y física”.

Durante años, se quitó importancia a esta ayuda de los perros en la ciencia hasta que durante los últimos años del siglo XX, algunos investigadores volvieron a fijarse en sus propios animales para probar sus teorías, especialmente en lo relativo al funcionamiento de la mente de los animales. Un camino que, según Howard, todavía tiene un largo recorrido. “Creo que en el futuro los perros nos ayudarán a descubrir más cosas, por ejemplo sobre la conciencia de los animales. ¿Saben que están vivos? ¿Pueden apreciar el tiempo de la misma manera que nosotros? ¿Pueden reflexionar sobre el pasado? ¿Son conscientes de estas experiencias? O, más interesante todavía, ¿sienten el amor exactamente como lo sentimos nosotros? ¿Y la pérdida?”