FILÓSOFO CONTRADICTORIO

El Sartre más desconocido, romántico y 'queer': "Siempre he pensado que había una mujer dentro de mí”

La nueva biografía de François Noudelmann muestra facetas inusitadas del filósofo francés a partir de documentos inéditos facilitados por su hija adoptiva, Arlette Elkaïm

El filósofo Jean Paul Sartre.

El filósofo Jean Paul Sartre. / ARCHIVO

Natalia Araguás

“Hay que estar hecho de barro pero yo estoy hecho de viento”, lamentaba Jean-Paul Sartre en sus cuadernos en 1940. El hombre que fijó el canon del intelectual de izquierdas, en perpetuo compromiso con todo cuanto aconteciera en el convulso siglo XX, se reconocía etéreo. Era mujeriego, le encantaba viajar por placer, se emocionaba hasta la lágrima al escuchar una canción y admiraba a los grandes artistas como Chopin, Baudelaire y Tintoretto. El filósofo que, contra la hipocresía burguesa, recetó transparencia también en lo privado, se mortificaba con sus veleidades pero, implacable analista de sus procesos mentales, no pudo evitar dejarlas por escrito.

Beauvoir y Sartre, en la 'brasserie' La Coupole de Montparnasse (París), en 1969.  

Beauvoir y Sartre, en la 'brasserie' La Coupole de Montparnasse (París), en 1969.   / ARCHIVO

François Noudelmann, especialista en su obra, muestra ahora facetas inusitadas de su personalidad en Un Sartre muy distinto, publicado en castellano por Ediciones del Subsuelo. Lo hace a través de documentos inéditos facilitados por Arlette Elkaïm, una judía argelina que acabó por convertirse en su hija adoptiva tras una relación que comenzó cuando ella tenía 19 años y él 51 como la manida aventura entre una jovencita con ansías de saber y una de las mentes más arrolladoras del siglo pasado. Un Sartre muy distinto nos muestra al padre del existencialismo en constante tensión entre las altas expectativas que se impuso a sí mismo, en su papel de Papa laico, y su verdadero carácter, cambiante y contradictorio como el de cualquiera. “Un pensador no siempre comulga con todo lo que piensa”, viene a ser la tesis del libro.

Si Simone de Beauvoir, la mujer de su vida, era para Sartre “Castor” por su laboriosidad, a Arlette Elkaïm le dedicó Situations IV llamándola gorrión o reyezuelo: “Con el más vivo y tierno afecto del viejo cuervo”, puso antes de estampar su firma. Aunque comenzó siendo su amante, Elkaïm pronto se desmarcó de “los amores contingentes” que Sartre mantuvo en paralelo a su relación con Beauvoir, con total transparencia por parte de ambos: hasta cuatro mujeres simultáneas en sus años más fogosos que se repartía en diferentes días de la semana para verlas a la hora de la cena o del almuerzo.

Sartre siempre había abominado tener hijos, pero tras volver achacoso de un viaje a la URSS en 1964 y a punto de cumplir 60 años le planteó a Arlette Elkaïm: “¿Y si nos adoptáramos?”. Ella dijo que sí y se convirtió no solo en albacea de su obra, sino también de su salud, ya que a los accidentes cerebrales que iba padeciendo se sumó la ceguera a partir de 1973. Eso no significó que el filósofo renunciara al alcohol, que junto con el consumo diario de anfetaminas para escribir durante décadas (Corydrane) y otras drogas como mescalina -tras inyectársela publicó La naúsea- acabaron pasando factura a su salud. También Beauvoir adoptó a una joven, Sylvie Le Bon, en el último tramo de su vida.

Un filósofo 'queer'

“¿Sartre queer?”, se titula llamativamente uno de los capítulos de Un Sartre muy distinto. Huérfano de padre, el filósofo se educó en un universo femenino: “Siempre he pensado que había una mujer dentro de mí”, le confesó a Beauvoir. A la autora de El segundo sexo le sorprendía que a sus setenta años su compañero, anticapitalista y anticolonial, nunca se hubiera pronunciado sobre las mujeres, habiendo reflexionado sobre todos los oprimidos de la Tierra.

“Siempre he pensado que había una mujer dentro de mí”, confesó Sartre a Beauvoir

A Sartre le gustaba entablar conversaciones con mujeres, admiraba su sensibilidad, que juzgaba distinta, y hasta llegó a travestirse en una fiesta de disfraces durante un crucero por Noruega, con un vestido de terciopelo negro y largas trenzas rubias. De su empatía con el sexo femenino podría explicarse que no se le resistieran las mujeres. A la relación sentimental con una de ellas, Lena Zonina, traductora al ruso de sus obras, François Noudelmann atribuye que Sartre mantuviera su querencia por la URSS tras la invasión de Hungría en 1956.

El filósofo inventa excusas para reunirse con Zonina y hasta organiza eventos al más alto nivel, como sus gestiones en 1963 en la Unesco para promover un intercambio intelectual entre el Este y el Oeste. “Por primera vez en mi vida pondré los pies en esa casa de putas. Por ti, amor”, le resume a su amante en una carta sobre la cumbre: “Tú eres la confrontación Este-Oeste. O mejor dicho, el Este y el Oeste se confrontan en nuestra cama. Lo mejor que podría hacer el Oeste es abrazarte. Lo mejor que podría hacer el Este es cerrar los ojos y sonreírme con deleite, como tú haces”.

El filósofo Jean Paul Sartre. 

El filósofo Jean Paul Sartre.  / ARCHIVO

Sin embargo, la lucidez de Sartre lo hace plenamente consciente de sus contradicciones, que lo atormentan. El intelectual, que vivió la Segunda Guerra Mundial como el punto de inflexión de su vida y estuvo preso nueve meses en un campo de prisioneros en Alemania, mantiene su compromiso, incluso cuando se confiesa hastiado de la política. Él prefiere perderse por su amada Italia a los viajes organizados para intelectuales a China o a la URSS, pero le incomoda el contrasentido de escribir sobre la clase obrera desde los lujosos hoteles en los que se aloja.

Es un maestro de la literatura comprometida que sin embargo se rinde ante el genio de Flaubert -se sabe párrafos enteros de Madame Bovary- y Baudelaire, aunque nunca se atreva a componer poemas y persevere en interminables artículos en defensa del comunismo que se le atraviesan. “La felicidad existe, importa; ¿por qué rechazarla? Aceptarla no aumenta la desgracia de los demás, es más, ayuda a luchar por ellos”, le amonestó Albert Camus. También le dijo: “Me parece lamentable la vergüenza que se siente hoy en día por ser feliz”. Nunca logró aplicarse el cuento.

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