ENTREVISTA

Mia Hansen-Love: "El cine me ayuda a lidiar con el miedo a la muerte"

La directora francesa presenta su octava película, 'Una bonita mañana'

La directora Mia Hansen-Love, cuando ganó en la Berlinale 2016 el Oso de Plata a la mejor dirección por ’L’avénir’.

La directora Mia Hansen-Love, cuando ganó en la Berlinale 2016 el Oso de Plata a la mejor dirección por ’L’avénir’. / ARCHIVO

Sus películas retratan a personas, casi siempre mujeres, que tratan de encontrarse a sí mismas mientras afrontan momentos cruciales en sus vidas, y para ello no recurren a grandes gestos dramáticos sino, al contrario, a la observación serena de momentos cotidianos cuya suma genera gran pegada emocional; es gracias a ese método que títulos como Un amor de juventud (2011) o El porvenir (2016) derrochan tanta naturalidad como el acto mismo de respirar.

En su octavo largometraje, Una bonita mañana, la francesa acompaña a Sandra (Léa Seydoux), una joven madre modelada a partir de ella misma -todas sus ficciones se inspiran o en su vida o bien en la de gente cercana a ella- que trata de manejar a la vez el cuidado de su hija, el gradual deterioro mental de su padre y su incipiente romance con un viejo amigo de su difunto marido.

P. Aunque no es un ‘alter ego’, Sandra está inspirada en usted misma. ¿Por qué escogió a Léa Seydoux para interpretarla?

R. La mayoría de los personajes que Léa ha encarnado son mujeres extraordinariamente glamurosas y sofisticadas que, en realidad, funcionan como fantasías u objetos del deseo masculino. Me atrajo la idea de verla en la piel de una mujer normal, una persona real. Además, es una actriz magnífica, y transmite de forma natural una tristeza que me conmueve. Y, al verla en pantalla, resulta imposible encontrar el método, el artificio; da la sensación de que, en lugar de actuar, simplemente es.

P. Todas sus películas cuentan historias que conectan en mayor o menor medida con su propia biografía. En el caso de ‘Una bonita mañana’, ¿cómo funciona esa conexión?

R. Hace unos años me encontré en una situación personal muy extraña, porque por un lado mi padre se estaba muriendo y, por el otro, yo estaba embarazada; aquel momento era, al mismo tiempo, el más triste y el más feliz de mi vida. Supongo que todos hemos experimentado alguna vez emociones tan contradictorias de forma simultánea. Y yo no podía evitar preguntarme: ¿Cuál de mis sentimientos es el verdadero? ¿Es legítimo sentir gozo y alegría cuando la tragedia está tan cerca?  

P. No debió de ser fácil rodar la película cuando su padre acababa de fallecer...

R. Cuando completé el guion, en marzo de 2020, él aún vivía; hacía años que padecía una enfermedad neurodegenerativa. Murió un mes después a causa del covid, cuando la pandemia acababa de surgir y nadie sabía cómo lidiar con el virus todavía. Por eso su declive fue brutal e inhumano, sufrió mucho. Sigo recuperándome de su pérdida, aunque no sé si una llega a recuperarse de la muerte de su padre. Y me siento algo culpable por haber hecho una película sobre ello.

P. ¿En qué sentido?

R. Porque la versión de mi padre que aparece en pantalla es un hombre enfermo, y es terrible que esa vaya a ser la imagen que la gente tendrá de él. Su pérdida de memoria fue especialmente trágica si consideramos que había construido toda su vida y su identidad en torno al pensamiento, la lectura y la escritura. Y lo peor del proceso fue el periodo durante el que él aún era consciente de todo lo que estaba perdiendo, y se sentía incapaz de evitarlo. Esa es la etapa que rememora la película. 

P. En cualquier caso, ¿ha sido ‘Una bonita mañana’ una forma de terapia para usted?

R. Me ha ayudado a sanar heridas, sin duda. Lo cierto es que, en cuanto escribo sobre una experiencia personal, mi historia se convierte en una ficción, la historia de otra persona. Y, de hecho, esa una de las razones por las que hago películas, para generar una distancia que de otro modo me resultaría inasequible. La mayoría de cineastas, además, somos niños malcrecidos para quienes hacer películas es como jugar con muñequitos; fingimos que el muñeco está enfermo, va al hospital y se muere. Y jugar ayuda a mitigar el dolor. 

P. ¿A qué atribuye su necesidad de usar experiencias personales, de usted o de gente cercana a usted, para hacer sus películas?

R. Mis películas son como sucesivas entradas de un diario personal, la forma que yo tengo de mantener mis recuerdos vivos para siempre. Como digo, escribí Una bonita mañana cuando aún cuidaba de mi padre, porque pensé que, si no escribía inmediatamente sobre lo que estaba viviendo, eso se perdería para siempre. En general, hago cine para entender mejor mi vida, y no estoy segura de que dedicarme a ello tenga más sentido que ese. Por eso me importa tanto contar historias verosímiles, hechas de situaciones que transpiren verdad. En ese sentido, para mí es esencial no utilizar la cámara o el montaje para hacer alardes de estilo, y no forzar las emociones ni edulcorarlas o exagerarlas. Creo que jamás podría hacer una película netamente trágica o pesimista, porque en el mundo real hay oscuridad y crueldad pero también luz y placer. Las vidas que retrato no acaban cuando la película termina.

P. ¿Piensa usted en la muerte a menudo?

R. Sí, desde niña. Y creo que empecé a hacer películas para lidiar con el miedo a la enfermedad y la muerte, y mi obsesión con aquello que dejamos atrás al morir. Las películas me ayudan a vivir y tener esperanza, porque me ayudan a combatir el paso del tiempo y la destrucción que acarrea.

P. Probablemente eso signifique que le preocupa mucho su legado...

R. Bastante. Mi objetivo es ir construyendo una filmografía formada por ficciones que funcionan no solo de forma independente sino que, al mismo tiempo, son partes distintas de un mismo organismo. Dicho de otro modo, hacer películas que son capítulos de la gran película de mi vida. Es una idea quizás absurda, pero que me resulta inspiradora.

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