ENTREVISTA

Gustavo Rodríguez: “Soy un animal que escribe, porque me guío por la intuición y por el oído para captar el ritmo”

El ganador del último Premio Alfaguara publica por fin su novela vencedora, una historia ambientada en Lima que aborda la etapa final de la vida y que pivota sobre el tema de los cuidados, la dependencia y la muerte, con una buena dosis de humor negro

El escritor Gustavo Rodríguez, hace unos días en Madrid.

El escritor Gustavo Rodríguez, hace unos días en Madrid. / Eduardo Candel Reviejo

Juan Cruz

Juan Cruz

Hay una frase de Jorge Luis Borges que hizo fortuna cuando la divulgó el también argentino Tomás Eloy Martínez. Estaba el genial ciego hablando con su colega, tan inteligente como él, Macedonio Fernández. Éste le nombró a Leopoldo Lugones, prolífico autor paisano de ambos, y esto se le ocurrió a Borges: “Qué raro Lugones, con todo lo que lee, ¿por qué no escribirá libros?”

Si se lee la obra de este autor, Gustavo Rodríguez (Lima, 1968), ganador con Cinco cuyes del último premio Alfaguara, se podrá deducir enseguida que no sólo escribe libros, sino que los lee, los ha leído, los sigue leyendo para que la fuente de su muy potente literatura no sea ni crónica ni ocurrencia, sino materia prima del arte que, por ejemplo, cultivaban Borges, Onetti o algunos de sus maestros.

Por eso, porque de ahí viene su experiencia para narrar, Gustavo Rodríguez se ha atrevido, también con humor, a abordar un asunto que, en otras plumas, probablemente, hubieran sido plomo frío. Y hay, dijo su editora, Pilar Reyes, en la presentación que se hizo de la novela en la Librería Alberti de Madrid, un iceberg. “Un iceberg caliente”. Para buscar debajo de ese iceberg hablamos con él, empezando por la raíz del humor con que aborda el asunto que le reclama tan sorprendente escritura debida, precisamente, a la naturaleza de sus lecturas.

P. ¿Por qué aborda este asunto tan difícil y lo hace con tanto humor?

R. El humor siempre ha sido para mí un arma de defensa desde que era niño. Cuando naces con cierta sensibilidad, eres un nerd y no sabes pelear… refugiarte en el humor es algo muy útil. Es algo que también sirve para escapar de situaciones embarazosas. Por tanto, el humor en mí es algo natural y uno de mis mayores temores al escribir esta novela, que trata de soledad, despedidas y muertes, era que me saliera muy cursi. Pero creo que, por fortuna, el humor vino a contrarrestar eso.

P. ¿Qué otros miedos hubo a la hora de enfrentarse a la escritura?

R. Miedo a eso, principalmente: a que me saliera algo cursi. Y… también… a que fuera una obra malnacida. Esta es la obra más hermética que he hecho. No le dije a nadie que la estaba escribiendo y me encerré durante seis o siete horas diarias, seis días a la semana, y cuando terminé me di cuenta de que tenía un manuscrito lleno de locura. Después mi agente lo leyó, me dijo que le gustaba y… ¡por fin respiré!

P. ¿Qué episodios de hostilidad marcaron estos momentos de su vida como autor de este libro?

R. En el caso de mi niñez no eran episodios, era un contexto. Yo vivía con mi familia en un depósito de mercado mayorista, en Trujillo, la ciudad a la que llegamos. Era un almacén con tan sólo una ventanita para ver la calle. Entonces no tenía donde jugar. Así que tenía que echar mano de la imaginación y de los libros. Esa fue clave en mi formación. Después yo sentía que era muy torpe con las palabras, hablando. Cuando llegó el momento de empezar a socializar empecé a utilizar el humor. Sólo así podía socializar con alguien. O sentía que sólo así podía.

P. Todo eso está aquí. Y es algo que recuerda a veces a la escritura paródica de Guillermo Cabrera Infante.

R. ¿Por mi espíritu lúdico y humor negro, dices?

P. Sí.

R. Pero además de esas dos cosas, pienso que yo también tengo ternura.

P. Lo digo, por ejemplo, sobre las muchas veces que aparecen películas en la novela… .

R. Sí. Tal vez. Pero… no lo había pensado. Ahora que lo dices… Mira: cuando empiezo una novela digo: si puedo resumir la trama en el cintillo de un noticiario, es que ya tengo un libro. Si digo: una mujer se convierte en sicaria misericordiosa, sé que ya tengo una historia. ¡Y una gran broma! [risas]. Entonces: mi trabajo es hacer creíble esa broma a los lectores.

P. ¿Cómo hace para manejar la tensión de la normalidad y convertirla en abismo en esta novela?

R. Eso es gracias al aprendizaje que te da la vida. Yo creo que la escritura es una artesanía. Cuando era joven quería demostrar que podía ser ingenioso. Luego, con el tiempo, fui atemperando eso y he cogido el humor de una manera más cervantina y menos quevediana, como diría Bryce Echenique, ¿no? Por otro lado, yo armo cada novela con base en una arquitectura muy clara. Antes de escribir tengo un diagrama que me guía y eso me sirve para tener el control.

P. Aquí el lector ve surgir el drama de manera muy lejana, como si usted prolongase un suspense educado, por decirlo de algún modo.

R. Yo creo que tengo una estrategia que he ido afinando con el tiempo: usar una voz narrativa que trata de ser elegante, sencilla, no juzgadora, que presenta la ubicación y los personajes para que luego sean ellos los que muestren su intensidad y su locura al lector. La novela empieza con cierta morosidad para que el lector llegue a encariñarse con la cotidianidad y que luego sienta las acciones de los personajes muy cercanas. A lo largo de todo el libro también tiendo siempre a sembrar micromisterios, cositas que hagan que el lector vaya tras ese misterio.

P. ¿Y no sintió miedo al concebir el desenlace del misterio, en medio de una novela que cuenta la trascendencia que tiene la vida de los viejos en su fase última?

R. Sí. O sea, el miedo de decir: ¿cómo de creíble va a ser esto? Porque son situaciones extremas las que cuento en la novela. Pero mi agente disipó ese miedo al leer el manuscrito y luego, cuando me dijeron que había ganado el premio, se disolvió todo [risas].

P. ¿El misterio está basado en hechos reales?

R. Hay un personaje que sí, un personaje en cuya vida y muerte me apoyé: Jack Harrison. De hecho, le dedico la novela a él. Jack Harrison, un médico importante, alguien muy cerca de mi, porque es el padre de mi novia, tuvo un cáncer que se complicó con otro, pero supo ordenar los últimos meses de su vida para despedirse por todo lo alto, haciendo a un lado los cuidados en el hospital para estar en casa, rodeado de sus familiares, y morir con un whisky en la mano.

P. ¿Cómo es esa relación entre los que se quedan y el que se va?

R. Yo estoy en una edad en la que empiezo a ver que mucha gente a mi alrededor empieza a languidecer, a tener enfermedades… y uno empieza a intuir que es lo que también le espera. Por eso creo que debemos hacer un ejercicio de empatía con esa situación.

P. Volvamos al humor: ¿esta novela podría haber sido escrita sin humor?

R. Yo no podría. Sin humor podría haber hecho un ensayo, pero no una novela. Yo empecé a sentir que la novela fluía cuando empecé a sonreír al sentarme a escribir. Y eso es importante, ¿no? Me gustaba reencontrarme con esos personajes. Porque es un grupo de gente con la que me daban ganas de relacionarme.

P. ¿Cuáles son los libros que han influido en su estilo literario, tan importante en su obra?

R. Es que yo olvido todo lo que leo. También lo que veo, las películas y eso. Pero lo que no olvido son las lecturas de la adolescencia. Me acuerdo de Julio Ramón Ribeyro, Osvaldo Reinoso y Alfredo Bryce Echenique. Ellos tres fueron muy importantes en esa etapa de mi vida. Después: Rulfo y Borges, Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez, Onetti… Y creo que de esa mezcolanza nació mi estilo. Tampoco puedo negar la influencia que ha tenido en mí lo audiovisual, las películas de Spielberg y Woody Allen, por ejemplo.

P. De esos escritores, aquí aparece citado Vargas Llosa.

R. Claro. Lo admiro mucho. Mi generación no ha sido opacada por su brillo, como sí lo fue la anterior. Para nosotros, él ha sido un abrepuertas en otros países.

Rodríguez, durante la entrevista.

Rodríguez, durante la entrevista. / Eduardo Candel Reviejo

P. Las residencias son el hábitat de su libro. 'Morideros'.

R. Sí. Pero esa expresión la dice un personaje, doña Carmen, que se siente decepcionada de la vida. Un narrador utiliza a esos personajes para expresar cosas que realmente piensa. Supongo que es algo parecido a lo que hacen los actores. Creo que en mi prosa me debato entre tener la elegancia de Julio Ramón Ribeyro y la intensidad del barroquismo.

P. Eso se llama obligarse a tener calidad.

R. Bueno, esa es la misión. Soy un animal que escribe, porque me guio por la intuición y por el oído para captar el ritmo. Parte de mi drama como lector es que me gusta mucho la poesía, la leo, pero… yo olvido todo lo que leo, como te he dicho antes. Sin embargo, creo que lo que leo se queda en mi inconsciente y me ayuda en el proceso creativo.

P. Aquí el dolor y la felicidad van juntos.

R. Sí. Porque así es la vida, ¿no? Un domingo yo estaba tumbado en mi cama, entraba una luz bonita por la ventana y tuve una epifanía. Dije: "¿y si dentro de unos años yo estoy todo achacoso y no me di cuenta de que momentos como estos eran la felicidad?" Esa quietud un domingo, sin dolores, sin deudas… creo que eso luego se posó en esta novela.

P. Pero luego aquí el frío del invierno es una amenaza para el veterano.

R. Sí. Yo sé que es una metáfora manida, pero creo que el reto de todo escritor es darle un giro al cliché para que suene renovado.

P. Hay una escena que es en sí misma un poema, cuando la anciana Carmen mezcla hechos y películas, mirando al techo.

R. Fíjate que esa es una de las escenas que más me enternecen. Porque una cosa que buscaba con Carmen o con Eufrasia, la que cuida a los ancianos, es que convivieran con mucho respeto y cariño porque tienen una edad en la que ya sólo se ve el lado humano de las personas. Eso hacen ellas dos y por eso me gusta tanto esa escena. Bueno, también cuando las dos se ponen a cantar un huayno.

P. Pero la vejez atisba desastres.

R. Sí. Pero no sé qué decir a eso. Yo creo que veo eso en mi madre, por ejemplo.

P. ¿Qué papel tiene ahora su madre en su vida?

R. El papel de depositaria de mi ternura, de mi afán de cuidado. Sé que cuando ella muera se acabará el testimonio de cómo fue mi niñez.