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La historia política de España, entre Magariños, la Demencia y el Ramiro de Maeztu

El escritor Jacobo Rivero publica 'Dicen que ha muerto Garibaldi', una novela negra con muchos elementos reales ambientada en el instituto madrileño y que relata la evolución política de todo un país, con el foco en la extrema derecha

Miembros de la Demencia, la afición del Estudiantes, en los años 80.

Miembros de la Demencia, la afición del Estudiantes, en los años 80. / Archivo Fundación Estudiantes

El 1 de febrero de 2022, un empleado del polideportivo Magariños encuentra el cuerpo de un hombre de mediana edad con evidentes signos de violencia. Las investigaciones determinan que se trata del cadáver de Pedro Arranz Mellado, miembro de una destacada familia falangista y antiguo alumno del Ramiro de Maeztu, instituto anejo al polideportivo de la madrileña calle de Serrano. A pesar de haber sido un habitual de los partidos del Estudiantes, familia, amigos y conocidos le habían perdido la pista desde que, tras acudir a Estambul para asistir a la Final Four de 1992, decidiera quedarse en la ciudad turca.

La muerte violenta de Arranz Mellado es el hecho ficticio que desencadena la historia de Dicen que ha muerto Garibaldi, una novela negra publicada en la colección Episodios Nacionales de la editorial Lengua de Trapo, en la que el escritor Jacobo Rivero repasa la historia de España, desde mediados de los años 70 hasta la actualidad, con el Ramiro de Maeztu y el club Estudiantes como telón de fondo.

"En los años 70, el Ramiro era un colegio-instituto al que acudían miles de chavales. La mayoría venía de Cuatro Caminos-Tetuán, de Prosperidad o del Barrio de Salamanca, lo que generaba un batiburrillo muy curioso en el que coincidía la extrema izquierda, la extrema derecha, gente del PSOE… También había heavies, punks, rockers y otras tribus urbanas porque era un sitio muy grande, con dos cafeterías, con recovecos, con muchos sitios a los que ir de pellas en las inmediaciones, como el Parque de Berlín, la Glorieta de Emilio Castelar en la que estaba un mítico bar de mensajeros, Chamberí…", recuerda Jacobo Rivero, que vivió la politización del instituto en primera persona cuando fue alumno del centro en la década de los 80.

Miembros de la Demencia con su bandera.

Miembros de la Demencia con su bandera. / Archivo Fundación Estudiantes

"Cuando se iba a celebrar el referéndum de la OTAN, nosotros no podíamos votar, pero como teníamos hermanos mayores que hablaban de esas cosas, sabíamos de qué iba el tema y decidimos hacer nuestro propio referéndum en clase. Éramos treinta y siete alumnos y, en la primera votación, salieron unos treinta votos a favor del no y siete a favor del sí. De repente, uno dijo: '¿pero no os dais cuenta de que si nos metemos en la OTAN las zapatillas de baloncesto van a ser más baratas?'. En ese momento cambió completamente el signo de la votación. Nos quedamos solo cuatro en el no pensando: 'qué argumento más bueno…'. En el fondo, fue un poco lo que sucedió en la realidad. El Ramiro era un reflejo de la España del momento".

Derribar a Franco

Durante la República, el Ramiro había sido el Instituto-Escuela de la Institución Libre de Enseñanza. Al finalizar la Guerra Civil, las autoridades franquistas decidieron eliminar cualquier vestigio de ese pasado, para lo cual no dudaron en erigir en el patio del complejo escolar una estatua ecuestre de Francisco Franco. Una vez muerto el dictador, el monumento se convirtió en el objetivo de las burlas y las bromas de los alumnos, incluidos los más reaccionarios.

Un grupo ató la estatua de Franco al camión de reparto de la Coca-Cola y, cuando arrancó, la movió ligeramente ante la mirada de quinientos chavales, incluidos los fachas, intrigados sobre qué pasaría"

"Los lunes era un día muy especial en el Ramiro porque todo el mundo quería saber qué había pasado durante el fin de semana con la estatua. Una vez le pusieron una careta de monstruo con cemento armado. Se la quitaron con una espátula, pero le quedó una cresta que luego también pintaron por encima, con lo que Franco resultaba todavía más esperpéntico. Otro día, un grupo ató la estatua al camión de reparto de la Coca-Cola y, cuando arrancó, la movió ligeramente ante la mirada de quinientos chavales, incluidos los fachas, intrigados sobre qué pasaría con el camión o con la estatua. En realidad, ir al instituto era una aventura porque, además de esas cosas, se pegaban carteles, iban grupos políticos tanto de izquierdas como de derechas a repartir propaganda a la puerta, había peleas, huelgas de estudiantes, la calle Vitruvio era una zona de prostitución, estaba todo el tema de la heroína, la gente llevaba navajas, se robaban Vespinos y había chicos de ultraderecha de trece y catorce años que tenían ya delitos de sangre. Ahora parece imposible que los chavales de esa edad se metan en esos asuntos, pero aquella era una época muy convulsa".

El único lugar en el que las diferencias políticas se olvidaban era el Magariños. Dentro del polideportivo, los alumnos, aglutinados en la Demencia, la hinchada del Estudiantes, se dedicaban a apoyar al modesto equipo de baloncesto del instituto con una pasión que era envidiada por equipos como el Real Madrid o el Barcelona.

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Las canchas de baloncesto del Ramiro de Maetzu. / Mediateca Educa Madrid


"Por el mero hecho de estudiar en el Ramiro, te daban el carné de socio del Estudiantes. Cuando entrabas al Magariños, te quedabas obnubilado por lo que ocurría allí. Había una capacidad para ser irónico con uno mismo que hacía que en la Demencia se pudiera cantar 'Euskadi, Euskadi' con la música del himno nacional, o el Eusko Gudariak repitiendo todo el rato 'España, España, España', o que se gritase 'España mañana será musulmana'. De hecho, íbamos vestidos con chilabas, con turbantes… Yo llevaba una camiseta que me había dibujado uno de mis hermanos con la cara del Ayatolah Jomeini y una bandera en diagonal, como si fuera la bandera cenetista, pero con los colores azul oscuro y azul clarito. La Demencia era un espacio de convivencia muy divertido en el que veo ciertas conexiones con el Carnaval de Cádiz", recuerda Rivero, que en la novela combina la trama de la investigación del asesinato de Pedro Arranz Mellado con anécdotas de la Demencia, como aquella sucedida después de que el avión del Real Madrid estuviera a punto de sufrir un accidente, un hecho que fue aprovechado por los alumnos para desplegar en el siguiente partido una pancarta en la que se podía leer: "Gracias, Iberia, al menos lo habéis intentado".

Al acecho

A medida que la democracia española se asentaba, la crispación y la violencia que se vivía en el Ramiro se fue atenuando. La razón para ello no fue que los grupos de ultraderecha apostasen precisamente por la convivencia, sino su decisión de cambiar su estrategia política. A partir de entonces, aunque siguieron al acecho para conseguir sus objetivos, prefirieron mantener un perfil bajo.

"Recuerdo una entrevista que le hicieron en los años ochenta al líder del Movimiento Católico Español en la que afirmaba que los skinheads daban mucho miedo y que ellos estaban por otras estrategias. Los que venían de ser los Guerrilleros de Cristo Rey se empezaron a dar cuenta de que dar palizas o matar gente ya no les rentaba como antes y, aunque sabían que la batalla por el poder político la habían perdido, estaban convencidos de que podían ganar otro tipo de batallas", explica Jacobo Rivero, que en Dicen que ha muerto Garibaldi relata cómo esa ultraderecha siguió viva gracias a la financiación de las grandes empresas, al apoyo de los medios de comunicación o a la ayuda de unas fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado que mantenían sus estructuras franquistas y que, en ocasiones, contribuyeron a que algunos de esos ultraderechistas se trasladasen a países latinoamericanos donde, además de huir de la justicia española, comenzaron a colaborar con gobiernos locales. Así sucedió con Emilio Hellín, asesino de Yolanda González, y así sucede en el libro con el personaje de Pedro Arranz Mellado al que, a la hora de recomponer su trayectoria vital con objeto de resolver su asesinato, se le sitúa en Centroamérica, colaborando con los terratenientes hondureños.

"Cuando se produjo el atentado contra los abogados de Atocha, el editorial de El Alcázar afirmaba que había sido cometido por los comunistas, debido a las diferencias que tenían entre ellos. Incluso deslizaba que el inductor del hecho había sido Nicolás Sartorius. Ese es un buen ejemplo de lo criminal de la narrativa de la extrema derecha en aquellos tiempos que, por otra parte, no es muy diferente a la actual. En muchas de las cosas que han pasado en este país como la policía patriótica, la Liga de fútbol con un presidente que era de Fuerza Nueva, el incendio del Palacio de los Deportes que se cerró en falso en cinco minutos o el incendio del Windsor, del que ahora sabemos que había una trama de policías corruptos, alguno de los cuales está en la cárcel, ha estado detrás la ultraderecha. Por eso en Dicen que ha muerto Garibaldi quise contar esa historia que no es demasiado conocida y que tiene que ver con el reciclaje de la extrema derecha en un proyecto de democracia agresiva, intolerante y excluyente a lo Trump que no tiene tanto que ver con la bandera ni con la patria como con el negocio y con justificar una desigualdad estructural", comenta Rivero, que ha visto cómo ese cambio de valores en los que los intereses económicos han ganado terreno y desplazado a la convivencia, también ha llegado al Estudiantes.

Los bomberos trabajan en los restos del incendio en el Palacio de los Deportes, en 2001.

Los bomberos trabajan en los restos del incendio en el Palacio de los Deportes, en 2001. / Antonio Giménez

"En esta dinámica por ser profesional, el equipo ha perdido bastantes de sus valores que eran y son su verdadero patrimonio. Un patrimonio que no tiene ningún equipo en Europa porque se basa en tener un instituto al lado con mogollón de gente. Cuando yo estudiaba, el equipo miraba al Ramiro permanentemente, pero eso no es así ahora. El otro día vino a la presentación del libro Pepu Hernández, que fue coordinador de cantera en Estudiantes en mi época y que decía cosas como 'de los tres fundamentos, el bote, el tiro y el pase, este último es el más interesante porque es solidario'. Cuando eres joven, eso te abre la mente. En la actualidad, sin embargo, el Estudiantes ha entrado en esa dinámica del negocio, los sueldos de los que trabajan ahí son irreales y todo eso provoca, además de una deuda con Hacienda, un montón de cosas que no benefician al equipo. En ese sentido, creo que solo el equipo femenino mantiene realmente la esencia de lo que fue el Estudiantes las décadas de los 80 y 90".